Ayer comentábamos un artículo crítico sobre la explotación de los recursos naturales en la nueva edición de Nueva Sociedad, la revista sobre Latinoamérica de la Fundación Friedrich Ebert, de la socialdemocracia alemana.
Hoy les propongo abordar otros tres textos de esa publicación que
hablan sobre los modelos económicos que llevan adelante tres gobiernos
de perfiles distintos en la región: México, conservador; Ecuador, que
aspira a un nuevo socialismo; y Argentina, a la que algunos autores ubican en el neodesarrollismo.
Oscar Ugarteche, investigador titular del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), escribe uno de esos artículos bajo el siguiente titular: “México: tan lejos de Dios, tan cerca de la crisis. Mecanismos de contagio económico en América del Norte”. Ugarteche señala que siempre las economías de México y EE UU habían estado relacionadas, pero la interdependencia creció a partir de la década del 90, cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio (TLC) de Norteamérica, que incluyó también a Canadá. Esa simbiosis entre el país más boreal de Latinoamérica y la superpotencia se canaliza a través de las remesas de los inmigrantes, los movimientos de capital de corto plazo, la inversión extranjera directa, el comercio de bienes y el turismo.
En cuanto a las remesas, el flujo migratorio hacia EE UU se ha detenido por la crisis en este país, pero los emigrantes mexicanos parados no han retornado a su tierra sino que han buscado trabajo en sectores diferentes de aquellos donde antes se empleaban, según un estudio de tres investigadores de la UNAM, Ana María Aragonés, Esperanza Ríos y Uberto Salgado. Si con anterioridad a la crisis iniciada en 2008 trabajaban en la construcción, la industria, la preparación de comida o la agricultura, ahora ganan su dinero en el mantenimiento y la limpieza de edificios, el transporte o el comercio. A su vez, ha aumentado la migración de profesionales mexicanos a EE UU por la inseguridad de su país, según el BBVA México Migration Outlook. A partir de la crisis de 2008, las remesas evidencian una tendencia en declive. No obstante, se recuperaron en 2011.
En lo que hace a la inversión directa de EE UU en México, perdió peso en la década de 2000 en lo que es el conjunto de los capitales externos que llegan al país latinoamericano. En 2000 las inversiones estadounidenses suponían el 72% del total y en 2010 bajaron al 27%, en parte por la crisis de su país de origen y por el progreso de España en los años anteriores a la debacle actual. “No obstante, la caída de la inversión estadounidense ha tenido poco impacto en el empleo, los salarios y los impuestos nacionales, en parte porque son inversiones en zonas francas, donde los salarios son muy bajos y no existe la seguridad social, la densidad de capital por puesto de trabajo es muy alta y las empresas están libres de impuestos”, apunta Ugarteche.
Ugarteche señala el fuerte ingreso de capitales especulativos a México y la consiguiente apreciación del peso y el aumento de las reservas internacionales. Pero el también coordinador del Observatorio Económico Latinoamericano (Obela) advierte de que estas inversiones de corto plazo “generan la idea de que la economía está ‘blindada’ y de que hay una manera de ‘resistir el embate’ de un ataque especulativo”. El economista descarta esta creencia al recordar que el mercado cambiario de México mueve 11,9 billones de dólares anuales, una cifra más de 11 veces superior al tamaño de la economía mexicana: “Estos volúmenes cambiarios hacen que las reservas internacionales acumuladas se vuelvan irrelevantes cuando se produce un ataque especulativo contra el peso”.
El comercio es otro canal de relación con EE UU, aunque menor al que parece a primera vista, según Ugarteche. “En las maquilas mexicanas, las nuevas líneas de producción posfordistas ensamblan o manufacturan piezas y partes de lo que se diseña en EE UU y las agregan a lo que se fabrica en diversas etapas al norte de la frontera. Por esta razón, el crecimiento del PIB mexicano es inelástico respecto del crecimiento de las exportaciones”, explica el economista peruano. No obstante, admite que la recesión exportadora de 2009 tuvo un impacto negativo fuerte sobre el PIB mexicano. El Gobierno de Felipe Calderón pretende elevar sus exportaciones a Sudamérica para compensar una desaceleración económica de EE UU que también afecta la llegada de turistas a México. Otra variante para alentar la economía radica en la expansión del gasto público justo en un año de elecciones presidenciales como éste.
