20 enero, 2012

Las apariencias no engañan


Francisco Martín Moreno

En el México precolombino la intolerancia política adquirió carta de naturalización a lo largo y ancho de Mesoamérica. Durante dos siglos de fecunda existencia de la civilización mexica, los tlatoanis ejercieron el autoritarismo a su máxima expresión. Basta recordar cómo Moctezuma Xocoyotzin prohibía a sus súbditos la posibilidad de verlo a los ojos.

El gobierno de un solo hombre, a quien todos tenían que someterse, continuó su devastadora presencia durante los 300 años de la Colonia. Siempre alguien tenía que decidir por los demás. Los mexicanos requeríamos la presencia de una voz fuerte e impositiva que dirigiera nuestra vida para huir de toda responsabilidad individual.


La libertad de expresión y la libre determinación de la sociedad casi nunca existió y cuando finalmente existió en la ley, ésta tardó años y más años en respetarse.


En el siglo XIX, después de la Independencia, continuamos, como bien lo decía Enrique González Pedrero, siendo “el país de un solo hombre”, en el que los representantes de las instituciones escasamente llegaban a ejercer las facultades contenidas en la ley. La voluntad del patriarca era irrefutable. El país era dirigido de acuerdo a los estados de ánimo del líder político en turno. Imposible olvidar la patética figura de Santa Anna, quien volvió once veces al máximo poder presidencial.


En el siglo XX continuamos siendo “el país de un solo hombre”, llamado Porfirio Díaz o Victoriano Huerta o Venustiano Carranza o Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles hasta la instalación del Maximato, que tiempo después se convirtió en la “dictadura perfecta” fundada por Lázaro Cárdenas, quien también nombraba ministros, jueces, diputados, senadores, gobernadores, ignorando cualquier principio basado en la división de poderes.


¿Lo anterior ya cambió? La verdad es que se ha intentado con muy poco éxito guardar las apariencias y, por ende, si bien es cierto que ya no somos “el país de un solo hombre”, ahora somos el país de tres o cuatro hombres...


Me explico: el PAN, un partido supuestamente demócrata, la semana pasada demostró todo lo contrario, desde el momento en que Calderón impuso a Isabel Wallace, por quien yo guardo una admiración ilimitada, con un sonoro manotazo desde Los Pinos: ¡Adiós consultas a las bases, debates y encuestas para disimular formalmente la maniobra! Nada: es la señora Wallace.


Final de la conversación ante el sorprendente silencio de todos los panistas. Sólo que hay más: en lo que hace a la candidatura perredista para gobernar el DF, resulta evidente que Mancera es el hombre de Ebrard, quien lo impuso disfrazando la elección interna con una encuesta similar a aquélla por la cual el actual jefe de Gobierno renunció a su candidatura por la Presidencia, muy a pesar de que él era, sin duda alguna, el líder de izquierda que este país requiere como un enfermo demanda la mascarilla de oxígeno.


Mancera no será impuesto por un manotazo, sino que se simuló una votación democrática entre perredistas para tratar de elevarlo hasta la máxima jerarquía política de la Ciudad de México. Las apariencias siguen sin engañar.


En lo que hace a Beatriz Paredes es evidente, a ojos vistas, que ella representa la mejor propuesta del PRI. El tricolor no cuenta con ningún adversario con la suficiente personalidad política como para enfrentarla. Nadie discutiría su candidatura.


Otro aspecto en el que las apariencias tampoco engañan consiste en advertir las limitaciones relativas a las campañas presidenciales. La ley establece ciertas restricciones absurdas para regular las campañas electorales. Sin embargo, candidatos y precandidatos llevan a cabo sus promociones para convencer al electorado aunque extraoficialmente no se pueda estar todavía en un proceso electoral abierto.


¿Quién, con dos dedos de frente, es capaz de decir que López Obrador, Peña Nieto o los tres candidatos panistas, no están en campaña abierta por Los Pinos? ¿Por qué nos engañamos? ¿Por qué la hipocresía? ¿Por qué las mentiras, los dobleces, los embustes y las apariencias cuando es evidente que los aspirantes a la primera magistratura recorren el país de arriba a abajo en busca de prosélitos, disimulando sus recorridos para no incurrir en alguna irregularidad penada por la ley?


Es evidente entonces que las apariencias no engañan y que la señora Wallace es la candidata de Calderón: él la impuso contra viento y marea al más puro estilo de los tlatoanis. Es irrefutable que Mancera es el hombre de Ebrard, quien por lo menos recurrió a maniobras políticas para disfrazar su imposición política.


La forma es fondo. Las apariencias tampoco engañan cuando es claro que, por más restricciones e impedimentos que contenga la ley electoral, los candidatos o precandidatos a la Presidencia ya están en abierta campaña presidencial cuidando los aspectos que pudieran ser sancionados por la autoridad.


En el PRI manda Peña Nieto y nadie se le opone. En el PAN gobierna Calderón y todos se someten. En el PRD hace lo propio López Obrador sin que nadie tenga la debida personalidad de saltar a la arena.


Hoy ya no somos “el país de un solo hombre”, sino el de tres hombres. Vamos mejorando… Los militantes son figuras decorativas, tal y como ocurría con los caciques, los caudillos, los jefes máximos, los primeros jefes y los infalibles intérpretes de la voluntad popular. Es decir, las apariencias no engañan.

No hay comentarios.: