Al libertario**
que está felizmente comprometido exponiendo su filosofía política en
toda la gloria de sus convicciones, casi con seguridad será detenido por
una estrategia indefectible de los estatistas. Mientras el libertario
denuncia la educación pública o la Oficina de Correos, o se refiere al
impuesto como robo legalizado, el estatista invariablemente desafía:
“Bueno, ¿entonces usted es un anarquista?” El libertario se
limita a farfullar: “No, no, por supuesto que no soy un anarquista.”
“Bueno, entonces, ¿qué medidas gubernamentales usted sí favorece? ¿Qué tipo de
impuestos quiere imponer?” El estatista ha ganado irremediablemente la
ofensiva, y, no teniendo respuesta a la primera pregunta, el libertario
se encuentra abandonando su caso.
Así, el libertario suele responder: “Bueno, yo creo en un gobierno limitado,
que el gobierno se limite a la defensa de la persona o propiedad o el
individuo contra la invasión por la fuerza o el fraude.” He tratado de
mostrar en mi artículo, “El verdadero agresor” en la edición de Abril de 1954 de Faith and Freedom
que esto deja al conservador indefenso ante el argumento de “necesario
para la defensa,” cuando se utiliza para medidas gigantescas de
estatismo y derramamiento de sangre. Hay otras consecuencias tanto o más
graves. El estatista puede continuar con el asunto: “Si admite que es
legítimo que las personas se unan y permitan al Estado obligar a los
individuos a pagar impuestos por un determinado servicio -”defensa”-
¿por qué no es también igualmente moral y legítimo que las personas se
unan en una manera similar y permitan al Estado prestar otros servicios –
tales como oficinas de correos, “bienestar”, acero, energía, etc.? Si
un Estado apoyado por una mayoría puede moralmente hacer lo uno, ¿por
qué no moralmente hacer lo demás?” Confieso que no veo ninguna respuesta
a esta pregunta. Si es apropiado y legítimo coaccionar a un Henry Thoreau
a pagar impuestos para su propia “protección” a un monopolio estatal
coercitivo, no veo ninguna razón por la cual no sea igualmente apropiado
obligarlo a pagar al Estado por cualquier otro servicio, ya se trate de
alimentos, la caridad, los periódicos, o acero. Nos queda concluir de
que el libertario puro debe abogar por una sociedad en la que un
individuo voluntariamente pueda apoyar ninguna o cualquier agencia
policíal o judicial que considere eficaz y digna de su encargo.
Aqui no tengo la intención de ocuparme
de una exposición detallada de este sistema, sino solamente responder a
la pregunta, ¿es esto anarquismo? Esta pregunta aparentemente simple es
en realidad muy difícil de contestar en una oración, o en un breve sí o
no. En primer lugar, no hay significado consensuado para la palabra
“anarquismo”. La persona promedio puede pensar que sabe lo que
significa, sobre todo que es malo, pero en realidad no lo sabe. En ese
sentido, la palabra se ha vuelto como la lamentada palabra “liberal”,
salvo que esta última tiene “buenas” connotaciones en las emociones del
hombre común. Las distorsiones y confusiones casi insuperables han
venido tanto de los adversarios como de los partidarios del anarquismo.
Los primeros han distorsionado completamente principios anarquistas y
han hecho varias acusaciones falaces, mientras que los segundos se han
dividido en numerosos campos en conflicto con filosofías políticas que
son, literalmente, tan distantes como el comunismo y el individualismo.
La situación es aún más confusa por el hecho de que, a menudo, los
diversos grupos anarquistas mismos no reconocen el enorme conflicto
ideológico entre ellos.
Una
acusación muy popular contra el anarquismo es que “significa el caos.”
Si un tipo específico de anarquismo conduciría al “caos” es una cuestión
para el análisis; ningún anarquista, sin embargo, nunca deliberadamente
quiso instaurar el caos. Cualquier otra cosa que él o ella pudo haber
sido, ningún anarquista ha deseado deliberadamente el caos o la
destrucción del mundo. De hecho, los anarquistas siempre han creído que
la implementación de su sistema eliminaría los elementos caóticos que
ahora agobian al mundo. Un incidente divertido, iluminando esta idea
falsa, se produjo después de la final de la guerra, cuando un joven
entusiasta por un gobierno mundial escribió un libro titulado Un Mundo o la Anarquía, y el más prominente anarquista en Canadá replicó con un trabajo titulado La anarquía o el Caos.
