20 julio, 2012

Ludwig von Mises

Ludwig von Mises


Von Mises Por José Carlos Rodríguez
Historia - Libertad Digital, Madrid
El 10 de marzo de 1938, quizás el 11 por la mañana, Ludwig von Mises abandonaba su querido hogar vienés. Ese mismo día 11, tropas alemanas al mando de Himmler entraron en la capital austriaca, y dos días después un pelotón de la Gestapo irrumpió en su domicilio. No le encontraron, pero confiscaron su biblioteca, que añoró el resto de su vida, y sus papeles.
Los empaquetaron en 21 cajas, y nada más se supo de ellos hasta que, en los primeros días de mayo de 1945, el Ejército soviético los localizó. Los comunistas se los llevaron y clasificaron, y quedaron almacenados en Moscú hasta que en octubre de 1996 fueron hallados por Richard Ebeling y su esposa. En definitiva: la conservación y clasificación de los papeles perdidos de Mises fue cosa de los socialismos alemán y ruso, de los que nuestro hombre fue el principal crítico en el siglo XX.

Nada hacía pensar que Ludwig von Mises alcanzaría esa posición. Nació el 29 de septiembre de 1881 en Lvov, que hoy forma parte de Ucrania, en el seno de una familia judía. Se desplazaron a Viena cuando Ludwig y su hermano Richard eran unos niños, y allí acudieron al Akademisches Gymnasium, donde adquirieron una vasta cultura humanista. Tras el bachillerato, Ludwig siguió sus estudios en la Universidad de Viena, en el departamento de Derecho. Estuvo bajo la guía de Carl Grünberg, a quien contrató la universidad para llevar la Escuela Histórica de Economía a la ciudad imperial. Con su estímulo, Ludwig estudió la situación de los siervos en Galitzia, su región natal.
Era por entonces un franco estatista, en plena consonancia con los tiempos. Pero leyó, en las navidades de 1903, los Principios de Economía de Carl Menger, fundador de la Escuela Austríaca, y aquello le cambió la vida. Posteriormente dirá que su lectura hizo de él un economista; pero no fue algo inmediato, ya que adquirió su primera formación como tal en el seminario de Eugene von Böhm-Bawerk, discípulo de Menger, que arrancó en 1905.
Podemos imaginar la impresión que produjo la lógica elemental y poderosa de Menger en la mente de Mises. Allí descubrió que hay regularidades en los procesos sociales que hacen que la acción del Gobierno no sea omnipotente. Y que las preferencias de los consumidores no sólo determinan el valor de los bienes de consumo, sino el de los factores de producción, por lo que todo el proceso productivo se orienta de un modo elegante, gracias al mercado, hacia la satisfacción de nuestras necesidades.
Mises se graduó en Derecho en 1906, pero continuó asistiendo al seminario de Böhm-Bawerk. Allí se daban cita "varios de los más brillantes intelectuales jóvenes jamás reunidos en un acto universitario": además de Mises, Joseph Schumpeter, Richard von Strigl, Felix Somary, Emil Lederer y numerosos marxistas de primer nivel, como Rudolf Hilferding, Ladislaus von Bortkiewicz, Otto Neurath, Nikolai Bujarin y, sobre todos ellos, Otto Bauer. Böhm-Bawerk, con su elaboración de la teoría del capital y del interés y su historia crítica del problema, fue el artífice de una de las críticas más efectivas de la economía marxista.
Nuestro hombre ejerció la abogacía y dio clases de economía en una academia de comercio para señoritas antes de formar parte de una institución que sería fundamental en su vida: la Cámara de Comercio e Industria de Viena. A partir de 1909, allí se convirtió, según confesión propia, en "el primer economista del país". Richard Ebeling, que elabora una biografía de aquél, escribe: "El consenso general entre economistas y otros que conocieron a Mises durante ese período es que fue extremadamente influyente en la moderación de las políticas colectivistas e inflacionarias en Austria".
