19 marzo, 2012

Aún estamos hasta la madre: El año en que nació un movimiento

La lucha de México para poner fin a la guerra contra las drogas es diferente a cualquiera en el mundo

Por Al Giordano

En México, antes de la noche del 27 de marzo de 2011, cuando un grupo de jóvenes de Cuernavaca fueron asesinados, no había ningún movimiento nacional para evitar que este tipo actos de violencia se produjeran. Javier Sicilia era un poeta, periodista y editor de una revista literaria llamada Conspiratio, un estudiante de voz suave de la teología de la liberación y la noviolencia, respetado en sus profesiones y por los movimientos indígenas y otros a los que había apoyado con su pluma, pero no era una figura pública nacional ni alguien que había buscado la tribuna de líder social. Durante los últimos cuatro años, su país se había convertido en el epicentro de la violencia de la guerra contra las drogas, desde diciembre de 2006 cuando el nuevo presidente, Felipe Calderón, tomó las riendas del Estado bajo una nube de acusaciones de fraude electoral. Cambiando de tema, Calderón ordenó de inmediato a las Fuerzas Armadas a librar una guerra interna supuestamente contra los narcotraficantes.
Hay una famosa anécdota que dice que si se lanza una rana a una olla de agua hirviendo saltará inmediatamente a un lugar seguro, pero si la dejas caer suavemente en agua fría y lentamente pones la olla a hervir no sentirá el lento ascenso de la temperatura y finalmente morirá hervida en la olla. La guerra en México comenzó de la misma manera. Los medios de comunicación la presentaron como una lucha heroica en la que las víctimas eran criminales que merecían morir. Javier se convirtió en el siguiente paso en la evolución: la rana que saltaba, y al hacerlo alertó a la población en la que todos estábamos por ser hervidos por la violencia que, desde 2006, ha causado 65,000 muertos, 16,000 desaparecidos, y cientos de miles de desplazados. Cuando Juan Francisco fue asesinado, Javier, el poeta mexicano, estaba realizando lecturas y talleres de poesía en las Filipinas. Le tomó más de un día juntar los vuelos de conexión y obtener una visa de los EEUU para llegar a casa. En el momento en que llegó, los amigos y vecinos de los jóvenes asesinados habían erigido un altar con velas, cruces y fotos en su memoria a las puertas de palacio estatal de Morelos en Cuernavaca, a unos 70 minutos al sur de la Ciudad de México. El 3 de abril, por el dolor de perder a su hijo, publicó la “Carta abierta a políticos y criminales” en el semanario Proceso, una revista nacional para la cual escribía una columna. En dicha carta, en repetidas ocasiones utilizó la frase: “Estamos hasta la madre:”


“No quiero, en esta carta, hablarles de las virtudes de mi hijo, que eran inmensas, ni de las de los otros muchachos que vi florecer a su lado, estudiando, jugando, amando, creciendo, para servir, como tantos otros muchachos, a este país que ustedes han desgarrado… desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de nombre porque es fruto de lo que no pertenece a la naturaleza –la muerte de un hijo es siempre antinatural y por ello carece de nombre: entonces no se es huérfano ni viudo, se es simple y dolorosamente nada–, desde esas vidas mutiladas, repito, desde ese sufrimiento, desde la indignación que esas muertes han provocado, es simplemente que estamos hasta la madre.”
