El peligroso social-populismo francés
por Juan Ramón Rallo
Decía el otro día el presidente francés Nicolas Sarkozy que la
ruptura del euro supondría el fin de Europa y de la paz. Las
declaraciones sonaban exageradas, pero no es descabellado suponer que un
desmembramiento del euro desembocase en ruinosas y caóticas
devaluaciones competitivas que, a su vez, fueran el germen de un rearme
arancelario que enterrase el mercado común y que, por último,
acrecentara las hostilidades entre países. Ya lo dijo aquel gran liberal
francés del s. XIX, Frédéric Bastiat: “si las mercancías no cruzan las
fronteras, lo harán los soldados”.
Sería muy poco inteligente desdeñar semejante escenario como un catastrofismo sin fundamentos, pues fundamento, por desgracia, sí lo tiene: el fatídico período de Entreguerras europeo donde, uno tras otro, los distintos países del Viejo Continente fueron abandonando la unidad cambiaria que imponía el patrón oro y lanzándose en brazos del nacionalismo monetario y del proteccionismo deletéreo… el resultado de todo ello es de sobras conocido. Así pues, sabidos los riesgos, mejor evitamos volver a tropezar con las mismas piedras, por lejanas e improbables que parezcan.
Hasta aquí, la admonición de Sarkozy no deja de ser un razonable toque de atención a tantos partidarios de la ruptura del euro como irresponsable, expoliadora e ineficaz alternativa al ajuste interno de nuestras economías. Lo que ya no se compadece tan bien con esas palabras es la actitud que a izquierdas y a derechas (mejor dicho, a izquierdas y a izquierdas) está tomando la clase política francesa y, muy en especial, el propio Nicolas Sakorzy.
De entrada, el candidato socialista a la presidencia de la República, François Hollande, apuesta abiertamente por darle la vuelta al proceso de austeridad en el que dicen estar embarcadas la mayoría de naciones europeas. Si este año derrota a Sarkozy en los comicios presidenciales, abogará por un mayor derroche generalizado en toda Europa sufragado por la desinhibida monetización de deuda del Banco Central Europeo. Craso error que sólo depreciará interna y externamente nuestra divisa y que empujará un poco más a Alemania a salirse de esa moneda común que iba a estar basada en el marco y que, al final, se está convirtiendo en un papel moneda de pandereta, similar al dracma, la peseta o la lira.
Mas no es sólo Hollande quien pone en peligro el euro, el mercado común y la paz. El propio Sarkozy, populista hipócrita y demagogo donde los haya, está dado pasos agigantados hacia la disolución de la moneda única promoviendo una devaluación fiscal dentro de su país para torpedear la única vía de escapa a la crisis que tenemos algunas economías como la española: las exportaciones.
En concreto, el Gobierno de Sarkozy gravará con un “IVA social” las importaciones francesas que provengan de países con “bajos costes de producción” –por ejemplo, de China, India, Polonia… y también España–, con el objetivo, a su vez, de minorar las cotizaciones sociales a la industria interna del país. O dicho de otro modo: barreras a la importación y estímulo del gasto interno y de la exportación. El propósito es palmario: frenar el buen comportamiento que están exhibiendo las exportaciones de algunos países periféricos hacia el centro de Europa; sólo las exportaciones españolas a Francia, por ejemplo, están aumentando desde 2009 en torno a un 10% anual
La irresponsabilidad es mayúscula, pues la única manera que tiene la hiperendeudada periferia europea para amortizar las obligaciones que mantiene con el centro del Viejo Continente es vendiéndoles bienes y servicios. No hay otra: si España no puede colocar sus mercancías a sus acreedores (o a los acreedores de sus acreedores) no puede pagar su deuda. Está bien que los consumidores e inversores franceses y alemanes no deban adquirirnos cualquier cosa que les ofrezcamos; pero no lo está en absoluto que, queriendo hacerlo, su Gobierno les obstaculice enormemente la decisión.
