03 marzo, 2012

El suicidio de la derecha norteamericana

El suicidio de la derecha norteamericana

GOPPor Alvaro Vargas Llosa
La capacidad del Partido Republicano para infligirse a sí mismo las peores derrotas en sus mejores momentos no es reciente. Pero tampoco es tan antigua. El caso más notorio, en época contemporánea, fue el de 1994, cuando Newt Gingrich logró la hazaña de arrebatarles a los demócratas el control de la Cámara de Representantes después de cuatro décadas, gracias a su "Contrato con América". En apenas dos años, esa gran construcción política e ideológica se había desmoronado, lo que permitió a Bill Clinton renacer de sus cenizas. Hoy, apenas dos años después de que los republicanos quitasen a los demócratas el control de la Cámara Baja y el Tea Party, verdadero dínamo del movimiento conservador, y pusiera contra las cuerdas al gobierno de Barack Obama, el partido de la derecha, y con él el conservadurismo, se está desmoronando otra vez. Cunde la sensación de que la reelección de Obama es inevitable, a pesar de que el mandatario no logra superar la barrera del 50 por ciento de aprobación, crítica para quien aspira a renovar mandato en este país.

¿Qué está pasando? Las explicaciones más obvias -el repunte leve de la economía, el liderazgo gris del Partido Republicano en el Congreso encarnado en John Boehner y Mitch McConnell o éxitos de política exterior como el ocaso de Bin Laden- no bastan. Tampoco es suficiente decir que el Tea Party ha perdido fuelle o que la gran prensa norteamericana magnifica los problemas que se viven al interior del Partido Republicano y el movimiento conservador, puestos de manifiesto en las primarias. Algo más profundo está sucediendo y quizá para entenderlo mejor es indispensable hacer un breve recuento de ciertos antecedentes.
La derecha norteamericana tuvo cuatro grandes momentos en el último siglo, no todos ellos traducidos inmediatamente en victorias electorales o capacidad para emprender cambios sustanciales. Pero todos ellos, en el peor de los casos, precursores de transformaciones posteriores.
El primero fue el surgimiento de lo que se ha dado en llamar la "vieja derecha" en los años 30, que duró hasta los años 40: un grupo de políticos, intelectuales, empresarios y medios que se oponían radicalmente al crecimiento del Estado bajo el "New Deal" del Presidente F.D. Roosevelt. Tenían, además, esta otra característica saliente: su oposición a toda intervención militar en el exterior, incluyendo la participación en la Segunda Guerra Mundial. Fueron expresión de este movimiento organizaciones como el America First Committee, y eran parte de esa familia ideológica políticos republicanos, como el senador Robert Taft, escritores como H.L Mencken, Alberto Nock y Rose Wilder Lane, periodistas como Walter Lippmann y empresarios de medios como William Randolph Hearst. Tuvieron mucha influencia, aunque no lograron el objetivo que se proponían.
El segundo gran momento de la derecha viene con el senador Barry Goldwater. Para diferenciarlo del primero, se conoce a sus protagonistas como la "nueva derecha". Comparten con sus antecesores el odio al "New Deal" -en este caso quieren revertir la herencia del estatismo de Roosevelt que aquéllos no pudieron evitar-pero se diferencian en política exterior: son partidarios de un intervencionismo internacional para hacer frente al peligro comunista. Goldwater, a quien se llamó "Mr. Conservative", marcó toda una era. Se enfrentó a Nelson Rockefeller en las primarias de 1964, en lo que constituyó un gran enfrentamiento ideológico entre la derecha tradicional de éste y el mensaje de cambio libertario y anticomunismo activo de Goldwater. Goldwater ganó la partida interna, pero fue arrollado por el Presidente Lyndon Johnson en las presidenciales.
A partir de allí sucedió algo que todavía repercute en el conservadurismo y explica parte de lo que está sucediendo con la derecha hoy. Los partidarios de Goldwater, en su mayoría jóvenes (entre ellos, vaya ironía, estaba Hillary Clinton), decidieron que esa revolución no podía frustrarse y siguieron pugnando por el control de la derecha. Sin embargo, no contaban con un obstáculo insospechado: la religión se metió en el camino, en parte como reacción a la "contracultura" que estaba teniendo lugar en las universidades del país y particularmente, en las costas Oeste y Este. La derecha cristiana, asustada por los cambios en las costumbres y la secularización política y social, se hizo fuerte a partir de entonces en el Partido Republicano. Logró fusionarse con parte de los libertarios de Goldwater, para escándalo del propio Goldwater, que desde su escaño en el Senado tronó a favor del aborto, los derechos de los homosexuales, la legalización parcial de las drogas y la separación real del Estado y la Iglesia. El sector religioso del conservadurismo y el sector libertario nunca convivieron bien. Se había producido una fisura profunda en la derecha, sólo temporalmente disimulada.
El tercer momento clave de la derecha viene con Richard Nixon. Este líder, más bien tradicional, le da a su partido algo que no tenía antes: el control del Sur. Hasta ese momento, el Sur había sido perrunamente demócrata. Pero ante el avance de la "contracultura" liberal y gracias a una estrategia inteligente de Nixon, los republicanos conquistan esa zona importantísima del país, que pasa a ser su bastión. Esto, que es una solución electoral, crea a la vez un problema de identidad ideológica, porque es en el Sur donde la derecha cristiana resulta particularmente fuerte. Por tanto, los libertarios herederos de Goldwater pasan a ser, dentro de la derecha, opacados por el sector religioso. Un tercer grupo, el de los herederos de Rockefeller, por decirlo así, navegan de un lado al otro dependiendo de la circunstancia. Son tradicionales, pero no activistas religiosos, como el movimiento cristiano evangélico que pasa a controlar parte de la derecha.
