Cuando
se dice que alguien está enfermo, lo que los occidentales entendemos es
que al menos uno de sus sistemas no está funcionando bien. Pasa que en
nuestra cultura, la occidental, es perfectamente aceptado entender la
salud como un asunto sistémico.
Si fuéramos asiáticos, quizás privaría un entendimiento holístico,
diríamos “que la persona tiene un desbalance”, y si fuéramos miembros de
una tribu indígena o africana no tendríamos ese entendimiento,
probablemente explicaríamos la contingencia de una enfermedad como la
culpa de un espíritu maligno que se nos ha metido adentro.
Uno de esos africanos, para empezar, tendría problemas en entender
que muchas de las enfermedades tienen sus inicios mucho tiempo antes que
la manifestación de sus síntomas, tampoco podría entender ningún afán
de someterse a chequeos de salud periódicos para prevenir las
enfermedades antes que se presenten -¿Para qué exorcizar una persona
antes de que el demonio se le meta?-, además nuestro hipotético amigo
seguramente tiene la idea de que los tratamientos para las enfermedades
produce alivio inmediato, debería tener muchos problemas para entender
que a veces es necesario para que un sistema se recupere poner en stress
a los demás, que hay medicinas que en verdad te pueden hacer sentir
peor mientras te curan.
Entonces nuestro amigo no puede entender nuestra medicina, y por eso
acudirá a su médico brujo o chamán de su preferencia, quien seguramente
lo pondrá en trance con algún alucinógeno.
Lo mismito que estamos viendo cuando del aumento de los precios se
trata, que en vez de tomar la medicina para resolverlo, lo que hacemos
es lo peor. Por eso la gente se deja atrapar por el que manda en
Venezuela, que en una especie de chamanismo se aprovecha como si se
tratara de un espectáculo de “comunicación con el mundo de los
espíritus”.
Así se permite decirle (y se lo creen hasta muchos de quienes no le
siguen), que “el egoísmo es lo que predomina en el alma y la mente de
los grandes capitalistas”… que por eso es necesario “el control de
precios en el país… que forma parte de las políticas de intervención del
Estado en la economía para la transición hacia el socialismo”, etc.,
etc., etc.
Digamos entonces que el mandamás venezolano a lo que la lleva -a su
gente- es a la imposición de controles de precios en trance con algún
alucinógeno.
Pero nosotros sabemos mejor (¿No?), como personas “Ilustradas” casi
que es nuestro deber moral servir de guías para quienes no han contado
con el privilegio de ser educados, además, es mejor así a la larga,
porque que la gente alrededor tuyo acuda al médico brujo, no es bueno
para nadie.
Servir de guías, vamos a analizarlo entonces, para ello se me hizo
propicio refrescar notas de mi artículo El Médico brujo o chaman de la
Pobreza, para intentar responder a esa inquietante interrogación de lo
que pide la gente cuando aumentan de precios las cosas. ¿Qué pide la
gente?: ¿Diversificación de mecanismos de producción o distribución,
baja de aranceles a los productos de importación, etc.?: ¡No!, ¡No!, lo
que pide es controles de precios.
Algo malo en el sistema, que debe ser corregido
Si hay un sistema en el cual se pueden presentar abusos como precios
exorbitantes, hay algo malo en el sistema, que debe ser corregido: la
razón de por qué el abuso aparece. Puede ser algo tan sencillo como que
hay un comercializador privilegiado con el monopolio de la distribución
de determinados productos, y se aprovecha de ese privilegio cobrando
como guste. La solución entonces es diversificar los comercializadores.
Aritméticamente simple. ¿Qué pasa cuando el gobierno establece el
control de precios?: Que la razón del abuso persiste, sólo que el abuso
comienza a ser fiscalizado por el gobierno. Es decir: Un agente
económico comienza a abusar de un privilegio, la gente se queja, el
gobierno interviene fiscalizando el privilegio, y al cabo de un tiempo,
se presenta una batalla entre el que detenta el privilegio que desea
hacer uso de él, y la gente que no quiere ser abusada.
Pero como la gente recurre al gobierno, que no resuelve el problema,
sino que sólo se dedica a administrarlo, termina la gente por darle al
gobierno poder omnímodo, y viene entonces el gobierno a aprovecharse de
ese poder (privilegio) dándole licencias a sus amigos, poniendo altos
los precios de los productos que sus amigos hacen, llevando a la quiebra
a sus enemigos, etc.
Y al cabo de un tiempo, no sólo se tiene un gobierno corrupto, sino
toda una sociedad corrupta que no sabe de ninguna manera distinta a la
de ostentar un privilegio otorgado por el gobierno el lograr
“prosperidad” económica; se tiene a la gente resentida por la riqueza de
los ricos que proviene de su miseria, y al estado en el papel de
azuzador del conflicto para obtener mayor poder.
Muy específicamente en el caso venezolano, si para el que manda en
nuestro país su enemigo es la empresa privada, el capitalismo, tan
patético que en términos muy claros, lo que se logra es
desabastecimiento, quiebra de las empresas y que nadie tenga interés en
invertir en Venezuela (tomar en cuenta que somos considerados entre los
tres países con mayor riesgo para invertir). Por supuesto que el círculo
vicioso lleva inexorablemente a crisis espantosas, a miseria
indescriptible, al fenómeno de exclusión; a lo que tenemos, pues.
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