¿Explota el modelo?
Alberto Benegas Lynch
(h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección
Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
En general las personas ocupadas y preocupadas con situaciones graves
que ocurren en sus países estiman que los acontecimientos que van por
mala senda deben llegar a una instancia en la que todo vuela por los
aires, punto en el que se rectificaría el rumbo. Incluso se pone de
manifiesto que es conveniente y necesario que “se toque fondo” al efecto
de producir una reacción saludable.Estimamos que las cosas no suceden de este modo. En primer lugar, no hay tal cosa como “el fondo”. No hay piso para el error. Solo habrá posibilidad de rectificación si se conecta adecuadamente lo que ocurre con las causas que generan los sucesos criticados. Mientras no tenga lugar la aludida conexión causal, no habrá sosiego para la caída libre. Al sostener que los problemas se atribuyan a causas que no son tales, no habrá remedio ni posibilidad de rectificación del rumbo.
En cuanto a las esperadas explosiones salvadoras, debe puntualizarse que hechos tales como corridas cambiarias y bancarias, asaltos a supermercados, incendios y actos violentos equivalentes, no corrigen ni modifican el fondo del camino emprendido. Pueden cambiar los protagonistas, pero el problema no se resuelve con las antedichas explosiones. Más aún, los susodichos climas explosivos pueden desembocar en situaciones mucho más graves que las vividas.
En verdad, la única explosión (aparente) que modificó de modo radical los acontecimientos para bien fue la Revolución de las colonias inglesas en lo que luego fue EE.UU. en 1776, pero no se debió a la explosión sino a la transformación de las ideas prevalentes a favor de una sociedad abierta, fruto de largos estudios, maduraciones intelectuales y experiencias desafortunadas. En la dirección opuesta, ni siquiera la Revolución Bolchevique modificó en la base la forma de vida de los rusos que venían del terror blanco para convertirlo en el terror rojo y el derrumbe del Muro de la Vergüenza transformó a Rusia en el gobierno de las mafias administrado por ex funcionarios de la KGB.
La propia Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra por la que Jacobo II (VII de Escocia) fue destronado por su hija María Estuardo y Guillermo III de Orange, que si bien había problemas con la convocatoria al Parlamento, exacerbación por los crecientes privilegios y otras vicisitudes, fue primordialmente una trifulca religiosa a la que luego se acoplaron las ideas liberalizadoras de Algernon Sidney y John Locke las cuales sellaron la suerte del futuro inglés, comenzando por la Declaración de Derechos que expandió grandemente los principios insertos en la Carta Magna de 1215 arrancada a Juan sin Tierra.
Las Cortes de Cadiz de 1812 donde por vez primera se recurrió a la expresión “liberal” como sustantivo, fueron una revuelta intelectual basada en las contribuciones de la llamada segunda generación de Salamanca (la primera dio origen a la benemérita Escolástica Tardía tan ponderada por los liberales clásicos) y en los “Juicios de Manifestación” (el antecedente del habeas corpus), principalmente procedentes de los fueros leoneses del siglo XII, Cortes cuya Constitución fue abrogada por Fernando VII ni bien reasumió luego del interregno bonapartista. También fueron fruto de una revolución intelectual las propuestas liberales de la generación del 98 en España.
En el caso argentino, la Revolución de Mayo no cambió el eje central de la ruta mercantilista emprendida bajo el dominio español sino que, al decir de Juan Bautista Alberdi, trocó el régimen colonial de España para “ser colonos de nuestros propios gobiernos”. La evolución favorable acaecida a partir de 1853 se debió a una revolución en las mentes que, a su vez, produjo el derrocamiento de la tiranía rosista y el establecimiento de marcos institucionales de raigambre netamente liberal.
No hay milagros posibles, las transformaciones en las políticas inexorablemente se deben a transformaciones previas en las ideas. Si se quiere recurrir a la expresión “explosiones” hay que centrar la atención en las que se producen en el interior de las personas, de lo contrario, con otros personajes y eventualmente con otras formas, se mantendrán las cosas en lo sustancial. Las “explosiones” positivas (o negativas) tienen lugar todos los días en las conversaciones en la mesa familiar, en las reuniones sociales, en los esfuerzos académicos y educativos, en los medios periodísticos, en las entidades empresarias, deportivas y artísticas.
Para cambiar es indispensable ejercitar el intelecto y la imaginación. Se hace necesario mirar en otras direcciones y no repetir razonamientos falaces. En este sentido, Edward de Bono nos enseña el “lateral thinking”, esto es, en lugar de seguir escarbando en el mismo hoyo, cavar en otras direcciones. Para ilustrar ese concepto de imaginar otros escenarios, el autor relata un cuento en el que a un fulano se le reclama una deuda monetaria pero el acreedor dice que la podría perdonar si la hija del deudor se somete a una prueba para eventualmente contraer nupcias con el prestamista. La hija en cuestión acepta el desafío que consistía en que el novio en potencia recogería una piedra blanca y una negra del piso colocando cada una en sendas bolsitas. Si la niña tomaba la negra debía casarse, si era blanca quedaba liberada. Llegado el momento, la supuesta novia se percató que el acreedor hacía trampa puesto que observó que colocaba piedras negras en ambos recipientes. Sin inmutarse, la hija del preocupado deudor tomó una piedra y simuló un accidente por lo que la dejó caer al suelo e inmediatamente dijo que no había motivo de alarma puesto que con mirar la otra bolsa y constatar su color la otra debía haber sido de color distinto con lo que la mujer quedó en libertad y su padre canceló la deuda.
No resulta posible tener éxito repitiendo recetas fallidas. Es menester hurgar en otras direcciones y estudiar otros caminos posibles, para lo cual no es cuestión de operar como si se estuviera ubicado en la platea mirando al escenario en la esperanza de que otros resuelvan los entuertos. Cada uno debe poner su granito de arena. Todos somos responsables de nuestro destino. Después de décadas de estatismo galopante es indispensable liberar energías creativas y adoptar el sistema liberal y la consiguiente responsabilidad individual y la preservación de las autonomías y los derechos de las personas para proteger la situación de todos, muy especialmente la de los más necesitados (quienes siempre pagan en mayor medida los platos rotos de un Leviatán desbocado).
No resulta posible alterar la secuencia lógica, no puede ponerse la carreta delante de los caballos. Primero se requiere la comprensión y aceptación de una idea y luego recién puede ejecutarse. Nada cambia si se producen explosiones y revueltas varias si no se tiene en claro que sucede y por qué ocurren las cosas. Como ha consignado Séneca “ningún viento es favorable si no se sabe a donde se va”. Por eso es que el debate de ideas resulta tan vital. Las series estadísticas, los cuadros y gráficos sobre la coyuntura nada resuelven si no se comparte un esqueleto conceptual previo. La función educativa no se encuentra en el nivel de la política puesto que esta exige la negociación y conciliar distintas posiciones. La tarea de formación debe apuntar a la excelencia sin miramientos a los “políticamente correcto” al efecto de abrir perspectivas fértiles en personas de buena voluntad, ya que la maldad y la mala fe —afortunadamente minoritarias— no son receptivas tal como consigna Marcelino Cereijido en su libro Hacia una teoría general sobre los hijos de puta. Un acercamiento a los orígenes de la maldad que necesita ser complementado con la muy sesuda obra de Stanton Samenow Inside the Criminal Mind.
Desde tiempo inmemorial se viene sosteniendo que la educación es a largo plazo sin percibir que ya han vencido infinidad de plazos y se sugieren pretendidas medidas escapistas que ni siquiera postergan ni mitigan el desbarranque. Como he escrito antes, Mao Tse-Tung no es mi autor preferido pero bien decía que “la marcha más larga comienza con el primer paso”. En esta línea argumental, para terminar y al efecto de evitar la “teoría de las explosiones o del piso final” y para enfatizar el rol preponderante de las ideas, cito a Albert Schweitzer de su The Philosophy of Civilization: “Kant y Hegel han comandado a millones que nunca leyeron una línea de sus escritos y que ni siquiera supieron que estaban obedeciendo sus órdenes. Aquellos que ejecutan, ya sea en pequeña o gran escala solo pueden hacerlo en la medida en que ya estaba listo el pensamiento de la época [...] Si los pensadores de cierto período producen una beneficiosa teoría del universo, entonces las ideas pasarán a la práctica con garantía de progreso; si no son capaces de esa producción, entonces la decadencia aparecerá de una forma u otra […] Adam Smith, el filósofo moral, debido a que estaba dotado de un optimismo racional, es también el fundador de la doctrina económica del laissez-faire de la Escuela de Manchester. El encauzó a la industria y al comercio en su lucha por la liberación del ruinoso e injurioso tutelaje de la autoridad. Hoy podemos calibrar la grandeza de los logros de este gigante intelectual y benefactor de la humanidad, cuando la vida económica está otra vez empañada entre la gente con ideas de muy corta visión respecto de autoridades que nunca piensan en términos económicos”.
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