Jesús Silva-Herzog Márquez
Las
moilizaciones estudiantiles de los últimos días han sorprendido a todos. Nadie
pudo haber anticipado la irrupción de miles de jóvenes que toman las calles
para interpelar a la clase política (en particular al PRI) y a los medios
(especialmente a Televisa). Dos impulsos cívicos han animado las protestas
recientes: reivindicar
el derecho a la discrepancia y reclamar veracidad a los medios.
Ejercicio de la crítica y exigencia de verdad.
No
es claro que las manifestaciones vayan a tener un impacto electoral decisivo.
Nuestra experiencia aconsejaría separar el entusiasmo de las concentraciones
públicas de la fría aritmética de los votos. El activismo escenifica las
intensidades de la opinión pública pero no la sintetiza. Expresa bien el
engranaje de las maquinarias partidistas o la pasión política, pero no es
abreviatura del universo electoral.
Quienes
llenan la plaza se convencen fácilmente de que ahí se expresa la nación
verdadera, que las consignas que repiten son la voluntad popular, que la
solidaridad descubierta en la festividad de la política tiene la fuerza de
cambiar la historia. No
suele ser así. La urna suele refutar a la plaza.
No
digo que las concentraciones juveniles que hemos visto en estos días sean
irrelevantes, que sean una simple anécdota. Por el contrario, creo que las
movilizaciones recientes ya han tenido un impacto relevante en la contienda
electoral. Han puesto al candidato puntero y a su partido a la defensiva y han
elevado la exigencia pública a la cobertura política de los medios.
Dos
conquistas extraordinariamente valiosas que cuentan, sobre todo, como advertencia,
más allá del 1o. de julio. La agilidad organizativa de estos días es anticipo
de lo que podría activarse en el futuro inmediato, si se dan los abusos
temidos.
Es
de celebrar que una nueva generación se involucre en la política y haga oír su
voz. No será fácil la conservación del ímpetu, tras la primera descarga
emotiva, tras el descubrimiento de la calle y el hallazgo de las adhesiones. El
camino por delante será mucho más difícil, si es que existe. Será necesario
transformar los rechazos en algún tipo de afirmación, sobre todo en tiempos de
elecciones.
El
movimiento juvenil podría
convertirse en el impulsor social del voto útil contra el PRI,
si abandona el falso discurso del apartidismo. Lo que unió a este grupo
heterogéneo fue, precisamente, el rechazo al candidato del PRI. Si ésa es la
coincidencia, ahí puede estar la segunda etapa del movimiento.
Pero
si hay mucho que celebrar de esa rebeldía cívica hay también rasgos
inquietantes que no creo que deban ser pasados por alto por adulación a los
"muchachos". Decir que las manifestaciones son la semilla de una
organización que podría transformar la vida democrática del país me parece absurdo o, por lo menos,
prematuro.
Se
trata de una nueva muestra de la decepción democrática, una exhibición
contundente de la distancia entre el régimen y la sociedad, particularmente
entre el sistema político y las nuevas generaciones. Como denuncia, las
manifestaciones son elocuentes.
Me
preocupa ver que los manifestantes tropiezan con trampas viejas. La razón
conspiratoria es la reina de su retórica: los poderosos se han puesto de
acuerdo y nos impondrán al candidato que nadie quiere. Los perversos tienen el
control de los medios, las encuestas y las instituciones electorales. Se cree
así que el candidato que ellos repudian carece de respaldos reales y es un
simple invento de la televisión al que nadie apoya.
Las
encuestas son, en consecuencia, una farsa, una mentira. Las redes y las plazas
parecen más convincentes que los estudios de opinión. Las casas encuestadoras
(las mismas que dieron la candidatura a Andrés Manuel López Obrador y que
muestran la ventaja del PRD en el Distrito Federal) son una patraña.
¿Cómo
me dicen que Peña Nieto va arriba si ninguno de mis amigos va a votar por él?
¿Cómo se atreven a decirnos que al candidato del PRI no le ha pegado la
movilización estudiantil si de todo lo que se habla en la red es del repudio a
él? Redes y plazas pueden ser rincones del autoengaño. Creer que no hay más mundo que el que
uno ve.
La
lógica de la conspiración termina por aceptar la idea de que estamos en
vísperas de la "imposición". El próximo presidente de México será
impuesto por los poderes fácticos, se dice y se corea. Lo ha sugerido muchas
veces el candidato de la izquierda y parece que su versión encuentra eco en los
jóvenes que se han manifestado recientemente en las calles.
"Si
hay imposición habrá revolución", se escuchaba en una de las
concentraciones recientes. La democracia mexicana tendrá muchos defectos y
tiene muchas tareas pendientes pero instauró el mecanismo para elegir
gobernantes a través del voto.
Si
Enrique Peña Nieto gana las elecciones será porque tuvo más votos que sus
contrincantes, no porque lo impuso una televisora.
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