Juan Miguel Zunzunegui
Nada
es para siempre. No lo fue el mundo bipolar de la guerra fría, donde
Estados Unidos y Unión Soviética peleaban el dominio mundial, y menos
aún podía serlo el mundo unipolar que comenzó en 1992, cuando finalmente
cayó el gigante soviético y dejó un mundo a merced del Destino
Manifiesto y el Sueño Americano. El mundo siempre cambia, todos los
sistemas cambian y siempre nos enfrentamos al hecho de que los más
beneficiados del sistema ya decadente se aferran a él y a su coto de
poder con uñas y dientes. Al final, todos los imperios han caído y
siempre caerán, y todos los sistemas son sustituidos.
El mundo
unipolar encabezado por Estados Unidos de forma absoluta desde 1992 no
fue más que el final de ese mundo que comenzó desde el siglo XVI. Europa
salía de la edad media y el feudalismo fue sustituido por monarquías
capitalistas, comenzó ahí el pleito europeo por dominar el planeta y el
comercio. Resultado de ello los portugueses dominaron las costas
africanas y chinas, los españoles América, los holandeses Indonesia y
los ingleses la India. Europa comenzó un reparto del mundo que terminó
por generar la Primera Guerra Mundial, cuando ya todo el orbe estaba
repartido y las potencias del viejo continente comenzaron a disputarse
los territorios ya ganados. La historia de la Segunda Guerra Mundial es
más fácil de entender; fue la revancha de la Primera. Los mismos contra
los mismos en el Segundo Round.
Con la Segunda Guerra Mundial,
Europa termina un periodo de 300 años en el que se dedicaron a
devastarse recíprocamente. Desde 1618, que comienza la primer guerra
intereuropea todos contra todos, llamada Guerra de los 30 Años, hasta
1945 que, en aniquilar a Alemania se aniquilan todos, todo el mundo
giraba en torno a Europa; pero desde principios del siglo XX dos nuevas
potencias, ambas hijas de los europeos, comenzaban a asomarse en el
universo de las potencias. Estados Unidos es resultado de un siglo de
intolerancia, matanzas y persecuciones religiosas, del que algunos
puritanos protestantes deciden huir en 1618. Se liberaron en 1776, se
aislaron durante el siglo XIX y despertaron a principios del XX. La
Unión Soviética, la potencia comunista, sólo pudo ser posible por un
pensamiento socialista derivado de la ambición y explotación del
capitalismo. Como en la mitología griega, los hijos se comieron al padre
a partir de 1945 y se disputaron la herencia hasta 1992. El hermano
comunista murió asesinado por el capitalista que se empoderó del mundo.
Ese es el fin de la historia, de esa historia.
Todo este poderío
que fue adquiriendo Europa y más adelante sus hijos; la Unión Soviética y
Estados Unidos, está relacionado con un método de producción y con una
idea. El método de producción se fue dando con el tiempo y es el
capitalismo, la idea la inventaron los ilustrados franceses e ingleses,
uno en particular llamado Adam Smith fue su gran promotor: el
liberalismo. Ahora que ante la crisis mundial se repite como dogma y sin
reflexión que esto que vivimos es la crisis final del capitalismo, me
parece adecuado hacer una acotación: el capitalismo no está en crisis,
lo que cae finalmente es el liberalismo. Expliquemos.
El
capitalismo es un método de producción que simplemente genera más
riqueza que ningún otro y se basa en el ciclo simple de producir para
vender, vender para ganar y ganar para reinvertir. Se invierte en
producir más, vender más, ganar más y reinvertir más en producir más y
vender más…, y así hasta el infinito.
Eso no está en crisis. Pero
este método de producción se acompañó de la idea liberal, resumida por
Adam Smith de forma simple: permítase que cada individuo busque
egoístamente su bienestar individual, y esto generará bienestar
colectivo. La idea tiene lógica; cada individuo en busca de su propio
bienestar económico tiene iniciativas, inventiva, hace negocios, forma
empresas, se enriquece, y para crecer requiere de contratar a más gente,
producir más, generar más derrama de dinero. Al final, todos ganan. Así
fue por un tiempo.
Así surgió el mundo de Estados Unidos y
Europa, el mundo occidental, que se basa en una dinámica simple: el
enriquecimiento de los individuos enriquece al Estado y lo hace
poderoso; es decir, un Estado es rico porque sus habitantes lo son. De
esta forma, el gobierno promueve el enriquecimiento del individuo y para
ello le da manga ancha, rienda suelta, permisibilidad absoluta; lo que
sea es válido con tal de enriquecerse. Se dejó la economía en manos del
particular, del inversionista privado.
Algunos pensadores
económicos como Johan Maynard Keynes, o genios matemáticos como John
Nash, ya habían adelantado que ese sistema no funcionaría mucho tiempo.
