¿QUÉ ES LIBERALISMO CRISTIANO?
Alberto Mansueti
Alberto Mansueti
INTRODUCCIÓN
El liberalismo cristiano no va a destruir al liberalismo clásico,
muy por el contrario: lo va a repotenciar y a relanzar, si Dios
permite.
Desde hace muy largo tiempo el liberalismo anda desvitaminizado,
debilitado y decaído, por falta de realismo. Y para una visión
realista de la política, ¿qué mejor que la Biblia? Después de todo,
de la Biblia surgió esa idea de que los gobiernos han de ser
limitados, y asimismo toda autoridad humana, por la natural
inclinación del hombre al mal, y la consecuente ---e igualmente
natural--- tendencia de los poderosos al abuso del poder. Mi libro
“Las Leyes Malas” es un estudio bíblico sobre política, leyes y
gobierno.
Esa visión realista es la opuesta al optimismo ingenuo de Rousseau:
“El hombre es bueno por naturaleza”. En EEUU el “liberalism” se
infectó de roussonismo; y por eso la palabra ha llegado a ser en
Usamérica un sinónimo de socialismo “progre”: el hombre es bueno, y
el Estado le hace perfecto.
También le faltan al liberalismo vastos contingentes de entusiastas,
y cientos de cuadros o activistas militantes en cada país. Desde
hace unos 400 años Latamérica es tierra de grandes mayorías
católicas, y ahora en el nuevo siglo los cristianos evangélicos
suman 100 millones, entonces, ¿por qué el liberalismo clásico no
puede dirigirse a las audiencias cristianas, católicas y
evangélicas? Si sólo el 1 % de esos evangélicos leyera y aprendiera
el mensaje político de la Biblia, contaríamos un millón de liberales
clásicos en Latamérica. ¿Y si sumamos a los católicos que también
capten el mensaje? Desde luego hablamos de un proyecto no
confesional o exclusivista sino amplio, tan ancho y largo como para
que los cristianos podamos tener cabida, desde nuestros referentes
liberales clásicos, y de ellos el primero y común a todos los
cristianos es la Biblia. A ese proyecto dedico este libro.
En los años ’50 del pasado siglo surgió la democracia cristiana, y
no destruyó la democracia, ni en Europa ni en Latamérica. Al
contrario: allí donde la DC fue bien acompañada por economía de
mercado libre (no “social” o semi-socialista), sirvió para reforzar
y apuntalar la democracia, como en Alemania e Italia, apenas
librados de Hitler y Mussolini. Entre nosotros, lamentablemente la
DC no cumplió ese papel, porque optó por el talante anti-liberal del
viejo catolicismo español (que en los ‘50 el franquismo estaba
abandonando, por la buena influencia del Opus Dei).
En los ‘70 aquí resurgió el socialismo cristiano; y no destruyó al
socialismo, y por el contrario, lo revitalizó (¡qué pena!) Y por eso
ahora lo padecemos en el poder, p. ej. en Nicaragua, El Salvador,
Paraguay. Sus actuales gobernantes fueron ideológicamente
intoxicados en los ’70 y ’80 por la “Teología de la Liberación”, y
desde entonces no se molestaron en cuestionar aquellas lecturas
juveniles.
Liberalismo: candidez, indolencia, inoperancia
¿Y por qué se encumbró el socialismo? Por el vacío de los liberales.
En los ’90 fracasó el mal llamado “Neo-liberalismo”: no hubo
reformas liberales. Ni después. Por esto no hay capitalismo, que es
propiedad privada y competencia abierta en los mercados libres de
fraude o violencia, sin los monopolios, que siempre resultan de la
acción estatal. Ni hay riqueza, que siempre resulta del capitalismo.
Porque casi todos los liberales, con increíble candidez ---no exenta
de indolencia--- esperaban de los jefes populistas y estatistas las
reformas de libre mercado. (Y no pocos las esperan aún).
Surgieron por entonces del PRI mexicano, el peronismo argentino y AD
en Venezuela, los tres Carlos (Salinas, Menem y Pérez), y otros
Presidentes populistas a los que se supuso “convertidos” al
liberalismo de Mises, Hayek o Friedman. Pero sus políticas “macro”
sólo cumplieron las exigencias del FMI, apenas para solventar los
problemas financieros inmediatos del Súper-Estado (como manda el
Consenso de Washington); no para resolver los problemas de la gente.
Al contrario: encubrieron la insolvencia fiscal decretando más
impuestos ---sobre todo indirectos, ocultos en los precios y de este
modo inevadibles--- y vendiendo carísimos los monopolios estatales,
que una vez privatizados, se reembolsaron con elevadas tarifas.
En los ‘90 se eclipsó el Estado-empresario, pero no murió el Estado
dirigista de la economía y único emisor de dinero, ni el
Estado-educador, médico, asegurador y benefactor filantrópico. No
retrocedió el estatismo, ni surgió de sus cenizas el Estado con sus
verdaderos “funcionarios”, para sus verdaderas funciones: 1)
militares para la defensa nacional contra los ataques del exterior,
y en lo interno policías contra el crimen verdadero, que es el
irrespeto a la vida, propiedad y libertad (no el consumo o
compraventa de sustancias); 2) diplomáticos, y jueces para resolver
pleitos y aplicar las verdaderas leyes: reglas generales y objetivas
de justicia contra los transgresores (no esos comisarios
“superintendentes” ejecutivos para imponer reglamentos, úkases y
directivas contra la gente); y 3) colectores de impuestos justos, y
contratantes honestos de empresas privadas para construir y mantener
la infraestructura física, que son las verdaderas obras públicas:
calles, caminos, puertos y aeropuertos, puentes y autopistas (no
teatros, escuelas o canchas deportivas).
