La
búsqueda, detención y juicio de alguna de las Torres es una aguja en un
pajar de corrupción generalizada que se viene denunciando desde hace
tiempo, producto de una suerte de “cultura política consentida y
tolerada” que practican quienes, sin vergüenza y con descaro manifiesto,
hacen lo que les viene en gana. El caso Torres no es el único que
evidencia el saqueo de recursos estatales. Nunca he visto cómo gasta los
fondos asignados la Usac. La tricentenaria debe tres siglos de claridad
y transparencia en el uso de dinero público.
Los ingresos, desperdigados por el presupuesto, son difíciles de
determinar y mucho menos conocer con certeza el costo por estudiante,
puesto que al contar con más del triple de los que ingresan cada cinco
años, hace que cada graduado le salga al erario público —a los que
pagamos impuestos— tan caro como si estudiara en Harvard. Eso sin
contabilizar cómo y quiénes gestionan los ingresos por parqueo, las
matrículas, los pagos mensuales o las tienditas que pululan en el
interior. Seguro no se invierte ni en mejoras tecnológicas ni en
infraestructura. Una incógnita no desvelada a la fecha por ningún ente
fiscalizador.
Otra fuente de corrupción es el fondo rotativo del Congreso. Cada
bancada —según el número de diputados— la junta directiva, las
comisiones de trabajo y la administración tienen asignada una cantidad
para gasto discrecional —Q300 mil/mes aproximadamente—. La caja chica se
ha convertido en arca escandalosa. El diputado Taracena, retornado de
su honeymoon, admite en una liquidación —noviembre 2011—, cinco facturas
de un tal Jorge Alfonso Samayoa Arroyave por igual valor de Q5 mil 250
cada una —total de Q26 mil 250— y otras siete de la misma persona —en
otra liquidación diferente— por un total de Q36 mil 750. Las 12 facturas
con numeración correlativa —¿Samayoa solo factura a don Mario?— no se
corresponden con el orden de la fecha, ¡Ah!, y aprobadas por los
auditores del Congreso.
En todas las bancadas y comisiones se observan recibos por montos
enormes que alimentarían a más de un centenar de personas de las que se
mueren de hambre mientras los “notables” tragan a destajo, se lo chupan
en restaurantes y cevicheras o incluso compran en una librería católica,
algo que no consigo entender, salvo que sea un prontuario de oraciones
para salvar sus corrompidas almas. La Primera Secretaría del Congreso
gasta demasiado en la gasolinera Marte —dos o tres veces al día, fines
de semana incluidos— y en el restaurante La Marea, donde el marisco le
relaja la moral. La comisión de probidad desembolsa sistemáticamente el
dinero de cada mes —Q3 mil— en dos sentadas de comida rápida Bethel con
facturas de cuestionada numeración. La comisión del menor y de la
familia liquida múltiples recibos de comida rápida que alimentan a
diputados para que comprendan mejor a los niños. Los unionistas, a punto
de desaparecer, celebran continuamente en la fonda de Don Nayo con
montos cada uno de alrededor de Q3 mil. La URNG, muy revolucionaria y de
izquierdas, aprovecha algunos fines de semana en el hotel Miralvalle.
Unión Democrática gusta de la comida española de la zona 13 y el
diputado Reynabel Estrada gasta en hotel y cafetería Kimberly y en
cafetería Yosselin cerca de Q15 mil en tres días —uno domingo—. Negocios
de familia, propios o de amigos. ¡Corrupción a fin de cuentas! Muchos
ciudadanos honrados trabajan duro diariamente para que ciertos caraduras
despilfarren nuestros recursos. Aun así somos agraciados, miles mueren
de hambre sin enterarse de todo esto. ¡Qué basura! ¡Qué asco! ¡Qué poca
vergüenza!
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