A las pocas horas, Narco News había traducido la carta abierta al inglés y las palabras del poeta “se hicieron virales” en ambos lados de la frontera México-Estados Unidos, y en gran parte del mundo. Todo el tiempo se escriben cartas abiertas a políticos, pero que yo sepa, nadie había dirigido una a la clase criminal junto con los líderes políticos como Javier había hecho. Las palabras del poeta tocaron una fibra sensible en la opinión pública. Tres días más tarde, 50,000 personas marcharon por la paz en Cuernavaca, y se llevaron a cabo otras marchas de manera solidaria en la ciudad de México y en todo el país, incluso entre los mexicanos que viven en las principales ciudades del extranjero. La verdad es que la opinión pública mexicana nunca se había tragado por completo la ficción -creída por muchos en los Estados Unidos- de que la guerra contra las drogas de alguna manera busca detener las drogas o su uso indebido. Casi todo el mundo sabía que ante todo era un medio para enriquecer los bolsillos de políticos y policías corruptos. Lo que le faltaba era la poesía, las palabras que podrían movilizar a la opinión pública a la acción. La frase: “Estamos hasta la madre” prácticamente forma un epíteto. Es el enunciado utilizado cuando un pueblo no puede soportar más algo intolerable. Cuando otros movimientos y organizaciones sociales con sus demandas propias hacia el Estado mexicano se dieron cuenta de la capacidad de este nuevo movimiento de convocar a las masas a las calles, muchos comenzaron a enganchar sus vagones a la misma. Esto resultó ser una espada de doble filo. Si bien aumentaron las filas de la gente marchando, también trajeron consigo sus consignas, imágenes y demandas propias, prácticamente una larga lista de injusticias no reparadas por el Estado. En este momento, la joven causa estaba en peligro de ver su mensaje principal -detener la guerra- rebasado o diluido o, peor aún, catalogado por el público en general como una vieja manifestación de “más de lo mismo” pero que rara vez obtiene los resultados deseados.

Un padre conmemora a su hijo asesinado en las columnas del palacio estatal del gobierno de Morelos.
Fue en ese momento en el que Javier y otros estudiosos de las estrategias y tácticas de resistencia noviolentas (en particular, algunos importantes teólogos de la liberación y el clero) optaron por dos tácticas que mantuvieran la atención en la guerra. El 12 de abril, en las paredes del palacio estatal colocaron placas con los nombres de los seis jóvenes asesinados el 27 de marzo, a las que agregaron los nombres de más de 100 habitantes del estado muertos por la violencia de la guerra contra las drogas. Esto puso el foco del movimiento firmemente en las víctimas. Y anunciaron el siguiente paso del movimiento: del 5 y 8 de mayo una marcha nacional desde Cuernavaca y otros puntos, a pie, hasta la capital del país, la ciudad de México, cuya demanda simplemente sería, “Parar la guerra: Por un México digno en paz.” Estos dos pasos fueron documentados en este video, un comunicado viral por Sicilia que llamó a la ciudadanía a dos acciones específicas: La marcha de mayo comenzó con algunos cientos de personas caminando en silencio desde Cuernavaca y para el momento de la llegada a la ciudad de México ya eran miles (ver “Aprendiendo a caminar otra vez con Javier Sicilia“, 7 de mayo de 2011, Narco News). Dos semanas después, Sicilia se dirigió a 80 periodistas internacionales y líderes de resistencias civiles de todo el mundo en la Escuela de Periodismo Auténtico, y pidió a los periodistas a que a principios de junio acompañaran a las víctimas de la guerra contra las drogas en la caravana a Ciudad Juárez, “el epicentro del dolor.”

La marcha silenciosa que comenzó en Cuernavaca con unas cientos de personas llega a la ciudad de México acompañada por miles. DR 2011 Alejandro Meléndez Ortiz.
Esa caravana, junto con otra al sur con la frontera de Guatemala en el verano cruzó el país de arriba a abajo exigiendo que la guerra debía terminar. En junio y una vez más en el otoño, las víctimas se reunieron con el presidente y miembros de su gabinete en un diálogo televisado, y en el verano tuvieron otro con líderes del Congreso. Durante esos encuentros las palabras dichas por Sicilia y otras víctimas fueron duras críticas a la política de drogas y destaparon sus consecuencias. Sin embargo, el tono fue similar al de otras luchas noviolentas exitosas en la historia: tratando a los adversarios en el poder como seres humanos. Javier fue fotografiado besando al presidente y abrazando a un líder del congreso, algo entendido por algunos, malinterpretado por otros, y un tema de conversación en los medios nacionales por las acciones que a la distancia pueden verse con mayor claridad. Al acercarnos al primer aniversario, es un momento para reflexionar sobre el rápido avance del movimiento, siendo ya el movimiento popular en contra de la guerra contra las drogas más grande del mundo, uno que ha definido el problema para la opinión pública y también su solución: Detener la guerra. Las páginas de los libros de historia están llenas de cómo las nuevas ideas siempre se encuentran con la fricción de los que están acostumbrados a hacer las cosas a la vieja manera, y esta no es la excepción. La convocatoria de la marcha hacia la Ciudad de México trajo la primer polémica que reveló estas fricciones, debido a que Javier y otras víctimas de la guerra pidieron que la marcha se produjera en silencio. Algunos grupos de activistas acostumbrados a marchar con cantos específicos que por lo general se enseñan a los universitarios que se unen a las manifestaciones se quejaron, e incluso acusaron a las víctimas de “censurarlos” o de tratar de silenciar a los disidentes con el uso de la táctica de la resistencia del silencio. Y sin embargo, esto es exactamente lo que salvó al naciente movimiento de la suerte de tantos movimientos infructuosos anteriores. El silencio, su solemnidad, su respeto por los muertos y desaparecidos, habló más fuerte que cualquier grito o rima. Y mantuvo la atención del público sobre la guerra y sus víctimas.
