La matanza de Hula
Las imágenes son insoportables. La matanza de 92 personas en la ciudad de Hula, confirmada por los observadores de la ONU, ya sería uno de los peores baños de sangre de la guerra siria, pero al incluir a 32 niños entre las víctimas se convierte en un hecho ante el que no hay palabras. Los cadáveres de los niños (que se pueden ver aquí, aunque sinceramente no es muy recomendable) ponen en evidencia la estrategia del Ejército sirio. Habrá quien se crea la versión de los medios de comunicación gubernamentales, según la cual los responsables son un grupo terrorista, pero el desenlace se parece demasiado a otros ataques indiscriminados ocurridos en la provincia de Homs. Cuando se produce una resistencia continuada desde una población, el Ejército no tiene piedad.Es un crimen de guerra ante el que no hay justificaciones posibles. Los grupos que hasta ahora han considerado al Gobierno un mal menor ante el miedo a lo que pueda deparar el futuro no pueden negar la realidad. No hay ninguna voluntad de llegar acuerdos con los sectores de la oposición siria que estén dispuestos a negociar. Y si el sentimiento nacionalista lleva a desconfiar de grupos que reciben armas y financiación del Golfo Pérsico, no parece que vayan a ser peores que los responsables del Ejército.
Si he calificado alguna vez de guerra civil lo que ocurre en Siria es porque refleja bastante bien la realidad. Es un conflicto armado entre dos bandos, cada uno de los cuales niega al otro la capacidad de representar a toda la nación, y en el que el número de bajas ha superado el millar. Esa es una de las definiciones convencionales de guerra civil y parece que puede aplicarse a lo que pasa en Siria.
Cuando resulta difícil saber lo que está pasando en un país es bueno al menos llegar a un acuerdo sobre algunos de los hechos comprobados, aunque eso no siempre permita sacar una conclusión clara.
Es cierto por ejemplo que hubo inicialmente manifestaciones pacíficas de la oposición en varios puntos del país que fueron reprimidas violentamente por el régimen. Muy desde el principio grupos de la oposición formaron milicias armadas, a veces compuestas por desertores, que atacaron a las fuerzas policiales y militares. En el caso del ataque en el que murió hace meses un periodista francés, el ataque con morteros fue indiscriminado. Al tratarse de una delegación oficial que intentaba hacer ver a los periodistas que la zona de Damasco estaba controlada por el Gobierno, parece difícil de creer que los militares intentaran sabotear esa intención. Las visitas guiadas en una dictadura no suelen acabar en una explosión.
Los atentados indiscriminados con explosivos ocurridos en Damasco son bastante parecidos a los que ocurrieron en Irak en años anteriores. Es probable que las redes de apoyo a los grupos yihadistas iraquíes que había en Siria sigan existiendo y no sería raro que se hubieran unido ahora al conflicto. No les llamaría Al Qaeda porque no hay ninguna prueba de ello. No sé si podemos incluirlos dentro de las filas de la oposición siria pero lo que es seguro es que son enemigos del Gobierno que, a pesar de su alianza con Irán, ha demostrado en muchas ocasiones que es capaz de realizar una dura represión contra grupos insurgentes islamistas o yihadistas. El Gobierno no carece de una larga lista de enemigos dispuestos a utilizar la táctica del coche bomba.
Es obvio que en las poblaciones donde se han producido núcleos de resistencia armada contra el Gobierno, la diferencia de medios y armamento entre ambos bandos ha sido evidente y la represión del Ejército ha sido durísima e indiscriminada. Lo que no impide destacar que los grupos rebeldes también han cometido claras violaciones de derechos humanos.
La oposición recibe armas o dinero para comprarlas en Turquía, Irak o Líbano de los gobiernos del Golfo, sobre todo Qatar, con la complicidad de Washington. Incluso así, de momento no son armas que puedan desequilibrar el enfrentamiento en favor de los rebeldes.
Por todo ello, el conflicto se parece mucho más a la guerra civil libia que a lo que ocurrió en Egipto y Túnez. La oposición tiene la legitimidad de estar enfrentándose a una dictadura hereditaria cuyo sustento ideológico, el nacionalismo árabe del Baas, se ha ido diluyendo con el paso de los años hasta quedar en nada. El Gobierno contaba con la legitimidad típica en las dictaduras de Oriente Medio: haber propiciado un cierto desarrollo económico y social en un país bastante pobre a lo largo de décadas y de aparecer como garantía de estabilidad y de coexistencia entre la mayoría suní y la minoría alauita, aunque sólo sea por el miedo que despierta el enemigo islamista entre las minorías y los profesionales liberales y comerciantes de las grandes ciudades.
El panorama es confuso y las fuentes de información, escasas. Los periodistas extranjeros no tienen la posibilidad de entrar en el país y cuando lo han hecho de forma clandestina en Homs han corrido un indudable peligro. No todos los vídeos que aparecen en YouTube son reales y hay una considerable cantidad de desinformación desde ambos bandos.
The Independent pide el domingo en portada que el mundo haga algo. Armar a la oposición siria sería una opción intermedia antes de declarar la guerra a Siria, como se hizo con Libia. Pero que nadie se llame a engaño. No se podrá defender con el argumento de que es necesario poner fin al conflicto y a la muerte de civiles, porque la primera consecuencia es que aumentarán los combates y el efecto será precisamente aquel que se quiere evitar.
La verdad es que ante la guerra siria todas las salidas son malas y quien diga que sabe con exactitud qué se puede hacer para poner fin a esta carnicería probablemente esté mintiendo. Pero lo que es indudable es que ha llegado el punto en que nos encontramos ante una situación similar a la guerra de los Balcanes. Apostar sólo por las negociaciones obliga a permanecer como espectador pasivo ante un baño de sangre como el de Hula.
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