REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo
Valenzuela
Si con alguna palabra pudiéramos definir el gobierno de
Luis Echeverría en los años 70, creo que sería “activista.” Un gobierno
intruso, “metiche,” hiperactivo, invasor y con un presidente trabajando las 24
horas del día en ese activismo que casi destruye el país. También podríamos
definirlo como el principio del fin de la pesadilla que nos envolvió durante
casi un siglo. El gobierno de Echeverría fue la negación de lo que los
principios liberales que siempre definieron un buen gobierno listando sus
funciones: “El proteger la vida, libertad, propiedad y contratos de los
ciudadanos.” Más de eso, es invasión, un atentado contra la libertad y los
principios de la individualidad que tanto ha combatido el viejo estado
mexicano.
Desde esa época de Echeverría hasta el presente, México y
los mexicanos han sufrido lo indecible. Sin embargo, después de largas luchas,
como decía Martin Luther King: “Hemos llegado a la tierra prometida.” ¿Hemos?
El 2 de Julio del 2000 los mexicanos iniciamos lo que debía ser el cambio más
importante de la historia moderna de nuestro país. Elegimos un presidente de un
partido de la oposición, pero de la oposición que más contrasta con el estilo
con el que los revolucionarios agraviaron a México durante los últimos casi
cien años. Es decir, elegimos a un presidente que esperábamos hiciera las cosas
de una manera diferente.
Después de la euforia del triunfo histórico de aquel 2 de
Julio, era la hora de establecer la vigilancia que garantizara la sobrevivencia
de lo que con tanto dolor se había logrado. Esa vigilancia de la que hablaba
Jefferson cuando afirmó; “El precio de la libertad, es la eterna vigilancia.”
En medio de una euforia generalizada en donde se ahogaban los gritos de los
revolucionarios derrotados y dolidos, se empezaron a escuchar los solitarios
cuestionamientos de los muy pocos liberales que hoy día nos enriquecen con sus
visiones y sus ideales en este agraviado país. Unos meses después, dos de las
mentes más brillantes que navegaban en las tempestuosas aguas de los cambios de
principios de milenio, levantaron su voz de “alerta” por no decir alarma; Isaac
Katz y Ricardo Medina.
En un extraordinario articulo producido por Isaac Katz
para El Economista, levantaba su voz de “alarma” contra lo que él veía como el
activismo de Vicente Fox y lo identifica con acciones similares de los
gobiernos anteriores. Para dramatizar su mensaje, Isaac definía una economía
libre y liberal de la siguiente manera:
“En una economía liberal, el intercambio entre individuos
y empresas siempre es voluntario y cada quien busca maximizar su propio
interés, cada quien es dueño de sus propios recursos, sus derechos de propiedad
están definidos y garantizados y, en consecuencia, es enteramente libre de
decidir cómo utilizarlos. En una
economía liberal, el gobierno no interviene en la decisión de cómo serán asignados los recursos privados y menos aún,
el gobierno puede obligarnos a hacer algo simplemente porque "es por
nuestro propio bienestar".
“Los límites para el gobierno son muy claros: dotar a la
sociedad de un marco legal que defina los derechos privados de propiedad y que
los garantice con un poder judicial independiente e imparcial, que garantice la
estabilidad macroeconómica y corregir las fallas del mercado. Si el gobierno
hace más que esto, viola la esfera privada e impide que se maximice el
bienestar de la sociedad.” Más de eso es activismo e invasión. Los gobiernos
activistas que destrozaron a México durante 71 años, siempre se asemejaron al
clásico “pendejo con iniciativa—y uñas muy largas.”
Pasaba después Isaac a definir cómo es que el gobierno de
Vicente Fox se definia con un activismo parecido al de Echeverría invadiendo
esferas que solamente deberían ser de la iniciativa privada. Atacaba los
objetivos tímidos y timoratos de lucha contra la inflación, el déficit del
presupuesto que también se negaban a cortar de tajo etc. Pero sobre todo,
insistía en el gran activismo que preparaba desde política industrial, la
creación de agrupamientos (clusters) de empresas sin tomar en consideración ventajas comparativas
sectoriales y menos aún regionales, subsidios diferenciales por tipo de
inversión y por localización geográfica, etcétera, toda una serie de elementos
que presagiaban regresarnos a una situación en la cual el gobierno decide quién
gana y quién pierde, quién se ve favorecido por el gobierno y quién no, pero
con un perdedor seguro: los consumidores.
Ricardo Medina comentaba: “Hoy, alrededor y al acecho del
nuevo gobierno vemos multiplicarse las presiones de estos grupos. La embestida
de los igualitaristas sólo podría satisfacerse con mayores déficit fiscales,
con más impuestos, con inflación galopante, con una pérdida real de la
viabilidad del mismo gobierno. Así, el intervensionismo fabrica conflictos
sociales y presiones al margen del precario Estado de Derecho. Para millones de
mexicanos, por desgracia, el horizonte de desarrollo es "hacerla en la
vida" con una plaza en el gobierno. La actividad empresarial (la
auténtica, no la del negociante mercantilista a la sombra del gobierno) es
despreciada y se le cierran las puertas. La cultura colectivista detesta el
riesgo y espera del Estado providente e interventor la seguridad de la vida
mediocre pagada con fondos públicos.”
Fox estaba ante el dilema de honrar el voto que recibió
aquel dos de julio abriendo espacios de libertad, desatando las energías
creadoras de los individuos (lo que en español llano significa "quitar
estorbos a la iniciativa de las personas") o ceder ante las presiones de
los grupos conservadores herederos directos del nefasto "grito de
Guadalajara" de Plutarco Elías Calles. Los mismos grupos que le cerraron
el círculo a Zedillo y no lo dejaron maniobrar, se habían ahora arrimado
sigilosamente a Fox para coartar sus planes, para mantener el status quo.
Por desgracia, Fox se empeñaba en suavizar tensiones y
pavimentar el terreno de una transición sin sobresaltos, se inclinaba a darles
cabida a decenas de representantes de ese México adocenado, de matriz
colectivista, conservador de privilegios. Nos estábamos jugando una oportunidad
única para construir un México libre en el que el logro y la creatividad
individuales fueran el motor del progreso, o permanecer en la servidumbre del conformismo
colectivista e igualitario a ultranza.
Fox tomaba el bastón de mando y en su discurso afirmaba:
“El ejecutivo propone y el Congreso dispone.” Con esas palabras sellaba el
fracaso de su administración y sentaba las bases para lo que hoy día vive el
país después de la guerra Calderonista y el saqueo de los estados; la posible
entrada de los bárbaros que pacientemente han esperado ante el zaguán de un
país agraviado y enfermo, para seguir devorando los sueños y las entrañas de
los mexicanos.
La única nebulosa esperanza de los mexicanos es ahora,
Josefina de Arco quien, como Doña Juana libertadora, la doncella de Orleans,
liderará la expulsión de los bárbaros y barbaritos estacionados ante el zaguán
mexicano.
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