Cuba: Me dan pena los burócratas vencidos – por Yoani Sánchez
“No me dan pena los burgueses vencidos. Y cuando pienso que me van a dar pena, Aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos…” Nicolás GuillénHace años que no lo veo. Casi un lustro. Habíamos ido juntos al cine cuando yo tenía diecisiete y ponían en la gran pantalla del Yara el filme “JFK”. Las primeras notas que salieron de su guitarra sonaron en la sala de nuestra casa, un día del que aún tengo el recuerdo. Lo evoco también en aquellos años duros, recogiendo colillas del suelo para construirse un cigarrillo envuelto en el fino papel de las guías telefónicas. Reíamos, pues aunque eran tiempos de poco -de muy poco- teníamos el lujo de formar parte de un grupo increíble de amigos, todos creativos, solidarios… rebeldes. Después, nuestros caminos se bifurcaron, como tantas veces ocurre. Su padre estaba bien ubicado en el poder y a la familia no le gustaban para nada estos “locos contestatarios del piso 14”. La última vez que lo encontré, manejaba un auto de marca y ya vivía en el Vedado.
Hace unos días llamó. Afable y cariñoso como siempre, trató de acercar con la palabra una amistad que la distancia y la falta de contactos han debilitado. Contó que su padre fue defenestrado en una de esas purgas anticorrupción. No lo llevaron a la cárcel, pero lo hicieron jubilarse con premura antes de terminar en un tribunal. Todo el entramado de influencias y relaciones, cultivado durante años de codearse con funcionarios y embajadores, se le vino abajo. Quien había sido un hombre confiable cayó en una crisis emocional; algunos vecinos le retiraron el saludo y los colegas del Ministerio le viraron la espalda. Dejó de ser el cederista estrella de su Comité de Defensa de la Revolución para convertirse en el objetivo a controlar por el jefe de vigilancia.
Como si no fueran pocas las desgracias, nuestro antiguo amigo nos narró que a su padre le diagnosticaron -en medio de todo este torbellino- un cáncer. Ahora está en tratamiento y “tiene que hacer la cola para los citostáticos como cualquier paciente… nada de privilegios ya”, nos confirmó la voz al otro lado del teléfono. Apenas si tiene dinero para la gasolina y a su esposa le han caído todos los años de golpe. Me sentí mal por su familia, triste, pero reflexioné en que ahora están viviendo en carne propia -y por razones bien distintas- lo que estos “locos del piso 14” llevan años padeciendo: la estigmatización, la mirada por sobre el hombro, la risita cáustica de los delatores, la indefensión. Nada, que a mí sí me dan pena los burócratas vencidos, lo confieso.
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