España: El PP ha convertido al país en un inflamable polvorín – por Juan Ramón Rallo
Siempre había creído que España podía salvarse y que su situación económica era reconducible. En parte aún lo sigo creyendo, pero cada día que pasa, cada día que el PP sigue al frente del poder tomando una tras otra las medidas de demolición descontrolada del sector privado de que tanto hace gala, la probabilidad decrece a ritmos acelerados. Al fin y al cabo, padecemos un Gobierno que en apenas seis meses ha hecho bueno al horroroso Ejecutivo de Zapatero: Rajoy y los suyos no sólo han subido todos los impuestos –IRPF, Sociedades, IVA, cotizaciones sociales y especiales– salvajemente más de lo que lo hizo Zapatero, sino que lo han hecho mostrando su lado más descarnadamente izquierdista y estatista, riéndose en todo momento de los ciudadanos, de sus electores y de los inversores de España.El descrédito antiliberal del PP
El Ejecutivo ha consumido ya todo su crédito político. Al encadenar una mentira tras otra, otro despropósito tras otro y otro ataque a las libertades individuales y a la propiedad privada tras otro sin más criterio que el de salvar de la quema cuantos privilegios para su casta puedan, el Gobierno ha quedado desacreditado ante los ciudadanos, ante los electores y ante los inversores a los que tanto ha maltratado. Todos han descubierto ya que el PP no tiene ningún interés en reventar la burbuja del sector público y que todas las medidas en tal sentido que anuncie sólo consistirán en pura propaganda dirigida a engañar, nuevamente, a esos ciudadanos, electores e inversores.
Es posible que dentro del Gobierno exista gente que entienda la gravedad de la situación y que rechace por entero la estrategia socialista-zapaterina que Rajoy está ejecutando para sangrar a impuestos al sector privado, pero su influencia en las grandes decisiones del Ejecutivo se está dejando notar poco o nada. Bien está que dentro del Gabinete haya decorativos jarrones liberales, pero mejor estaría que esos decorativos jarrones descubrieran que Rajoy, Montoro y cuanta otra fauna socialista mora en el poder los estamparon tiempo ha contra el suelo haciéndolos añicos. Más allá de los muertos vivientes que se creen vivos murientes, este Gobierno no pasa de un caparazón relleno de bilis estatista que sólo se mantiene a flote gracias a una mayoría absoluta parlamentaria que será la última que el PP consiga en décadas.
Mas lo peor de comprobar que Rajoy y su grupo socialdemócrata son unos mandarines al servicio de sus propios privilegios no es descubrir lo que el propio Rajoy se encargó de hacer explícito en Elche hace cuatro años cuando invitó a los liberales a abandonar el partido, sino constatar que este país no tiene ninguna alternativa política dispuesta a adoptar las medidas necesarias para levantar cabeza. O dicho crudamente, la única alternativa a Rajoy es ZP-Rubalcaba y la única alternativa a ZP-Rubalcaba es Rajoy. Desazonadora evidencia que está llevando a muchos a lanzarse a los brazos del populismo comunista en un inquietante pero cada vez más fidedigno parangón del derrumbamiento heleno.
En plena escapada hacia adelante, un PP noqueado por su propia incompetencia sólo se muestra capaz de rogarle un rescate en forma de monetización masiva de deuda a Mario Draghi. Como si el Banco Central Europeo no estuviera, en estos precisos momentos, proporcionando una expansiva línea de crédito de más de 450.000 millones de euros (el 45% de nuestro PIB) a la economía española. ¿Con qué cara acusa Margallo al BCE de ser “un banco clandestino”? ¿Con qué arrestos pide el cabeza de lista de la rescatada Valencia, Esteban González Pons, que el BCE siga incrementando suicidamente su exposición a los pasivos españoles? Por esta vía, por la de echar más gasolina al incendio de un monto de deuda impagable, no conseguiremos otra cosa que comprar tiempo a un precio carísimo. Pero comprar tiempo, ¿para qué? ¿Para diferir todavía más los recortes? ¿Para retrasar un año o dos más el cumplimiento de los objetivos de déficit? ¿Para facilitar que nuestros políticos sigan dilapidando nuestro dinero a manos llenas? ¿Qué estamos esperando al patear el balón para adelante? ¿Que acaezca algún milagro que nos saque de esta situación de quiebra técnica? Nadie que no quiera ser salvado puede salvarse y este Gobierno y esta oposición claramente prefieren la suspensión de pagos antes que un severo recorte del gasto público.
