por Axel Kaiser
Axel Kaiser es investigador del Instituto Democracia y Mercado (Chile) y columnista de ElCato.org. Axel obtuvo el primer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Las personas tenemos el derecho inalienable sobre nuestra vida. Ese derecho es anterior y superior al Estado. De ese derecho de propiedad
exclusivo sobre nuestra vida, se sigue también el derecho a defenderla y
desarrollarla. Naturalmente, nada de eso es posible si no nos
procuramos, con nuestro esfuerzo e ingenio, de los medios materiales
necesarios para mantenernos y perseguir nuestros fines. Así, sobre el
reconocimiento de que cada persona tiene igual y absoluto derecho a la
vida y a perseguir sus fines, se funda el derecho de propiedad sobre
bienes materiales. Usted estimado lector, trabaja para poder retener los
frutos de su trabajo y utilizarlos en la persecución de sus fines.
La diferencia entre un ser humano libre y un esclavo es precisamente
esa: el primero tiene derecho de propiedad y por tanto puede disponer de
los frutos de su trabajo, el segundo no. El esclavo es un instrumento
para fines ajenos y como tal puede ser sacrificado. Como usted ve, sin
derecho de propiedad no hay ni libertad ni protección real del dereho a la vida. De ahí que el socialismo
necesariamente sea una doctrina totalitaria y criminógena. Pues la
eliminación de la propiedad privada implica la transferencia de su
control a las autoridades —jefes de partido— que supuestamente
representan a la comunidad. Sin los frutos de su trabajo, las personas
carecen de los medios para perseguir sus fines y del mínimo para
subsistir. Como es natural, ello implica una total dependencia y
obediencia hacia los jefes de partido, quienes tendrán el poder de
decidir absolutamente todo respecto a la vida de sus súbditos: si comen o
no, dónde vivirán, si pueden o no tener familia, en qué trabajarán,
qué podrán opinar, etc.
Solo imagínese cómo sería su vida si todo lo que usted produce con su
trabajo y lo que hoy posee, fuera confiscado y entregado a un grupo de
personas para su arbitraria administración. ¿Habría algún límite al
poder que estos tendrían sobre usted? Esto es lo que ocurrió, sin
excepción, en todos los regímenes socialistas de la historia. Todas
fueron sociedades de esclavos construidas en nombre del bien común y la igualdad.
En cuanto a los rebeldes, como ocurría a los esclavos alzados,
simplemente eran liquidados. Y es que un orden que se sustenta en la
coerción sistemática no puede tolerar críticas. Por esta razón también
la vigilancia —Gran Hermano— y el adoctrinamiento se convierten en una necesidad.
Pero hay un segundo aspecto que complementa el cuadro totalitario socialista. Como no hay propiedad privada no puede haber mercado libre.
Y dado que las personas producen bienes y servicios con el fin de
intercambiarlos libremente por otros, el proceso de creación de riqueza
colapsa. Por eso, fuera de los genocidios y la esclavitud, la miseria y
el hambre es un común denominador de los regímenes socialistas. Salvo,
desde luego, para los líderes del partido. Ellos, ya lo advirtió Orwell y
lo prueban los países socialistas, vivirán en la opulencia explotando a
sus esclavos.
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