Aunque con poco éxito, el liberalismo clásico se opone al estatismo:
el control y dirección estatal de toda la vida humana ---no sólo la
economía--- más allá de los límites naturales. Es un cáncer muy
avanzado, porque los gobiernos en todo el planeta aplican esta
doctrina y su política al menos desde los ’50, y se extiende en
todas las áreas. El fracaso es total: la economía intervenida no
produce, la escuela estatal no educa, los hospitales “públicos”
apestan y enferman. Y desatiende el Estado sus funciones propias,
por eso no hay seguridad en calles y fronteras, ni justicia en los
tribunales, y casi no hay obras públicas, ni mantenimiento siquiera.
Es tal el fiasco del estatismo, que ahora su objetivo no es resolver
los problemas sino su “prevención”, y para ello exige más control
total y absoluto. Así la “prevención del delito” revela el fracaso
ante el crimen, y la “medicina preventiva” intenta disfrazar la
impotencia del Estado para curar las enfermedades, ¡pero nos dice lo
que debemos comer! A las calamidades naturales también ahora quiere
“prevenirlas” el Estado, y hace simulacros para que ensayemos el
arte de obedecer sus órdenes sin chistar. La “prevención del VIH”
encubre un fin más ominoso: la “educación sexual” con el libreto
estatista; igual es la “prevención de lavado de activos”, aunque más
encubierto su real propósito: el control de nuestros fondos
monetarios.
Sin embargo, el liberalismo clásico sigue ausente de la escena
política.
Liberalismo Clásico: cinco valores y cinco reformas
Al liberalismo le hace falta explicitar los valores a los que se
adhiere y que propone para la sociedad, además de la libertad, que
nunca anda sola. La libertad siempre se acompaña de toda una amplia
familia de valores, frutos del Gobierno Limitado, que es un padre
con cuatro hijas y un hijo, a saber: la libertad, la seguridad, la
justicia y la riqueza, y el orden. Son cinco resultados. El orden es
el equilibrio entre el Estado y las instituciones privadas, y de
estas entre sí, cada cual en lo suyo. Y la paz es hija del orden,
nieta del Gobierno Limitado, criada en este ambiente familiar.
El logro de los buenos resultados de estos valores requiere un
Programa de Reformas como no hubo en los ‘90, para las cinco áreas
críticas: Estado, economía, educación, atención médica, y
jubilaciones y pensiones. El producto esperado se puede resumir en
consignas atractivas como “Más y mejores oportunidades y calidad de
vida para todos” en lugar de “igualdad de oportunidades”, o también
“Ganar más y vivir mejor”.
También le hace falta al liberalismo una definición más clara y
rigurosa: describir con mayor precisión cuáles son las funciones
estatales, aclarando así que sus poderes, y sus recursos, son los
estrictamente indispensable para cumplirlas, nada más; y así fijar
sus límites en las tres dimensiones.
El liberalismo clásico no se opone a Dios ni a la religión, ni
siquiera al Estado, sino al estatismo, que se traduce en la
usurpación por los gobiernos de funciones que naturalmente son de
las familias, empresas, Iglesias y otras instituciones o entes
privados; y en la consiguiente confiscación de poderes (libertades)
y recursos de los particulares. Por eso la propuesta liberal clásica
no es una revolución, es una devolución. Y la Biblia tiene mucho que
aportar al respecto, como en el pasado ya lo hizo, en la historia de
los países hoy ricos: Usamérica y los europeo-occidentales.
El ataque intelectual contra el capitalismo y el liberalismo clásico
En nombre del “Estado multipropósito” abusivo y sin límites, el
viejo ideario liberal clásico del “Estado-gendarme” fue y es
injustamente descalificado, deshonrado y difamado. E ignorado. Lo
mismo pasa con las corrientes de pensamiento afines en cada una de
las disciplinas del saber, que le sirven de piso y alimento.
El adoctrinamiento se comanda desde las Universidades. La férrea
policía ideológica se impone en la “enseñanza” oficial a todo nivel,
pero donde los dogmas se inyectan a profundidad y extensamente en
las mentes juveniles es en la educación terciaria; y de allí, se
riegan “aguas abajo”. En las aulas universitarias, dominan las
corrientes en pro del estatismo, que le sirven de fundamento y
sostén, o bien de complemento; nunca las otras, las contrarias. Esas
se ocultan cuidadosamente, o se deforman, o se desacreditan y
vilipendian.
En Economía se desconocen las escuelas a favor del libre mercado, o
se maltratan; todo es Marx o Keynes, y sus epígonos y derivados,
simplificados y deformados por traficantes de ideas de segunda o
tercera mano. De igual modo en Sociología y Antropología, se inculca
principalmente la teoría estructural-funcional, asociada a la
Ingeniería Social positivista; y marxismo también, sobre todo
“estructuralista” y cultural: Gramsci, Lukacs y las Escuelas de
Frankfurt y Birmingham. Lo mismo en Filosofía y Artes, combinado con
mucha “deconstrucción” y Posmodernismo, una ridiculez intelectual
fraudulenta, justamente denunciado por el sarcástico Alan Sokal. Y
abundancia de escepticismo y relativismo, y el existencialismo
resultante. La Filosofía se reduce a una historia de los “grandes
pensadores”, como una galería de personajes célebres, famosos por
sus aportes, todos vistos como de alto valor, sin mucho juzgar si
unos fueron benéficos y otros letales.
