El suicidio de la derecha norteamericana
La capacidad del Partido Republicano
para infligirse a sí mismo las peores derrotas en sus mejores momentos
no es reciente. Pero tampoco es tan antigua. El caso más notorio, en
época contemporánea, fue el de 1994, cuando Newt Gingrich logró la
hazaña de arrebatarles a los demócratas el control de la Cámara de
Representantes después de cuatro décadas, gracias a su "Contrato con
América". En apenas dos años, esa gran construcción política e
ideológica se había desmoronado, lo que permitió a Bill Clinton renacer
de sus cenizas. Hoy, apenas dos años después de que los republicanos
quitasen a los demócratas el control de la Cámara Baja y el Tea Party,
verdadero dínamo del movimiento conservador, y pusiera contra las
cuerdas al gobierno de Barack Obama, el partido de la derecha, y con él
el conservadurismo, se está desmoronando otra vez. Cunde la sensación de
que la reelección de Obama es inevitable, a pesar de que el mandatario
no logra superar la barrera del 50 por ciento de aprobación, crítica
para quien aspira a renovar mandato en este país.
¿Qué está pasando? Las explicaciones más
obvias -el repunte leve de la economía, el liderazgo gris del Partido
Republicano en el Congreso encarnado en John Boehner y Mitch McConnell o
éxitos de política exterior como el ocaso de Bin Laden- no bastan.
Tampoco es suficiente decir que el Tea Party ha perdido fuelle o que la
gran prensa norteamericana magnifica los problemas que se viven al
interior del Partido Republicano y el movimiento conservador, puestos de
manifiesto en las primarias. Algo más profundo está sucediendo y quizá
para entenderlo mejor es indispensable hacer un breve recuento de
ciertos antecedentes.
La derecha norteamericana tuvo cuatro
grandes momentos en el último siglo, no todos ellos traducidos
inmediatamente en victorias electorales o capacidad para emprender
cambios sustanciales. Pero todos ellos, en el peor de los casos,
precursores de transformaciones posteriores.
El primero fue el surgimiento de lo que
se ha dado en llamar la "vieja derecha" en los años 30, que duró hasta
los años 40: un grupo de políticos, intelectuales, empresarios y medios
que se oponían radicalmente al crecimiento del Estado bajo el "New Deal"
del Presidente F.D. Roosevelt. Tenían, además, esta otra característica
saliente: su oposición a toda intervención militar en el exterior,
incluyendo la participación en la Segunda Guerra Mundial. Fueron
expresión de este movimiento organizaciones como el America First
Committee, y eran parte de esa familia ideológica políticos
republicanos, como el senador Robert Taft, escritores como H.L Mencken,
Alberto Nock y Rose Wilder Lane, periodistas como Walter Lippmann y
empresarios de medios como William Randolph Hearst. Tuvieron mucha
influencia, aunque no lograron el objetivo que se proponían.
El segundo gran momento de la derecha
viene con el senador Barry Goldwater. Para diferenciarlo del primero, se
conoce a sus protagonistas como la "nueva derecha". Comparten con sus
antecesores el odio al "New Deal" -en este caso quieren revertir la
herencia del estatismo de Roosevelt que aquéllos no pudieron evitar-pero
se diferencian en política exterior: son partidarios de un
intervencionismo internacional para hacer frente al peligro comunista.
Goldwater, a quien se llamó "Mr. Conservative", marcó toda una era. Se
enfrentó a Nelson Rockefeller en las primarias de 1964, en lo que
constituyó un gran enfrentamiento ideológico entre la derecha
tradicional de éste y el mensaje de cambio libertario y anticomunismo
activo de Goldwater. Goldwater ganó la partida interna, pero fue
arrollado por el Presidente Lyndon Johnson en las presidenciales.
A partir de allí sucedió algo que
todavía repercute en el conservadurismo y explica parte de lo que está
sucediendo con la derecha hoy. Los partidarios de Goldwater, en su
mayoría jóvenes (entre ellos, vaya ironía, estaba Hillary Clinton),
decidieron que esa revolución no podía frustrarse y siguieron pugnando
por el control de la derecha. Sin embargo, no contaban con un obstáculo
insospechado: la religión se metió en el camino, en parte como reacción a
la "contracultura" que estaba teniendo lugar en las universidades del
país y particularmente, en las costas Oeste y Este. La derecha
cristiana, asustada por los cambios en las costumbres y la
secularización política y social, se hizo fuerte a partir de entonces en
el Partido Republicano. Logró fusionarse con parte de los libertarios
de Goldwater, para escándalo del propio Goldwater, que desde su escaño
en el Senado tronó a favor del aborto, los derechos de los homosexuales,
la legalización parcial de las drogas y la separación real del Estado y
la Iglesia. El sector religioso del conservadurismo y el sector
libertario nunca convivieron bien. Se había producido una fisura
profunda en la derecha, sólo temporalmente disimulada.
El tercer momento clave de la derecha
viene con Richard Nixon. Este líder, más bien tradicional, le da a su
partido algo que no tenía antes: el control del Sur. Hasta ese momento,
el Sur había sido perrunamente demócrata. Pero ante el avance de la
"contracultura" liberal y gracias a una estrategia inteligente de Nixon,
los republicanos conquistan esa zona importantísima del país, que pasa a
ser su bastión. Esto, que es una solución electoral, crea a la vez un
problema de identidad ideológica, porque es en el Sur donde la derecha
cristiana resulta particularmente fuerte. Por tanto, los libertarios
herederos de Goldwater pasan a ser, dentro de la derecha, opacados por
el sector religioso. Un tercer grupo, el de los herederos de
Rockefeller, por decirlo así, navegan de un lado al otro dependiendo de
la circunstancia. Son tradicionales, pero no activistas religiosos, como
el movimiento cristiano evangélico que pasa a controlar parte de la
derecha.