La mayor dificultad en el análisis del
anarquismo es que el término se aplica a las doctrinas muy conflictivas.
La raíz de la palabra viene del término anarche, es decir, la
oposición a la autoridad o los mandatos. Esto es lo suficientemente
amplio como para cubrir una serie de diferentes doctrinas políticas. En
general, estas doctrinas han sido agrupadas como “anarquistas” por su
hostilidad común a la existencia del Estado, el monopolio coercitivo de
la fuerza y autoridad. El anarquismo surgió en el siglo 19, y desde
entonces la doctrina anarquista más activa y dominante ha sido la de
“comunismo anarquista”. Este es un término apto para una doctrina que
también ha sido llamada “el anarquismo colectivista”,
“anarco-sindicalismo” y “comunismo libertario”. Podemos denominar a este
conjunto de doctrinas relacionadas como “anarquismo de izquierda”. El
anarco-comunismo es principalmente de origen ruso, forjado por el
príncipe Pedro Kropotkin y Mikhail Bakunin, y es esta la forma que ha connotado “anarquismo” en todo el continente europeo.
La
principal característica del comunismo anarquista es que ataca la
propiedad privada tan vigorosamente como ataca al Estado. El capitalismo
es considerado tan tiránico, “en el ámbito económico,” como el Estado
en el ámbito político. Los anarquistas de izquierda odian el capitalismo
y la propiedad privada tal vez con mayor fervor que el socialista o el
comunista. Al igual que los marxistas, el anarquista de izquierda está
convencido de que los capitalistas explotan y dominan a los
trabajadores, y también que los terratenientes invariablemente explotan a
los campesinos. Los puntos de vista económicos de los anarquistas les
presentan un dilema crucial, el pons asinorum de la anarquía de
izquierda: ¿cómo pueden el capitalismo y la propiedad privada ser
abolidos, mientras que se suprime el Estado al mismo tiempo? Los
socialistas proclaman la gloria del Estado, y el uso del Estado para
abolir la propiedad privada – para ellos el dilema no existe. El
comunista marxista ortodoxo, que se presta al discurso de la anarquía de
izquierda, resuelve el dilema mediante el uso de la dialéctica
hegeliana: el misterioso proceso por el cual algo se convierte en su
contrario. Los marxistas ampliarían el Estado al máximo y abolirían el
capitalismo, y luego se sentarían a esperar con confianza el
“marchitamiento” del Estado.
La lógica espuria de la dialéctica no
está abierta a los anarquistas de izquierda, que quieren abolir el
Estado y el capitalismo al mismo tiempo. Lo más cerca que los
anarquistas han estado de llegar a la solución del problema ha sido de
defender el sindicalismo como el ideal. En el sindicalismo, se supone
que cada grupo de trabajadores y campesinos poseen los medios de
producción en común, y planifican ellos mismos, mientras cooperan con
otros colectivos y comunas. El análisis lógico de estas maquinaciones
demostraría en seguida que todo el programa es una tontería. Una de dos
cosas ocurrirían: una agencia central planificaría y dirigiría a los
diversos subgrupos, o los colectivos serían realmente autónomos. Pero la
pregunta crucial es si estos organismos estarían facultados para
utilizar la fuerza para poner en práctica sus decisiones. Todos los
anarquistas de izquierda han convenido en que la fuerza es necesaria
contra los recalcitrantes. Pero entonces la primera posibilidad no
significa nada más ni menos que el comunismo, mientras que la segunda
conduce a un verdadero caos de los comunismos diversos y antagónicos,
que probablemente daría lugar finalmente a algún comunismo central
después de un período de guerra social. Así, el anarquismo de izquierda
debe significar en la práctica ya sea comunismo regular o un verdadero
caos de síndicatos comunistas. En ambos casos, el resultado real debe
ser que el Estado se restablezca con otro nombre. Es la ironía
trágica del anarquismo de izquierda que, a pesar de las esperanzas de
sus partidarios, no es realmente anarquismo en absoluto. O bien es
comunismo o el caos.