En el transcurso del primer año de este movimiento, este punto fue golpeado a lo largo de su trayectoria. Ha sido muy parecido a lo que ocurre con las víctimas de violación en las estaciones de policía, tribunales y en los medios de comunicación en cualquier parte del mundo, en la que son victimizadas una y otra vez con acusaciones de ser culpables por consentimiento de su violación, que en realidad “lo querían”, que se visten de manera que provocan, que sus vidas privadas son puestas en cuestión, y todo esto sirve para inhibir e intimidar a las víctimas a presentarse y hablar de los crímenes cometidos en su contra. Una dinámica similar ha ocurrido con Javier y otras víctimas, lo que hace que su perseverancia por levantarse y hablar los haga más admirables y heroicos.
La primera línea de ataque contra las víctimas proviene del Estado y sus obedientes medios de comunicación: que todos los 65,000 muertos en los fuegos cruzados de la guerra contra las drogas son narcotraficantes o delincuentes. Pero la línea de ataque más hiriente y sin sentido proviene de lo que se define, en términos militares, como “fuego amigo,” los ataques de aquellos que supuestamente están en el mismo lado de la lucha. Por ejemplo, los partidos políticos están enojados con Javier y las víctimas por no apoyar o alinearse con los candidatos, o por reunirse y dialogar con el presidente o los líderes del Congreso o los procuradores estatales miembros de partidos diferentes. En esos diálogos, el que Javier haya besado o abrazado a un político u otro (la forma en que ha saludado a mujeres y hombres por igual aún antes de que el asesinato de su hijo lo pusiera en el centro de la atención nacional, y una práctica ligada a sus creencias religiosas) puso frenéticos de ira a columnistas y caricaturistas políticos. Solía ocurrir que sólo los falsos moralistas de derecha se preocuparan sobre quién besó a quién. Aquellos del “centro izquierda” que han hecho lo mismo: no han inspirado confianza en la forma en que gobernarían cuando tuvieran la oportunidad.
Otros han promovido los rumores y teorías conspirativas de que Javier u otros en el movimiento no son más que maniobras para candidaturas políticas o empleos en el gobierno (una acusación risible para aquellos que han conocido a este solitario poeta y su disgusto de muchos años por la burocracia y el sistema político electoral). Este tipo de ataques y falsedades deberían observarse con la misma luz que los esfuerzos contrainsurgentes del Estado: los esfuerzos por victimizar a las personas que ya son víctimas, simplemente porque han salido de las sombras y están determinadas a hacer las cosas a su manera, sin el respaldo de alguna facción política más que la de las palabras que fluyen de sus propios corazones.
El “fuego amigo” en contra de las víctimas también ha venido de los círculos no electorales. Algunos activistas, molestos de que el movimiento contra la guerra no ha adoptado sus causas como propias, o de otros que provienen de las tendencias que fetichizan la “violencia revolucionaria” y se sienten incómodos con un concepto que no entienden, el de la noviolencia, también han menospreciado a las víctimas. Paradójicamente, los insultos que infieren de que son políticamente ingenuos, o que están siendo utilizados por los funcionarios con los que dialogan, surgen de la mayor fortaleza de las víctimas: el hecho de que sean personas comunes de cualquier clase y estilo de vida, más cercanos a la opinión pública que los “activistas profesionales” y los militantes partidistas han sido. Una y otra vez, esto ha ido más allá de las expresiones respetuosas de desacuerdo.