Otro de los artículos de Nueva Sociedad se refiere al debate de si Argentina ha crecido tanto en los últimos años porque construyó un nuevo modelo económico diferente del neoliberal o si solo porque se ha beneficiado de los altos precios de las materias primas. Responde a esta pregunta Martín Schorr, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). La conclusión del autor es que Argentina creció más que la mayoría de los países latinoamericanos, pese a que se benefició menos que muchos de ellos por el encarecimiento de los productos básicos.
“Luego de la salida del régimen de convertibilidad (la paridad del dólar con el peso, que duró casi 11 años), después de la crisis de 2001, Argentina optó por un patrón de crecimiento que favoreció la expansión de los sectores productivos”, se refiere Schorr al tipo de cambio competitivo, los bajos tipos de interés y la fuerte demanda interna. “Aunque el contexto internacional y los altos precios de las materias primas resultaron muy favorables, no explican por sí solos el fuerte crecimiento argentino de los últimos años, sostenido en gran medida en la inversión y el consumo. No obstante, la estructura productiva no ha cambiado sensiblemente, la dependencia de los recursos naturales sigue siendo muy marcada y la competitividad externa de la industria se ve frenada por la revaluación del tipo de cambio real, pero sobre todo, por la falta de un plan nacional de reindustrialización”, concluye Schorr.
El también profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Instituto de Altos Estudios Sociales diferencia el modelo brasileño, que antes de la llegada de Dilma Rousseff al poder dejaba que el ingreso de capitales apreciara la moneda porque esto permitía la reducción de la inflación, y el argentino, que con los Kirchner apuntó a mantener una moneda depreciada, aunque la subida de precios ha deteriorado bastante pero no toda la ganancia de competitividad que produjo la devaluación de 2002. Schorr se refiere así al modelo brasileño: “Si bien este proceso permitió el mantenimiento de bajos niveles de inflación, condujo también a una significativa pérdida de competitividad de la economía brasileña. Esa pérdida se tradujo en un proceso de reprimarización de la estructura exportadora, en un menor dinamismo de la producción industrial, en una baja tasa de inversión, en la reducción a prácticamente la mitad del saldo de la balanza comercial y en un sensible déficit de cuenta corriente, que superó en 2010 los 55.000 millones de dólares. De todas formas, se debe señalar que la apreciación del real a lo largo de estos últimos años posibilitó una mejora relativa de las condiciones de vida de la población, al abaratar los bienes transables y, en particular, el valor de los alimentos en el mercado local”.
Por último, otro artículo de Nueva Sociedad se refiere al modelo ecuatoriano. René Ramírez Gallegos, secretario de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación de Ecuador, titula su artículo “Izquierda y ‘buen capitalismo’. Un aporte crítico desde América Latina”. “En el debate sobre la construcción de un proyecto político de izquierda existen dos opiniones o vertientes contrapuestas: por un lado, la de quienes proponen administrar y regular mejor el capitalismo; por otro, la de quienes sostienen posiciones anticapitalistas”, como Ramírez Gallegos. El autor defiende el argumento de que una izquierda que no renuncia a la generación de alternativas al capitalismo, pero que al mismo tiempo es responsable de gestionar el gobierno, debe pensar la “gran transición” sin perder de vista el horizonte de la “gran transformación”.
Ramírez Gallegos, que también es presidente del Consejo de Educación Superior y fue secretario de Planificación y Desarrollo, pone como ejemplo a su país y cuenta que la “gran transición” implica pasar por el posneoliberalismo; después, por el socialismo de mercado o socialismo redistribuidor, en el que el Estado regula, pero no elimina las fuerzas de la oferta y la demanda; y, por último, el biosocialismo republicano o socialismo del sumak kawsay (bien vivir), en el que el eje estará en garantizar la vida de los seres humanos, pero también la del resto de la naturaleza. En este proceso en ciertos ámbitos continúan vigentes algunas políticas del ciclo neoliberal, según el autor.