En Psicología todo es Freud, Skinner y Carl Rogers: Psicoanálisis y
Conductismo, y en todo caso Jung, afín a la New Age. En Leyes
prácticamente no existe la Escuela del Derecho Natural, todo es el
positivismo jurídico: la ley es la voluntad del Estado. En Ciencia
Política dominan Maquiavelo y los autores socialdemócratas como
Bobbio, y una teoría “sistémica” sobre un solo sistema: el
estatismo. En Historia la historia se falsifica ex profeso, y se
inculca el materialismo histórico, y se recitan los libelos de
propaganda socialista contra el capitalismo.
Todos estos platos del Menú se sirven con abundantes acompañamientos
de “política correcta” (PC). Y siempre dentro de la concepción
materialista, naturalista y evolucionista popular de “la ciencia”,
propia del Humanismo secularista, como si fuese la sola y única
visión. No se permite filtración alguna de otras Cosmovisiones
opuestas y alternativas, como no sea para desacreditarlas por
“medievales”.
De todos estos contenidos se hacen catecismos para Medicina, las
ingenierías y otras carreras científicas, técnicas y aplicadas; así
que la catequización es universal. Y comienza en la niñez y
adolescencia, porque también se hacen breviarios para la enseñanza
media y elemental.
Lo único que suele escapar a estos rígidos moldes ideológicos ---y
no siempre--- son las técnicas prácticas o aplicadas de gerencia,
contabilidad y finanzas, mercadeo y publicidad, diseño,
comunicaciones y relaciones humanas etc., para ganarse el sustento
en la vida diaria. Pero en una economía deprimida no hay suficientes
puestos de trabajo para ejercitarlas. El Estado es el gran
empleador, y la inmensa masa de sus funcionarios, asalariados,
contratados y subcontratados es el gran mercado para las empresas
privadas. Así que siempre se termina trabajando para el
Súper-Estado, directa o indirectamente; por eso los egresados buscan
acomodar sus saberes, habilidades y aptitudes a las necesidades
estatales, a su voluntad omnímoda y todopoderosa, a sus directivas y
a su pensamiento.
Por otra parte, quienes redactan y opinan para los diarios, la radio
y la TV, son egresados universitarios, y asimismo el grueso de la
clase política; de este modo la prensa, el Parlamento y los partidos
se hacen eco. Es un lavado de cerebro perfecto, por el cual la
estatolatría y la “mentalidad anticapitalista” (y ahora anti-familia)
se fabrican en serie. No debe sorprender que en el s. XXI el
socialismo haya tenido su “revival”, en medio de una gran confusión
y desorden conceptual.
Los problemas del s. XXI se suman a los del s. XX
Ausente el liberalismo clásico, y poco precisadas y desconocidas sus
propuestas, las reformas liberales no se han hecho, y el capitalismo
no ha llegado. Por ende no han cesado los problemas, al contrario:
crecieron. Y se multiplicaron.
Las estadísticas engañosas tratan de disimular el fracaso, pero la
pobreza no se redujo, porque el tamaño de la economía formal es muy
pequeño, y la productividad de la economía informal es muy baja. Por
eso la riqueza es insuficiente, y la enorme mayoría de la población
no puede ni entrar a la fiesta. Mira los “Malls” desde las cumbres
de los cerros ---muchos sin agua corriente siquiera--- o desde los
tugurios en los centros urbanos, o sobreviviendo en los ranchos de
las orillas de las ciudades y los campos. Tampoco la criminalidad se
redujo, alimentada por una política irracional para las drogas, que
impulsa el crecimiento del negocio en lugar de detenerlo, y el
aumento de la corrupción y la violencia.
La informalidad es una salida individual a los costos del estatismo.
Pobre, ilegal, y marginal ---aunque no minoritario--- es un
capitalismo individual, y a medias. Los informales se sustraen al
estatismo, huyendo de sus caprichosos reglamentos y excesivos
impuestos. A escala, en los estrechos confines de sus mercados,
practican libre mercado ---por eso no sienten que les falte
libertad--- pero como sus ingresos no alcanzan, quieren las
prestaciones del “Estado de Bienestar”, insostenible monstruo que
hasta en los países ricos está quebrado o al borde de la quiebra.
Los países desarrollados tuvieron unos 100 años consecutivos de
capitalismo para crear riqueza, más o menos todo el período de paz
europea y mundial que transcurre entre 1815, al fin de las Guerras
Napoleónicas, y 1914, comienzo de la I GM. Así lograron los países
europeos y Usamérica una plataforma de instituciones, capital
instalado, grandes empresas y redes empresariales, y hábitos
normativos de conducta. Por eso pudieron darse el lujo de soportar
los gobiernos socialistas posteriores, con sus leyes disparatadas, y
sus nocivas consecuencias: impuestos, inflación, paro, huelgas,
revoluciones, guerras. Pero cuando la destrucción socialista se hace
insoportable, las corrientes de opinión contrarias crecen, y votan a
los conservadores tipo Thatcher y Reagan, con claro mandato de
arreglar el desastre y corregir el rumbo. Pero en Latamérica es
distinto; aquí no hay nada de eso. No hay riqueza, somos Tercer
Mundo. Tampoco tenemos esas corrientes de opinión.