Su consejo logró que Austria no siguiese un camino tan inflacionario como el de Alemania. Y, sobre todo, evitó que su país se convirtiese en un satélite bolchevique. Lo explica en su autobiografía. Estaba persuadido de que el bolchevismo en Viena "habría llevado en pocos días al hambre y al terror", y de que habría ahogado en un baño de sangre los restos de la cultura vienesa.
Como tantos otros, Mises interrumpió su carrera para participar en la I Guerra Mundial. Fue condecorado en tres ocasiones por su valor en el campo de batalla bajo fuego enemigo, y estuvo a punto de perder la vida. Ya en la retaguardia, fue asesor económico del Departamento de Guerra, y al concluir la contienda fue (1918-1920) director de la Comisión de Reparaciones de la Liga de las Naciones.
Por entonces Mises compaginaba su labor profesional con la investigación. En sus inicios como economista, decidió elaborar un tratado sobre el dinero que respondiese a Karl Helfferich, quien, en su libro Das Geld (1903), puso en jaque a la Escuela Austriaca. Helfferich dijo que el valor del dinero no se podía derivar de la teoría del valor de la utilidad marginal, como el resto de los bienes. La demanda de dinero depende del valor de cambio del mismo, y ese valor depende, a su vez, de los precios, de lo que se pueda obtener con el dinero en el mercado. Pero lo que se pueda comprar con él, su capacidad adquisitiva, es precisamente lo que queremos explicar: su valor de cambio. Intentar explicar el valor del dinero en los términos ofrecidos por los austriacos lleva a un razonamiento circular.
Ludwig von Mises rompió esta circularidad con su teorema regresivo del dinero, expuesto en su Teoría del dinero y del crédito (1912). El precio del dinero está en función de su valor actual (día D). Pero ese valor se calcula en función de los precios (es decir, de su capacidad adquisitiva) formados el día anterior (D-1). Esos precios se crearon en función de la demanda de dinero ese día, pero tal demanda depende de su valor, y éste se forma en función de su poder adquisitivo del día anterior (D-2). Mises partió de la idea, desarrollada en obras posteriores, de que la acción se desarrolla en el tiempo. Pero esa solución parecía que sólo solucionaba falsamente el problema en una regresión ad infinitum hacia el pasado. No era así. Mises aclaró que esa regresión llega hasta un punto muy concreto: aquél en que un bien todavía no es demandado como medio de intercambio y su valor en el mercado es el de su utilidad marginal. Mises había cerrado el círculo austriaco, e integraba, por vez primera en la historia, la teoría del dinero en la teoría del valor. Ya todos los fenómenos económicos estaban integrados en una sola concepción de la economía. Su solución tenía, además, una implicación muy importante: y es que, una vez demostrado que el valor del dinero dependía del mercado, el Estado no podía lanzar un dinero y determinar su valor a voluntad. Hoy esta idea nos parece extraña, pero era la más aceptada en el momento.
No fue la única contribución de su Teoría del dinero y del crédito. También demostró que el dinero no era neutral: el hecho de que haya más o menos cantidad incide no sólo en su valor, sino en los precios relativos. Combinó esa idea con la distinción, introducida por Wicksell, entre el tipo de interés natural –el que responde a las preferencias de consumo y ahorro de los agentes– y el de mercado, así como con la teoría del capital de Böhm-Bawerk y Menger, y lo que obtuvo fue, in nuce, la teoría del ciclo austriaca.
Un sistema de banca libre limitaría las emisiones de crédito sin respaldo (es decir, de medios fiduciarios), pero el sistema financiero, orquestado por el banco central, era capaz de emitir más crédito del que respondería al ahorro nacional. Ello colocaría el tipo de interés efectivo por debajo del que hubiese prevalecido (interés natural), y provocaría una carrera de inversiones por parte de empresarios y capitalistas (boom). Pero llegará un punto en el que emerja la verdad: no hay tanto ahorro como hacía pensar el interés del mercado, y muchos de los nuevos proyectos, iniciados de forma impropia, tienen que liquidarse (período de crisis).