El funcionario del Gobierno de Rafael Correa desestima un modelo de una izquierda más radical contrario a la economía de mercado: “Querer construir una economía popular y solidaria por el simple hecho de ser anticapitalista no es una propuesta viable para la izquierda si no garantiza la superación de la pobreza”. También desecha el modelo socialdemocráta: “Pensar, en nombre de un pragmatismo ciego, que lo único que debe hacer la izquierda es buscar el lado bueno del capitalismo o simplemente administrarlo de una mejor manera, es no tomar en cuenta la historia, casi como ignorar que la humanidad ha transitado por otras formas de convivencia social a lo largo de sus días, y creer que realmente nos encontramos en la última y definitiva etapa de la historia de la humanidad: en su fin”. Ramírez Gallegos no ejemplifica una y otra alternativa, no se refiere, por caso, a Cuba o a Brasil.
Como ejemplo del nuevo modelo socioeconómico, el economista ecuatoriano menciona una iniciativa de su país, la de Yasuní-ITT. Este proyecto consiste en mantener el petróleo bajo tierra (no explotarlo) en una de las zonas más biodiversas del mundo, ubicada en la Amazonía ecuatoriana. Allí viven dos de los pocos pueblos en aislamiento voluntario a escala mundial: los tagaeri y los taromenane. Ramírez Gallegos explica así la propuesta que Correa formuló en la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático de 2010: “Ecuador se compromete a mantener inexplotadas por tiempo indefinido las reservas recuperables de 846 millones de barriles de petróleo del campo ITT. De esta forma se evita la emisión a la atmósfera de 407 millones de toneladas de dióxido de carbono, lo que reduce los impactos sobre el cambio climático. La explotación petrolera de este campo supondría la producción de aproximadamente 107.000 barriles diarios durante 13 años, y luego los pozos entrarían en su fase declinante por 12 años adicionales. Aunque las reservas probadas del campo ITT alcanzan 944 millones de barriles, existen reservas posibles adicionales de 1.530 millones, cuyo valor permanece incierto debido a que no se ha realizado prospección sísmica 3D (tres dimensiones). A 2008, dadas las reservas probadas, el valor neto de explotar el petróleo equivaldría a recibir casi 7.000 millones de dólares. Sin embargo, Ecuador espera una contribución monetaria (del resto del mundo) por no explotarlo de tan solo la mitad de los ingresos futuros petroleros. El resto sería asumido implícitamente por el pueblo ecuatoriano, que pasaría a ser así el principal contribuyente”.
Oscar Ugarteche, investigador titular del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), escribe uno de esos artículos bajo el siguiente titular: “México: tan lejos de Dios, tan cerca de la crisis. Mecanismos de contagio económico en América del Norte”. Ugarteche señala que siempre las economías de México y EE UU habían estado relacionadas, pero la interdependencia creció a partir de la década del 90, cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio (TLC) de Norteamérica, que incluyó también a Canadá. Esa simbiosis entre el país más boreal de Latinoamérica y la superpotencia se canaliza a través de las remesas de los inmigrantes, los movimientos de capital de corto plazo, la inversión extranjera directa, el comercio de bienes y el turismo.
En cuanto a las remesas, el flujo migratorio hacia EE UU se ha detenido por la crisis en este país, pero los emigrantes mexicanos parados no han retornado a su tierra sino que han buscado trabajo en sectores diferentes de aquellos donde antes se empleaban, según un estudio de tres investigadores de la UNAM, Ana María Aragonés, Esperanza Ríos y Uberto Salgado. Si con anterioridad a la crisis iniciada en 2008 trabajaban en la construcción, la industria, la preparación de comida o la agricultura, ahora ganan su dinero en el mantenimiento y la limpieza de edificios, el transporte o el comercio. A su vez, ha aumentado la migración de profesionales mexicanos a EE UU por la inseguridad de su país, según el BBVA México Migration Outlook. A partir de la crisis de 2008, las remesas evidencian una tendencia en declive. No obstante, se recuperaron en 2011.