Aquí los costos de la formalidad son muy elevados, muy escaso el
poder de compra de los mercados consumidores, muy bajas las tasas de
capitalización, e inexistentes la seguridad y justicia. Por eso muy
pocos negocios resultan rentables en el marco legal presente; y en
consecuencia, los ingresos reales en todas las categorías son muy
bajos en promedio. Y eso es con toda producción de bienes y
servicios, incluyendo educación, atención médica, y cajas
previsionales privadas.
Sin embargo no se oyen del liberalismo clásico sus recetas:
“Gobierno limitado, libertades individuales, libre mercado,
propiedad privada, riqueza abundante para todos” porque falta el
partido que emita y transmita masivamente las consignas, con sus
respectivos órganos retransmisores, entre ellos su periódico.
En este contexto, muy efectiva resulta la prédica de izquierdas
contra el “pensamiento único” ---supuestamente el de libre
mercado--- y a favor de la salvación por el Estado. En el “relato”
estatista, las culpas se echan sobre las grandes empresas y la
“especulación” con los precios; y sobre el “voraz imperialismo” de
EEUU, como siempre. Y la misma Teología de la Liberación de los ’70
repite que este sistema “capitalista, egoísta, materialista y
consumista” es anticristiano, y que “el verdadero Jesús de los
Evangelios” está por la justicia social y el Welfare State.
En la escena política no se ve ni se oye el mensaje del Gobierno
Limitado, para explicar que este sistema no es capitalismo de libre
mercado; es el mercantilismo viejo de siempre, combinado con
socialismo desde los ‘50, y desde el s. XXI con un nuevo y tercer
componente: la “política correcta”. Mucho menos se oye fuerte y
clara la denuncia del bancocentralismo y la creación de un engañoso
dinero de papel, o la expansión igualmente fraudulenta del crédito y
los medios de pago por los bancos a través del sistema de reserva
fraccionaria. No hay un partido liberal. Ni un diario o una radio
liberal. “Para triunfar el mal, sólo requiere que los buenos no
hagan nada” escribió en 1790 Edmund Burke, un “old whig”; esto es:
un conservador del liberalismo clásico.
A las viejas mentiras, se añaden las nuevas
A los problemas nuevos se suman los viejos que no se han resuelto. Y
a los antiguos discursos mentirosos, para los cuales las respuestas
no se han publicado, se suman los nuevos, para los cuales la
contestación tampoco está visible ni audible a los interesados.
Porque hoy no se sataniza sólo el “capitalismo salvaje”, los
“patrones explotadores”, las empresas extranjeras, la CIA y el U.S.
Departament of State. A la lista de los demonios se agregan ahora
las empresas contaminadoras del medio ambiente, ya desde fines del
s. XX muy presentes en el discurso antiliberal. Y también se
demoniza a la entera Civilización Occidental, a la religión
cristiana, y a “los blancos”, culpados de brutal genocidio contra
razas aborígenes y negros. Y el dedo acusador se enfila además
contra los padres y maridos, acusados todos de maltrato familiar,
violencia doméstica y abuso sexual en el hogar, al menos en
potencia. Y desde luego contra los “homofóbicos”, que somos todos
esos desalmados que no aplaudimos el homosexualismo.
El estatismo dice que los padres maltratan y abusan de sus hijos, y
los maridos de sus mujeres. Promete a los hijos ser un mejor padre;
y a las mujeres ser buen marido. Y casar a los homosexuales, y
permitirles adoptar niños. Pero la Agenda homosexual-política no
coincide con la de los homosexuales corrientes, hedonistas que
“viven el momento”, y no quieren compromisos a largo plazo, mucho
menos con criaturas. Aunque sí quieren prestaciones del “Bienestar
Social”, pero este sistema es insostenible financieramente. ¿Qué
quiere entonces el estatismo? Muy simple: destruir a la familia, y
sustituirla en sus funciones, una vez que ya tomó el control
efectivo de la economía y las empresas, y el control ideológico de
la educación.
Y lo logra, para mayor mal de nuestros países. Esa es una de las
razones por las cuales la economía sigue raquítica: porque la
solidaridad no es para “distribuir” la riqueza sino para producirla,
sólo que de manera voluntaria y acordada, que a veces comienza en la
esfera familiar, y luego mediante un orden contractual, se extiende
la confianza a los “extraños”. Otras veces el inicio o desarrollo de
los negocios requiere que sean separados de la familia, pero esta
brinda el piso afectivo necesario para el éxito económico. De un
modo u otro la creación de riqueza requiere cooperación solidaria en
un tejido social fuerte, y la familia es cimiento y fuerza del
entramado relacional llamado sociedad.
Pero a la Agenda anti-familia del “Estatismo del s. XXI”, ¿qué dicen
los liberales? Nada, salvo algunos que rompen su silencio en temas
no económicos, para apoyar la “política correcta”, frente a la cual
el liberalismo no está preparado. Como los franceses del año 1939
estaban listos para la guerra de 25 años antes, los liberales están
en guardia contra el viejo marxismo económico, hace tiempo en
ejecución por los gobiernos, y no para el que viene ahora
arrollando: el marxismo cultural y posmodernista.
No está preparado porque este no es un debate sobre economía, ni de
política solamente. Los principios marxistas de la lucha de clases
se llevan al comedor del hogar, y en la sala se declara la lucha de
sexos, y la de los hijos contra sus padres; pero también en la
prensa y el Parlamento. Es una guerra cultural, un choque entre
opuestos sistemas de creencias, valores y principios; que en el
fondo es entre cosmovisiones religiosas. Y los liberales insisten:
“¡la religión no se mezcla con la política!” Como si la política del
estatismo mundialista no se mezclara con la religión New Age
promovida por la ONU, o con la del Humanismo secularista que impulsa
la Unión Europea bajo la cobertura de “laicismo”. O como si los
“libertarios” randistas no mezclaran la propuesta capitalista con su
propio culto religioso.
