Acuerdos o chantajes
Es previsible, pero las fuerzas políticas no se pueden dejar seguir chantajeando por una línea política que no permite construir nada.
Jorge
Fernández Menéndez
Es verdad, falta la calificación de las elecciones por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal, pero con el conteo realizado en los últimos días, la parte sustancial de la elección del domingo pasado ya concluyó. Enrique Peña Nieto ganó los comicios con una diferencia de siete puntos y, paradójicamente, el conteo realizado a partir del miércoles le terminó dando unos 150 mil votos adicionales. Las cifras se corresponden, una vez más, plenamente, a las del Conteo Rápido y las del PREP. La jornada electoral tuvo incidencias pero no registró ninguna irregularidad manifiesta.
La previsible (en no reconocer su derrota, en el terreno que sea, López Obrador siempre es previsible) impugnación de López Obrador no tiene sustento y ni siquiera se ha podido canalizar en pruebas. Las marchas del movimiento que se sigue denominando 132 pero que ya no tiene nada que ver con aquel que surgió en la Universidad Iberoamericana hace dos meses, continúa realizando marchas antiPeña, desangeladas y con un número menguante de participantes.
El hecho es que a la sociedad no le interesa confrontarse y tampoco existe una percepción de que la elección fue ilegítima. En todo caso la gente está cansada de los comicios y las campañas y lo que se quiere es ver hacia adelante, saber qué es lo que viene.
Peña Nieto tendrá un instrumento clave para evitar la especulación sobre sus objetivos y su gabinete a partir de septiembre: se instala la nueva Legislatura y con ella existe la posibilidad real de sacar adelante, antes del cambio de gobierno, una agenda legislativa básica, que puede incluir capítulos centrales para mantener la estabilidad y detonar el crecimiento en el futuro: la reforma fiscal (que tendrá que ir de la mano con el paquete económico que se debe presentar por ley el 15 de septiembre próximo) y, con ella, la reforma energética y la laboral.
Están pendientes también capítulos como la ley de atención a víctimas, que fue regresada con algunas observaciones metodológicas desde el Ejecutivo al Legislativo, muchos temas de la agenda de seguridad y ahí está el de las pensiones, el verdadero peligro que planea sobre las finanzas públicas a futuro.
Peña Nieto tiene que aprovechar ese periodo y tanto su partido como el PAN deben apoyar esa agenda. El PRI y el Verde no tienen los votos suficientes en el Congreso como para sacar solos (o en acuerdo con Nueva Alianza) esas reformas, que incluso requerirán, en algunos aspectos, cambios constitucionales.
Para Acción Nacional, ese trabajo legislativo debe ser la base sobre la cual se podrá reconstruir un partido que ha salido demasiado golpeado de esta elección. El PAN debe refundarse, pero dada la actual correlación de fuerzas, con las pocas gubernaturas que le quedan (importante, sólo Guanajuato), esa refundación se tendrá que hacer desde el Congreso: el modelo del PAN debe estar en la labor que desarrollaron entre 1989 y 1994, sobre todo entre 1991 y 1994, cuando con acuerdos legislativos profundos sentaron las bases que le permitieron capturar el poder en el año 2000.
De allí, del trabajo legislativo, surgieron (recordemos que había fallecido Manuel Clouthier) los hombres y las mujeres que crearon las bases para que el PAN se convirtiera en una verdadera opción. Ese es el camino que debe volver a recorrer y el que debe transitar también el PRD, con la diferencia de que ese partido se ha quedado con posiciones ejecutivas de mucho peso político, comenzando por el DF, Morelos y Tabasco, más las que mantiene en Guerrero o lo que ganó en Oaxaca.
No se percibe un ambiente de confrontación en la sociedad. No hay ni deseos ni expectativas para proponer un enfrentamiento. Tampoco se percibe ese deseo en las fuerzas de la coalición progresista.
Desde el domingo pasado, cuando López Obrador no reconoció el resultado electoral, han desaparecido de sus conferencias de prensa Marcelo Ebrard, Cuauhtémoc y Lázaro Cárdenas, Juan Ramón de la Fuente, Manuel Camacho... Debemos insistir en un punto, la radicalización de López Obrador; la incapacidad para reconocer una derrota (jamás lo ha hecho en toda su vida política), es una forma de mantener como rehén de su persona a las fuerzas políticas que apoyaron su candidatura. Así lo hizo en 2006 y, aunque cambian algunas formas, así lo está haciendo ahora.
El punto será observar qué sucederá con esas fuerzas cuando se inicie la nueva Legislatura y asuman el poder los nuevos gobernadores. Es previsible que entonces el lopezobradorismo, como ya lo ha hecho, endurezca también su posición con los sectores más radicales en el Congreso, para paralizar las reformas.
Es previsible, pero las demás fuerzas políticas no se pueden dejar seguir chantajeando por una línea política que no permite construir nada.
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