Si no podemos (ni debemos) endeudarnos externamente para producir de cara al interior ni tampoco nos dejan que produzcamos para el exterior a objeto de amortizar nuestros pasivos, ¿a qué nos condena el incipiente proteccionismo francés? Pues a quebrar. ¿Y qué pasa si España no paga su deuda? Pues que el euro se rompe, ni más ni menos. Ese escenario que, por lo visto, Sarkozy teme más de palabra que de acción.
Parecería, por consiguiente, que el actual morador del Elíseo se haya vuelto por completo esquizofrénico. Pero la explicación de su comportamiento es bastante más sencilla: en apenas unos meses se enfrenta a unas reñidas elecciones y necesita estimular a corto plazo el empleo en el interior de Francia aun a costa de hundir todavía más a la industria española. La llamada devaluación fiscal encauzará el gasto de los ciudadanos franceses a los más ineficientes productores locales detrayéndolo de unos más competitivos exportadores españoles que comenzaban a remontar el vuelo. En suma, la viabilidad a largo plazo de la moneda y del mercado común puestas en riesgo por el electoralismo más ramplón de uno de sus gobernantes. Nada demasiado sorprendente, dicho sea de paso.
Eso sí, esta lamentable maniobra francesa también debería servir para comprobar por qué se equivocan profundamente quienes abogan por que nuestro país salga del euro y devalúe un 30% o 40% su nueva divisa con tal de ganar terreno en los mercados internacionales sin necesidad de reajustar nuestra estructura productiva interna. Dejando de lado que una devaluación puede provocar una fuga de capitales autoalimentada que termine de hundir a su ejecutor, ¿acaso alguien piensa que el resto de países a quienes perjudicaríamos con nuestra eventual devaluación de caballo se quedarían de brazos cruzados sin, a su vez, devaluar e imponer elevadas barreras arancelarias a nuestros productos?
Que nadie lo sueñe: las devaluaciones competitivas son una carrera hacia el desastre y la pauperización conjunta. Lo que necesitamos es más disciplina monetaria y arancelaria, no menos. Es decir, no necesitamos tropecientas monedas regionales y un mercado europeo atomizado, sino una moneda común que no esté sujeta a las manipulaciones de ningún banco central –tampoco el BCE– y una libertad real de movimientos de personas, capitales y mercancías que tampoco sea susceptible de ser erosionada por populistas demagogos. La cuestión es cómo logramos ambos propósitos con Hollande y Sarkozy en el horizonte. Lo ignoro. Lo que sí puedo decirles es cómo no los logramos: fuera del euro y del mercado común
Sería muy poco inteligente desdeñar semejante escenario como un catastrofismo sin fundamentos, pues fundamento, por desgracia, sí lo tiene: el fatídico período de Entreguerras europeo donde, uno tras otro, los distintos países del Viejo Continente fueron abandonando la unidad cambiaria que imponía el patrón oro y lanzándose en brazos del nacionalismo monetario y del proteccionismo deletéreo… el resultado de todo ello es de sobras conocido. Así pues, sabidos los riesgos, mejor evitamos volver a tropezar con las mismas piedras, por lejanas e improbables que parezcan.
Hasta aquí, la admonición de Sarkozy no deja de ser un razonable toque de atención a tantos partidarios de la ruptura del euro como irresponsable, expoliadora e ineficaz alternativa al ajuste interno de nuestras economías. Lo que ya no se compadece tan bien con esas palabras es la actitud que a izquierdas y a derechas (mejor dicho, a izquierdas y a izquierdas) está tomando la clase política francesa y, muy en especial, el propio Nicolas Sakorzy.
De entrada, el candidato socialista a la presidencia de la República, François Hollande, apuesta abiertamente por darle la vuelta al proceso de austeridad en el que dicen estar embarcadas la mayoría de naciones europeas. Si este año derrota a Sarkozy en los comicios presidenciales, abogará por un mayor derroche generalizado en toda Europa sufragado por la desinhibida monetización de deuda del Banco Central Europeo. Craso error que sólo depreciará interna y externamente nuestra divisa y que empujará un poco más a Alemania a salirse de esa moneda común que iba a estar basada en el marco y que, al final, se está convirtiendo en un papel moneda de pandereta, similar al dracma, la peseta o la lira.