Cristianismo y liberalismo clásico adulterados
Paralelamente en las iglesias y medios cristianos se impone un
Evangelio adulterado, no bíblico, para complacer a una cultura
subjetivista, narcisista y existencialista, que espera “mensajes sin
confrontación, respuestas fáciles y compromisos superficiales” ---en
palabras de mi amigo el Pastor Otoniel Pardo Nima--- para
acomodarlos sin dificultad a sus deseos y caprichos.
Para el “Evangelio de la prosperidad” ---y la autoestima--- Dios no
es el Autor de la Vida, y el Creador, Legislador y Juez del
Universo; es una especie de Santa Claus (“mi diosito”). Nuestro
Señor Jesucristo ya no es el Salvador que murió para satisfacer la
justa ira de un Dios santo por nuestros abominables pecados, y que
resucitó y ganó ese perdón resolviendo el dilema entre el amor y la
justicia divinas. Es “tu mejor amigo”. La doctrina cristiana ya no
es la de los Credos históricos y las antiguas Confesiones; ahora se
reduce a “4 leyes espirituales y 5 pasos para que hagas crecer tu
Liderazgo”, como dice el Pastor Paul Washer, el Martín Lutero del s.
XXI.
¿Qué le pasó al Cristianismo histórico, el verdadero? El teólogo
John MacArthur lo explica así: “Cuando Ud. quiere hacer fácil una
verdad difícil o incómoda, y quiere volverla aceptable y popular, es
posible que la adultere. Pero entonces el resultado esperado no va a
producirse.” Es la realidad.
Y agrego que eso mismo le pasó antes al Liberalismo Clásico, la
doctrina del Gobierno Limitado, cuando la transformaron en el
ideario de “la libertad”. ¿Qué tipo de pensamiento liberal hizo este
cambio? Pues no el liberalismo clásico, sino el “libertario”, un
liberalismo “progre”, anarcoide, y antinomiano (contrario a las
normas).
“Gobierno limitado” es ante todo regla, norma y ley; por eso el
concepto repugna al espíritu profundamente antinomiano de esta
época, enemigo visceral de toda ley en tanto norma o límite, no
importa si es un límite justo, bueno y sabio. “No aceptes límites,
¡no hay techo!” gritan los rockeros, los libros de autoayuda y los
predicadores de la Tele. Y todos los hipócritas nos endilgan su
retórica de “principios y valores” pero no de “reglas” (excepto las
sofísticas “reglas para el éxito” de orden práctico). Redefinir al
liberalismo como “ideario de la libertad” fue una vergonzosa
concesión al antinomianismo.
El Evangelio subjetivo también es antinomiano, a diferencia del
histórico. Produce cristianos inmaduros, e Iglesias inmaduras. Son
Iglesias estatistas, incapaces de tomar en serio el Reino de Dios y
sus normas, y asumir sus deberes en áreas que dejan a los gobiernos,
pero que son para las Iglesias y entes privados: 1) enseñanza; 2)
trato con problemas de drogas y otras adicciones; 3) educación
sexual, consejería matrimonial y familiar; 4) consultorios y
hospitales; 5) atención “a la viuda y al huérfano” como dice la
Escritura, eso que llaman “Programas Sociales”.
Una verdadera reforma liberal es correr los hitos que señalan los
límites entre gobiernos y particulares, recuperando para éstos las
funciones usurpadas por el Estado. Y con ellas las capacidades o
poderes para cumplirlas (o sea: libertades), y los recursos para
sostenerlas (o sea: dinero). Sabemos que en Europa el capitalismo
moderno comenzó en gran escala después de la Reforma Protestante.
Max Weber señaló uno de los vínculos entre ambos procesos: la ética
calvinista de la frugalidad, que llamó del “ascetismo laico”. No es
el único nexo; hay otros. De todos modos, el capitalismo liberal no
vendría a Latamérica antes que la Reforma Protestante, ¡pero ya está
llegando, gracias a Dios!
¿Por qué no oye la gente el mensaje “libertario”?
El discurso “libertario” es de mera libertad; casi ningún otro valor
ni regla. ¿Tiene éxito esta prédica? No, porque libertad no es cosa
que la gente siente en falta; es algo que cree tener. En la sociedad
de consumo una persona puede comprar muchas cosas, viajar, mudarse,
o hacer toda suerte de cambios en su vida, si tiene dinero para los
gastos, y nadie se lo impide. Se siente restringida por la carencia
de dinero, no de libertad. Y es que las cadenas del estatismo no son
altamente visibles, y si los esclavos no intentan salirse de los
moldes establecidos por el sistema, tampoco las sienten.
La gente se siente muy constreñida por la inseguridad, en las calles
y las esquinas de las ciudades, y en las áreas rurales; sobre todo
los pobres, que no pueden afrontar los costos de una seguridad
privada. Y quienes echan en falta la seguridad mucho más que la
libertad, sienten que libertad es lo que sobra, ¡hay demasiada para
los delincuentes!