En lo que hace a la inversión directa de EE UU en México, perdió peso en la década de 2000 en lo que es el conjunto de los capitales externos que llegan al país latinoamericano. En 2000 las inversiones estadounidenses suponían el 72% del total y en 2010 bajaron al 27%, en parte por la crisis de su país de origen y por el progreso de España en los años anteriores a la debacle actual. “No obstante, la caída de la inversión estadounidense ha tenido poco impacto en el empleo, los salarios y los impuestos nacionales, en parte porque son inversiones en zonas francas, donde los salarios son muy bajos y no existe la seguridad social, la densidad de capital por puesto de trabajo es muy alta y las empresas están libres de impuestos”, apunta Ugarteche.
Ugarteche señala el fuerte ingreso de capitales especulativos a México y la consiguiente apreciación del peso y el aumento de las reservas internacionales. Pero el también coordinador del Observatorio Económico Latinoamericano (Obela) advierte de que estas inversiones de corto plazo “generan la idea de que la economía está ‘blindada’ y de que hay una manera de ‘resistir el embate’ de un ataque especulativo”. El economista descarta esta creencia al recordar que el mercado cambiario de México mueve 11,9 billones de dólares anuales, una cifra más de 11 veces superior al tamaño de la economía mexicana: “Estos volúmenes cambiarios hacen que las reservas internacionales acumuladas se vuelvan irrelevantes cuando se produce un ataque especulativo contra el peso”.
El comercio es otro canal de relación con EE UU, aunque menor al que parece a primera vista, según Ugarteche. “En las maquilas mexicanas, las nuevas líneas de producción posfordistas ensamblan o manufacturan piezas y partes de lo que se diseña en EE UU y las agregan a lo que se fabrica en diversas etapas al norte de la frontera. Por esta razón, el crecimiento del PIB mexicano es inelástico respecto del crecimiento de las exportaciones”, explica el economista peruano. No obstante, admite que la recesión exportadora de 2009 tuvo un impacto negativo fuerte sobre el PIB mexicano. El Gobierno de Felipe Calderón pretende elevar sus exportaciones a Sudamérica para compensar una desaceleración económica de EE UU que también afecta la llegada de turistas a México. Otra variante para alentar la economía radica en la expansión del gasto público justo en un año de elecciones presidenciales como éste.
Otro de los artículos de Nueva Sociedad se refiere al debate de si Argentina ha crecido tanto en los últimos años porque construyó un nuevo modelo económico diferente del neoliberal o si solo porque se ha beneficiado de los altos precios de las materias primas. Responde a esta pregunta Martín Schorr, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). La conclusión del autor es que Argentina creció más que la mayoría de los países latinoamericanos, pese a que se benefició menos que muchos de ellos por el encarecimiento de los productos básicos.
“Luego de la salida del régimen de convertibilidad (la paridad del dólar con el peso, que duró casi 11 años), después de la crisis de 2001, Argentina optó por un patrón de crecimiento que favoreció la expansión de los sectores productivos”, se refiere Schorr al tipo de cambio competitivo, los bajos tipos de interés y la fuerte demanda interna. “Aunque el contexto internacional y los altos precios de las materias primas resultaron muy favorables, no explican por sí solos el fuerte crecimiento argentino de los últimos años, sostenido en gran medida en la inversión y el consumo. No obstante, la estructura productiva no ha cambiado sensiblemente, la dependencia de los recursos naturales sigue siendo muy marcada y la competitividad externa de la industria se ve frenada por la revaluación del tipo de cambio real, pero sobre todo, por la falta de un plan nacional de reindustrialización”, concluye Schorr.
El también profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Instituto de Altos Estudios Sociales diferencia el modelo brasileño, que antes de la llegada de Dilma Rousseff al poder dejaba que el ingreso de capitales apreciara la moneda porque esto permitía la reducción de la inflación, y el argentino, que con los Kirchner apuntó a mantener una moneda depreciada, aunque la subida de precios ha deteriorado bastante pero no toda la ganancia de competitividad que produjo la devaluación de 2002. Schorr se refiere así al modelo brasileño: “Si bien este proceso permitió el mantenimiento de bajos niveles de inflación, condujo también a una significativa pérdida de competitividad de la economía brasileña. Esa pérdida se tradujo en un proceso de reprimarización de la estructura exportadora, en un menor dinamismo de la producción industrial, en una baja tasa de inversión, en la reducción a prácticamente la mitad del saldo de la balanza comercial y en un sensible déficit de cuenta corriente, que superó en 2010 los 55.000 millones de dólares. De todas formas, se debe señalar que la apreciación del real a lo largo de estos últimos años posibilitó una mejora relativa de las condiciones de vida de la población, al abaratar los bienes transables y, en particular, el valor de los alimentos en el mercado local”.
