14 enero, 2012

Sergio García Ramírez y la censura a El Diario de la CIA

Sergio García Ramírez y la censura a El Diario de la CIA

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Todos los personajes públicos tienen una historia y un pasado. Algunos pasajes surgen con el tiempo. Este es el caso de Sergio García Ramírez, flamante consejero del Instituto Federal Electoral, reconocido jurista, priista y ex funcionario, quien a su paso por la Secretaría de Gobernación durante el sexenio de Luis Echeverría Alvarez fue depositario de muchos secretos, entre ellos uno de aparentemente menor dimensión: cómo se censuró desde esas oficinas la publicación en español del libro El diario de la CIA porque en sus páginas se atribuía al entonces Presidente mexicano ser un colaborador de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. Esta es la historia.
Por Jacinto Rodríguez Munguía*
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Esta historia podría comenzar así: hubo una vez un editor español llamado Juan Grijalbo que quiso publicar la versión en español de uno de los libros más polémicos de la década de los setenta: Inside the Company: CIA Diary. Pero este editor no contaba con que el entonces presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, haría uso de todos sus recursos para impedirlo. Entonces Juan Grijalbo rogó, propuso cambios al texto original –como suavizar el efecto del contenido con un prólogo hecho por algún intelectual amigo del Presidente, casi dictado por el Presidente–, pero nada.


Y es que cuando Echeverría decía no, era un no definitivo.
El fondo del enojo de Echeverría era que en El diario de la CIA, escrito por el ex agente Philip Agee, se hace referencia a él y a su antecesor, Gustavo Díaz Ordaz, como informantes privilegiados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
La historia de esta confrontación quedó registrada en cartas y notas de emergencia entre
Juan Grijalbo; el entonces titular de la Secretaría de Gobernación, Mario Moya Palencia, y otros funcionarios –como el hoy consejero electoral Sergio García Ramírez–, a fin de convencer a Echeverría de que permitiera su publicación en México.
La historia documentada comienza así:
En octubre de 1974 la editorial Penguin Books Ltd. presentó la primera edición en inglés de Inside the Company: CIA Diary. En esos días, los agentes literarios de Penguin hicieron contacto con la representación de Editorial Grijalbo, SA, en Inglaterra, ofreciendo los derechos del libro para su edición en español en ocho mil dólares como adelanto, a cuenta de unas regalías de 10 por ciento.
En ese primer momento, editorial Grijalbo no aceptó ninguna compra de derechos en tanto no leyera el manuscrito. Al menos eso le explicaría al gobierno mexicano.
Pero en noviembre otro documento cuenta que el libro había sido ya revisado por expertos de Grijalbo. El 22 de noviembre de ese año, José Ramón Enríquez, del Departamento de Producción de la editorial, hizo un primer acercamiento de análisis y evaluación de los riesgos de publicar el libro de Agee en español.
Luego de revisar el contenido, propuso algunos cambios para que la edición pasara los filtros de la censura de los gobiernos latinoamericanos, particularmente el de México. Para ello, hizo un trabajo de análisis más fino en los pasajes “delicados” de la obra Inside the Company: The CIA Diary.
De entrada, advertía: “Considero, en principio, que cuanto ataña a presidentes de la República que han terminado su mandato –de modo especial a Díaz Ordaz– es publicable.
“No así lo referente al actual mandatario, Luis Echeverría, sobre todo cuando tan directa mente se señala como estrecho colaborador de la CI A”.
Enríquez planteaba otras consideraciones.
“Los párrafos en cuestión podrían suprimirse sin que la historia se viera afectada (…) Echeverría en esa época no fue el principal. Sin embargo (…) el autor es reacio a las modificaciones en el texto, mi opinión es que se suavicen intentando que no pierdan su carga. En un solo caso sí considero que deberían cortarse íntegramente algunas líneas”.