Paralelamente el sistema promueve el relativismo ético y el
antinomianismo para que la gente se sienta “libre” de reglas éticas
o normas morales; excepto aquellas de la “política correcta”,
fijadas por el estatismo. “Todo cool, nada es pecado, todo está
permitido”, salvo desde luego fumar, contaminar, discriminar, evadir
impuestos, la “homofobia” y el “fundamentalismo” religioso. Por eso
el sistema alienta, estimula y espolea el pansexualismo y toda clase
de libertad sexual, con la cual se llega hasta identificar la
libertad misma; p. ej. en los filmes y en la publicidad, “libertad”
equivale a “permisividad sexual”. Y de eso hay de sobra hoy, por eso
la gente se siente libre en cuanto al sexo, y no siente falta de
libertad de trabajo y ejercicio profesional, de comercio, monetaria,
de ahorro e inversión, de expresión, de enseñanza, y un largo
etcétera.
Por eso la oferta de la sola y pura “libertad” cae en un inmenso
vacío.
Teoría política vulgar y estatismo cristiano
La tesis dominante a nivel popular, harto voceada y repetida por
todos los medios de prensa: que el problema es la corrupción. No es
que los políticos estatistas nos roban nuestras libertades y nuestro
dinero a nosotros; no, es que “¡roban al Estado!” La prioridad es la
“lucha anticorrupción”.
Esta es la teoría política vulgar, que sirve para distraer, y a los
estatistas permite ocultar las verdaderas realidades. Además, les
facilita el quitarse unos a otros del camino, en base a las
“denuncias de corrupción”. Así dirimen su feroz competencia por los
cargos sin tener que recurrir a las ideas y a los “ismos”, ni a las
propuestas concretas de reformas. Es este un deporte de presa y
predador, que ganan los más hábiles y diestros en no dejar “pruebas”
(huellas), y pierden los más torpes en el juego de borrar los
rastros.
Al caballo de la teoría política vulgar se montan ahora los líderes
evangélicos en el proyecto del “estatismo cristiano”. Cuentan con
los votos de Iglesias grandes, pobladas de cristianos inmaduros,
impregnados de una religiosidad meramente emocional, pietista y
misticista, anti-doctrinaria y en extremo superficial. Ellos
prometen “honestidad”. Según nos dicen, todo se nos va a arreglar
cuando lleguen ellos a los cargos gubernativos y no roben. Pues ya
llegaron muchos, incluso en Guatemala a la Presidencia, y dos veces.
Y nada bueno ocurrió.
Descomposición de los partidos y partidofobia
Del s. XXI ya pasó la primera década, y los liberales aún no hicimos
los partidos para sacarnos del abismo. Sin reformas, la rampante
corrupción generada por la creciente estatización y burocratización
de la vida entera en todas sus facetas ---individuales, grupales y
colectivas--- ha provocado el descrédito generalizado de la política
como actividad, y de los partidos políticos como tales, y su brutal
deterioro.
Casi no hay partidos estructurados, con propuestas articuladas desde
sus fuentes ideológicas respectivas, no digamos realistas (¡mucho
pedir!) pero al menos claras y coherentes. Hay maquinarias y
tenderetes electorales, caudillistas y personalistas, basados en el
clientelismo populista, repitiendo la Vulgata de “política
correcta”. Para financiarse echan mano al Estado, a las empresas
mercantilistas o a las narco-empresas. Y para mantener escondidos
sus verdaderos referentes ideológicos, eligen nombres cada vez más
sosos y ridículos.
Los liberales se han contagiado de la partidofobia. Los partidos
históricos que aún se llaman liberales lo son de nombre y nada más.
No hay partidos, hay mini-grupos “libertarios”, como ghettos, uno o
varios en cada país, predicando contra el socialismo a la audiencia
equivocada: los ya convencidos. Y a veces un tanto mareados con
ensoñaciones utópicas, e interminables y estériles divagaciones
especulativas sobre sus sueños. O sumidos en sordas y agrias
trifulcas sobre temas poco relevantes como el anarquismo, o
importados de Europa como la agenda del homosexualismo político, con
ánimo a veces más anticristiano que antiestatista.
La dictadura del Relativismo
Mucho del desorden reinante se debe a “la dictadura del
relativismo”, oportunamente denunciada por el Cardenal Ratzinger,
horas antes de ser electo como Benedicto XVI.
“Todo es relativo” se impone como verdad absoluta. “Contra todos los
dogmas”, es el gran dogma. Repiten “No existe la verdad”, o menos
atrevidamente, “no hay verdades absolutas”, o bien “no podemos estar
seguros”; y son tres afirmaciones postuladas como verdaderas,
enfáticamente y de manera absoluta, y con gran seguridad.
¿Cómo pueden hacer estas tres proposiciones, u otras ---incluso las
contrarias--- si no hay un patrón o criterio objetivo de verdad,
contra el cual contrastar todo enunciado? El relativismo es
auto-contradictorio: es absurdo.
Sin embargo los relativistas descalifican al liberalismo, y a todo
sistema, por principio, al menos de palabra, porque de hecho
adhieren al estatismo. Repiten que “las doctrinas no importan”, y
que “las teorías son todas iguales, muy bonitas en teoría”. Insisten
en que “los sistemas son indiferentes”. Los más leídos citan a
Fukuyama y su obituario por la muerte de las ideologías, cuando
basta mirar a Chávez, a Evo y a Correa para ver que el socialismo
está más vivo que nunca.
