CUBA
Por Carlos Alberto Montaner
Mariela Castro es un personaje interesante y contradictorio. Se trata
de la hija mayor del dictador cubano Raúl Castro. Como regla general,
los familiares cercanos de los déspotas padecen de una notable
disonancia moral. No son capaces de percibir el daño que sus parientes
infligen a sus semejantes o, si lo perciben, asumen el discurso oficial y
lo justifican. El amor les distorsiona el juicio crítico.
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A Mariela Castro le ocurre lo mismo. Ha renunciado a la objetividad. Como sus padres fueron razonablemente afectuosos dentro de la casa, y como le dieron todo lo que quería, incluido el privilegio de celebrar su fiesta de quince en Europa, algo impensable en un país menesteroso, ella ha elegido ignorar que Raúl Castro es un dictador responsable de numerosos crímenes y de constantes violaciones de los derechos humanos, continuador de una dinastía militar puntillosamente incompetente que lleva más de medio siglo de fracasos y atropellos.
En el caso de Mariela Castro, la contradicción es más hiriente porque su estructura psicológica no es la de una fanática inflexible. Su fanatismo es estratégico. Mariela es tolerante con las preferencias sexuales e intolerante con todo lo demás. Si una persona quiere expresar libremente su homosexualidad o su transexualidad, le parece una causa justa y la defiende a viva voz. Pero si esa u otra criatura pretende expresar libremente sus creencias políticas o una visión de la realidad social diferente a la que postula la dictadura, inmediatamente la califica como mafia o escoria y justifica que la aplasten. Para ella, la libertad y la coherencia emocional son algo muy específico situado al sur del ombligo.
En todo caso, ¿qué hace Mariela Castro de gira por Estados Unidos acompañada por sesenta figurantes, entre los que abundan los policías? Por ingenuo que parezca, con la ayuda de algunos elementos muy radicales del ala extremista del partido demócrata, la que se mueve en torno a la revista The Nation, intenta seducir políticamente al presidente Obama respaldando el matrimonio gay, mientras trata de crear una red de apoyo al Gobierno de su padre por medio de la coalición conocida como LGTB (lesbianas, gays, transgéneros y bisexuales).
Para los servicios de inteligencia de Cuba, que son el cerebro y el brazo ejecutor de la política exterior de La Habana, el camino de LGTB, aunque les repugne en su fuero interno, porque ésa sigue siendo una dictadura machista-leninista, es el único que queda por explorar para tratar de ablandar a un presidente que no ha levantado el embargo, ni liberalizado los viajes de los norteamericanos a la Isla ni puesto en libertad a los cinco espías apresados hace más de una década; ni siquiera ha eliminado a Cuba de la infamante lista de países terroristas.
Es verdad que, desde la perspectiva de la dictadura, Obama, como no se cansa de repetir Fidel Castro, ha sido una total frustración, pero para La Habana sería mucho peor si en los próximos comicios Mitt Romney se alzara con el triunfo y los republicanos volvieran a la Casa Blanca, lo que explica que Mariela haya revelado la verdad de su juego: si ella fuera norteamericana, votaría por Obama. A decir esa contraproducente tontería ha viajado a Estados Unidos.
No obstante, el establishment cubano-americano del partido demócrata, totalmente centrista y moderado, muy lejos del extremismo de The Nation, no se va dejar engañar por la estrategia de la policía política castrista. Es demasiado burda. El influyente senador Bob Menéndez, el congresista Albio Sires, Joe García, el exembajador Paul Cejas, entre otros notables personajes, y no Mariela Castro son los que ayudan a la Casa Blanca a definir la política hacia Cuba, y así seguirá ocurriendo. Si Obama gana, será malo para la dictadura. Si gana Romney, será peor. La dictadura pierde siempre.
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