por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
¿Cuánto cuestan los presidentes-payasos? Primero, ¿qué es un
presidente-payaso? Se trata de esos tipos que tienen una idea circense
de la función pública. Creen que han sido elegidos para entretener, no
para servir y cumplir con las leyes. Hablan nueve horas, cantan,
insultan, dicen barbaridades.
Fidel, por ejemplo, cuando actuaba en la pista mayor del gran circo
habanero, acusó a EE.UU. de desviar los huracanes hacia la Isla. Muchos
años más tarde, su discípulo Hugo Chávez aseguró que el
terremoto que destruyó medio Haití fue un arma secreta probada por el
Pentágono en el Caribe. Todo vale para salir en los papeles y para
generar noticias.
Uno de los rasgos más notorios de los presidentes-payasos es su
candorosa irresponsabilidad. No advierten, o no les importa, el daño que
les hacen a sus países. Viven tan pendientes del aplauso y del titular
de primera plana, que son incapaces de calcular o prever el costo de sus
acciones. Incluso, sucede algo más grave: sus compatriotas suelen
reírles las gracias sin percatarse de las adversas consecuencias
económicas generales que acarrea tener como rostro visible de la
sociedad a un presidente-payaso.
Un caso reciente es el del presidente ecuatoriano Rafael Correa.
Correa acaba de armar un espectáculo absolutamente mediático con su
demanda triunfal de cuarenta millones de dólares contra un respetado
diario, El Universo de Guayaquil, que acabará confiscado o clausurado por una crítica columna de opinión publicada por Emilio Palacio.
Los propietarios del diario, además, como el autor del artículo,
fueron condenados a tres años de cárcel y tuvieron que exiliarse antes
de acabar tras las rejas. Durante las semanas que duró el sainete,
Correa mantuvo en vilo al país y a la prensa internacional, generando
una enorme cantidad de información, culminada en una manifestación muy
fotogénica encabezada por él el día de la sentencia, con velas
incluidas.
¿Qué fue lo que trascendió de este lamentable show? Muy sencillo: que Ecuador
es un país poco fiable en el que no vale la pena invertir. Es una
sociedad amable, desgraciadamente administrada por un gobierno poco
serio. Se trata de una nación “bananera”, de acuerdo con el editorial
del Washington Post, en la que “tras cuatro cambios de jueces,
un magistrado temporal asume el caso, ordena una vista, y 33 horas
después emite una resolución de 156 páginas, probablemente escrita por
un abogado de Correa”.
A los dos días de la trágica payasada contra El Universo, un
panel especial administrado por la Corte Internacional de Arbitraje de
La Haya, emitió un laudo provisional a favor de Chevron, a reserva de un
fallo posterior, para detener una sentencia ecuatoriana que condenaba a
la empresa petrolera a pagar miles de millones de dólares como
compensación por un discutido daño ecológico infligido al país hace
varias décadas por otra compañía.
Chevron, según su testimonio, descubrió pruebas de fraude, corrupción y, como en el caso de El Universo,
que la sentencia había sido escrita por los demandantes y no por el
juez encargado de dictarla. El sistema judicial ecuatoriano,
presumiblemente, estaba podrido y funcionaba como un brazo de los deseos
y caprichos de la presidencia de la República y como una fuente de
enriquecimiento ilícito dentro de las alcantarillas del poder.
Todo eso es carísimo. En los tiempos de la globalización y de la
información instantánea, los presidentes están obligados a cuidar la
marca-país con el mismo celo con que los empresarios tratan de proteger
el prestigio de las compañías que dirigen y los productos que
manufacturan.
Los países y las ciudades proyectan ciertas imágenes muy importantes
para la toma de decisiones. Existe un baremo internacional (The
Anholt-GfK Roper Nation Brands Index) que mide y contrasta la calidad de
la imagen de las naciones y, lógicamente, Ecuador aparece por los
suelos. Por eso los capitales se refugian en Zurich y huyen de Quito.
Ello significa que cuando Rafael Correa gana 40 millones de dólares
por medio de detestables trucos legales —aunque luego los asigne a una
causa caritativa—, no sólo arruina a una familia y a centenares de
trabajadores de El Universo, sino, además, perjudica a todos
sus compatriotas. Con esos escándalos, los ecuatorianos pierden miles de
millones en inversiones que nunca se van a hacer, o en negocios que no
se llevarán a cabo, porque nada hay más importante que la seguridad
jurídica para cualquier inversionista serio del planeta, y en Ecuador no
hay siquiera vestigios de ese fundamental clima institucional.
Los payasos, sin duda, son criaturas adorables, pero es muy conveniente mantenerlos alejados de la política. Cuestan demasiado.
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