Con su libro sobre el dinero comenzaba una larga carrera de autor. En 1919 publicó otra importante obra, Nación, Estado y economía, en la que criticaba el imperialismo alemán y le responsabilizaba de los problemas derivados de recurrir al poder del Estado para resolver los problemas de comunidades de diferentes culturas.
En enero de 1920 Mises presentó su crítica esencial al socialismo en una reunión de la asociación austríaca de economía (Nationalökonomische Gesellschaft), ante economistas de primer orden como Joseph Schumpeter, Max Adler o Emil Lederer. Aquella reunión fue un triunfo para él. Había asestado una puñalada en el corazón al socialismo. Los socialistas describieron con minuciosidad los procesos que llevarían inexorablemente a la sustitución del capitalismo por el sistema que ellos postulaban, pero no se molestaron en explicar cómo funcionaría éste.
Mises parte de la constatación de que los medios con que contamos se pueden utilizar de incalculables maneras, pero hemos de descubrir cuáles de entre ellas son las más útiles. Y para eso necesitamos un método. Lo que debemos hacer es comparar no cantidades de bienes heterogéneos, sino unidades de valor. El mercado provee esa información, porque codifica el juego de valoraciones y costes en precios que sirven como señales; éstas dan una idea a los agentes participantes en el mercado de qué caminos son racionales y cuáles no.
El argumento del austríaco contra el socialismo es que su funcionamiento impide la formación de precios genuinos, los que surgen del contraste de valoraciones y reflejados en el libre mercado. Sin ellos no se pueden tomar decisiones racionales sobre el uso de los factores de producción. Sería como construir un avión a ciegas. No es ya que los dirigentes socialistas no sepan atender a las necesidades de la sociedad: es que, carentes de información sobre el valor relativo que para ellos mismos pueden tener los recursos, son incapaces de planificar racionalmente de acuerdo con su propio criterio.
Su discípulo Friedrich Hayek hizo suya la crítica de Mises al socialismo, aunque incidió menos en el cálculo económico que en el problema de identificar, recoger y utilizar todo el conocimiento subjetivo y disperso presente en el mercado. Max Weber, quien conocía la crítica misiana del socialismo antes de que se publicara porque el propio Ludwig se la dio a conocer, también la formuló en su libro Economía y sociología. Mises publicó su Socialismo. Análisis sociológico y económico en 1922. Aún publicaría en esa década dos libros de gran importancia, que le colocarían como el principal defensor del liberalismo en el continente: Liberalismo (1927) y Crítica del Intervencionismo (1929).
La incidencia del pensamiento de Mises fue tal, que el sucesor de Gustav Schmoller en la Verein für Socialpolitik, Heinrich Herkner, criticó el exceso de socialismo de sus colegas, a quienes invitaba a leer la obra de Mises. "Un número creciente de profesores empezaron a renunciar a sus anteriores ideales socialistas", y se llegó a producir lo que se llamó "la crisis de la política social". En el mundo de habla alemana empezó a desarrollarse una tímida revolución liberal, truncada por la llegada de Hitler al poder, en 1933.
