Por Alvaro Vargas LLosa
El Mundo.es
Robert Bales, militar estadounidense causante de la matanza en Afganistán.
(Puede verse también El telón afgano cae más rápido por Ivan Eland)
Hay un
momento en toda guerra en que los incidentes provocados por la
frustración o la pérdida de fe en la misión convierten a los "buenos" en
"malos" a ojos de quienes no los veían así. Eso pasó con las fotos de
Abu Ghraib en Iraq, como había pasado, caso mucho más grave, con la
matanza de My Lai en Vietnam a manos de la compañía Charlie.
En Afganistán, los soldados orinando sobre cadáveres, la quema del Corán y la matanza de dieciséis civiles,
la mayoría mujeres y niños, a manos de un sargento enloquecido han
colmado la paciencia de un gobierno afgano con antiguas dificultades
para avalar la presencia de la OTAN ante su población. De allí la
exigencia de Karzai a Estados Unidos a través del Secretario de Defensa,
León Panetta, de que la OTAN se retire bastante antes de lo previsto.
"Estamos
preparados para asumir la responsabilidad", ha dicho por necesidad
política y no porque se lo crea (dos hermanos suyos estuvieron a punto
de morir esta misma semana). Obama ya había sostenido que la última
matanza no justifica hacer cambios súbitos y adicionales al programa de
retirada. A los 10 mil soldados que se marcharon el año pasado se
sumarán otros 23.000 al final del verano. A fines de 2014 partirán los
68.000 restantes.
Los
argumentos de Obama a priori suenan atendibles. Es verdad que la guerra
de Afganistán una década después no es ganable porque la misión
original, derrotar a al Qaeda, cumplida hace rato, ha sido reemplazada
por otras. Pero si Estados Unidos hubiese salido de Iraq en 2006 cuando
las fotos de Abu Ghraib fueron publicadas?en lugar de 2011, no habría
allí el caos manejable de hoy sino, acaso, un campo de Agramante.
En Afganistán, Obama aspira a algo parecido: un caos relativamente ordenado,
donde la amenaza del Talibán sea gestionable. Para ello su enviado
especial, Marc Grossman, está en negociaciones secretas con el Talibán
que contemplan incluso permitirle abrir oficina en Kabul. Washington
prefiere apostar a que una convivencia del gobierno afgano con el
Talibán impida otra alianza mortífera con al Qaeda y derivados.
Es posible que esa opción sea razonable. Pero cada día que pasa la desmoralización de los soldados de la OTAN provoca nuevos incidentes
que atentan precisamente contra el trabajo de filigrana diplomática de
Grossman y la estrategia de Washington. A lo cual se añade que el mando
de Karzai sobre su país no tiene visos de consolidarse aun si se
mantiene el cronograma de retirada.
Las víctimas civiles llevan años acumulándose sin que nadie parezca sensible a ello a la cabeza de la OTAN. Según la ONU, este año hay un 8 por ciento más de víctimas civiles que el anterior,
y en los últimos seis años murieron 13 mil, sin contar las muertes por
los desplazamientos y penurias de la guerra. Es cierto que la mayoría de
víctimas directas ha muerto a manos del Talibán pero la percepción es
que los bombardeos de la OTAN con aviones no tripulados, los ataques a
bases talibanes y los incidentes excepcionales golpean mucho más a los
civiles que al enemigo. El 'basta' de Karzai, quien es hoy, para colmo,
parte del problema, expresa esa desesperada realidad.
Ayudaría
mucho a desactivar esta presión y disminuir el odio civil a la OTAN el
que Obama, sin renunciar a su estrategia, acelerase cuidadosamente la
retirada.
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