Hermanos mal avenidos
Si hay dos sociedades que se parecen,
ésas son las de la Argentina y Uruguay. Los terceros no pueden
distinguirnos y son incontables las razones, pues el tejido de
relaciones recíprocas es de tal modo intrincado que no lo deshilachan ni
aun los conflictos entre nuestros gobiernos. Desgraciadamente, éstos se
han reiterado a lo largo de los años, con administraciones de distinto
signo, y no podemos sino lamentarlo.
Como es notorio, el puente General San
Martín estuvo cortado desde 2006 por agrupaciones contestatarias de
Gualeguaychú, a las que no movieron ni las sentencias de desalojo de la
justicia argentina, que por supuesto el gobierno argentino tampoco
exigió que se cumplieran. A raíz de ese episodio, y más allá de la
responsabilidad de cada uno, los presidentes Kirchner y Vázquez cortaron
toda relación personal, en una anómala enemistad, inconcebible en la
relación de dos países vecinos. Se precisó de una sentencia de la Corte
Internacional de La Haya, cuatro años después, para liberar esa vía
internacional.
Al llegar al poder el presidente Mujica,
como es lógico, procuró estrechar vínculos con el gobierno argentino,
ahora a cargo de la señora de Kirchner. Así como, en términos generales,
la opinión pública uruguaya acompañó la posición de Vázquez, también
vio con agrado que se produjera ese acercamiento. A partir de allí han
sido reiterados los gestos de nuestro presidente, desgraciadamente no
correspondidos, hasta un punto en que hoy él es seriamente cuestionado
por lo que se juzga debilidad ante un tratamiento desdoroso.
Un tema candente es el de la instalación
conjunta de una planta regasificadora, fundamental para Uruguay. Los
compromisos se firmaron, pero no se avanzó nada, y en el ínterin la
Argentina priorizó la construcción en solitario de dos usinas, que están
en pleno funcionamiento. En la misma materia energética, nunca termina
de resolverse adecuadamente la compra de energía que Uruguay tiene
acordada con Paraguay y que, como debe pasar por el sistema argentino,
se hace inviable por excesos en los precios o dificultades
administrativas que siempre aparecen.
Se añade a todo esto el tema comercial.
Nadie discute que la Argentina puede seguir la política de comercio
internacional que considere mejor, pero ello no puede hacerse violando
el Tratado de Mercosur, cuyo artículo 1° rotundamente establece la
libertad del tránsito de bienes y servicios entre los cuatro socios. Más
de una vez se han tomado medidas restrictivas por uno u otro país, pero
siempre se exceptuaron de ellas los intercambios dentro del área del
Mercosur. Hay que entender que la economía uruguaya es doce veces más
pequeña que la Argentina y que, en consecuencia, así como nunca nuestras
exportaciones pueden hacer un daño sustantivo al vecino, a la inversa,
sí. Es el caso hoy, con imprentas, talleres de vestimenta y otras
empresas para las que el mercado argentino es importante y que están
siendo seriamente afectadas. El mercado argentino es un 7% de la
exportación uruguaya, pero un 28% de su actividad manufacturera, de modo
que posee una dimensión significativa.
Como si fueran pocos estos entredichos,
sobreviene el farragoso episodio del dragado del Canal Martín García, en
el que el presidente de la delegación uruguaya en la Comisión del Río
de la Plata recibió -de uno de sus colegas argentinos- una propuesta de
soborno para apoyar un contrato con la empresa extranjera dedicada al
mantenimiento de esa vía. Se han dado consecuencias tan extrañas como
que un embajador itinerante, de la máxima hermandad con el presidente
Mujica, fue quien reveló la situación. Como es natural, se ha generado
un clamor de protestas ante el silencio que había mantenido el gobierno
uruguayo, escondiendo una inmoralidad de tal magnitud para no molestar a
su par argentino. No es del caso recordar todas las volteretas de este
sainete rioplatense, que aún sigue en escena y promete más derivaciones,
pero que deja un pésimo regusto.
Añadamos otro episodio menor: en la
Comisión Administradora del Río Uruguay, la delegación argentina no
acepta que se publiquen los resultados de los análisis internacionales
realizados sobre los efluentes de la controvertida planta de pasta de
celulosa. Se sabe que son favorables a la empresa, y resulta
discriminatorio y abusivo que se escondan.
Y otro mayor: luego de que autoridades
argentinas denunciaran a Uruguay agresivamente ante la OCDE por no
brindar información impositiva, el gobierno de Mujica suscribe un
tratado de intercambio que apunta a perseguir las inversiones de
ciudadanos argentinos en Uruguay. Este tema no es menudo. Miles de
ciudadanos argentinos, desde siempre, han comprado fincas en Punta del
Este o en Colonia, han usado bancos uruguayos para su vida comercial y,
en los últimos años, invertido en emprendimientos agropecuarios y
comerciales importantes. La mitología pretende que todo ese dinero es
fraudulento, desconociendo que es simplemente el resultado de
inversiones legítimas en busca de una oportunidad comercial o -la
mayoría- del agrado con que los argentinos veranean en Uruguay. Que
habrá algún dinero no muy blanco puede ser, como ocurrirá también en la
Argentina misma, donde la evasión impositiva es bastante más grande que
en Uruguay.
Este tratado será sometido al debate
parlamentario y generará un enfrentamiento muy fuerte. No se siente que
las oficinas impositivas argentinas ofrezcan tranquilidad. Han sido tan
arbitrarios algunos procedimientos públicos -el desembarco en las
oficinas de Clarín y el embargo a La Nacion, por ejemplo- que se las
observa más como una policía política que como una organización
tributaria objetiva. Seamos claros: el solo anuncio ha producido ya una
cierta retracción en los negocios y el daño puede llegar a ser grave. Se
entiende que la tendencia internacional es hacia una mayor cooperación
entre los Estados, y Uruguay ha suscripto numerosos convenios
internacionales, sin que nada extraño se haya visto. Con la Argentina,
todo indica que la situación será distinta y basta observar el modo en
que sus autoridades invaden la soberanía nacional, para así apreciarlo.
No es grato escribir sobre estos hechos.
Cuando más juntos debiéramos estar para salir al mundo global y mostrar
un Mercosur unido, nos enredamos en este entramado de intereses
subalternos que no están a la altura del sentimiento de nuestros
pueblos. El mundo desarrollado cruje, pero nos regaló el viento de una
bonanza de precios internacionales desconocida hasta ahora. En vez de
aprovecharla con esperanza, volcando todos nuestros esfuerzos a la
modernidad, resucitamos viejas disputas y generamos enconos recíprocos,
malestares y reproches mezquinos.
No hay nada más frustrante que desertar
de la historia y perderse irrepetibles oportunidades. Desgraciadamente,
sin real conciencia de ello, hacia esa pendiente nos vamos deslizando.
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