Por Sergio Crivelli
La Prensa, Buenos Aires
Ni siquiera en los primeros tiempos de
Néstor Kirchner, cuando a todos sorprendía el clima de "crispación"
artificialmente impuesto desde el poder y los conflictos abiertos con
casi todos los sectores, se vió tanto ánimo beligerante.
Funcionarios como Florencio Randazzo,
Julio De Vido o Gabriel Mariotto aparecen en la escena pública más
ligados a la diatriba que a su función institucional. Amenazan con dejar
a Aníbal Fernández a la altura de un cuáquero.
La presidenta Cristina Fernández tampoco
deja pasar una cámara sin fustigar a sus enemigos inventados o reales,
"corporativos" o políticos. La euforia del 54% se transformó,
intempestivamente, en ira verbal o medidas coercitivas.
Todo empezó con la tensión generada por
el ajuste o "sintonía fina" -subsidios, tarifas, etcétera- pero se
agudizó con la masacre de Once, un duro golpe que tiene obnubilados a
los funcionarios de Planeamiento. Juan Pablo Schiavi tuvo que renunciar
después del lamentable papel a propósito del choque, no sólo por la
responsabilidad que puede asignarle la Justicia, sino también por
declaraciones desafortunadas como aquella de que si los frenos hubieran
fallado un domingo el número de víctimas se hubiese reducido.
El jueves pasado, al despedirlo envuelto
en elogios incomprensibles, su jefe Julio De Vido alumbró otro aforismo
que hará carrera con seguridad: "nunca se contabilizan las muertes que
no se producen". El síndrome del Once sigue produciendo estragos y
desorientación del discurso oficial. El ministro pretende desligarse del
sangriento suceso, pero con su insistencia en encontrar excusas
inverosímiles sólo empeora la situación.
Otro episodio negativo es el escándalo
por presunto tráfico de influencias de Amado Boudou. Un hecho poco claro
en el que cada día se enreda más. Al principio Boudou intentó dar la
callada por respuesta, pero finalmente tuvo que enfrentar las denuncias
en su contra porque si persistía en el silencio a la espera de que todo
pasara iba a terminar salpicando la imagen presidencial.
Escándalos y tragedias aparte el
problema de fondo es económico. Esa es la causa de todos los
padecimientos de la presidenta y de la agresividad de los funcionarios.
En el Congreso tuvo que ser blanqueada la necesidad de financiar al
Tesoro con reservas del Banco Central hasta límites preocupantes. La
presidenta había prometido no hacer "zafarranchos" pero su proyecto para
usar las reservas en el pago de la deuda da una idea poco
tranquilizadora del agujero fiscal que se avecina.
Ante los diputados la presidenta del
Central, Mercedes Marcó del Pont no pudo resulta más elocuente: era el
uso de reservas para pagar deuda público o un ajuste homérico del gasto
público. En pocas palabras el kirchnerismo eligió fugar para adelante.
Capítulo aparte merece la ofensiva
contra Mauricio Macri. A medida que la agenda pública comenzó a colmarse
de asuntos desagradables, hubo un primer intento del gobierno de
desviar la atención apelando a la reinvindicación de Malvinas y las
denuncias contra Gran Bretaña.
La maniobra duró poco, porque la
respuesta extraoficial del Foreign Office fue clara: si había medidas
comerciales en su contra la presidenta corría el riesgo de perder su
lugar en el G 20. Bruscamente la ofensiva verbal en torno a Malvinas
enmudeció.
En su reemplazo fue instalada una
ofensiva de hecho contra el jefe de gobierno porteño a quien no sólo le
quieren pasar el servicio de subterráneos con la mitad del subsidio ,
sino también le quieren pasar 33 líneas de colectivos que consumen mil
millones de pesos en subsidios. Como la ciudad no cuenta con esos
recursos el precio del pasaje llegaría a los 4 pesos.
Con esa estrategia el gobierno mata dos
pájaros de un tiro. Por un lado reduce el gasto -aunque el agujero negro
son los subsidios energéticos y no los del transporte- y por el otro
desgasta a Macri que primero intentó hacer como si nada pasara y más
tarde proyectó la triste imagen pasiva de un dirigente resignado y sin
respuesta.
En el medio de la disputa quedaron los
porteños que ven con asombro como el jefe de gobierno que votaron
masivamente es vapuleado por funcionarios de segunda categoría. Guiado
por las encuestas, Macri cree que imitando a Gandhi ganará el apoyo de
la mayoría de los votantes. Pero ese razonamiento no toma en cuenta que
la política no es una cuestión de marketing, sino de liderazgo.
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