Camino de una mayor servidumbre
Con la prima de riesgo a unos niveles en los que ya empieza a reflejar nuestra devastadora realidad subyacente, ¿qué nos queda? Todo apunta a que en los próximos meses comenzará a librarse una batalla campal en las calles de España para derrocar al Gobierno y repartirse las miserias del poder. No es un fenómeno novedoso, sino algo bastante recurrente en los países bananeros donde una mayoría de ciudadanos y de grupos de presión aspira a meter el cazo en el presupuesto y a vivir de él, esto es, del dinero de su vecino. Ha sucedido recientemente en Grecia, pero también sucedió en la Argentina del corralito cuando las hordas de Duhalde asaltaron los comercios bonaerenses hasta forzar la huida en helicóptero del rajoyano De la Rúa.
Semejante polvorín puede prender fuego en cualquier momento con un mínimo de gestión y manipulación callejera por parte de alguno de los partidos de la oposición en connivencia con los sindicatos o con cualquier otro grupo de presión que ya se haya visto afectado por los recortes o que trate de evitarlos preventivamente tomando las calzadas. El hartazgo derivado de la mezcla de una crisis económica que no se entiende con la falsa retórica de unos recortes cosméticos salvo por lo que atañe a las subidas de impuestos, con las secuelas de décadas de adoctrinamiento socialista en “derechos” irrenunciables que deben ser financiados siempre por el dinero del vecino pero jamás por el dinero propio y con el desencanto hacia los igualmente estatistas partidos mayoritarios, bien puede llevar a un descontento popular cuyo único efecto a medio y largo plazo sería acrecentar todavía más el tamaño del Estado y darle todavía más poder a políticos todavía más nefastos que los actuales.
En cierto modo, la España del PP está siendo la de un vehículo que se está estrellando contra un muro a cámara lenta. Sabemos que avanzamos hacia el siniestro pero el conductor no deja de pisar el acelerador. Certeza a la que, por cierto, también han llegado los inversores nacionales y extranjeros que están liquidando su exposición a España a marchas forzadas; motivo de fondo de que la prima de riesgo se siga disparando y de que nuestros bancos tengan cerrado su acceso al mercado interbancario.
Decía al principio que siempre creí en la capacidad de la economía española para, a trancas y barrancas, terminar recuperándose. Hay tanto gasto que recortar, tantas reformas que aprobar, tanto potencial que dejar de pisotear, que nuestro margen para recuperarnos era enorme: no se trataba de país que ya lo estuviera hacia todo bien y que, por caprichos del azar, hubiese embarrancado en una crisis monstruosa; no, éramos y somos un país que lo estaba haciendo casi todo mal y que, por tanto, podía mejorar y cambiar en múltiples campos. Ahora, empero, veo cada vez más difícil una salida que no pase o bien por una monetización masiva de deuda que no resuelva los problemas de fondo y que sólo aplace la jornada de autos; por una intervención externa que no garantiza, como en Grecia, que finalmente se adopten las medidas correctas; o por una salida del euro que les deje un agujero enorme a nuestros acreedores europeos, que empobrezca a la población española, que conceda omnímodos poderes inflacionistas a nuestros gobernantes y que termine de empujar a España por la senda de la mediocridad económica y del peronismo político. En cualquier caso, menos libertades, menos prosperidad y mucho más Estado: la tradicional realimentación positiva entre las crisis y el engorde de Leviatán. Los políticos, primero los del PSOE y luego los del PP, se han cargado el país, pero los políticos, sean de la partitocracia actual o de otra todavía peor, serán los principales beneficiarios del colapso económico. Un deprimente disparate se mire desde el ángulo en que se mire.
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