Sus mastines torturaban a los familiares de los detenidos para hacerlos confesar cualquier cosa.
Humberto Musacchio*Acaba de morir —de muerte natural, por supuesto— Miguel Nazar Haro, quien se inició como policía en 1959 y un año después ya era parte de la policía política, la Dirección Federal de Seguridad, de la que fue subdirector desde 1970 y director general desde 1978. Muy pronto, el siniestro personaje fue destinado a tareas de vigilancia, hostigamiento y represión de movimientos políticos, como el de 1968, en el que se distinguió por su anticomunismo, que lo llevaba a ver hoces y martillos hasta en los altares.
En los años 70, Nazar cobró fama por la forma criminal de combatir a reales o presuntos guerrilleros, su absoluto desprecio por la legalidad cuando hacía detener a cualquier persona sospechosa de oposición al poder, lo que por supuesto incluía hombres, mujeres, ancianos y niños. Sí, niños, pues bajo el gobierno de Luis Echeverría, sus mastines torturaban a los familiares de los detenidos para hacerlos confesar cualquier cosa.
De aquellos años están documentados hechos criminales cometidos por quienes decían defender la ley: saqueo de los domicilios cateados, secuestro de personas ajenas a cualquier hecho delictivo, violaciones tumultuarias de hombres y mujeres “sospechosos”, colocación de ratas en el sexo de las torturadas, presos obligados a comer su propio excremento, golpes, heridas, ahogamientos y mutilaciones entre otras formas de suplicio contra los detenidos, incluso contra bebés a quienes los verdugos aplicaban descargas eléctricas o violaban ante la aterrorizada presencia de los padres.
En ese tiempo maldito eran cosa de todos los días los vuelos de la muerte, que consistían en llevar mar adentro a los detenidos y echarlos a los tiburones desde un avión o un helicóptero. Y desde luego, el asesinato antes, después o durante el tormento, con la consabida “desaparición” del cadáver para arrancar a las familias hasta el derecho de velar y sepultar a sus muertos.
Miguel Nazar Haro fue un personaje emblemático de esas formas de combatir la disidencia política. Fue un servidor perrunamente fiel a los intereses no de México, sino del anticomunismo de Washington. Nazar fue un matón fanático que enlutó muchos hogares, torturó a centenares o miles de infelices que caían en sus manos y es culpable de un sinnúmero de crímenes que con su muerte han quedado impunes.
Era el típico servidor del poder que se mueve en los albañales, el que hace el trabajo sucio para que sus jefes puedan exhibirse como personas pulcras y civilizadas. Todo Estado tiene a su servicio personajes de la calaña de Nazar pero, para ser tolerables, la vida social exige que no se vean, que su labor se desarrolle en la oscuridad de los sótanos, a espaldas de la comunidad. Aquí, sin embargo, en los años 60 y 70, los políticos permitieron que los demonios se sentaran a su mesa y dejaron de diferenciarse de ellos. Dieron la orden de supliciar y asesinar, y eso los iguala con los torturadores y matones a su servicio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario