EL PARTO DE LOS MONTES.
Por Ricardo Alemán.
Luego de un trabajo mediático que
–en otras circunstancias– se habría ganado el rechazo y abucheo de los osados
defensores de la izquierda y su candidato presidencial; el esperado anuncio de
impugnación de Andrés Manuel López Obrador terminó en una reedición del parto
de los montes.
Durante
días, los incansables guerreros de la democracia lopista aseguraron que hoy
jueves veríamos pruebas irrebatibles
del grosero fraude electoral. El mismo que orquestaron las
manos del poder económico y mediático el domingo primero de julio.
Sin
embargo, a pesar de las escandalosas señales que adelantaban el parto de los
montes; al final del día, salió un ratoncito.
Andrés
Manuel López Obrador se plantó ante los medios y repitió –por enésima vez–, los mismos pretextos, los mismos
alegatos y las mismas mentiras con que ha tratado de tumbar la
elección presidencial.
Que
si la influencia de medios como Televisa, Azteca y Milenio; que si la compra de
5 millones de votos –cinco millones de incautos, todos priístas evidentemente,
incapaces de decidir por sí mismos y dispuestos a vender el sufragio al mejor
postor–; que si las urnas embarazadas, que si el pago de 52 millones de dólares
a una empresa de Estados Unidos para construir la imagen de Peña Nieto y que si
ese día el sol salió más tarde y obstaculizó el triunfo de Obrador.
Absolutamente
nada nuevo. La misma
perorata desgastada y sin sentido.
Una
vez más, Andrés Manuel exhibe
su incapacidad para reconocer la derrota. Nuevamente, Obrador
demuestra que no acepta que la mayoría de los votantes no le quiso dar su voto
y, como ya es costumbre, López se exhibe como el típico perdedor que patea la mesa
y amarga el triunfo de sus adversarios.
A
estas alturas, no sólo es penoso sino lamentable, que uno de los líderes
sociales mexicanos con mayor convocatoria de los que se tiene memoria, termine
reducido a una silueta de lo que pudo ser.
Hoy,
López Obrador está
derrotado, se queda solo y se le acabaron los pretextos.
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