No
es de extrañar, por lo tanto, que el término “anarquismo” haya recibido
una mala prensa. Los principales anarquistas, especialmente en Europa,
han sido siempre de la variedad de izquierda, y hoy en día los
anarquistas se encuentran exclusivamente en el campo de la izquierda. Si
se añade a eso la tradición de la violencia revolucionaria derivada de
las condiciones europeas, no es de extrañar que el anarquismo sea
desacreditado. El anarquismo era políticamente muy potente en España,
y durante la Guerra Civil española, los anarquistas establecieron
comunas y colectivos que ejercían autoridad coercitiva. Una de sus
primeras medidas fue abolir el uso del dinero bajo pena de muerte. Es
evidente que el supuesto odio anarquista hacia la coerción había ido muy
mal. La razón era la contradicción insoluble entre los principios
antiestatistas y antipropietarios de la anarquía de izquierda.
¿Cómo es, entonces, que a pesar de las
contradicciones lógicas fatales en el anarquismo de izquierda, haya un
grupo muy influyente de intelectuales británicos que actualmente
pertenecen a esta escuela, entre ellos el crítico de arte Sir Herbert Read,
y el psiquiatra Alex Comfort? La respuesta es que los anarquistas,
quizás inconscientemente viendo lo irremediable de su posición, han
hecho una cuestión de rechazar la lógica y la razón por completo. Hacen
hincapié en la espontaneidad, las emociones, los instintos, más que la
supuesta lógica fría e inhumana. De este modo, pueden, por supuesto,
permanecer ciegos a la irracionalidad de su posición. Sobre la economía,
que les mostraría la imposibilidad de su sistema, son completamente
ignorantes, quizás más que cualquier otro grupo de teóricos políticos.
Intentan resolver el dilema sobre la coerción con la absurda teoría de
que el crimen simplemente desaparecería si el Estado se suprimiera, por
lo que ninguna coerción tendría que ser usada. La irracionalidad de
hecho impregna casi todos los puntos de vista de los anarquistas de
izquierda. Rechazan la industrialización, así como la propiedad privada,
y tienden a favorecer la vuelta a la artesanía y las simples
condiciones campesinas de la Edad Media. Ellos están fanáticamente a
favor del arte moderno, que consideran arte “anarquista”. Tienen un odio
intenso hacia dinero y hacia las mejoras materiales. Vivir una simple
vida campesina, en las comunas, es alabado como “vivir la vida
anarquista”, mientras que se supone que una persona civilizada es
viciosamente burguesa y no-anarquista. Así, las ideas de los anarquistas
de izquierda se han convertido en un revoltijo sin sentido, mucho más
irracional que las de los marxistas, y merecidamente son miradas con
desprecio por casi todo el mundo como irremediablemente “chifladas”.
Lamentablemente, el resultado es que las críticas buenas que a veces
hacen de la tiranía del Estado tienden a ser pintadas con el mismo
cepillo “chiflado”.
Teniendo
en cuenta los anarquistas dominantes, es evidente que la cuestión “¿son
anarquistas los libertarios?” se debe responder sin vacilar
negativamente. Estamos en polos completamente opuestos. Confusión surge,
sin embargo, debido a la existencia en el pasado, particularmente en
los Estados Unidos, de un grupo pequeño pero brillante de “anarquistas
individualistas”, dirigido por Benjamin R. Tucker.
Aquí llegamos a una raza diferente. Los anarquistas individualistas han
contribuido mucho al pensamiento libertario. Ellos han proporcionado
algunas de las mejores declaraciones sobre el individualismo y
antiestatismo que jamás hayan sido escritas. En la esfera política,
los anarquistas individualistas fueron en general sólidos libertarios.
Estaban a favor de la propiedad privada, exaltaban la libre competencia,
y luchaban contra todas las formas de intervención gubernamental.
Políticamente, los anarquistas de la corriente de Tucker tenían dos
defectos principales: (1) que no abogaban por la defensa de las fincas privadas más allá de lo que el propietario utilice personalmente; (2)
que se basaban excesivamente en los jurados y no veían la necesidad de
un cuerpo de derecho constitucional libertario que los tribunales
privados habrían de sostener.
En
contraste con sus fallas políticas de menor importancia, sin embargo,
cayeron en graves errores económicos. Ellos creían que el interés y la
utilidad eran explotativos, debido a una supuesta restricción artificial
en la oferta de dinero. Que el Estado y sus políticas monetarias sean
eliminadas, y la banca libre se establecerá, creían, y todo el mundo
imprimiría tanto dinero como necesitaban, y los intereses y las
ganancias caerían a cero. Esta doctrina hiperinflacionista, adquirida
del francés Proudhon,
es una tontería económica. Debemos recordar, sin embargo, que la
economía “respetable”, entonces y ahora, se ha impregnado de errores
inflacionistas, y muy pocos economistas han comprendido la esencia de
los fenómenos monetarios. Los inflacionistas simplemente toman el
inflacionismo más gentil de la economía de moda y corajudamente lo
empujan a su conclusión lógica.
