El gran
atraco que
viene
Por: Leopoldo
Escobar
No existe
tal cosa
como un buen
impuesto.
Una nación que intente prosperar a base de impuestos es como un hombre con los pies en un cubo tratando de levantase estirando del asa.
Una nación que intente prosperar a base de impuestos es como un hombre con los pies en un cubo tratando de levantase estirando del asa.
Winston
Churchill
Dentro de un
año o quizás
un poco
después,
lamentaremos
que los
ciudadanos
no se hayan
tomado en
serio la
siguiente
amenaza:
“En este
sentido, el
principal
reto que
enfrenta
México […]
es el de
implementar
una
Estrategia
Nacional
para Reducir
la Violencia
con un
objetivo muy
claro:
disminuir
significativamente
el número de
homicidios,
secuestros y
extorsiones
en los
próximos
cinco años.
La
estrategia
se debe
sustentar en
4 pilares:
“El primero
es la
prevención
para evitar
la
delincuencia
de manera
proactiva,
en lugar de
reactiva.
Para
lograrlo,
necesitamos
reducir la
desigualdad
de
oportunidades
teniendo
como base la
universalización
de la
seguridad
social:
acceso a
salud,
pensión y
seguro de
desempleo.
De igual
forma,
necesitamos
un sistema
educativo de
calidad, con
jornadas
escolares
completas,
para que los
jóvenes
tengan
mejores
posibilidades
de
participar
en el
mercado
laboral y no
sean
cooptados
por bandas
criminales.
“Para que
estos
proyectos no
queden en
buenas
intenciones,
se requiere
de una
reforma
fiscal.
México
únicamente
recauda 20%
del PIB,
mientras los
países de la
OCDE
recolectan
en promedio
36%.
Como
consecuencia,
México
únicamente
gasta 3% del
PIB en salud
pública
mientras que
el promedio
de gasto de
la OCDE es
más del
doble. Tan
sólo en
educación
primaria,
gastamos
2,111 USD
por alumno,
mientras el
promedio de
la OCDE es
de 6,741
USD. Por
ello,
necesitamos
aumentar
la recaudación fiscal de manera sustancial en los próximos años. [Énfasis mío]”
[1]
Y ¿en que consiste la amenaza? Pues en casi duplicar la carga fiscal (sería el peor atraco fiscal que los contribuyentes hayan sufrido en la historia de México), en la consecuente destrucción de capital larga y penosamente acumulado y en, por ende, el aumento de la pobreza que vendrá por añadidura.
Y ¿quien profirió tal amenaza en forma tan claridosa? Ni más ni menos que Enrique Peña Nieto, quien a partir del 1 de diciembre de 2012 empezará a gobernar México con la mayor legitimidad jamás tenida por un Presidente en tiempos democráticos (alrededor del 44% de los votos) y quien muy probablemente contará con la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión, gracias a lo cual ni siquiera tendrá que negociar con la oposición.
la recaudación fiscal de manera sustancial en los próximos años. [Énfasis mío]”
[1]
Y ¿en que consiste la amenaza? Pues en casi duplicar la carga fiscal (sería el peor atraco fiscal que los contribuyentes hayan sufrido en la historia de México), en la consecuente destrucción de capital larga y penosamente acumulado y en, por ende, el aumento de la pobreza que vendrá por añadidura.
Y ¿quien profirió tal amenaza en forma tan claridosa? Ni más ni menos que Enrique Peña Nieto, quien a partir del 1 de diciembre de 2012 empezará a gobernar México con la mayor legitimidad jamás tenida por un Presidente en tiempos democráticos (alrededor del 44% de los votos) y quien muy probablemente contará con la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión, gracias a lo cual ni siquiera tendrá que negociar con la oposición.
A instaurar
el Estado de
bienestar
¡ya!
Peña y los
suyos no han
variado la
postura
citada (y
que expresó
en un
artículo del
ahora
candidato,
que publicó
Financial
Times en
enero de
2011). Pero
por
necesidades
electorales
han
dulcificado
el mensaje
hasta el
llevarlo al
borde de lo
aparentemente
anodino.
Dice la
plataforma
electoral
priista
respecto al
fisco:
“Actualmente
padecemos
una
situación
hacendaria
que se
caracteriza
por ingresos
tributarios
insuficientes,
con una
perniciosa
dependencia
de los
ingresos
petroleros”.