Parte del fracaso de Mises en su afán por cambiar el clima intelectual se debió también a que él mismo no vio la conexión necesaria entre su crítica al socialismo y la teoría del valor de Menger, y a que los economistas más jóvenes empezaban a distanciarse del fundador de la escuela. Los Principios de Menger, que el autor se negó a reeditar, se agotaron a partir de la década de 1880. A comienzos de siglo, en 1908, Schumpeter publicó Das Wesen und der Haupinhalt der Theoretischen Nationalökonomie, de inspiración walrasiana. Tuvo mucha influencia, y fue, excepción hecha de las obras de Wieser (también influido por Walras), "la única obra austriaca de teoría pura que apareciera antes de la Nationalökonomie de Mises". De hecho, "no hubo, estrictamente hablando, una cuarta generación de economistas austriacos en el sentido mengeriano", con la "posible excepción" de Hayek, quien décadas más tarde redescubrió algunos temas de Menger en La contrarrevolución de la ciencia (1954). Dentro del elegante mundo de equilibrio general de Walras, donde todos los actores cuentan con toda la información relevante, no se produce el problema del socialismo en los términos expuestos por Mises. El ajuste de los precios es automático y no se da el proceso de ajuste que corresponde al mundo abierto y cambiante que el vienés tenía en mente.
Nuestro hombre tenía otro medio para influir en aquella generación: su famoso seminario. Las sesiones comenzaban a las siete de la tarde en su despacho de la Cámara de Comercio y habitualmente acababan en un café a la una de la mañana. Según Hayek, ese seminario "no sólo fue el centro de la Escuela Austríaca, sino que atrajo a estudiantes de todo el mundo". Rothbard, por su parte, dirá que se convertiría en "un relevante foro (...) para la discusión e investigación de la economía y las ciencias sociales".
Quizá Mises se diese cuenta de que la profesión se movía por otros derroteros. Lo cierto es que en los años 20 y a principios de la década siguiente escribió un conjunto de artículos sobre metodología de la ciencia que, reunidos en un solo volumen, se publicaron en 1933 bajo el título de Grundprobleme der Nationalokönomie.
Mises, que temía hasta dónde podía llegar el éxito de Hitler, aprovechó una oferta de dar clases en el Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra para abandonar el país. Sus años en Suiza, de 1934 a 1940, fueron los más felices de su vida. En ese momento, cuando podía centrarse por fin en su labor puramente académica, bajó el ritmo de producción. Había una clara razón para ello: estaba escribiendo su Nationalökonomie, que no concluiría hasta 1940.
Pero llegó demasiado tarde: la ciencia económica había cambiado mucho desde que, en 1903, se convirtió en un economista. Mises aparecía como último representante de una tradición que había dado al mainstream todo lo que tenía de bueno y que, por lo demás, había desaparecido. No le ayudaba su cerrada defensa del liberalismo y del patrón oro, causas en las que estaba prácticamente solo. Keynes había metido en el mismo saco a todos los clásicos y los había tirado a la basura de la historia. Mises era un muerto viviente, un tardío representante de una tradición sin sentido.
Ese mismo Mises, cercado por el nacional-socialismo, hubo de abandonar el continente para buscar refugio en Estados Unidos.
Los primeros años en Nueva York serían los más duros de su vida. Logró que la Rockefeller Foundation otorgase un estipendio a la National Bureau of Economic Research (NBER) para que ésta le proporcionase unos medios de vida modestos pero suficientes. Henry Hazlitt, que conocía su obra, logró que el publicase varios artículos en el New York Times en 1942 y 1943; artículos que llamaron la atención de la National Association of Manufacturers (NAM), que en adelante le otorgaría otra asignación anual. En 1945 Leonard Read creó la Foundation for Economic Education, volcada en la educación de las generaciones futuras en los principios liberales, y Mises formó parte de la misma desde el comienzo. En 1946 logrará la ciudadanía estadounidense.
En esos años escribió dos libros importantes: Burocracia, que adelantaba parte de los temas y del análisis de la Escuela de la Elección Pública, y Gobierno omnipotente, una historia de las corrientes que llevaron al apogeo del nacional-socialismo en Alemania.
En 1945 se convierte en profesor visitante de la Universidad de Nueva York; si bien la visita durará 24 años. Allí retomaría su seminario, aunque, claro, con nuevos alumnos. Mises buscó en esa ciudad, que él consideraba el centro cultural de Estados Unidos, un nuevo Hayek. Entre sus nuevos discípulos destacaron Murray N. Rothbard, George Reisman, Israel Kirzner, Ralph Raico, Leonard Liggio y Hans Sennholz. A diferencia de sus anteriores discípulos, los de Estados Unidos partían del sistema misiano, expuesto de forma completa y sistemática en La acción humana (1949).