El relativismo demanda “no teorías, no sistemas, sino líderes,
mujeres y hombres honestos y capaces”, pese a que esa teoría, la del
sistema estatista, y su corolario el caudillismo: la adoración
fascista al “líder” ---miles de Cursos y Seminarios de “Liderazgo”
por doquier--- nos mantiene en la hecatombe. El relativismo también
lleva al “extremismo de centro”. Y en este clima en extremo anti-ideológico
(y “anti-extremos”), el relativismo imperante nos pone muy difícil a
los liberales clásicos la defensa del sistema opuesto, único que nos
puede sacar de la ruina.
La ética y las tres clases sociales
El relativismo ético es un simple corolario: si no hay verdad, o no
puede conocerse, no se sabe qué es el bien y el mal, qué es lo bueno
y qué lo malo. No hay conductas reprobables. Lo cual es una causa de
la inaudita explosión del crimen en nuestras ciudades.
Y es excusa para toda suerte de conducta inmoral, incluyendo el
estatismo, monstruosidad moral que a todos nos divide en tres
clases: 1) quienes vivimos de lo que nos dejan del fruto de nuestro
trabajo; 2) quienes viven de nuestros impuestos en “planes
sociales”, bolsas de comida y otras dádivas de los gobiernos; 3) los
políticos, funcionarios y empleados de la casta encargada de
quitarnos los impuestos ---los “publicanos” en los Evangelios--- y
de imprimir los billetes sin respaldo, para luego repartir los
mendrugos a la clase 2, no sin antes tomar su buena y jugosa parte.
Nosotros vivimos de nuestro trabajo; y todos ellos también viven de
nuestro trabajo. Y eso es anti-ético; pero basta decirlo para que
salte el relativismo: “¡Nadie es dueño de la verdad!”
Pensamiento mágico y entretenimiento
El relativismo también lleva directo al pensamiento mágico: la
negación del pensar racional, la supresión de la lógica, la
confianza en “visiones” y “sueños” románticos, en el “poder mental”,
en “tu dios interior” y otros misticismos. Llaman “Pensamiento
positivo” a la ingenua creencia en el poder de crear una realidad
con sólo quererlo, o cambiar algo desagradable y frustrante con la
pura imaginación.
La magia viene en tres modalidades: 1) la versión cruda, el
panteísmo monista y gnóstico de las religiones orientales reeditado
por la “Nueva Era”; 2) la versión “cristiana”: la “fe” en la fe, el
cristianismo fácil y subjetivo del Evangelio pop según Marcus Witt;
y 3) las versiones seudo-científicas más o menos derivadas de la
Psicología de Jung, tipo “El Tao de la Física”. Es lo mismo, pero
empacado y etiquetado para tres distintos segmentos de mercado. El
“entretenimiento” mediático nos entrega el mensaje a diario, desde
“La Guerra de las Galaxias” hasta “Harry Potter”.
En esta cultura tan contaminada, no es fácil dar explicaciones sobre
qué es o qué no es liberalismo, o si es cristiano o es
anticristiano, porque casi nadie las busca, ni las quiere ni le
interesan.
La gente vive engañada por la “educación”, la prensa y los libros de
autoayuda; confundida y atontada por la Nueva Era y afines; asustada
por las noticias policiales y de la economía (y por las películas de
desastres, crímenes horripilantes, zombis, vampiros, almas en pena y
jinetes sin cabeza), y agotada por largas jornadas de trabajo; o
torturada por el desempleo, los ingresos insuficientes y la
inseguridad. ¡No tiene tiempo ni ganas de pensar! Mucho menos de
revisar sus creencias, heredadas o adquiridas, a las que se aferra
con fuerza digna de mejor causa. Prefiere aturdirse con la tele, el
deporte, la música, el baile o su “entretenimiento” favorito ---los
del cristianismo light con el frenético activismo de “la Igle”, y
los “libertarios” con las esotéricas conferencias de sus ghettos---
sin mencionar alcoholismo o drogas. Por eso es que seguimos
embarrados hasta la coronilla en el estatismo y el socialismo.
Las víctimas no son inocentes
Sin duda la gente es víctima del estatismo: es engañada y abusada,
vulgarmente estafada y robada además de oprimida y lavada en su
cerebro. Pero ¿es totalmente inocente o es culpable, al menos en
cierta medida?
Se puede ser víctima y a la vez culpable, en buena parte, de sus
propias desgracias; y es el caso con la mayoría bajo el estatismo.
“No hay almuerzo gratis” reza la magistral lección de Milton
Friedman. No obstante, es lo que la gente busca. Por eso vota a los
candidatos populistas que se lo prometen. Después resulta que no hay
almuerzo, o es una pobre migaja, y la factura resulta carísima.
Y no es nada más un lonche; se quiere nada menos que educación
gratis, y atención médica y odontológica y medicinas, y un plan de
jubilación, “gratis”! Eso significa “a costa del contribuyente”,
pero la gente espera sacar más de lo que pone, y que el Estado pase
la cuenta “a los ricos”.
“You Can't Cheat an Honest Man” era un viejo refrán popular en EEUU,
y el título de una película de 1939. ¿Se puede estafar a la gente
decente (íntegra)? No!
Porque vea Ud.: 1) Para estafar a alguien, se comienza halagando a
la presa. Se le dicen puras cosas bonitas, aunque no sean ciertas.
“Demagogia” es en griego elogiar al pueblo, decirle que es una
nación maravillosa, de gente bella, creativa y sensitiva, la mejor
de la tierra, llena de virtudes y cualidades. Los discursos
demagógicos “levantan la autoestima”. Para ser estafado, hay que
comenzar por ser crédulo, pretencioso y “creído”. 2) Una vez el
pueblo halagado, se le dice que merece almuerzo gratis, que “tiene
derecho”. Y se lo cree!