Ya en la tarea de disección fina del contenido, sugirió atender una serie de párrafos “delicados”:
« 1.- El primer párrafo (sin número de página), el 2º de la página 523 y el 1º de la 524, pueden ser publicados tal como están por no hacer referencia a Echeverría.
2.- En la página 507, dice: “El otro día, un cable RYART llegó de Mexico City mostrando cómo trabaja el sistema. El jefe de la Estación fue puesto al corriente por Luis Echeverría, el ministro del Interior, de que había sido seleccionado secretamente para ser el próximo Presidente.
Echeverría es ahora el famoso “tapado” que el Partido Revolucionario Institucional ha escogido para ser el nuevo Presidente. Aunque Echeverría lo dijo de manera indirecta, el jefe de la Estación no duda de que fuera iniciado en el secreto intencionalmente, aunque las elecciones no se harán hasta 1970”.
Sugiero que diga: “El otro día, un cable RYART llegó de la ciudad de México, mostrando cómo trabaja el sistema. Aunque en forma indirecta, el jefe de la Estación fue puesto al corriente por el secretario de Gobernación de que había sido seleccionado secretamente para ser el próximo Presidente. A pesar de que el informe no se hizo de modo directo, el jefe de la Estación no duda de que se le inició intencionalmente en el secreto de las elecciones que se harán en 1970.
Echeverría es ahora el famoso “tapado” que el PRI ha escogido para ser el nuevo presidente”.
3.- En la página 523, dice: “En la cumbre de la operación LITEMPO está el presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz, quien ha trabajado íntimamente con la Estación desde que fue nombrado secretario de Gobernación en la administración de Adolfo López Mateos. Scott desarrolló también una colaboración muy estrecha con López Mateos y, desde que Díaz Ordaz fue nombrado Presidente hace dos años, Scott ha trabajado estrechamente con el actual ministro del Interior Luis Echeverría. Al frente están el Presidente y el actual ministro del Interior que será elegido en la segunda vez consecutiva por los líderes del PRI para pasar de la seguridad interna a la Presidencia”.
…Siendo precisamente aquí donde la acusación contra Echeverría de ser empleado de la CIA es más directa, sugiero por tanto que se supriman las líneas finales, quedando así: En la cumbre de la operación LITEMPO está el presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz, quien ha trabajado íntimamente con la Estación desde que fue nombrado secretario de Gobernación en la administración de Adolfo López Mateos (1958-64), con quien Scott desarrolló también una colaboración muy estrecha. »
De todos modos, explicaba José Ramón Enríquez, “finalmente como colaborador de Díaz Ordaz, Echeverría queda implicado, aun sin la virulencia de un apóstrofo directo”.
Su comentario final fue: “Los cambios propuestos, aunque la suavicen, no suprimen la relación de Echeverría con la CIA; tampoco afectan el sentido del texto. De cualquier forma, la editorial podría, en la página legal, especificar que no se hace partícipe de las opiniones del autor y que éste únicamente asume la responsabilidad por sus afirmaciones”.
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Sabedor de la reacción del Presidente, conocedor de la irritabilidad del gobierno mexicano a las críticas, a las revelaciones de sus errores políticos y sus turbulentas relaciones con Estados Unidos, Juan Grijalbo comenzó, a partir de enero de 1975, la difícil tarea de convencer a Echeverría de que le permitiera la publicación del libro en su versión en español.
Con la inteligencia que caracteriza a los editores, sobre todo en esa época de gobiernos dictatoriales o cuando menos autoritarios, Juan Grijalbo le envió, a través de Gobernación, una larga carta en la que explica detalle a detalle lo “difícil” que representa para la editorial saber del contenido del libro, pero con toda la intención de ablandar la actitud de Echeverría a fin de que autorizara la edición.
