27 febrero, 2012

Afganistán vuelve a la casilla cero. RICARDO MARTÍNEZ DE RITUERTO

Afganos queman un muñeco que representa a Obama. / Rahmat Gul (AP)

Una situación política y de seguridad cogida con alfileres; un inconcebible error propio de guerra de civilizaciones, como es la quema de unos coranes por soldados de Estados Unidos; un llamamiento de los talibanes a las fuerzas de seguridad afganas a matar a sus instructores y consejeros occidentales, y la perspectiva de una negociación con esos mismos talibanes instigada por un EE UU deseoso de alejarse del polvorín afgano, hacen que sobre el país asiático vuelva a pasearse el espectro de la guerra civil. “Con la vuelta de los talibanes se multiplican por cero los logros de una década”, comenta Lotfullah Najafizada, director de informativos de Tolo TV, del mayor y más influyente grupo mediático afgano. El joven Najafizada se asoma con extrema aprensión al futuro que marca el último día de 2014, el de la retirada de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganistán (ISAF). “Nos vamos a quedar con una economía muy frágil, lo que unido a un Gobierno débil me hace temer que el país está abocado a una guerra civil”.
El retorno a la dramática casilla cero, tras más de 30 años de guerras en Afganistán tiene estremecida a la parte más dinámica y progresista de la sociedad afgana, la que ha sacado más réditos de los recientes años en que el país, a trancas y barrancas, ha conseguido muy imperfectos logros que ahora parecen ensoñaciones vanas. El ministro de Cultura e Información acaba de ordenar a las televisiones que las presentadoras aparezcan sin maquillaje y cubiertas con hiyab, el velo islámico. “Eso es muy malo”, se lamenta Najafizada. “El Gobierno lo hace para mostrar a los talibanes que es capaz de llegar a un compromiso”.
El catalizador del miedo son los talibanes y su probable retorno a la escena política afgana, buscado por el muy cuestionado presidente Hamid Karzai en un comprensible deseo de pasar a la historia con la vitola de pacificador y, sobre todo, por un Barack Obama ansioso por salir del avispero afgano.
“Los talibanes no van a venir, los van a traer”, es como describe el panorama Ahmad Javeed Ahwar, que trabaja en Afganistán para la fundación socialdemócrata alemana Freidrich-Ebert. “Los socios internacionales están interesados en instalarles en el Gobierno para mostrar al mundo que hay reintegración y paz en el país y que ya se pueden marchar y que así queda justificado todo lo que han hecho”.

“Nadie sabe lo que pasará, pero tenemos un plan”

