Welcome to fabulous Eurovegas
La mayoría de noticias o comentarios que
he podido leer o escuchar acerca del futuro macrocomplejo de ocio y
turismo de negocios proyectado sobre unas 200 hectáreas, y que han dado
en llamar Eurovegas, están trufados de prejuicios hacia dicha inversión.
Las cifras que envuelven el futuro
Eurovegas son sin duda intimidantes: 16.900 millones de euros de
inversión, 12 hoteles de unas 40 alturas y 36.000 habitaciones en total,
seis casinos con más de mil mesas de juego, 15.000 máquinas
recreativas, decenas de restaurantes, centenares de tiendas, un centro
de convenciones de 15.000 butacas, tres campos de golf, nueve teatros y
un estadio deportivo para 17.000 espectadores. Promete ser también base
permanente del Cirque du Soleil en Europa. Como consecuencia de ello, se
prevé crear un par de centenares de miles de contratos nuevos de
trabajo en una década.
El propietario principal del grupo Las
Vegas Sands, Sheldon Adelson, que acometerá dicha inversión posee hace
años explotaciones de este tipo en las Vegas, Macao y Singapur. Pretende
hacer de Eurovegas la coronación de su trayectoria empresarial. Sólo le
queda decantarse antes de este verano por la ciudad de Barcelona (en la
zona de Viladecans, cerca del mar) o por la de Madrid (en la zona de
Vallecas o bien en Alcorcón) para radicar su macro complejo. Eso ya es
en sí una excelente noticia.
Es cansino leer u oír las consabidas
críticas a dicha iniciativa: que si fomentará la ludopatía, el vicio, la
prostitución, el tabaquismo, el delito, las mafias. Que no será una
inversión productiva en I+D, se aplicarán leyes laborales a la
americana, pide descaradas ventajas fiscales, no tendrá suficientes
externalidades positivas, habrá una transferencias de rentas o trato de
favor por parte de los poderes públicos. El magnate norteamericano es
además de origen judío, financia el partido republicano y, lo peor,
apoya a organizaciones pro Estado de Israel. Pocas veces la colección de
enquistadas fobias patrias de moralistas, puristas, conservadores,
progresistas, izquierdistas, ecologistas, judeófobos, sindicalistas,
anticapitalistas y anti-lucro se han reunido tan cabalmente frente a un
único proyecto.
Va a ser la inversión privada más
importante hasta la fecha realizada en Europa y, por ello, será
necesariamente rompedora en muchos aspectos. Echo en falta un análisis
más sosegado y menos suspicaz sobre este asunto. Sólo los recientes
comentarios de Carmelo Jordá en LD y Gonzalo Bernardos
en Expansión parecen romper sin complejos la monótona salmodia de
críticas previsibles e indignadas con las que nos desayunamos
habitualmente.
De todas las numerosas exigencias
del magnate Adelson, las dignas de reproche son en realidad las
referentes a la petición de exclusividad (10 años), las tendentes a
cercenar la competencia, así como su pretensión de instar a la
administración a expropiar terreno privado y a crear una Comisión
regional del juego a imagen y semejanza de la existente en Nevada (eso
me suena a que quiere prevalerse de ella en perjuicio de otros agentes
futuros que puedan aparecer). El resto, si se circunscriben sólo a dicho
espacio físico ¿por qué no?
Pero lo más interesante de todo esto es
que empieza a reconocerse y a aceptarse por parte de las tres
administraciones involucradas algo que va mucho más allá de una mera
zona franca. Estaríamos hablando de crear en España una especie de isla o
excepción legal dentro de un recinto determinado en materia no sólo
fiscal sino laboral, sanitaria, urbanística, procesal y regulatoria
cuando se traspase sus lindes. Éste tendría sus propias normas sin
desvincularse por completo –como es lógico y natural- del entorno
jurídico e institucional nacionales donde radicase dicha inversión
(independientemente de cuál será la ciudad agraciada para acogerla).
Muchas otras normas jurídicas y de convivencia comunes seguirían
plenamente en vigor dentro de dicho espacio de ocio y de negocios.
Sería una especie de zona jurídica
singular dentro de un territorio soberano y uniformador como es el
Estado por definición. En cierta forma ya se aceptó a menor escala dicha
anomalía cuando se erigió Eurodisney en París o Port Aventura en
Tarragona. Ahora se trataría de profundizar aún más en dicha dirección y
esperar a que se replique el ejemplo en otras partes del mundo con otro
tipo de actividades e inversiones.
Sin darme cuenta, regresan a mi memoria
las cartas pueblas para la repoblación de ciertas zonas deshabitadas de
la Península, también intento visualizar las pequeñas y dinámicas
ciudades medievales con sus propios estatutos o fueros de derechos y
privilegios que se desligaron
del entorno feudal que las circundaba y que les permitieron crecer y
prosperar. Dando un salto, me viene el recuerdo del más del millar de zonas económicas especiales ya existentes repartidas por el globo para atraer inversión extranjera, también la imagen del recinto de Walt Disney en las afueras de Orlando o la interesante charla TED
del economista Paul Romer y su conjunto de normas diferenciadas del
país de acogida para cambiar sus normas viejas sólo en un determinado
enclave de libre acceso y salida. También medito sobre las ciudades charter presentes y futuras y la irrefrenable capacidad de acción e innovación del ser humano cuando existen los incentivos adecuados.
Como ven, mi imaginación echa a volar antes de que cualquier espécimen de neo-inquisidor comunitario pretenda sujetarla.
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