Por último, otro artículo de Nueva Sociedad se refiere al modelo ecuatoriano. René Ramírez Gallegos, secretario de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación de Ecuador, titula su artículo “Izquierda y ‘buen capitalismo’. Un aporte crítico desde América Latina”. “En el debate sobre la construcción de un proyecto político de izquierda existen dos opiniones o vertientes contrapuestas: por un lado, la de quienes proponen administrar y regular mejor el capitalismo; por otro, la de quienes sostienen posiciones anticapitalistas”, como Ramírez Gallegos. El autor defiende el argumento de que una izquierda que no renuncia a la generación de alternativas al capitalismo, pero que al mismo tiempo es responsable de gestionar el gobierno, debe pensar la “gran transición” sin perder de vista el horizonte de la “gran transformación”.
Ramírez Gallegos, que también es presidente del Consejo de Educación Superior y fue secretario de Planificación y Desarrollo, pone como ejemplo a su país y cuenta que la “gran transición” implica pasar por el posneoliberalismo; después, por el socialismo de mercado o socialismo redistribuidor, en el que el Estado regula, pero no elimina las fuerzas de la oferta y la demanda; y, por último, el biosocialismo republicano o socialismo del sumak kawsay (bien vivir), en el que el eje estará en garantizar la vida de los seres humanos, pero también la del resto de la naturaleza. En este proceso en ciertos ámbitos continúan vigentes algunas políticas del ciclo neoliberal, según el autor.
El funcionario del Gobierno de Rafael Correa desestima un modelo de una izquierda más radical contrario a la economía de mercado: “Querer construir una economía popular y solidaria por el simple hecho de ser anticapitalista no es una propuesta viable para la izquierda si no garantiza la superación de la pobreza”. También desecha el modelo socialdemocráta: “Pensar, en nombre de un pragmatismo ciego, que lo único que debe hacer la izquierda es buscar el lado bueno del capitalismo o simplemente administrarlo de una mejor manera, es no tomar en cuenta la historia, casi como ignorar que la humanidad ha transitado por otras formas de convivencia social a lo largo de sus días, y creer que realmente nos encontramos en la última y definitiva etapa de la historia de la humanidad: en su fin”. Ramírez Gallegos no ejemplifica una y otra alternativa, no se refiere, por caso, a Cuba o a Brasil.
Como ejemplo del nuevo modelo socioeconómico, el economista ecuatoriano menciona una iniciativa de su país, la de Yasuní-ITT. Este proyecto consiste en mantener el petróleo bajo tierra (no explotarlo) en una de las zonas más biodiversas del mundo, ubicada en la Amazonía ecuatoriana. Allí viven dos de los pocos pueblos en aislamiento voluntario a escala mundial: los tagaeri y los taromenane. Ramírez Gallegos explica así la propuesta que Correa formuló en la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático de 2010: “Ecuador se compromete a mantener inexplotadas por tiempo indefinido las reservas recuperables de 846 millones de barriles de petróleo del campo ITT. De esta forma se evita la emisión a la atmósfera de 407 millones de toneladas de dióxido de carbono, lo que reduce los impactos sobre el cambio climático. La explotación petrolera de este campo supondría la producción de aproximadamente 107.000 barriles diarios durante 13 años, y luego los pozos entrarían en su fase declinante por 12 años adicionales. Aunque las reservas probadas del campo ITT alcanzan 944 millones de barriles, existen reservas posibles adicionales de 1.530 millones, cuyo valor permanece incierto debido a que no se ha realizado prospección sísmica 3D (tres dimensiones). A 2008, dadas las reservas probadas, el valor neto de explotar el petróleo equivaldría a recibir casi 7.000 millones de dólares. Sin embargo, Ecuador espera una contribución monetaria (del resto del mundo) por no explotarlo de tan solo la mitad de los ingresos futuros petroleros. El resto sería asumido implícitamente por el pueblo ecuatoriano, que pasaría a ser así el principal contribuyente”.
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