Le cuenta que el manuscrito de Inside The Company: CIA Diary le había sido enviado en octubre de 1974 para su revisión, “encontrándome con la desagradable sorpresa que contenía calumnias contra el actual presidente mexicano Lic. Luis Echeverría Álvarez y su predecesor Lic. Gustavo Díaz Ordaz”.
Que esos contenidos lo habían obligado a escribir al agente literario de Penguin Books para explicarle que no estaría en condiciones de editar el libro y solamente podría hacerse si el autor se retractara de sus ataques contra los funcionarios mencionados, a lo que el autor se había negado.
Es más, le dice Juan Grijalbo el 18 de diciembre: “Consideramos que dicho libro era lesivo para los intereses de México, así que por ningún concepto podríamos hacernos cómplices de las calumnias máxime tratándose del presidente Lic. Luis Echeverría Álvarez y por ello declinamos la oferta de Penguin Books para editar dicho libro”.
Eso, advierte, los salvaba de haber cometido delito alguno ya que todo había quedado en una operación normal que se da en el medio editorial de oferta de un libro entre agente y editor.
Sin embargo, Grijalbo explica que habían recibido la invitación de parte del gobierno mexicano para cooperar con él comprando los derechos de este libro y así tener “la oportunidad” de analizar detenidamente las calumnias que contenía.
Sólo que en caso de aceptar esa “sugerencia”, para Grijalbo firmar un contrato de un libro que no se editaría, representaría una pérdida de 8 mil dólares, “situación del todo injusta para nosotros ya que, como lo hemos explicado ampliamente, en ningún momento hemos sido cómplices del autor”.
En efecto, Gobernación había realizado sus propias investigaciones y tenían confirmado que Grijalbo no había pagado ningún dólar por los derechos de autor; sin embargo, la oferta seguía abierta y tenían un plazo de 15 días para concertar el trato.
Pero la estrategia de Grijalbo iba más allá. A partir del séptimo párrafo, le recuerda que diversos medios periodísticos en América Latina habían hecho eco ya del contenido del libro. En México había sido Excélsior.
Y suelta la provocación: “En el remoto caso de que nosotros aceptáramos comprar el libro, el contrato tiene una cláusula en la cual se específica que debe salir a la venta dentro de los 18 meses siguientes. Si lo compramos y no lo editamos, se perderían los derechos por caducar el contrato, por lo que habría mucha gente interesada en comprar dichos derechos, pues el tema es muy comercial y habría gente sin escrúpulos interesada en editarlo, concretamente los editores españoles y argentinos… También existe el factor de los editores clandestinos que están a la espera de una oportunidad como la que se les puede presentar si no se edita el libro para hacerlo ellos por su cuenta y riesgo, valiéndose del anonimato para circularlo en España y Latinoamérica”.
Planteados todos los “peligrosos” escenarios, Grijalbo propone varias salidas, las más “cómodas y convenientes” para el gobierno mexicano; eso sí, siempre y cuando se contara con la aprobación del Presidente.
Preparado el terreno con todas las advertencias previas, Grijalbo considera negativo que se tratara de impedir la publicación del libro del ex agente de la CIA.
Se debería editar y difundir:
«…suprimiendo las calumnias contra el Lic. Luis Echeverría Álvarez y circularlo en nuestra área idiomática, aunque existe el peligro de que cuando aparezca a la venta, las especulaciones sobre lo que se dejó de decir o lo que se dijo sean contrarias a la libertad de prensa y más grave de lo que en realidad pueden ser estas suposiciones.
También existiría la posibilidad de editarlo en forma íntegra, para lo cual se acompañan copias fotostáticas de los párrafos que al haberse traducido encontramos que eran calumniosos; en dichos párrafos se calumnia al Presidente y que los periódicos han publicado, desatándose polémicas como la que se acompaña de Excélsior, en la cual Gabriel García Márquez declara que no está de acuerdo con las impugnaciones que se hacen en dicho libro, tomando en cuenta que el Lic. Echeverría, a través de su mandato presidencial se ha convertido en ciudadano universal y el daño que ha hecho dicho libro, editado hasta el momento en lengua inglesa, podría proseguir al editarse en francés, alemán, portugués, etc.