La ironía de esta situación era que
mientras los anarquistas individualistas insistían en sus teorías
bancarias sin sentido, el orden político por el que abogaban hubiera
dado lugar a resultados económicos directamente contrarios a lo que
creían. Ellos pensaban que la banca libre daría lugar a la expansión
indefinida de la oferta monetaria, mientras que la verdad es
precisamente lo contrario: daría lugar a la “moneda fuerte” y ausencia
de inflación. Las falacias económicas de la Tuckerianos, sin embargo,
son de una especie completamente diferente a las de los anarquistas
colectivistas. Los errores de los colectivistas les llevó a abogar por
un comunismo político virtual, mientras que los errores económicos de
los individualistas todavía les permitió abogar por un sistema casi
libertario. Una persona superficial fácilmente podría confundir a los
dos, porque los individualistas fueron llevados a atacar a los
“capitalistas”, de quienes creían explotaban a los trabajadores mediante
la restricción estatal de la oferta monetaria.
Estos anarquistas “de derecha” no
adoptaron la tonta postura de que el crimen desaparecería en la sociedad
anarquista. Sin embargo, sí tendían a subestimar el problema de la
delincuencia, y como resultado nunca reconocieron la necesidad de una
constitución libertaria fija. Sin esta constitución, el proceso judicial
privado podría llegar a ser verdaderamente “anárquico” en el sentido
popular.
El ala Tucker del anarquismo floreció en
el siglo XIX, pero murió al llegar la Primera Guerra Mundial. Muchos
pensadores libertarios en esa edad de oro del liberalismo estaban
trabajando en doctrinas que eran similares en muchos aspectos. Estos
libertarios genuinos nunca se refirieron a sí mismos como anarquistas,
sin embargo; probablemente la razón principal fue que todos los grupos
anarquistas, incluso los de derecha, poseían en común doctrinas económicas socialistas.
Aquí
debemos notar todavía una tercera variedad del pensamiento anarquista,
uno completamente diferente de los colectivistas o individualistas. Este
es el pacifismo absoluto de León Tolstoi.
Esta predica una sociedad donde la fuerza no sería usada ni siquiera
para defender a personas y bienes, tanto por el Estado u organizaciones
privadas. El programa de Tolstoi de la no violencia ha influido en
muchos supuestos pacifistas de hoy, principalmente a través de Gandhi,
pero éstos no se dan cuenta de que no puede haber pacifismo completo
genuino a menos que el Estado y otros organismos de defensa sean
eliminados. Este tipo de anarquismo, por encima de todos los demás, se
basa en una visión excesivamente idealista de la naturaleza humana. Sólo
podría funcionar en una comunidad de santos.
Debemos concluir que la pregunta “¿son
anarquistas los libertarios?” simplemente no puede ser respondida en
bases etimológicas. La vaguedad del término en sí mismo es tal que el
sistema libertario sería considerado anarquista por algunas personas y
arquista por otros. Por lo tanto, debemos recurrir a la historia para
esclarecerlo; aquí nos encontramos con que ninguno de los proclamados
grupos anarquistas corresponden a la posición libertaria, que incluso
los mejores de ellos tienen elementos irrealistas y socialistas en sus
doctrinas. Además, nos encontramos con que todos los anarquistas
actuales son irracionales colectivistas, y por lo tanto se encuentran en
el polo opuesto de nuestra posición. Por tanto, debemos concluir que no
somos anarquistas, y que los que nos llaman anarquistas no tienen bases
etimológicas firmes, y están siendo totalmente ahistóricos. Por otro
lado, es evidente que no somos arquistas tampoco: no creemos en
el establecimiento de una autoridad central tiránica que forzará a los
no invasivos así como a los invasivos. Quizás, entonces, podríamos
llamarnos con un nombre nuevo: noarquista. Luego, cuando, en el
fulgor del debate, el desafío inevitable “¿Es usted un anarquista?” se
oye, podamos, quizás por primera y última vez, encontrarmos en el lujo
de la “mitad del camino” y decir: “Señor, no soy ni un anarquista ni un
arquista, pero estoy exactamente en el medio noarquista del camino. “
No hay comentarios.:
Publicar un comentario