El cuarto momento viene con Ronald Reagan, cuyo éxito y liderazgo convocante parecen capaces de cerrar esa herida múltiple. Como gobernador de California a partir de 1967, Reagan había arrastrado consigo a todo el movimiento partidario de Goldwater. En aquel momento, Reagan era, como el senador, liberal en temas valóricos. Pero la compleja realidad del Partido Republicano, donde la derecha cristiana se hace fuerte, lo lleva a adoptar progresivamente también al ala religiosa. Nada une tanto como el éxito: pareció, en tiempos de Reagan, que el Partido Republicano había asumido de una vez por todas una identidad definitiva. Pero no fue así: ni la clásica división entre Rockefeller y Goldwater en torno al tamaño del Estado, ni la otra división entre Goldwater y la derecha cristiana en torno a temas valóricos, quedó resuelta. Fue temporalmente disuelta en el torbellino de la revolución reaganiana. Pero nada más.
Estoy tentado a decir que hubo un quinto momento importante: la captura de la Cámara de Representantes por Newt Gingrich con un mensaje altamente ideológico. Sin embargo, su paso raudo por la gloria, su caída en desgracia a manos de sus propios compañeros y el hecho de que nada cambiara realmente al interior del partido con él no permiten, creo, colocar ese momento a la altura de los otros. El partido tiene desde entonces y hasta hoy el alma escindida en dos y hasta en tres partes: los herederos de Goldwater y del mensaje económico de Reagan; los miembros del establishment, levemente deudores de la memoria de Rockefeller, aunque lo disimulan con los rituales a Reagan, y el movimiento del "revival" cristiano. Las líneas demarcatorias no son siempre claras y muchos miembros de la derecha tienen un pie en una facción y el otro en otra.
Esto, a grandes rasgos, es lo que las primarias del Partido Republicano han puesto de manifiesto este año. El candidato favorito, Mitt Romney, además de ser poco carismático, despierta profundas antipatías en la base por haber sido gobernador del estado liberal de Massachusetts y haber tenido en su momento posiciones valóricas liberales. Pero parte del establishment se siente cómodo con él, porque su padre fue gobernador de Michigan y porque, como ex jefe de un fondo de capital de riesgo, está imbricado con el tejido financiero del país. La base, encarnada en parte por el Tea Party, busca afanosamente un candidato viable, pero la mediocridad del liderazgo ha hecho que todas sus cartas -de Donald Trump a Michelle Bachmann, de Herman Cain a Newt Gingrich y de éste a Rick Santorum- se caigan en el camino. Y el sector libertario, el heredero de Goldwater, es el que está fanáticamente adscrito a la candidatura de Ron Paul, que no puede ganar, pero acumula delegados y desnuda las contradicciones ideológicas de sus rivales.
Todo esto podría ser temporalmente resuelto si el líder mejor colocado, en este caso Romney, fuese un Reagan o si figuras alternativas como Gingrich y el ex senador Santorum fuesen viables. Pero tanto el sector libertario que apoya a Paul como el sector tradicional que se aferra a Romney se dan cuenta de que Gingrich carga con demasiada mochila política, por así decirlo, y es vulnerable a acusaciones de haber sido parte del mundo de los "lobbies" de Washington; también piensan que Santorum vive en un mundo mental que por momentos parece delirante.
Las posiciones de Santorum a favor de que el gobierno federal prohíba los anticonceptivos y en contra de que las mujeres sirvan en combate porque pueden despertar sentimientos protectores en los hombres y debilitar su espíritu guerrero, así como sus críticas a "Satán", es decir, a la secularización del país, envían a los republicanos más lúcidos el mensaje claro de que con él sería imposible derrotar a Obama. Al Obama de la coalición de inmigrantes, negros, blancos independientes y conservadores seculares.
Ante esta desmoralizante situación, el movimiento conservador está sin brújula apenas dos años después de dar la impresión de que se preparaba para alcanzar el poder, pues había logrado no sólo desplazar a los demócratas del control de la Cámara Baja, sino también someter al Partido Republicano a sus designios. El Tea Party hoy carece de estructura y perfil visible, y ha quedado reducido a impedir que Romney acabe de una vez por todas de consolidar su liderazgo. Pero ni siquiera puede impedirle el triunfo, sólo desnudar sus puntos débiles y restarle fuerza, para fruición de Obama y los demócratas.
Si todo esto es ya suficiente problema para los conservadores, pueden venir cosas aún peores. No se puede descartar que Ron Paul acabe yéndose por su cuenta y montando tienda aparte, lo que restaría a los republicanos una montaña de votos en noviembre. O que la derecha cristiana y la derecha libertaria sencillamente no se movilicen como saben hacerlo en favor de Romney en la campaña contra Obama. O incluso que se queden en sus casas. Y en un país donde la elección la decide el número de partidarios de uno u otro bando que se digna salir de su casa el día de la votación, eso sería demoledor.
Lo del Partido Republicano es sólo el síntoma político del problema de fondo, que es la escisión profunda del alma conservadora. Mientras no surja un líder capaz de zanjar esa división de una u otra forma, u otro capaz de disimularla, ella será un gran obstáculo para la posibilidad de que la derecha viva un quinto gran momento, comparable a los cuatro anteriores del siglo pasado.

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