La razón es simple: el inversionista privado, el capitalista, no tiene
interés en el Estado, tiene interés en enriquecerse. El capitalista no
tiene obligación de ver por la comunidad y el individuo más débil, el
Estado sí. Al capitalista no le importa si el Estado quiebra, si eso
pasa se va a otro; el capital no tiene patria y el capitalista no es
patriótico. Pero el modelo contrario, el soviético, tampoco funcionó, ya
que el Estado asumió toda responsabilidad y mató la iniciativa del
individuo.
Por ahí de la década de los sesenta Europa buscó un
equilibrio al que llamó Estado Benefactor; un Estado que promueve el
desarrollo capitalista y en enriquecimiento de los individuos, para a
través de impuestos se pueda tomar parte de esta riqueza y dar beneficio
a la población entera. Pero su dinámica fue la misma: permitir al
inversionista lo que sea con tal de enriquecerse, dejarle el manejo de
toda la economía. El liberalismo está en crisis, lo que hoy queda claro
es que no se le puede dejar al particular todo el manejo económico. Ver a
Inglaterra, cuna del liberalismo absoluto, nacionalizar sus bancos, da
prueba de que los Estados tratan de echar marcha atrás. Recuperar los
sectores clave de su economía. El capitalista privado ha sido
irresponsable.
Si uno maneja empresas vitales para un Estado,
como los bancos, o las carreteras, o las comunicaciones, o los créditos;
se puede dar el lujo de ser irresponsable y hasta fraudulento, de
quebrar, ya que finalmente el gobierno tendrá que rescatarlo. Eso es lo
que pasa ahora, vivimos la cruda de una enorme y magistral borrachera
del capitalista privado, una monumental guarapeta en la que alteró
números, infló ganancias, inventó dinero inexistente y se hizo
inmensamente rico. Los gobiernos, es decir, todos nosotros, pagamos hoy
las cuentas.
Ahora los jefes de estado discuten qué medidas tomar
para recuperar el control de las economías. Habrá que quitarle un poco
al rico, no hay otra opción. Por eso le llaman crisis. Crisis al final
sólo significa que el de arriba se está guardando el dinero y que no lo
quiere soltar, significa que les van a cerrar un poco el grifo de la
riqueza desmedida, sólo un poquitín, entender que la pobreza extrema
sólo se combate evitando la riqueza extrema.
Si, el Imperio de
hoy está cayendo. No sólo Estados Unidos sino Europa junto con él. Se
preocupen los países ricos, no los pobres, bueno, y los que dependemos
de los ricos. Ante la caída de un mundo siempre nace otro, ese mundo del
siglo XXI que será dominado por Brasil, Rusia, China e India.
Hay
una cosa que tienen en común estas potencias nacientes: Estados ricos
con ciudadanos pobres. Esa es la nueva dinámica del nuevo mundo; ahora
será enriquecer al Estado a costa de la pobreza de sus habitantes, ya
que la única forma que estas naciones emergentes han tenido para
emerger, es regalar mano de obra, generar así empleo de subsistencia
para el ciudadano, pero inversiones millonarias para el Estado, un
Estado que si tiene control de su economía. Esa es otra cosa en común;
Brasil, Rusia, China e India no son liberales, acotan la libertad, unos
poco, como Brasil o India, unos muchos como Rusia y otros del todo como
China.
El capitalismo quizás sobrevivirá reinventado, con menos
libertad, con más responsabilidad del Estado y menos posibilidades para
el inversionista privado. El mundo subsistirá, pero sin Imperio; es la
época de las invasiones bárbaras que siempre surgen tras la caída, que
en gran medida provocaron. Vivimos el final de un sistema, no de la
historia. Todo final parece aniquilador, nunca lo es; tras toda caída
parece que nada nuevo surgirá, siempre surge.
En todo periodo de
transición parece que no hay esperanza, siempre la hay. Ante todo cambio
los poderosos del momento se aferran, siempre caen. Nada es para
siempre. La parte triste; toda crisis es una oportunidad. México nunca
ha aprovechado las oportunidades, estamos ocupados peleando entre
nosotros.
Una vez más tenemos opciones ante nosotros, y no queda
más que esperar que la ruindad y vileza de nuestros políticos, la apatía
del ciudadano y la voracidad de los empresarios mexicanos, no se
interpongan en esta nueva oportunidad. México es el país del mañana…, y
siempre lo será…, lo era en la década de los 40, lo era en la de los
ochenta, lo es en el siglo XXI. México es el país del mañana al que el
mañana nunca llega. Nunca es tarde para cambiar la dinámica de la
historia, claro, si comenzamos a cambiar las mentalidades.
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