A esto se añade la conducta mercenaria de muchos medios de comunicación -incluyendo algunos “medios alternativos”- para usar al movimiento como una especie de audición para avances en sus carreras propias (si tuviera un peso por cada una de las veintenas de entrevistas que Javier daba libremente a un reportero y que luego este la llamara entrevista “exclusiva,” ¡me podría comprar una cadena de televisión!). De hecho, los primeros seis meses el movimiento estaba bajo atenta mirada de los medios de comunicación, la marcha silenciosa de la ciudad de México, las caravanas al norte y al sur, los diálogos con el presidente y el Congreso, pero ahora es año electoral y los medios comerciales han huido a un circo diferente. Algunos ven la relativa falta de atención de los medios y obtienen una falsa lectura de que por lo tanto, el movimiento ha perdido fuerza. Pero al contrario, la salida de los medios de comunicación por fin le ha dado al movimiento la oportunidad de respirar y comenzar a dar los primeros pasos más importantes de organización para la lucha que sigue.
La verdad es que en los primeros meses había tanta atención de los medios que el movimiento rápidamente creció dependiendo de la cobertura de prensa para comunicarse con sus propios miembros. La fórmula fue llamar a una conferencia de prensa o a un evento con medios, anunciar una marcha o una caravana, y la atención de los medios por sí sola traería a la gente. Esa es una situación muy peligrosa para cualquier movimiento, porque pone el poder de comunicación de ese movimiento en las manos de otras instituciones que tienen sus propias agendas políticas y económicas. Ahora que los medios de comunicación se encuentran en el espectáculo próximo, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad finalmente ha sido capaz de iniciar el trabajo de organizar sus propios sistemas de comunicación, para preparar y capacitar a sus propias filas -en la noviolencia, en asistir las necesidades de las víctimas, en organizar- y que no era capaz de hacer en sus primeras etapas conducidas por los medios de comunicación.
Lo que hace a este movimiento tan diferente de las luchas anteriores es que ha llevado, a diferentes tipos de mexicanos que antes no trabajaban juntos, a la misma mesa para desarrollar un lenguaje de resistencia accesible no sólo para los profesionales de la política o activistas, sino para la gente común. Las propias víctimas son tan diversas como todo México, y el ver cómo en el último año la gente que nunca hizo nada a nivel público o político surgió como organizadora o líder, ha sido una lección de civismo. Personas como María Herrera, madre de 16 hijos con cuatro desaparecidos por la violencia, que en junio pasado se presentó en una reunión del movimiento en Morelia, Michoacán, llorando por que no sabía cómo hablar en público, que no quería hablar a través de un micrófono, pero que su difícil situación la había obligado a hacerlo, son los pilares de este movimiento. María pronto pasó de ser víctima a organizadora y defensora de otras víctimas; una líder de buena fe. Esto ha sucedido una y otra vez y tiene un efecto multiplicador a medida que el círculo de las víctimas organizadas en el país se ensancha.
Para las víctimas han llegado defensores de derechos humanos, clérigos y sus organizaciones no gubernamentales, así como organizaciones y colectivos de jóvenes, estudiantes, sindicatos, campesinos, grupos de vecinos, comunidades indígenas e incluso ciudadanos de clase media (sobretodo poetas y otros artistas que fueron movidos por el asesinato del hijo del poeta) que han hecho la conexión entre la violencia histórica en su contra y la actual plaga de violencia contra todos los mexicanos. Muchos de los que han trabajado en solidaridad con los zapatistas de Chiapas durante los últimos 18 años y que se unieron a la Otra Campaña en el 2006, han encontrado un camino a través de este movimiento para continuar con el de la construcción de una lucha nacional y organizada. El 7 de mayo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) llevó a sus comunidades indígenas hablantes de las lenguas mayas tzeltal, tzotzil, tojolabal y chol para converger como afluentes en una gigantesca marcha de decenas de miles de personas en San Cristóbal de las Casas en solidaridad con la marcha del movimiento por la paz a la ciudad de México. Algunos observadores pueden estar rascándose la cabeza preguntándose cómo una guerrilla armada podría encontrar una causa común con un movimiento por la paz, pero aquellos que han observado a los zapatistas por años sabrán que es un ejército que no ha disparado un sólo tiro desde 1995 y muchas de sus comunidades han estudiado y defendido expresamente la resistencia noviolenta como camino de cambio. La comunidad chiapaneca de Acteal, sitio de una masacre en 1997 que sacudió la conciencia del país, ha organizado una avanzada práctica de la noviolencia y ha recibido con entusiasmo a este joven movimiento y lo ha orientado durante sus primeros pasos. Una dinámica similar ha ocurrido con la comunidad indígena purépecha de Cherán, Michoacán, en medio de una lucha contra taladores ilegales y violentas organizaciones criminales, dinámica también similar con las comunidades indígenas huicholes de San Luis Potosí en su lucha contra los mega proyectos de las empresas mineras internacionales que ponen en peligro sus tierras y la salud.
