Francisco Martín Moreno
En el México precolombino la
intolerancia política adquirió carta de naturalización a lo largo y ancho de
Mesoamérica. Durante dos siglos de fecunda existencia de la civilización
mexica, los tlatoanis ejercieron el autoritarismo a su máxima expresión. Basta
recordar cómo Moctezuma Xocoyotzin prohibía a sus súbditos la posibilidad de
verlo a los ojos.
El gobierno de un solo hombre, a
quien todos tenían que someterse, continuó su devastadora presencia durante los
300 años de la Colonia. Siempre alguien tenía que decidir por los demás. Los
mexicanos requeríamos la presencia de una voz fuerte e impositiva que dirigiera
nuestra vida para huir de toda responsabilidad individual.
La libertad de expresión y la libre
determinación de la sociedad casi nunca existió y cuando finalmente existió en
la ley, ésta tardó años y más años en respetarse.
En
el siglo XIX, después de la Independencia, continuamos, como bien lo decía
Enrique González Pedrero, siendo “el país de un solo hombre”, en el que los
representantes de las instituciones escasamente llegaban a ejercer las
facultades contenidas en la ley. La voluntad del patriarca era irrefutable. El
país era dirigido de acuerdo a los estados de ánimo del líder político en
turno. Imposible olvidar la patética figura de Santa Anna, quien volvió once
veces al máximo poder presidencial.
En
el siglo XX continuamos siendo “el país de un solo hombre”, llamado Porfirio
Díaz o Victoriano Huerta o Venustiano Carranza o Álvaro Obregón o Plutarco
Elías Calles hasta la instalación del Maximato, que tiempo después se convirtió
en la “dictadura perfecta” fundada por Lázaro Cárdenas, quien también nombraba
ministros, jueces, diputados, senadores, gobernadores, ignorando cualquier
principio basado en la división de poderes.
¿Lo
anterior ya cambió? La verdad es que se
ha intentado con muy poco éxito guardar las apariencias y, por
ende, si bien es cierto que ya no somos “el país de un solo hombre”, ahora
somos el país de tres o cuatro hombres...
Me
explico: el PAN, un partido supuestamente demócrata, la semana pasada demostró
todo lo contrario, desde el momento en que Calderón impuso a Isabel Wallace,
por quien yo guardo una admiración ilimitada, con un sonoro manotazo desde Los
Pinos: ¡Adiós consultas a las bases, debates y encuestas para disimular
formalmente la maniobra! Nada:
es la señora Wallace.
Final
de la conversación ante el sorprendente
silencio de todos los panistas. Sólo que hay más: en lo que
hace a la candidatura perredista para gobernar el DF, resulta evidente que
Mancera es el hombre de Ebrard, quien lo impuso disfrazando la elección interna
con una encuesta similar a aquélla por la cual el actual jefe de Gobierno
renunció a su candidatura por la Presidencia, muy a pesar de que él era, sin
duda alguna, el líder de izquierda que este país requiere como un enfermo
demanda la mascarilla de oxígeno.
Mancera
no será impuesto por un manotazo, sino que se simuló una votación democrática entre
perredistas para tratar de elevarlo hasta la máxima jerarquía política de la
Ciudad de México. Las apariencias siguen sin engañar.
En
lo que hace a Beatriz Paredes es evidente, a ojos vistas, que ella representa
la mejor propuesta del PRI. El tricolor no cuenta con ningún adversario con la
suficiente personalidad política como para enfrentarla. Nadie discutiría su
candidatura.
Otro
aspecto en el que las apariencias tampoco engañan consiste en advertir las
limitaciones relativas a las campañas presidenciales. La ley establece ciertas restricciones absurdas para
regular las campañas electorales. Sin embargo, candidatos y precandidatos
llevan a cabo sus promociones para convencer al electorado aunque
extraoficialmente no se pueda estar todavía en un proceso electoral abierto.
¿Quién,
con dos dedos de frente, es capaz de decir que López Obrador, Peña Nieto o los
tres candidatos panistas, no están en campaña abierta por Los Pinos? ¿Por qué
nos engañamos? ¿Por qué la hipocresía? ¿Por qué las mentiras, los dobleces, los
embustes y las apariencias cuando es evidente que los aspirantes a la primera
magistratura recorren el país de arriba a abajo en busca de prosélitos,
disimulando sus recorridos para no incurrir en alguna irregularidad penada por
la ley?
Es
evidente entonces que las apariencias no engañan y que la señora Wallace es la
candidata de Calderón: él la impuso contra viento y marea al más puro estilo de
los tlatoanis. Es irrefutable que Mancera es el hombre de Ebrard, quien por lo
menos recurrió a maniobras políticas para disfrazar su imposición política.
La
forma es fondo. Las apariencias tampoco engañan cuando es claro que, por más
restricciones e impedimentos que contenga la ley electoral, los candidatos o
precandidatos a la Presidencia ya están en abierta campaña presidencial
cuidando los aspectos que pudieran ser sancionados por la autoridad.
En
el PRI manda Peña Nieto y nadie se le opone. En el PAN gobierna Calderón y
todos se someten. En el PRD hace lo propio López Obrador sin que nadie tenga la
debida personalidad de saltar a la arena.
Hoy
ya no somos “el país de un solo hombre”, sino el de tres hombres. Vamos
mejorando… Los militantes son figuras decorativas, tal y como ocurría con los
caciques, los caudillos, los jefes máximos, los primeros jefes y los infalibles
intérpretes de la voluntad popular. Es decir, las apariencias no engañan.
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