03 febrero, 2012

Nadie sabe para quién trabaja

Pablo Hiriart

Va despacito, pero con buen tranco. Andrés Manuel López Obrador llegará bien parado al inicio formal de las campañas y puede ser el beneficiado de la metralla que el gobierno federal le dispara al PRI.
 
A veces en política, como en la vida, nadie sabe para quién trabaja.

Por evitar a toda costa la llegada del PRI y Peña Nieto al gobierno, como si eso fuera el fin del mundo, sectores del gobierno y del PAN podrían estar trabajando para regresar al viejo PRI a Los Pinos.



Y ese viejo PRI, que encabeza López Obrador, no se iría ni en seis ni en doce ni en dieciocho años.


La próxima semana se anunciará la incorporación formal de Cuauhtémoc Cárdenas al equipo de López Obrador, lo que habla de un entendimiento entre ambos personajes, cosa que no ocurrió en 2006.
Hace seis años a AMLO le faltó medio punto porcentual para ganar la Presidencia, y si hubiera tenido la humildad de acercar a Cárdenas a la campaña, seguramente habría ganado.


Ahora Cuauhtémoc va a ser candidato a senador y su hijo Lázaro buscará ser diputado federal.
Cárdenas Solórzano, además de la candidatura a un escaño, dirigirá a un grupo de personalidades que aportará ideas para enriquecer el programa de gobierno de AMLO.


El candidato de la coalición PRD-PT-MC ha buscado el respaldo de empresarios para sumarlos a su campaña.


No importa que en otro momento haya señalado a esos personajes como delincuentes de cuello blanco que tienen secuestrado al país.


Al consuegro de Carlos Slim ya le ofreció ser secretario de Turismo.


El empresario que lo acompaña en sus giras para el contacto con los sectores productivos es Alfonso Romo, a quien —junto con otros— señala en uno de sus libros como saqueador de los recursos de la nación.


Hace seis años López Obrador rechazó a priistas que quisieron ir con él a la campaña a cambio de un puesto de elección popular.


Ahora se deja cortejar, y en casos como la senadora priista María Elena Orantes, la hará candidata a gobernadora. Quiere sumar y no pelearse con nadie.


Esto nos dice que López Obrador entendió lo contraproducente que resulta confrontarse con medio mundo. Eso, en términos electorales, no paga.


Una de las moralejas más antiguas de la historia, “el que se enoja pierde”, la vivió en carne propia y se ha hecho el propósito de ya no incurrir en ese error.


Con más astucia que sinceridad ha dejado que el gasto, el de enojarse, lo asuma el gobierno.


Por eso está feliz con la andanada que el gobierno le ha empezado a lanzar al PRI, con filtraciones y acciones judiciales que apenas inician. La aplaude y la azuza.


Es que, en una de esas, él recogerá los beneficios.

 

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