La amenaza
parece muy
diluida,
pero no hay
que
engañarse
por las
apariencias,
pues el
partido de
Peña ofrece
más
claramente
que
cualquier
otro la
inmediata
instauración
del “Estado
de
bienestar”
en México:
“Impulsaremos
una reforma
institucional
que,
coordinada
con la
política
económica,
establezca
una nueva
visión e
instrumentos
eficaces
para
asegurar que
el Estado
retome su
responsabilidad
para
garantizar
el acceso
universal de
los
ciudadanos a
los derechos
sociales.
“El acceso
universal
debe ser la
base para la
efectiva
titularidad
de los
derechos que
consagra la
Constitución,
así como su
exigibilidad
jurídica.
Sólo así se
logrará
revertir la
alarmante
exclusión
social que
no ha podido
resolver la
política
actual, no
obstante los
enormes
recursos de
que ha
dispuesto.”
Y -como
resulta
obvio- para
hacer
efectivos
“derechos” a
lo europeo,
se precisa
de un gasto
público y de
un feroz
expolio
fiscal
igualmente a
lo europeo.
Pero ¿cuál
es el
objetivo
político de
una empresa
tan
descabellada
y
perniciosa?
Pues no, por
supuesto,
erradicar la
pobreza ni
restaurar la
seguridad
pública (que
no se
logrará con
programa
“social”
alguno),
sino hacer
que el PRI
gobierne
otros 70
años. Si de
pronto el
Estado
mexicano
completa su
natural
tendencia
hacia
volverse en
Providencia
y decenas de
millones de
mexicanos
creen haber
mejorado su
situación de
la noche a
la mañana
(cuando en
realidad se
habrán
convertido
en
limosneros
del Estado),
entonces
¿por qué no
darle al
partidazo
otro
beneficio de
la duda por
décadas? o
no ¿por qué
no reformar
la
Constitución
para que
Nuestro
Amado Líder
se reelija
por la
eternidad,
como Hugo I
en
Venezuela?
Por eso y
tratando de
contener la
carcajada,
debe
entenderse
en sentido
exactamente
opuesto la
siguiente
declaración
de la
plataforma
electoral
priista:
“Las
políticas
públicas
universales
permitirán
erradicar la
tendencia a
utilizar los
programas
sociales
como
instrumento
electoral”.
Las tácticas
del
descontón y
del divide y
vencerás
El que el
lujo del
Estado de
bienestar
los países
desarrollados
se lo hayan
podido dar
gracias al
previo
acceso a un
determinado
nivel de
acumulación
de capital
(del que
México está
aún lejos) o
el que el
modelo de
Estado de
bienestar se
esté cayendo
en pedazos y
haya sumido
a Europa en
su más
prolongada y
ruinosa
crisis
económica,
no es algo
que preocupe
a los
líderes e
intelectuales
orgánicos
del PRI. La
viabilidad
económica
les resulta
asunto
irrelevante,
pero no así
la
ingeniería
política.
Parece ya
estar
debidamente
delineada la
estrategia
de
implantación
del Estado
de bienestar
y del Estado
fiscal
(aquel que
se apodera
de la mayor
parte de la
renta de una
sociedad). Y
tres son sus
elementos
principales:
el ataque
inicial
fulminante,
la
instauración
completa del
esquema
fiscal y la
neutralización
de la
víctima-adversario
Luis
Videgaray,
jefe de
campaña de
Peña y quien
muy
probablemente
será su
secretario
de hacienda,
en
entrevista
con Reuters
el 17 de
marzo fue
meridiano:
“Es
importante
tener una
gran reforma
al inicio de
la
administración”
en materia
fiscal. Nada
de rounds de
sombra, nada
de hacerle
al tonto
como Fox, ni
de irse por
el
gradualismo
como
Calderón. En
el primer
periodo de
sesiones de
la Cámara de
Diputados o
a más tardar
en el
segundo de
2013, el
presidente
priista y su
partido
lanzarán
–cuando el
campanazo
apenas
empieza a
sonar- una
patada (más
potente que
la de Van
Damme) a los
testículos
de los
contribuyentes,
para
noquearlos y
ya no puedan
levantarse
hasta
consumado el
atraco.
Respecto a
implantar el
esquema de
Estado
fiscal en su
plenitud, en
la misma
entrevista
Videgaray
(aunque
después
“desmintiera”
ratificando
lo que
supuestamente
desmentía),
dejó claro
que la
reforma
fiscal en
ciernes no
será como
las previas,
con un
amplio
abanico de
exenciones y
exentos.
Además de
aumentos a
las tasas
del ISR el
IVA, ambos
serán
realmente
generalizados
y el segundo
incluirá
medicinas y
alimentos.
Por supuesto
los
estrategas
priistas no
son unos
imbéciles
políticos
como para
con un IVA
sin más a
medicinas y
alimentos,
llevar la
popularidad
inicial de
Peña (que
andará en
diciembre
por arriba
del 70%) al
20% o menos
y empujar a
cientos de
miles de
personas a
marchas
encabezadas
por la
izquierda. Y
de ese modo
entramos al
tercer
componente
de la
estrategia,
el de
neutralizar
y mediatizar
la eventual
resistencia.
También lo
dijo
Videgaray:
“La
discusión
tiene que
estar en la
compensación,
pero no
tiene que
ser lo que
inhiba una
reforma que
nos lleve a
un sistema
mucho más
homogéneo,
tanto en el
IVA como en
el ISR
(Impuesto
sobre la
Renta)”.
Antes de que
entre en
vigor e
incluso
antes de que
se apruebe
el IVA
generalizado,
muy
probablemente
el gobierno
se pondrá a
regalar
dinero (la
“compensación”)
entre
personas de
escasos
recursos,
para
lubricar el
fiscalazo y
separar a
los pobres
de los
ricos.
La
indispensable
colaboración
de los
bufones y
los kapos
Pero no
acabará allí
la
estrategia
de
neutralización
y
mediatización.
Es cierto
que Peña
llegará con
una enorme
legitimidad
como para
imponer casi
lo que se le
pegue la
gana. Pero
pareciera
faltar algo
más, lo que
Ayn Rand
llama la
colaboración
de las
víctimas con
su propio
sacrificio.
Además,
dentro de un
año no será
tan difícil
alegar que
al subir los
impuestos
Peña comete
fraude
político,
pues no fue
claro al
respecto
durante su
campaña
electoral,
esto es, que
engatusó a
millones, al
no decirles
lo que
realmente
haría en el
poder. Por
eso es tan
útil a los
políticos el
recurrir al
apoyo de
quienes nos
libran del
peso de
pensar por
nosotros
mismos: los
intelectuales
al servicio
del príncipe
y los
auto-proclamados
“líderes” de
la sociedad
civil.
En realidad
ya hay mucho
avanzado al
respecto.
Carlos Slim
y otros
prominentes
empresarios,
el Consejo
Coordinador
Empresarial,
la COPARMEX,
la Unión
Socialista
de
Empresaurios
Mexicanos y
otros
socialistas
fabianos
mexicanos,
llevan años
implorando a
la clase
política por
un esquema
fiscal
progresivo
(esto es,
más
progresivo
que el ya de
por sí muy
progresivo
vigente),
mayor carga
fiscal y
mayor
redistribución
de la
riqueza.
Pero de
todas
maneras no
sobra un
empujoncito
extra.
Y en tal
sentido es
que debe
interpretarse
la inserción
pagada
“Preguntas
cuyas
respuestas
podrían
transformar
a México”,
publicada el
27 de marzo
de 2012 en
Reforma y
que no es
sino un
cuestionario
a modo, para
ser
respondido
por Enrique
Peña. Y de
las
preguntas
cabe
destacar
dos:
“¿Estaría de
acuerdo en
recurrir al
fondo fiscal
para
transformar
el sistema
de seguridad
social
actual
basado en el
empleo
formal en
uno de
protección
social para
todos los
mexicanos,
aunque
implique
aumentar los
impuestos?
“¿Estaría de
acuerdo en
fortalecer
la hacienda
pública
mediante la
reducción de
exenciones
tributarias,
subsidios a
electricidad
y gasolina,
así como
mediante el
aumento de
impuestos?”
Entre los
firmantes
del
desplegado,
figura
Rolando
Cordera, uno
de los
principales
ideólogos
estatistas,
quien no
brilla por
su
inteligencia
sino por su
desfachatez.