Los editores de la Scholar's Edition dicen de La acción humana: "Ni siquiera de hitos de la historia del pensamiento económico como La riqueza de las naciones de Adam Smith, los Principios de Marshall, El Capital de Marx o la Teoría general de Keynes se puede decir que hayan tenido una importancia duradera y un poder de convicción [como el del tratado de Mises]". Se convirtió en un éxito de ventas, por encima de lo que el editor (la Universidad de Yale) o el autor podían imaginar, e hizo de nuestro hombre, prácticamente desconocido en EEUU, una figura de primer orden dentro del mundo liberal.
Cuando se cumplen 60 años de su publicación, La acción humana sigue siendo la obra seminal de la escuela neomengeriana, fundada por el propio Mises. Su economía consiste en llevar hasta sus últimas consecuencias su visión antropológica del hombre, mucho más rica que el Homo economicus. Actúa en un mundo cambiante y parcialmente incierto, pero su capacidad de anticipar el futuro, es decir, su capacidad empresarial, le permite colaborar por medio del mercado.
De entre las contribuciones de este libro, si tuviera que destacar una es la descripción de la función empresarial de la acción, y las implicaciones de ese hallazgo. En el sistema de Mises, la producción está encaminada a las necesidades de los consumidores. Pero el ajuste no es automático ni perfecto. La producción lleva su tiempo, y el resultado final, el bien de consumo, ha de atender una necesidad futura. Es ahí donde entra en juego la función empresarial, que capta las oportunidades de beneficio en la posibilidad de atender necesidades insatisfechas con medios adecuados y baratos. Como las necesidades son cambiantes y la estructura económica no se ajusta perfectamente, esas oportunidades se dan constantemente. Y la función empresarial, ayudada con la información de los precios, permite que el sistema económico se esté reajustando permanentemente, aunque nunca de forma completa. De modo que nunca tendremos un equilibrio económico, pero sí un proceso de coordinación permanente.
Sus dos últimas obras, Teoría e historia (1957) y Los fundamentos últimos de la ciencia económica (1969), tratan de cuestiones metodológicas, en un último esfuerzo de Mises por asentar su propia posición y mostrar los errores que veía en otras concepciones de las ciencias sociales, en particular de la economía.
Mises había vuelto a encontrar su sitio. De nuevo era reconocido. En 1952 se compuso un libro en su honor, firmado entre otros por Jacques Rueff, Bertrand de Jouvenel, Wilhelm Röpke, Fritz Machlup, Murray N. Rothbard, Ludwig M. Lachmann y Friedrich Hayek. En 1969 la American Economic Association le reconoció como Distinguished Fellow. Siguió dando clases en la FEE hasta 1972, cuando contaba 90 años. Por aquellos días decía: "Lo único bueno de ser un nonagenario es que puedes leer tus obituarios cuando todavía estás vivo".
Su legado se puede apreciar en dos tratados de economía basados en sus ideas: Man, Economy and State, de Murray N. Rothbard, y Capitalism, de George Reisman. Hans Herman-Hoppe y Jesús Huerta de Soto están en estos momentos elaborando los suyos.
El 9 de noviembre de 1989 se vino abajo el bloque soviético, que implosionó sobre su ruina económica. Samuelson, epítome del sentido que había tomado la ciencia económica tras la II Guerra Mundial, decía en su famoso manual, en su edición de 1989: "La economía soviética es la prueba de que, en contra de lo que muchos escépticos habían creído antes, una economía socialista de mandatos puede funcionar e incluso florecer". Pero, como reconoció el economista socialista Robert Heilbroner, "ocurrió, por supuesto, que Mises tenía razón".

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