Los ricos tienen mercados, los pobres tienen burócratas
La conclusión, impecable, pertenece a
William Easterly, renombrado profesor de Economía en New York University
(NYU). Easterly fue burócrata del Banco Mundial hasta que un día, según
sus propias palabras, "vio la luz y se arrepintió". Dejó de ser
burócrata.
Un parafraseo oportuno de su expresión sería "los ricos tienen instituciones, los pobres tienen caudillos".
No hace falta ser muy imaginativo para
verlo. Los países de América Latina no casualmente están llenos de
burócratas y caudillos. Y de aspirantes a serlo.
A los aspirantes pudimos verlos, por
cierto, en la reciente campaña electoral de El Salvador. Ataviados con
diversos colores, porque nadie se salva. Haciendo promesas
inverosímiles. Eso sí, de ellos no espere arrepentimientos:
lamentablemente NYU no está pensando en llevárselos.
En nuestros subdesarrollados arrabales
del planeta brillan por su ausencia los mercados (los verdaderos, no sus
parodias) y las instituciones (las de calidad, no sus remedos). Ambas
carencias van de la mano: a un remedo de institución le corresponde
siempre una parodia de mercado. El subdesarrollo, claro, es la
consecuencia inevitable.
El problema, lamentablemente, es que
lejos de dar los pasos necesarios para dejar de ser subdesarrollados,
aceptamos el camino fácil de la "ayuda internacional", esa que en gran
medida comenzó en 1961 con Kennedy, convencido por su asesor Walt Rostow
para que duplicase la ayuda internacional sólo durante "diez o quince
años". Luego ya no sería necesaria.
Sin embargo, en 1973 el presidente del
Banco Mundial, Robert McNamara, reclamó una nueva duplicación. Que fue
concedida. Y al final de la guerra fría, en 1990, el Banco Mundial
volvió a pedir duplicación. También concedida. En 2001, con el comienzo
de la guerra antiterrorista, el entonces presidente del Banco Mundial,
James Wolfensohn, volvió a reclamar una duplicación. Concedida,
naturalmente.
A Kennedy le dijeron que luego de diez o
quince años la ayuda ya no sería necesaria..., aunque lo que deberían
haberle dicho es que ya no sería suficiente..., y que habría que
duplicarla.
Por supuesto, el punto no es preocuparse
por el costo que la ayuda internacional tiene para el contribuyente
estadounidense. Ese es un problema de ellos. Y por cierto, no lo van a
solucionar mientras no escuchen a Ron Paul.
El tema medular en América Latina, y El
Salvador no es la excepción, es tomar conciencia de esa lamentable
mentalidad de menesterosos dependientes de la ayuda, esa que cómodamente
adoptamos en 1961. Y abandonarla urgentemente. Porque es dañina.
Habrá oposición, sin dudas: el "negocio
de la ayuda" es rentable para algunos. Necesitan que siga habiendo
pobres para seguir viviendo como ricos. Son los burócratas del
"subdesarrollo sostenible".
Algunos son funcionarios de países
desarrollados. Otros, de organismos internacionales. Entre ellos,
criollos de prosapia variada.
Por estos días se habla de "la
oportunidad" que para El Salvador representan el Asocio para el
Crecimiento y el Fomilenio II. Del primero es poco lo que se sabe. Del
segundo, esperemos sea mejor aplicado que el Fomilenio I, ese regalo de
461 millones de dólares que pudo haberse invertido en algo más útil que
un camino que une la nada con ningún lugar.
Finalmente, cabe destacar que de los
Estados Unidos debemos tomar el espíritu de sus admirables padres
fundadores, como Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro y
autor del ensayo Nro. 12 de la colección denominada "El Federalista"
(1787-1788). Ilustrativo del grado de entendimiento que esos visionarios
tenían de los temas fiscales.
Y debemos dejar de escuchar a burócratas
como Julissa Reynoso, Subsecretaria Adjunta de Estado para Asuntos de
Centroamérica y el Caribe, quien recientemente recomendó que "por cada
dólar que nosotros (los Estados Unidos) invertimos, que el sector
privado (salvadoreño) invierta tres". Instilando más dependencia
menesterosa. Una vergüenza.
Se refería, haciendo gala de su enorme
desconocimiento, a la solución para el grave problema de la inseguridad.
Como si los problemas se solucionasen tirándoles dinero arriba, sin
exponer plan alguno. Deshonrando a Hamilton. Y también a El Salvador.
Hasta la próxima.
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