He aquí lo
que el opina
acerca de lo
que el
Estado
mexicano
debe hacer
contra los
contribuyentes,
contra esos
4 millones
que generan
la mayor
parte de la
riqueza y
aportan casi
2 terceras
partes de
los ingresos
fiscales:
“Para
funcionar
como un
Estado
social,
democrático
y de
Derecho, el
Estado
mexicano
tiene que
ser un
‘Estado de
derechos’ y
ser capaz de
articular
una
secuencia de
políticas
que sean
compatibles
con un
crecimiento
económico
rápido y
sostenido,
además de
financieramente
sustentable.
Es decir,
tiene que
ser un
auténtico
‘Estado
fiscal’ cuya
legitimidad
pase por una
eficiencia y
una eficacia
comprobadas
en materia
de
contribuciones
fiscales.
[…]
“Un Estado
como el que
el país
requiere
para sortear
las
tormentas
globales y
encauzar las
pugnas
distributivas
domésticas
que se
avecinan
tendrá que
forjarse al
calor de una
dialéctica
turbulenta
entre la
concentración
del
privilegio a
que se ha
llegado y el
reclamo
plebeyo que
exige formas
tangibles de
redistribución
social. En
este
sentido,
acudir a la
noción de
derechos
fundamentales
y, en
especial, de
derechos
económicos,
sociales y
culturales
constitucionales,
es tal vez
la única
manera para
el Estado de
encontrar un
cauce
políticamente
productivo
para una
convulsión
social que
parece
inevitable.
Lo
inevitable
de la
confrontación
no la hace
destructiva.
A través de
ella, la
sociedad
podría
encontrar
las claves
de la
transformación
del Estado
en el
sentido aquí
sugerido,
hasta llegar
a una
‘tercera
reforma’ que
le
permitiera
al país y al
Estado
hablar de
una
reconfiguración
intelectual
y moral.”[2
Aprovechar o
no la
oportunidad,
esa es la
cuestión
El llamado
al gran
atraco
fiscal no
puede ser
más claro,
como tampoco
debe haber
duda sobre
la
determinación
de llevarlo
a término.
Pero ello no
significa
que sea
inexorable.
Siempre
existe la
posibilidad
de la
resistencia
así sea
remota y así
sea de unos
pocos
cientos de
individuos.
Y quepa
entonces una
pregunta
casi
retórica:
¿el PRD o el
PAN se
pondrán a la
cabeza de la
probable
resistencia
fiscal,
despechados
por no haber
sido ellos
sino el PRI
quien logró
la fuerza
política
necesaria
para
implantar el
proyecto que
por supuesto
comparten?
Es probable
que lo
intenten,
pero carecen
de autoridad
moral para
tal
liderazgo.
No puede
descartarse
que esta vez
Atlas
despierte un
poco de su
letargo,
como en
parte lo
hizo tras la
estatización
de la banca
en 1982. No
puede
descartarse
que pueda
surgir un
muy modesto
movimiento
ciudadano
que no se
limite a las
exigencias
defensivas
(¡no más
impuestos!),
sino que
esboce un
programa
alternativo
a la
unanimidad
socialdemócrata
de la clase
política,
uno que
propugne
por: una
reducción
drástica del
tamaño del
Estado y por
un
austeridad
espartana
del servicio
público, por
la reducción
de lo carga
fiscal del
24% actual
al 15% como
proporción
del PIB
(como en
tiempos del
“desarrollo
estabilizador”),
por la
contención
de la
inflación,
por la
entrega
directa de
los
subsidios a
sus
beneficiarios
(bono
educativo,
bono de
salud,
etc.,) por
una severa
desregulación
de la
economía y,
en suma, por
el modelo de
“la sociedad
del
bienestar”,
en
contraposición
al “Estado
de
bienestar”.
En suma, es
posible que
el gran
atraco
provoque
algún grado
de malestar
entre los
sectores más
productivos
de la
sociedad
(mientras la
mayoría de
líderes
empresariales
y magnates
aplaudirán
el aumento
del
expolio).
Pero ese
malestar –si
es que llega
a
producirse-
se diluirá y
se tornará
resignación
si no se
expresa
organizadamente.
La cuestión
es si los
partidarios
de la
libertad
aprovecharemos
la
oportunidad
para
articular
ese eventual
descontento
o si ni
siquiera lo
intentaremos…
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