De hecho, la construcción de alianzas entre sectores tan diversos de la sociedad mexicana refuta las denuncias hechas por algunos de que el movimiento por la paz es demasiado estrecho en su enfoque. El movimiento ha demostrado disposición a colaborar con cualquier sector organizado, apoyarlo, y aprender de él. La palabra clave aquí es, por supuesto, “organizado.” Eso es lo que dio a estos sectores una credibilidad inmediata y la autoridad moral en este movimiento, y no el que tuvieran una larga lista de demandas o quejas. Las víctimas buscan desesperadamente aprender una manera efectiva de lucha. Como me dijo la importante organizadora entre las víctimas Araceli Rodríguez cuando se decidió a participar en la primera sesión de entrenamiento en noviolencia del movimiento, “Las víctimas están buscando ayuda y consejo de todos y cada uno. Vamos a tomar toda la ayuda que podamos conseguir.” Y todos los que se han acercado al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad con la idea de brindar ayuda y apoyo real han encontrado su lugar en él.
El segundo año de este movimiento -Javier y otros organizadores han dicho a menudo que es probable que la lucha por el fin de la guerra tome años- traerá muchos de los mismos desafíos y pruebas, así como otros nuevos. El movimiento tendrá que navegar por la temporada electoral de las elecciones presidenciales de julio de 2012, posiblemente con una lucha post electoral como las de 1988 y 2006 por fraude electoral y la toma de posesión del próximo presidente de México en diciembre de 2012. Las presiones y ataques de la clase política y sus respectivos medios internos contra el movimiento sólo aumentarán a medida que se aproximen las elecciones. Las declaraciones que los miembros del movimiento hagan criticando o alabando lo que cualquier candidato o partido diga o haga será sacado de proporción por los medios sensacionalistas y malinterpretado como una especie de partidismo. Los candidatos y los partidos también intentarán cooptar el mensaje del movimiento: no se sorprendan de ver anuncios en televisión que digan que un candidato está a favor de “la paz”, tal vez incluso de la “justicia” y “dignidad.” El movimiento necesitará no ser distraído por el circo y utilizar la distracción de los medios ahora para hacer lo más importante: organizar y fortalecer sus propias capacidades para el largo plazo.
También hay organizaciones norteamericanas que han propuesto una “caravana” con Sicilia y otras víctimas en los Estados Unidos este próximo verano. Ahí existen sus propios vicios y sesgos culturales, problemas y segregación por raza y clase económica, algo en lo que el movimiento mexicano tendrá que navegar con éxito, y como todo mexicano sabe, algunos de nuestros “amigos en el Norte” tienen tendencias oportunistas o coloniales hacia México y los mexicanos, incluso envueltas en el lenguaje bondadoso de la solidaridad. (Por ejemplo, el otoño pasado fue triste ver cuando Javier Sicilia fue invitado a una conferencia nacional de opositores a la guerra contra las drogas en Los Ángeles que el hombre que inspiró un movimiento nacional más grande del que cualquier estadounidense haya logrado ni siquiera tuvo su propia sesión plenaria; y pusieron a casi una docena de personas en el escenario con él, cada uno con su discurso limitando su propia oportunidad y tiempo para compartir su mensaje.) También queda por ver si el gran movimiento de inmigrantes mexicanos y mexicano-americanos, el cual está organizado desde las bases (y que en 2006 movilizó la única “huelga general” exitosa en muchas décadas en los EEUU) será invitado por las organizaciones estadounidenses a tener un papel de liderazgo importante en cualquier caravana u acción al norte de la frontera. También existen riesgos en el camino de la caravana derivados de la falta de unidad en torno a la noviolencia de las manifestaciones “ocupa”, una dinámica que podría llevar a incidentes violentos e incluso desacreditar al movimiento mexicano a nivel internacional. Sería dañino y una vergüenza para el movimiento mexicano si este fuera arrastrado a esos problemas fuera de su sincero reconocimiento de la necesidad de convertirse en internacional.