R. M. DE R., Kabul
Estados Unidos está moviendo activamente los hilos diplomáticos en busca de un acuerdo con los talibanes, que debe pasar formalmente por una negociación entre afganos en la que el equipo oficial esté encabezado por la Administración de Karzai. El proceso es complicado y con demasiados actores —incluido el siempre complejo y desestabilizador Pakistán, gran patrón de los talibanes y otros insurgentes—, pero con fecha marcada en rojo en el calendario. En la cumbre de la OTAN en Chicago del 20 y 21 del próximo mayo Barack Obama cuenta con anunciar que todo está encarrillado en Afganistán con un acuerdo político nacional de gran calado, y que a partir de entonces la cuestión será cómo debe ayudar la comunidad internacional a que el país vuele solo.
“Nosotros esperamos un acuerdo cuanto antes”, señala James Cunningham, embajador adjunto de EE UU en Afganistán, en el fortín que es su embajada en Kabul. Para él, los contactos de su Gobierno con los talibanes son un simple medio de “crear un entorno que permita la negociación entre afganos”.
“Nadie sabe lo que pasará en Afganistán, pero tenemos un plan económico, militar y de asistencia” dice un Cunningham perfectamente al tanto de que “hay mucha preocupación en el país sobre a dónde llevará el proceso negociador” con los talibanes y de cómo “los que más han ganado en estos años de normalización y democratización tienen miedo a perderlo”. Si el diplomático reconoce que “tienen razón en estar preocupados” también explica que los medrosos “pasan por alto dos cosas: no van a ser abandonados; hemos hecho un buen trabajo con las fuerzas de seguridad afgana (Ejército y policía) y quedan tres años más. Además, va a seguir el apoyo a los soldados a partir de 2014. Los afganos también tienen que hacer cosas, luchar cada día por el futuro del país”.
EE UU tiene la obligación de vender urbi et orbi la idea de que todo evoluciona en Afganistán conforme a un plan que culminará con la retirada en 2014. La crisis de los Coranes demuestra que todo está cogido con alfileres y al albur de imprevisibles imponderables. “En ISAF siempre pintan las cosas de rosa, pero eso choca con la realidad”, comenta un cualificado observador occidental que reclama el anonimato y equipara vivir en Kabul, una ciudad erizada de armas y barreras y en constante estado de alerta, con vivir en una cárcel. “Quizá Karzai esté pactando un reparto pacífico del poder porque, en caso contrario, es la vuelta a la guerra civil. En este país siempre ha habido una pugna por el poder entre los distintos grupos étnicos. Los talibanes volverán, al principio de forma suave, pero luego querrán más, lo que es inaceptable para la Alianza del Norte”, la coalición de hazaras, tayikos y uzbekos derrotada por los talibanes pastunes en la guerra civil que concluyó en 1996 y abrió un lustro negro que desembocó en el 11-S y la nueva guerra a la que ahora se quiere poner fin.
Ahwar destila amargura y se duele del cinismo de ese medio centenar de socios internacionales agrupados en ISAF porque por más que se diga que la paz está al alcance de la mano en Afganistán, nadie se atreve a darla por hecho. Al contrario. “Lo que va a pasar ya lo sabemos”, profetiza Yusuf, un profesional universitario pastún, el mayor grupo étnico afgano, que trabaja con occidentales. Casado y padre de tres hijos pequeños, Yusuf ya está “preparando el exilio, en Pakistán o Irán”. Como son países muy diferentes, desconcierta que sean considerados como indistinto refugio. Explicación aplastante: “Dependerá de por dónde comience la guerra. Si es por el Oeste nos iremos a Pakistán y si empieza por el otro lado, a Irán”.
El 31 de diciembre de 2014 marca el hito a partir del cual todo es un enigma en Afganistán. “Lo que me preocupa es la actitud de Occidente, que podría debilitarse”, apunta Vygaudas Usackas, el embajador de la Unión Europea en Kabul. “Todos reconocemos que cuando salgan los soldados desaparecerá la atención que se presta a Afganistán, pero no los problemas. Si no se le sigue sosteniendo, el país volverá a ser un problema para el mundo”.
“Los afganos han visto esta película antes y no debe sorprendernos que teman el futuro, en especial si la situación política no evoluciona”, explica el general estadounidense John Allen, jefe de ISAF. “Lo que vamos a hacer es dejarles un Ejército fuerte que sea el escudo para que unas instituciones todavía débiles puedan sobrevivir”. Efectivamente, una película vieja. “Tras la retirada de los soviéticos también el Ejército estaba capacitado. Pero con la disolución de la URSS y el cese del apoyo de Moscú se produjo la fragmentación”, recuerda Allen.
El embajador adjunto de Estados Unidos, James Cunningham, intenta tranquilizar a quienes tiemblan ante el futuro con el argumento de que hay límites infranqueables para los que negocien la reintegración en la sociedad afgana: renuncia a las armas, corte de toda relación con Al Qaeda —“no queremos que Al Qaeda, o quien sea, vuelva a esta parte del mundo”, dice— y respeto a la Constitución de la República Islámica de Afganistán, con sus salvaguardas de derechos humanos, en general, y de los derechos de las mujeres, en particular. “Eso está muy bien, pero no se puede cambiar el Corán por la Constitución”, dice un escéptico Jalid Mafton, politólogo y miembro de la Open Society en Afganistán. En estos días se está viendo perfectamente qué es intocable en Afganistán. A Mafton le secunda un inquieto Najafizada: “Estados Unidos puede vivir con dictadores".

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