Teherán, miércoles 11 de enero, 8.20 h de la mañana. Tráfico denso en
el centro de la capital iraní. Una motocicleta se sitúa junto a un
Peugeot 405. El pasajero de la moto adosa discretamente una bomba lapa a
una puerta del coche; el piloto da gas y la moto toma distancia.
Momentos después, el coche estalla. Uno de sus ocupantes, Mostafa Ahmadi
Roshan, de 32 años, subdirector de la planta de enriquecimiento de
uranio de Natanz, fallece a resultas de la explosión. Es el quinto
científico del programa nuclear iraní asesinado en dos años.
Las autoridades iraníes no tardaron en culpar a Estados Unidos e
Israel. Hillary Clinton, secretaria de Estado de EE.UU., desmintió con
vehemencia cualquier implicación de su país en este u otros actos
similares cometidos en Irán. Pero destacados funcionarios de Israel se
expresaron en otro sentido. El portavoz del ejército dijo que no
vertería ni una lágrima por el fallecido. Un día antes, el responsable
de la Defensa israelí había predicho que en el 2012 pasarían en Irán
"cosas no naturales". Este atentado y estas declaraciones, sumados al
misterioso ataque en el que hace dos meses falleció el general encargado
del programa de misiles iraní, o a asaltos cibernéticos como el que en
el 2010 dañó maquinaria nuclear, dan cuerpo a la idea de que se libra
una guerra encubierta contra Irán; de que agentes del Mosad sabotean,
atentan y asesinan allí. Su objetivo, al igual que el de la presión
diplomática o el de las sanciones económicas, es forzar al país de los
ayatolás a detener su carrera en pos de la bomba atómica. Esa carrera es
la causa de la creciente tensión entre Irán y EE.UU. y enmarca el
reciente atentado. Teherán ha amenazado con cerrar el estrecho de Ormuz,
por el que pasa el 20% del tráfico petrolero mundial. Y Washington ha
dicho que lo reabriría por la fuerza y ha convencido a la Unión Europea
para que endurezca sus sanciones a Irán. En tal coyuntura, la guerra
encubierta es considerada por observadores occidentales una alternativa
plausible a la convencional. Obviamente, es más barata (aunque nos
encarece el crudo). Y, si se ejecuta sin dejar huellas, resta base a una
posible respuesta del imprevisible régimen de Ahmadineyad y le impide
inflamar el sentimiento nacionalista popular.
Otra cosa son las consideraciones éticas, a menudo volátiles entre
agentes secretos. Cierto es que EE.UU., Israel o Irán han inspirado a
veces el crimen político allende sus fronteras. Pero hay matices. Y los
países que se dicen respetuosos con el derecho internacional saben que
no es lo mismo el asesinato selectivo de un líder de Al Qaeda que el de
un científico nuclear.
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