Y al no encontrarse la versión en español, el público haría sus conclusiones, que por desgracia no considero que podrían ser justas, por ello podríamos, a petición del gobierno mexicano, publicar el libro íntegro acompañado de un pró-logo o epílogo de algún escritor mexicano o latinoamericano que sea mundialmente conocido como Octavio Paz, Carlos Fuentes, o el mismo Gabriel García Márquez, en el que se aclare plenamente que los párrafos del libro calumniando al señor presidente, son totalmente injustos, ya que el mismo Philip Agee hizo la siguiente declaración en Excélsior de enero 1975:
“He notado ciertas conclusiones o interpretaciones falsas difundidas por agencias de noticias que todavía no han leído mi libro. En cuanto a la actitud del actual presidente de México, Lic. Luis Echeverría, he dicho solamente que siendo secretario de Gobernación seguía la política del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, de mantener relaciones con la CIA en varios niveles dentro de las fuerzas de seguridad de México.
“Aclaro que James Noland, jefe de la CIA en México en 1970, salió repentinamente de ese país cuando su actual Presidente tomó el poder, cosa muy rara cuando había estado solamente un año en México. Interpreto su salida, entre otras indicaciones, como evidencia de un rompimiento del actual presidente mexicano con la CIA al comienzo de su administración.
“Espero que lo que cuento en el libro sobre vinculaciones de anteriores administraciones mexicanas con la CIA no sea utilizado por la reacción mexicana en sus esfuerzos para impedir los programas progresistas de la actual administración mexicana contra el imperialismo”. »
Con estas declaraciones de Philip Agee, recogidas en la citada carta, la editorial Grijalbo insiste en su labor de convencimiento y da la pauta para transformar el libro, “que podría ser una conjura Internacional contra México, y convertirlo en un vehículo que demuestre que, al tomar el poder Echeverría, México ha vivido los últimos cuatro años una era de democracia nunca conocida hasta la fecha”.
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Sin duda el esfuerzo era bueno, pero insuficiente.
Al menos en ese momento la respuesta fue no.
La edición del libro en español no salió al mercado. Así lo demuestran las cartas que un año después regresaban a la oficina del secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, y del subsecretario, Sergio García Ramírez.
Lo que se deduce es que, si bien el libro no había sido puesto a la venta, los derechos de autor sí habían sido adquiridos por la editorial Grijalbo.
La siguiente referencia sobre el caso tiene fecha de febrero de 1976. En la bitácora sobre la relación de documentos que García Ramírez envió a Moya Palencia para asuntos a tratar, como número 21 aparece la siguiente mención: “Llamados del Sr. Juan Grijalbo para definir su actitud frente a la edición del libro”.
Esto se refuerza con la tarjeta informativa que el mismo García Ramírez elaboró sobre el caso. Con fecha del 17 de febrero de ese año, le dice a Moya Palencia:
“Me permito elevar a su consideración los documentos que en pasada fecha recibí, de acuerdo con sus apreciables instrucciones, del señor Grijalbo. Las posibilidades que éste y el señor (Luis) Spota ven al respecto son las siguientes:
“1.- Dejar pasar el tiempo, perdiéndose los derechos de edición de la obra (pérdida económica que el señor Grijalbo está dispuesto a soportar), con el riesgo de que la misma se publique en breve plazo por algún otro editor en español.
“2.- Editar la obra en su integridad, tomando en cuenta que ya ha circulado ampliamente en inglés y que puede conseguirse en México en ese idioma. También se menciona el hecho de que las partes más molestas de la obra fueron difundidas o mencionadas por Excélsior.