Mas no es sólo Hollande quien pone en peligro el euro, el mercado común y la paz. El propio Sarkozy, populista hipócrita y demagogo donde los haya, está dado pasos agigantados hacia la disolución de la moneda única promoviendo una devaluación fiscal dentro de su país para torpedear la única vía de escapa a la crisis que tenemos algunas economías como la española: las exportaciones.
En concreto, el Gobierno de Sarkozy gravará con un “IVA social” las importaciones francesas que provengan de países con “bajos costes de producción” –por ejemplo, de China, India, Polonia… y también España–, con el objetivo, a su vez, de minorar las cotizaciones sociales a la industria interna del país. O dicho de otro modo: barreras a la importación y estímulo del gasto interno y de la exportación. El propósito es palmario: frenar el buen comportamiento que están exhibiendo las exportaciones de algunos países periféricos hacia el centro de Europa; sólo las exportaciones españolas a Francia, por ejemplo, están aumentando desde 2009 en torno a un 10% anual
La irresponsabilidad es mayúscula, pues la única manera que tiene la hiperendeudada periferia europea para amortizar las obligaciones que mantiene con el centro del Viejo Continente es vendiéndoles bienes y servicios. No hay otra: si España no puede colocar sus mercancías a sus acreedores (o a los acreedores de sus acreedores) no puede pagar su deuda. Está bien que los consumidores e inversores franceses y alemanes no deban adquirirnos cualquier cosa que les ofrezcamos; pero no lo está en absoluto que, queriendo hacerlo, su Gobierno les obstaculice enormemente la decisión.
Si no podemos (ni debemos) endeudarnos externamente para producir de cara al interior ni tampoco nos dejan que produzcamos para el exterior a objeto de amortizar nuestros pasivos, ¿a qué nos condena el incipiente proteccionismo francés? Pues a quebrar. ¿Y qué pasa si España no paga su deuda? Pues que el euro se rompe, ni más ni menos. Ese escenario que, por lo visto, Sarkozy teme más de palabra que de acción.
Parecería, por consiguiente, que el actual morador del Elíseo se haya vuelto por completo esquizofrénico. Pero la explicación de su comportamiento es bastante más sencilla: en apenas unos meses se enfrenta a unas reñidas elecciones y necesita estimular a corto plazo el empleo en el interior de Francia aun a costa de hundir todavía más a la industria española. La llamada devaluación fiscal encauzará el gasto de los ciudadanos franceses a los más ineficientes productores locales detrayéndolo de unos más competitivos exportadores españoles que comenzaban a remontar el vuelo. En suma, la viabilidad a largo plazo de la moneda y del mercado común puestas en riesgo por el electoralismo más ramplón de uno de sus gobernantes. Nada demasiado sorprendente, dicho sea de paso.
Eso sí, esta lamentable maniobra francesa también debería servir para comprobar por qué se equivocan profundamente quienes abogan por que nuestro país salga del euro y devalúe un 30% o 40% su nueva divisa con tal de ganar terreno en los mercados internacionales sin necesidad de reajustar nuestra estructura productiva interna. Dejando de lado que una devaluación puede provocar una fuga de capitales autoalimentada que termine de hundir a su ejecutor, ¿acaso alguien piensa que el resto de países a quienes perjudicaríamos con nuestra eventual devaluación de caballo se quedarían de brazos cruzados sin, a su vez, devaluar e imponer elevadas barreras arancelarias a nuestros productos?
Que nadie lo sueñe: las devaluaciones competitivas son una carrera hacia el desastre y la pauperización conjunta. Lo que necesitamos es más disciplina monetaria y arancelaria, no menos. Es decir, no necesitamos tropecientas monedas regionales y un mercado europeo atomizado, sino una moneda común que no esté sujeta a las manipulaciones de ningún banco central –tampoco el BCE– y una libertad real de movimientos de personas, capitales y mercancías que tampoco sea susceptible de ser erosionada por populistas demagogos. La cuestión es cómo logramos ambos propósitos con Hollande y Sarkozy en el horizonte. Lo ignoro. Lo que sí puedo decirles es cómo no los logramos: fuera del euro y del mercado común
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