Pablo Hiriart
Va despacito,
pero con buen tranco. Andrés Manuel López Obrador llegará bien
parado al inicio formal de las campañas y puede ser el beneficiado de la
metralla que el gobierno federal le dispara al PRI.
A veces en
política, como en la vida, nadie sabe para quién trabaja.
Por evitar a toda costa la llegada del PRI y
Peña Nieto al gobierno, como
si eso fuera el fin del mundo, sectores del gobierno y del PAN
podrían estar trabajando para regresar al viejo PRI a Los Pinos.
Y ese viejo PRI, que encabeza López Obrador, no
se iría ni en seis ni en doce ni en dieciocho años.
La próxima semana se anunciará la incorporación
formal de Cuauhtémoc Cárdenas al equipo de López Obrador, lo que habla de un entendimiento entre ambos personajes,
cosa que no ocurrió en 2006.
Hace seis años a AMLO le faltó medio punto
porcentual para ganar la Presidencia, y si hubiera tenido la humildad de
acercar a Cárdenas a la campaña, seguramente habría ganado.
Ahora Cuauhtémoc va a ser candidato a senador y
su hijo Lázaro buscará ser diputado federal.
Cárdenas Solórzano, además de la candidatura a
un escaño, dirigirá a un grupo de personalidades que aportará ideas para
enriquecer el programa de gobierno de AMLO.
El candidato de la coalición PRD-PT-MC ha
buscado el respaldo de empresarios para sumarlos a su campaña.
No importa que en otro momento haya señalado a
esos personajes como delincuentes de cuello blanco que tienen secuestrado al
país.
Al consuegro de Carlos Slim ya le ofreció ser
secretario de Turismo.
El empresario que lo acompaña en sus giras para
el contacto con los sectores productivos es Alfonso Romo, a quien —junto con
otros— señala en uno de sus libros como saqueador de los recursos de la nación.
Hace seis años López Obrador rechazó a priistas
que quisieron ir con él a la campaña a cambio de un puesto de elección popular.
Ahora se deja cortejar, y en casos como la
senadora priista María Elena Orantes, la hará candidata a gobernadora. Quiere sumar y no pelearse con nadie.
Esto nos dice que López Obrador entendió lo
contraproducente que resulta confrontarse con medio mundo. Eso, en términos
electorales, no paga.
Una de las moralejas más antiguas de la
historia, “el que se
enoja pierde”, la vivió en carne propia y se ha hecho el propósito de ya no
incurrir en ese error.
Con más
astucia que sinceridad ha dejado que el gasto, el de enojarse,
lo asuma el gobierno.
Por eso está
feliz con la andanada que el gobierno le ha empezado a lanzar al PRI,
con filtraciones y acciones judiciales que apenas inician. La aplaude y la azuza.
Es que, en una de esas, él recogerá los beneficios.
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