31 enero, 2012

Un Estado redistributivo de la unión

por Michael D. Tanner

Michael Tanner es Director del Proyecto del Cato Institute para la Privatización de la Seguridad Social.
Poco después de que el presidente Obama fuera electo, NBC News entrevistó a una joven de Detroit llamada Peggy Joseph. Ella explicó que estaba emocionada por la elección de Obama porque "No tendré que preocuparme por llenar de combustible el tanque de mi vehículo. No tendré que preocuparme por pagar mi hipoteca".


Tres años después, Obama no ha pagado su hipoteca, ni llenado su tanque, pero juzgando por su discurso del Estado de la Unión, aún lo está intentando.
Las declaraciones del presidente —más un discurso de campaña que una plataforma de política pública—fueron extensas en llamados a la "justicia" y la "oportunidad", pero realmente se redujo a la visión del presidente de una sociedad donde el Estado hace todo por todos —financiado, por supuesto, con mayores impuestos sobre "los ricos", quienes deben pagar su "parte justa".
La posición del presidente ignora el hecho de que los ricos ya pagan una parte desproporcionada del impuesto federal sobre la renta. De hecho, el muy vilipendiado 1% más rico de la población produce el 16% del ingreso total en EE.UU., pero paga un 36,7% de todos los impuestos federales sobre la renta. Se podría concluir que este grupo ya está pagando su "parte justa".
Tomemos, por ejemplo, el renovado empuje del presidente por la llamada "Regla Buffett", basada en la idea de Obama, de que inversionistas como Warren Buffet no deberían pagar una tasa efectiva de impuestos menor que la de sus secretarias. Incluso convocó a la secretaria de Buffet, Debbie Bosanek, al palco presidencial.
Buffett gana la mayoría de su dinero a través de ingresos de inversión (ganancias de capital e intereses) y paga una tasa de impuestos de ganancias de capital sobre ese dinero. Esa tasa impositiva podría teóricamente ser más baja que la tasa impositiva que la que paga Bosanek sobre su salario, aunque esto sería así únicamente si dicho salario es bastante alto y tiene pocas deducciones. Sin embargo, el discurso del presidente ignora el hecho de que el ingreso de Buffet ya había sido gravado a nivel corporativo. Cuando ambos impuestos se unen, la tasa real efectiva es cercana al 45%. Es una tasa muy elevada para una actividad con un riesgo inherente, tal como la inversión, que debería ser, más bien, incentivada por el código tributario.
Y cabe destacar que la solución del presidente a este supuesto problema no es reducir los impuestos de Bosanek, sino aumentar los de Buffett.
Esto se debe a que el presidente considera a la "Regla Buffett" y sus críticas sobre otras lagunas fiscales como una simple táctica en su búsqueda de mayores ingresos para el gobierno federal. Es por eso que sus verdaderas propuestas fiscales, escondidas detrás de la retórica de "los millonarios y multimillonarios" y el "1% más rico" en realidad aumentarían los impuestos a personas que ganan tan poco como $200.000 al año, así como también a muchas pequeñas empresas. Y muchas de sus propuestas podrían afectar a personas con ingresos aún menores.
Y Obama quiere ese dinero para poder gastarlo. El presidente podría haber dedicado su discurso a la necesidad de reducir el déficit y la deuda, pero la mayor parte del mismo fue una larga lista de programas estatales para gastar más recursos. Desde la salud hasta la vivienda, desde la educación de los trabajadores hasta la política industrial, desde la "energía verde" hasta préstamos universitarios, el presidente ve en el Estado el motor para la prosperidad y el garante de la igualdad.
La visión del presidente en su discurso del Estado de la Unión es una suma cero en que, si una persona se hace rica, es porque otra se hace  pobre. Si Warren Buffett hace dinero, entonces Peggy Joseph no tendrá para pagar el combustible de su vehículo. La única alternativa es que el Estado intervenga y haga que Buffett pague por el combustible de Joseph.
Por supuesto, hay otra opción. Todos buscamos una sociedad en la que cada estadounidense pueda explotar su todo potencial, en la que la menor cantidad posible de personas viva en pobreza, y en donde nadie tenga que subsistir sin satisfacer sus necesidades básicas. Más importante aún, queremos una sociedad en la que cada persona pueda vivir una vida plena. La evidencia es abrumadora en cuanto a que la mejor manera de alcanzar ese objetivo no es por medio de la redistribución de la riqueza por parte del Estado, sino por medio de la creación de más riqueza. Deberíamos juzgar el éxito de nuestros esfuerzos no por cuánta caridad se recauda para los pobres, sino por la poca cantidad de personas que lo necesitan.
¿No sería EE.UU. un mejor país si fuera posible que Peggy Joseph pudiera obtener un empleo que le permita pagar su hipoteca y combustible? O mejor aún, que pudiera comprar una casa más grande y un segundo vehículo. Ninguna de las propuestas del presidente ayuda a lograr ese objetivo.
La pobreza, después de todo, es la condición natural del hombre. De hecho, a lo largo de la mayor parte de la historia humana, el hombre ha subsistido en medio de las condiciones más adversas. La prosperidad, por el otro lado, es algo creado. Y sabemos que la mejor manera para crear riqueza no es a través de la intervención del Estado, sino a través del poder del libre mercado. El presidente Obama dijo: "Esta nación es grande porque hemos trabajado en equipo [y] nos hemos cuidado unos de otros". Otros dirían que EE.UU. es grande porque es libre.
Estas dos visiones probablemente vayan a ser discutidas a lo largo de este año. Este discurso fue solo el comienzo.

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