11 enero, 2012

Cien años de petróleo en Venezuela

Análisis & Opinión

Ibsen Martínez

Ibsen Martínez es escritor y ensayista venezolano. Su trabajo puede leerse regularmente en publicaciones locales tales como los diarios “El Nacional”, “Tal Cual” , “El Mundo, economía y negocios”, y el semanario “Zeta”, todos de Caracas (Venezuela). Ha sido colaborador de medios extranjeros como “El País”, “ABC/abcd” (suplemento cultura del diario “ABC”) y “El  Mundo”, de Madrid (España). También de “El Espectador” de Bogotá (Colombia), así como de las revistas literarias y de ideas “Letras Libres” de España, y El Malpensante, de Bogotá (Colombia). Desde 2005 he escrito  ocasionalmente en inglés para “Foreign Policy”, “The Washington Post” y durante cinco años para la página estadounidense “Econlib.org”, especializada en temas económicos.

Hace poco más de 100 años, en 1911, conmemoramos el primer centenario de la declaración de Independencia. Pronto hará una quincena que el segundo centenario se fue sin pena ni gloria. ¿Sabía usted que en 2012 Venezuela cumplirá 100 años dedicada al negocio de extraer, refinar y vender petróleo?

 
La literatura hoy disponible sobre el tema señala recurrentemente una fecha mucho más remota que la que aquí doy como buena para datar el origen de nuestra "condición petrolera": la de la creación de una compañía dedicada a la explotación y refinación de petróleo en el estado Táchira.
En 1878, un grupo de caballeros tachirenses que la jerga de hoy llamaría "emprendedores", acordaron crear la compañía Petrolia del Táchira que se dedicase a la explotación de una concesión de casi cien hectáreas, otorgada por el gobierno. Uno de ellos, Pedro Rafael Rincones, hombre singularizado por su inteligencia y capacidad organizadora, fue encargado de ir a los Estados Unidos a adquirir la maquinaria requerida.
Cambiando lo que haya que cambiar, que un grupo de hacendados y profesionales liberales venezolanos decidiese entonces dedicar parte de sus esfuerzos a desarrollar una industria que, para aquel entonces, no tendría más de 20 años, es como si en los 90 del siglo pasado alguien en Venezuela decidiese impulsar otro Silicon Valley en los Andes.
Acaso convenga recordar que, en sus inicios, la industria del petróleo fue, casi exclusivamente, industria de la iluminación y el querosén su primordial producto derivado y verdaderamente comercial.
Desde el fin de la Guerra Civil estadounidense, el querosén comenzó a sustituir, paulatina, sostenida y rápidamente, al aceite de ballena como combustible para iluminación y calefacción en todo el mundo desarrollado hasta la época. Puede decirse, sin exagerar, que la invención del bombillo incandescente pudo haber puesto fin a la industria petrolera de no haber mediado la industrialización del automóvil y, en un plano mucho más general, de los motores de combustión interna.
De modo que los hombres de Petrolia del Táchira lo tuvieron claro muy temprano. Era aquel, además de emprendedor, un grupo innovador en la economía de su estado y, de no haberse interpuesto lo que el historiador petrolero Efraín Barberii llamó "circunstancias más allá de sus esfuerzos", pudieron haber iluminado no sólo una vasta extensión del Táchira, como en efecto lo hicieron, sino extender sus actividades a otras regiones del país.
En menos de diez años, Petrolia refinaba crudo a un ritmo de 2.000 litros por día. Podríamos entretenernos con las cifras duras de aquel emprendimiento que se prolongó por muchas décadas. Baste saber que su ciclo de desarrollo se cierra hacia 1911 y que sus productos, querosén y carbolíneo, llegaron a venderse tan lejos como Pamplona, en el departamento colombiano de Norte de Santander. La concesión se extinguió en 1934.
¿Por qué digo, entonces, que nuestro primer siglo petrolero comenzó en 1912 en lugar del muy señalado 1878 tachirense? Hay, ciertamente, espacio para el debate, pero creo que sería un debate sumamente académico sobre la "fecha exacta" del comienzo de lo que, para bien o para mal, somos hoy día. Prefiero traer aquí las palabras de Ralph Arnold, un brillante geólogo estadounidense contratado, junto con otros cincuenta y dos geólogos de primera línea, por una compañía asfaltera británica para levantar el primer catastro geológico de nuestro país en 1911.
La General Asphalt, que así se llamaba la compañía, detentaba, a través de una filial, la Caribbean Petroleum Co., el control concesionario de un territorio que se extendía por 19 estadio de la república. ¿Cómo fue esto último posible? Ah, saberlo ya son otros cinco pesos, compadre, y quedará para otra ocasión.
Lo cierto es que, en noviembre de 1912, Arnold enviaba un informe preliminar a las oficinas de General Asphalt, en Filadelfia. Muchos años después, Arnold recordaría cómo su halagueño informe se ofreció a muchas compañías en los EE.UU, puesto que la General Asphalt carecía de los recursos para desarrollar la explotación en gran escala.
"Ninguna manifestó interés contará, ya en 1960. Como último recurso, James Clarke Curtin, representante de la compañía, llevó mi informe a Londres para mostrarlo a la Royal-Dutch Shell".
Muchos años después, el legendario forjador de un imperio petrolero, Sir Henri Deterding, presidente de la Royal Dutch-Shell, hombre osado y aficionado a los juegos de azar, recordaba así aquel momento: " ¿Por qué razón decidí afrontar ese riesgo tan grande? Tengo que admitir que el informe preparado por Arnold me impresionó por el valor potencial de esos inmensos territorios.[..] Hay que tomar en cuenta que hasta ese momento no existía ningún pozo en producción en Venezuela y que, antes de que tuviésemos seguridad de que estos pozos llegasen a existir, teníamos que invertir, obviamente, una suma colosal de dinero. Este negocio es riesgoso, sin duda alguna. ¿Por qué, entonces, decidí acometerlo? Sencillamente, porque pensé que esta gran oferta en Venezuela, aunque implicaba un enorme azar, estaba justificada. Y así ocurrió".
Royal-Dutch Shell adquirió entonces el 51% de las acciones de la Caribbean Petroleum. Dieciocho meses más tarde, el pozo Zumaque-1 comenzaba a producir a razón de 40 metros cúbicos diarios.

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