“3.- Publicar la obra con una ‘mala traducción’ o con un franco cambio de las líneas cuestionables. El señor Grijalbo no parece estar muy seguro de que el autor aceptara de buen grado esta versión, por lo que quizá preferiría hacerlo sin consultarle, afrontando las consecuencias, en caso de haberlas, como una decisión persona l”.
El 26 de febrero de 1976, García Ramírez insistió con Moya Palencia. “Me llamó desde España el señor Juan Grijalbo, encareciéndome hacer a usted un muy respetuoso recordatorio sobre el asunto que tiene pendiente, porque –según indica– tiene especial urgencia en resolver la edición del libro”.
La respuesta fue el silencio.
El último aliento, al menos eso podría deducirse a partir de los documentos localizados en el Archivo General de la Nación, es una carta de puño y letra de Juan Grijalbo a Sergio García Ramírez el 9 de marzo de 1976.
“Gracias por sus líneas del 23 de febrero, así como por su atención de ponerse al teléfono cuando le llamé el otro día referente al asunto que le expuse con Luis Spota y mi gerente Andrés León.
“Sigue en suspenso toda la operación, y con el mayor respeto le recuerdo que el 7 de abril perdemos todos los derechos que teníamos para la edición castellana.
“Con abrazo. Firma Juan Grijalbo”.
***
Busqué a Sergio García Ramírez para hablar de sus tarjetas sobre la censura aplicada al libro El diario de la CIA, pues él era entonces subsecretario de Gobernación, sus jefes eran Mario Moya Palencia y el presidente Luis Echeverría Álvarez.
El primer contacto se dio por correo electrónico. A pesar de contar en ese tiempo, agosto de 2005, con una agenda apretada en su calidad de presidente de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, respondió con rapidez.
Su respuesta fue breve: “Agradezco su atención. No recuerdo al señor Agee ni tengo presente ninguna intervención como la que se menciona en su mensaje. S. García Ramírez”. Me proporcionaba los números de su cubículo en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
Días después llamó y me reiteró no tener recuerdo alguno de lo que le planteaba, aunque aceptaba recibirme la mañana del 24 de agosto de 2005.
Me invitó a lo que parecía más un despacho que un cubículo universitario. Comenzamos hablando de todo un poco y todo iba bien hasta que le pedí me permitiera grabar sus palabras. Entonces, García Ramírez antepuso un muro: “No, sin antes ver los documentos. Si no veo los documentos, no puedo autorizarle que grabe”.
–Primero lo grabo y luego le muestro los documentos.
–Si usted no me muestra los documentos, no le autorizo grabar –dijo, dispuesto a no negociar ni una palabra más.
Él ganaba. Miró las tarjetas, la carta de Juan Grijalbo, una hoja de sus bitácoras como subsecretario de Gobernación.
Cuando aceptó que lo grabara, apenas cedió unos milímetros. Y luego de la descripción general de los documentos que tenía ante sí, repitió lo que por correo electrónico había dicho: “No recuerdo y no supe qué pasó con esto… han pasado 30 años… nunca conocí al señor Agee… han pasado muchos años”.
No habría más, nada sobre lo que pasó, nada sobre las llamadas, nada que recordara.
Apagué la grabadora, apenas cinco minutos había corrido la cinta. Intenté una conversación más abierta, sin la cinta como testigo, pero sin suerte alguna. Había que preparar la retirada.
Guardé mis documentos y agradecí la entrevista.
Me deseó éxito en la investigación.
Camino a la puerta, las palabras que rebotaban en mi pensamiento se fugaron y dije algo así como que a veces “el olvido es una conveniencia”. Quise parar la frase, pero ya la había escuchado.
–¿Por qué lo dice? –me cuestionó.
–Es una percepción.
Le miré y entonces me concentré en sus ojos, en su rostro, decía algo así como que “debería cuidar mis percepciones, que si no se tienen pruebas de lo que uno dice, era irresponsable y poco ético hacer ese tipo de comentarios”.
Ya no nos despedimos de mano.

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