El cuarto momento viene con Ronald
Reagan, cuyo éxito y liderazgo convocante parecen capaces de cerrar esa
herida múltiple. Como gobernador de California a partir de 1967, Reagan
había arrastrado consigo a todo el movimiento partidario de Goldwater.
En aquel momento, Reagan era, como el senador, liberal en temas
valóricos. Pero la compleja realidad del Partido Republicano, donde la
derecha cristiana se hace fuerte, lo lleva a adoptar progresivamente
también al ala religiosa. Nada une tanto como el éxito: pareció, en
tiempos de Reagan, que el Partido Republicano había asumido de una vez
por todas una identidad definitiva. Pero no fue así: ni la clásica
división entre Rockefeller y Goldwater en torno al tamaño del Estado, ni
la otra división entre Goldwater y la derecha cristiana en torno a
temas valóricos, quedó resuelta. Fue temporalmente disuelta en el
torbellino de la revolución reaganiana. Pero nada más.
Estoy tentado a decir que hubo un quinto
momento importante: la captura de la Cámara de Representantes por Newt
Gingrich con un mensaje altamente ideológico. Sin embargo, su paso raudo
por la gloria, su caída en desgracia a manos de sus propios compañeros y
el hecho de que nada cambiara realmente al interior del partido con él
no permiten, creo, colocar ese momento a la altura de los otros. El
partido tiene desde entonces y hasta hoy el alma escindida en dos y
hasta en tres partes: los herederos de Goldwater y del mensaje económico
de Reagan; los miembros del establishment, levemente deudores
de la memoria de Rockefeller, aunque lo disimulan con los rituales a
Reagan, y el movimiento del "revival" cristiano. Las líneas
demarcatorias no son siempre claras y muchos miembros de la derecha
tienen un pie en una facción y el otro en otra.
Esto, a grandes rasgos, es lo que las
primarias del Partido Republicano han puesto de manifiesto este año. El
candidato favorito, Mitt Romney, además de ser poco carismático,
despierta profundas antipatías en la base por haber sido gobernador del
estado liberal de Massachusetts y haber tenido en su momento posiciones
valóricas liberales. Pero parte del establishment se siente
cómodo con él, porque su padre fue gobernador de Michigan y porque, como
ex jefe de un fondo de capital de riesgo, está imbricado con el tejido
financiero del país. La base, encarnada en parte por el Tea Party, busca
afanosamente un candidato viable, pero la mediocridad del liderazgo ha
hecho que todas sus cartas -de Donald Trump a Michelle Bachmann, de
Herman Cain a Newt Gingrich y de éste a Rick Santorum- se caigan en el
camino. Y el sector libertario, el heredero de Goldwater, es el que está
fanáticamente adscrito a la candidatura de Ron Paul, que no puede
ganar, pero acumula delegados y desnuda las contradicciones ideológicas
de sus rivales.
Todo esto podría ser temporalmente
resuelto si el líder mejor colocado, en este caso Romney, fuese un
Reagan o si figuras alternativas como Gingrich y el ex senador Santorum
fuesen viables. Pero tanto el sector libertario que apoya a Paul como el
sector tradicional que se aferra a Romney se dan cuenta de que Gingrich
carga con demasiada mochila política, por así decirlo, y es vulnerable a
acusaciones de haber sido parte del mundo de los "lobbies" de
Washington; también piensan que Santorum vive en un mundo mental que por
momentos parece delirante.
Las posiciones de Santorum a favor de
que el gobierno federal prohíba los anticonceptivos y en contra de que
las mujeres sirvan en combate porque pueden despertar sentimientos
protectores en los hombres y debilitar su espíritu guerrero, así como
sus críticas a "Satán", es decir, a la secularización del país, envían a
los republicanos más lúcidos el mensaje claro de que con él sería
imposible derrotar a Obama. Al Obama de la coalición de inmigrantes,
negros, blancos independientes y conservadores seculares.
Ante esta desmoralizante situación, el
movimiento conservador está sin brújula apenas dos años después de dar
la impresión de que se preparaba para alcanzar el poder, pues había
logrado no sólo desplazar a los demócratas del control de la Cámara
Baja, sino también someter al Partido Republicano a sus designios. El
Tea Party hoy carece de estructura y perfil visible, y ha quedado
reducido a impedir que Romney acabe de una vez por todas de consolidar
su liderazgo. Pero ni siquiera puede impedirle el triunfo, sólo desnudar
sus puntos débiles y restarle fuerza, para fruición de Obama y los
demócratas.
Si todo esto es ya suficiente problema
para los conservadores, pueden venir cosas aún peores. No se puede
descartar que Ron Paul acabe yéndose por su cuenta y montando tienda
aparte, lo que restaría a los republicanos una montaña de votos en
noviembre. O que la derecha cristiana y la derecha libertaria
sencillamente no se movilicen como saben hacerlo en favor de Romney en
la campaña contra Obama. O incluso que se queden en sus casas. Y en un
país donde la elección la decide el número de partidarios de uno u otro
bando que se digna salir de su casa el día de la votación, eso sería
demoledor.
Lo del Partido Republicano es sólo el
síntoma político del problema de fondo, que es la escisión profunda del
alma conservadora. Mientras no surja un líder capaz de zanjar esa
división de una u otra forma, u otro capaz de disimularla, ella será un
gran obstáculo para la posibilidad de que la derecha viva un quinto gran
momento, comparable a los cuatro anteriores del siglo pasado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario