31 enero, 2012

Una revolución en la educación superior. Mike Brownfield




El presidente Obama declaró el viernes en la Universidad de Michigan: “Quiero que este sea un país grande, audaz, generoso, donde todo el mundo tenga oportunidades justas, donde todo el mundo haga su parte, donde todo el mundo juegue con las mismas reglas. Ese es el Estados Unidos que conozco. Ese es el Estados Unidos que quiero conservar. Ese es el futuro que está a nuestro alcance”. ¿Cómo propuso el presidente que se alcance ese objetivo? Con el tipo de errada intervención federal en la educación superior con el objetivo de bajar el precio de estudiar en la universidad.


El presidente tiene razón en subrayar el creciente costo de la educación superior. Las matrículas y las tasas continúan su ascensión hasta las nubes, excediendo ya los $17,000 anuales, con un aumento promedio este año del 8.3% en las universidades públicas. Eso significa que los americanos de ingresos medios tienen dificultades para enviar sus hijos a la universidad y los graduados abandonan las facultades con unas deudas monstruosas. El pasado año, en Estados Unidos, la deuda estudiantil total superó la deuda de tarjetas de crédito. Se espera que la suma total exceda el billón de dólares el próximo año y en 2009 el 55% de los estudiantes de grado que acababan los estudios en universidades públicas estaba endeudados. La deuda promedio era de $19,800 ($26,100 para graduados de universidades privadas, con un 65% de alumnos endeudados).
¿Una de las soluciones del presidente al problema? Ajustar la ayuda a las universidades con campus para frenar el precio de las matrículas. Lo que ignora el presidente es que los costos de universidad han aumentado un 439% desde 1985, a pesar de un aumento del 475% de los subsidios federales, como las Becas Pell. En otras palabras, una mayor financiación federal no ha disminuido el costo de asistir a la universidad.
Stuart Butler, de Heritage, explica en National Affairs que los costos en aumento de la educación —y la resultante deuda— harán cada vez más difícil para americanos de bajos y moderados ingresos que se puedan permitir la universidad y que esta carga, en combinación con el claro aumento de nuevas tecnologías que alimentan formas opcionales al modelo tradicional universitario, está preparando el terreno para una revolución de la educación superior:

Hoy, los competidores están explorando los mercados que están mal atendidos por el modelo tradicional, tales como los trabajadores americanos que quieren mejorar sus habilidades o como los potenciales estudiantes de bajos ingresos que buscan títulos mucho más baratos. Entretanto, el rápido cambio de las tecnologías de la información está proporcionando a los nuevos que son creativos una ventaja tecnológica creciente —  condición esencial para el cambio transformador.
La más obvia de las amenazas tecnológicas para el confortable mundo de la educación superior es la educación online. El aprendizaje online cambia la totalidad de la relación entre estudiante y profesor; permite que la información se transfiera y se pueda monitorizar el rendimiento del estudiante, todo ello por una fracción del costo convencional. A menudo llamado “aprendizaje a distancia”, la educación online tiene el potencial de dar un vuelco total a las universidades ya establecidas de hoy día.
Butler escribe que una reestructuración fundamental de la educación superior, con costos drásticamente menores y con más flexibilidad para millones de estudiantes, sería de gran beneficio para Estados Unidos. Tendrían acceso a la educación superior más americanos, aumentando por tanto su movilidad y valor —y por tanto sus ingresos— en la fuerza laboral. Pero eso no significa que la larga mano del gobierno deba usarse para impulsar esta innovación, aunque puede tener un papel para asegurar la calidad cuando los dólares del contribuyente estén en juego. Además, hay preocupación con que las instituciones ya establecidas puedan hacer uso de las reglas gubernamentales para medir la “calidad” (como el gobierno la defina) para bloquear a los nuevos y a los competidores en el mercado, disminuyendo así en realidad las opciones y la innovación.
En lo que se refiere a ayudar a los americanos a ahorrar para la universidad y mejorar la carga de deuda de los graduados para evitar incurrir en tanta deuda, hay pasos que puede y debe tomar el Congreso. Uno es eliminar la doble tributación de todos los ahorros, incluidos los ahorros para la universidad. Otro es dar a las inversiones de “capital humano” en educación universitaria beneficios fiscales similares a los del capital físico. El plan de Heritage Para Salvar el Sueño Americano hace justo eso. Acabaría con la tributación de los ahorros y permitiría que las familias dedujesen los costos de la educación superior, con un límite del equivalente del costo de cuatro años de universidad estatal. Hacer así alentaría a las familias a ahorrar para la universidad, en vez de endeudarse más.
El sistema de educación superior de Estados Unidos ha alcanzado un punto decisivo y con sus costos astronómicos para los estudiantes, el sistema está destinado a estrellarse cuando los innovadores entren en el mercado y ofrezcan otras opciones a los estudiantes sujetos a las universidades. En vez de propulsar un sistema fallido, el gobierno federal debería ayudar a las familias a ahorrar para el futuro de sus hijos a la vez que se quita del camino para permitir que se desarrolle la revolución de la educación superior.

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