También existen problemas potenciales con el mensaje, ya que algunos de los activistas estadounidenses involucrados en la planificación de una posible caravana por EEUU ya están tratando de disminuir la demanda central de detener la guerra contra las drogas debajo de un debate más polarizado en los EEUU sobre el tema de la propiedad de las armas y su venta (como si el fortalecimiento de una prohibición podría disminuir la otra). El movimiento mexicano -cuya posible presencia en una caravana en los EEUU sería la razón más atractiva de la existencia de la caravana misma- tendrá que tomar las medidas necesarias antes de cualquier acción, que sus prioridades y los mensajes se respeten para que los eventos no lo alejen de sus principios noviolentos, y que se centren en las víctimas y en la coherencia de detener la guerra, las estrategias que están sirviendo en México por que el movimiento defina su propio camino. Sí, también es importante trabajar a través de las líneas internacionales y sí, hay norteamericanos y organizaciones con las que vale la pena construir una relación hacia ese objetivo. Pero no todos ellos están en la mesa todavía -los aliados naturales que están bien organizados y no han sido invitados (una consecuencia frecuente en el “crimen de gringo a gringo” del tipo que divide a sus propios esfuerzos de cambio)- y sólo la firme insistencia del movimiento mexicano podrá permitir la apertura del movimiento norteamericano, una base aliada suficiente para lograr un cambio verdadero en la violenta política de drogas impuesta por los Estados Unidos en México.

Nepomuceno Moreno (1955-2011), a la derecha, con Javier Sicilia a la entrada del edificio de la Junta de Buen Gobierno en Oventik durante la caravana del Movimiento al sur. DR 2011 Moises Zúniga.
Si miramos hacia atrás en el primer año de este movimiento, debemos decir que han habido víctimas, lo cual ha sido muy doloroso. El verano pasado, Pedro Leyva, un líder indígena nahua y defensor del medio ambiente en Santa María Ostula, Michoacán, fue parte de la delegación del movimiento para reunirse y dialogar con el Presidente Calderón. El 6 de octubre fue asesinado en su casa. Nepomuceno Moreno, de 56 años, el sonriente e inspirador participante en las caravanas al norte y al sur del país que buscaba justicia para su hijo desaparecido, que también se reunió y habló directamente con Calderón pidiendo protección por las amenazas contra su vida, fue asesinado a tiros el 29 de noviembre en Hermosillo, Sonora. Una semana más tarde, hombres armados secuestraron y asesinaron a otro dirigente social de Santa María Ostula, Trinidad de la Cruz Cristósomo, de 73 años. Se lo llevaron en un vehículo en el que estuvo acompañado por una delegación nacional de representantes del movimiento. Un día después de eso, dos líderes ambientales del estado de Guerrero, Eva Alarcón Ortiz Batista y Marcial Valle, que habían acompañado al movimiento en la caravana al sur en septiembre pasado, fueron desaparecidos de un autobús en un retén policial, y hasta la fecha no se sabe nada de ellos. Estas son cinco horribles historias de entre muchas de los 65,000 muertos y 16,000 desaparecidos, y aún con o sin la aparición del movimiento nacional, o su adhesión a ella, es muy probable que hubieran sufrido la misma violencia. No fueron asesinados o desaparecidos debido a su participación en el movimiento, sino por las luchas previas que libraron y mediante las cuales encontraron una causa común con el movimiento. La verdad es que el movimiento no tiene el poder para evitar las muertes y desapariciones hasta que logre terminar con la política prohibicionista de drogas, la cual es la piedra angular de la corrupción del Estado, la impunidad de funcionarios y delincuentes por igual, y la violencia institucionalizada y el crimen organizado que deriva de sus ganancias ilícitas. También es muy probable que si el movimiento no se hubiera organizado, otros que ahora se encuentran en sus filas, también hubieran perdido la vida por la violencia. La fuerza en números no es absoluta, pero sin duda ayuda a disminuir el número de esas tragedias. En el año que viene, el movimiento y sus miembros pueden sufrir pérdidas adicionales y más muertes. Mientras la política de la guerra continúe, decenas de miles de mexicanos seguirán muriendo y desapareciendo, sus familias sufrirán, y el movimiento en sí tendrá que aferrarse a no perder la esperanza e inspiración cuando la política a la que se opone continúe destruyendo la nación.
