Cuando le pregunté al nuevo presidente de Guatemala, Otto Pérez
Molina, en una entrevista días atrás si América Central se está
convirtiendo en una región sumida en el caos y la violencia, como
Somalia en Africa, hizo un gesto negativo con la cabeza y respondió que esa comparación es “exagerada”.
Poco antes, el 20 de febrero, el diario español El País
había publicado un artículo del analista político salvadoreño y ex jefe
guerrillero Joaquín Villalobos, en el que afirmaba que Guatemala, El
Salvador y Honduras corren un serio peligro de convertirse en “una
Somalia latinoamericana”.
Entre sus argumentos se cuentan:
Honduras y El Salvador ya son los dos países más violentos del mundo,
con un índice anual de homicidios de 81 y 66 personas por cada 100,000
habitantes, respectivamente, según cifras de las Naciones Unidas.
Guatemala no se queda muy atrás, con 41 homicidios anuales por cada
100,000 personas.
En comparación, el índice de homicidios en México es de 18 personas
por cada 100,000 habitantes, y el de Estados Unidos y casi todos los
países europeos es de 5 o menos por cada 100,000 habitantes.
“Centroamérica
es un entramado de fallas sísmicas, ruta de drogas, paso de huracanes,
agravios históricos, oligarquías insensibles que se resisten a pagar
impuestos, polarización política irracional, Estados sin recursos,
ausencia de riquezas naturales, pobreza extrema, corrupción elevada,
pandillas salvajes, narcotraficantes poderosos y una clase política
incapaz de mantener la cohesión social”, escribió Villalobos.
¿Acaso
todo eso no es cierto?, le pregunté al presidente guatemalteco. Pérez
Molina concedió que algunos de esos hechos son innegables, pero agregó
que confía en que las tasas de violencia en su país comenzarán a bajar
“en seis meses o un año”.
Dijo que desde que asumió la presidencia
el 14 de enero, ha lanzado campañas contra el crimen y contra la
pobreza, y ha empezado a sostener conversaciones con sus colegas de El
Salvador y Honduras para combatir conjuntamente el narcotráfico y las
pandillas.
Al mismo tiempo, ha lanzado una campaña regional a
largo plazo para despenalizar las drogas y cambiar el enfoque de la
actual guerra contra las drogas, para poder dedicar más recursos a la
educación y la reducción del uso de drogas en los países consumidores.
Pérez Molina me dijo que llevará su propuesta de despenalización a la
Cumbre de las Américas que se realizará en Colombia el 14 de abril, a la
que tienen previsto asistir el presidente Barack Obama y 33 jefes de
estado del continente.
“Estamos hablando de despenalizar para ver
si podemos abrir otra línea que sea diferente a la que hemos estado
intentando por más de 30 años”, me dijo Pérez Molina, agregando que la
actual guerra contra las drogas “es una locura”.
Algunos
analistas comparten la opinión de Pérez Molina de que las comparaciones
de Centroamérica con Somalia son exageradas, señalando que hay varias
tendencias positivas en América Central.
Manuel Orozco, un experto
en Centroamérica del Diálogo Inter-Americano, un centro de estudios con
sede en Washington, dice que las economías de América Central han
estado creciendo lenta pero constantemente durante las dos últimas
décadas, y que se espera que tengan un crecimiento del 3.5 por ciento
este año. Además, los países de la región tienen gobiernos que, pese a
sus problemas, siguen funcionando.
“A diferencia de lo que ocurre
en Somalia, en Centroamérica hay gobiernos que tienen un monopolio del
uso de la fuerza”, señaló Orozco. “Han sido infiltrados por el crimen
organizado, pero no han sido capturados, ni tomados”.
Sin embargo,
un informe anual publicado el martes por la Junta Internacional para el
Control de Estupefacientes de la ONU dijo que los niveles de violencia
de Centroamérica han llegado a “niveles alarmantes que no tienen
precedentes”. Según el informe, hay 900 pandillas armadas con un total
de más de 70,000 miembros en Centroamérica.
Y una encuesta
publicada la semana pasada por la firma encuestadora Latinobarómetro,
con sede en Chile, revela que los centroamericanos tienen tan poca
confianza en sus policías, que tan sólo el 7 por ciento de los
hondureños y el 11 por ciento de los guatemaltecos y salvadoreños
denuncian crímenes a la policía, menos que en prácticamente todos los
demás países latinoamericanos.
Mi opinión: no sé si Centroamérica
está a punto de convertirse en otra Somalia, pero los países
centroamericanos deberán hacer mucho más de lo que están haciendo por
dejar atrás sus mezquinas disputas internas, y dedicarse a aumentar su
cooperación en seguridad e intercambio de inteligencia. Incluso deberían
crear una fuerza regional para combatir el crimen.
Por absurdo
que suene, los diminutos países centroamericanos siguen teniendo una
profunda desconfianza entre ellos debido a viejas disputas territoriales
que aún mantienen vivas, y que les impiden actuar en conjunto. Si no
crean estructuras supra-nacionales, integran sus economías y adoptan
estrategias regionales para combatir el crimen, es difícil ser optimista
sobre su futuro.
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