Treinta años pasaron entre el retorno de Gandhi a la India y el objetivo de su movimiento: la independencia del yugo colonial. Desde la organización del boicot a los autobuses de Montgomery por Martin Luther King, en 1955 a la aprobación de la Ley de los Derechos Civiles de 1964 pasaron nueve años de una intensa lucha noviolenta, también con pérdidas y víctimas. En Egipto, cinco años pasaron entre las primeras marchas masivas en 2006 y la caída del dictador Mubarak en 2011, y nuestros amigos egipcios todavía están luchando para derrocar a la dictadura que estaba detrás de él. Igual como una sostenida guerra de guerrillas, la resistencia civil noviolenta no es una receta instantánea (además, ambas requieren un alto nivel de entrenamiento, organización y creatividad estratégica para triunfar). Lo que la lucha noviolenta sí logró, en los últimos cien años, es un mayor porcentaje de alcanzar las metas que se propone, que otras formas de lucha.
En 1810, México obtuvo su independencia del dominio colonial. Su victoria fue seguida por el éxito de las luchas por la independencia en Venezuela, Colombia, Ecuador, Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia Perú y las naciones centroamericanas. En 1910, la Revolución Mexicana, precedió a la rusa y otras en el mundo que se libraron en contra de las injusticias económicas. En la historia, por supuesto, ninguna victoria es definitiva. El verdadero cambio debe ser renovado una y otra vez. Entonces, no debe ser ninguna sorpresa que en el 2011 en México haya aparecido una nueva para dirigir al próximo siglo de la historia y para mostrar al mundo un camino para salir del infierno de las políticas de drogas que corrompen a todos los gobiernos y los sistemas económicos y destruyen el tejido social de tantas naciones.
En la tarde del 28 de marzo, en el zócalo de Cuernavaca, el lugar donde comenzó el movimiento, se reunirán de nuevo y pondrán en marcha un año más de lucha. La Escuela de Periodismo Auténtico, sus 80 periodistas, comunicadores y organizadores y líderes experimentados de todos los continentes, estarán ahí para reportarlo a lo largo y ancho, nacional e internacionalmente. La libertad de expresión y la prensa libre son también víctimas de esta guerra. Nuestro trabajo como periodistas, y nuestras vidas, también están en la línea de fuego. Nuestro gremio tiene sus propias víctimas de esta guerra. Una de ellas es la verdad. Y como todos los demás sectores de la sociedad, nosotros también tenemos nuestro papel, el de reportar cuidadosa e inteligentemente los pasos de este movimiento, documentar sus innovaciones, y tácticas, estudiar, entender y comunicar sus estrategias dinámicas, y asegurando que los ojos del mundo sigan postrados en él, independientemente de si los medios comerciales hacen su trabajo o no.
Lo que Javier Sicilia, las víctimas, y el movimiento que puso en marcha han logrado en sólo un año va más allá de los hechos evidentes de que este es el “mayor” movimiento en contra de la guerra contra las drogas en la historia humana. También es el más profundo, porque golpea la mayor arma de la guerra: la violencia. Se han introducido en la opinión pública mexicana y resumen una nueva forma de luchar, diferente a las luchas anteriores en este país, la de la resistencia civil noviolenta. A medida que se acerca el inicio de su segundo año, el movimiento se centra más que antes en el trabajo de la organización en sí, la formación de sus filas, la diversificación y la secuencia de sus tácticas, fomentando nuevos líderes y organizadores. Estas son las cualidades que otros movimientos sociales históricos exitosos han tenido en muchos países. Pero quizás la mayor alegría e inspiración que surge de esta causa es que se está logrando “a la mexicana”. Su eventual éxito en detener la guerra será un jaque mate sobre la política de prohibición de drogas que los Estados Unidos han impuesto al resto de América, el mundo y también contra su propio pueblo. La política caerá en todo el mundo. Gracias, México. Y gracias, a los pioneros de este movimiento. Una vez más están definiendo un siglo.

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