La gente decente no es estafable porque no acepta halagos, ni busca
nada a costa de otros. Se gana su pan con el sudor de su frente, no
la frente del pagador de impuestos. Tampoco busca elogios gratuitos,
ni se los cree. Y si sufre calamidades económicas y políticas de
dimensiones nacionales ---inseguridad, desempleo, carestía y
pobreza--- entonces es diligente: revisa las noticias y artículos de
prensa con ojo avizor y sentido crítico. Busca información y
documentación. Se forma criterio. Y no se cruza de brazos, al menos
sabe por qué tipo de candidatos no votar.
¿Hay salida?
La Historia (verdadera) nos informa que el estatismo ha tenido antes
colapsos globales. Y el actual es de proporciones comparables a la
implosión del sistema imperial de Roma, que no cayó a manos de “los
bárbaros” cristianos, sino que fue víctima culpable del populismo
desaforado, la inflación, la lujuria y la insensatez. ¿Hubo salida
en aquel entonces?
Por supuesto, aunque no en todas partes al mismo tiempo. España p.
ej. en la Edad Media llegó a una condición floreciente, muy superior
a la que tenía bajo el Imperio. Porque el esquema bíblico de
Gobierno Limitado sirvió de modelo a la vez para pequeños
territorios en tres grandes áreas: los reinos visigodos y sus
“Fueros” en el norte, los reinos “taifas” en el sur, y los
tribunales rabínicos por toda la península. Más tarde las ciudades
de la Hansa en Alemania, y las del norte itálico, conocieron también
las virtudes de los gobiernos fuertes, pero limitados a sus propios
asuntos específicos.
De lo anterior cabe anotar que ese tipo de Gobierno tiene remotos
antecedentes hispánicos, no anglosajones. Y que en Latamérica es
probable que el capitalismo liberal empiece por zonas o regiones
subnacionales, como fue en Europa, y ahora es en China e India. Con
un Estatuto o “Fuero” especial, puede conseguirse la vacación legal
para las leyes malas, que entronizan el sistema y lo encarnan. Pero
eso se pelea desde los curules del Congreso “donde se puede
petardear eficazmente al estatismo y quebrarle los huesos” ---en
palabras de mi dilecto amigo Milton Vela Gutiérrez--- y no desde los
puestos ejecutivos regionales.
La salida comienza con el primer paso: un diario, radio o cualquier
medio de prensa comprometido con las banderas del liberalismo
clásico, a partir del concepto de Gobierno Limitado, y los cinco
valores resultantes: libertad, seguridad, justicia, riqueza y orden.
Y una propuesta concreta: el Programa de Reformas, para las cinco
áreas críticas. 1) La Reforma del Estado primera y principal, para
concentrarle en sus propias funciones, trayendo seguridad, orden y
justicia para todos. Los gobiernos no son para hacer negocios,
buenos o malos; no son para dar educación, cristiana o pagana; no
son para curar o “prevenir” enfermedades, reales o imaginarias; no
son para gastar dinerales en obras de caridad con los pobres o los
vagos. Tampoco son para celebrar matrimonios, homo o heterosexuales
o de otra clase.
2) La Reforma de la economía es para dejar a la gente en libertad de
comercio, económica, monetaria, bancaria y financiera, a fin de
producir riqueza y prosperidad para todos, permitiendo la
transformación de las actuales PYMEs en GEs (Grandes Empresas), y la
creación de otras nuevas, generando nuevos empleos, enriqueciendo
los existentes, y elevándolos montos de los ingresos reales.
3) La Reforma de la educación es para traer libertad de enseñanza en
todos sus niveles, quitando los reglamentos y cediendo a sus
docentes la propiedad de los actuales centros educativos estatales.
Así la competencia será libre y abierta para todos, y reinarán la
variedad y la libertad de escoger cada quien; aunque en la
transición hacia la riqueza, el Estado podrá atender a los educandos
pobres, con bonos o cheques educativos. 4) La Reforma de la atención
médica es análoga, cediendo la propiedad de los actuales centros
estatales a sus médicos y enfermeras; y con bonos de atención médica
para los usuarios más pobres, en la transición. 5) E igual con las
cajas de jubilaciones y pensiones, sirviendo los bonos para la
compra de diversos tipos de pólizas privadas.
El paso siguiente, segundo, es la constitución y desarrollo de una
vigorosa corriente de opinión a favor de las Cinco Reformas. El
tercer paso es el partido liberal.
Para qué sirve este libro
Este libro pretende ser un aporte a ese proyecto, en los cuales no
pueden faltar los cristianos, católicos, protestantes (como yo), o
evangélicos.
Para ello se buscan de urgencia: 1) liberales clásicos, no
antinomianos, informados y formados en el Gobierno limitado; 2)
cristianos maduros, familiarizados en la doctrina cristiana; 3) un
clima de respeto (que no “tolerancia”) entre todos, para convivir en
un proyecto político compartido, algo así como fue en 1776 en las
colonias británicas de América. El respeto ha de empezar por los
cristianos entre nosotros, los de diferentes denominaciones; y esto
no tiene que ver con “ecumenismo”, porque no hablamos de Teología
sino de política y economía.
El propósito de este libro es aclarar dudas. Hay dudas de los
liberales sobre el cristianismo, y viceversa: de los cristianos
sobre el liberalismo. Quienes no son una cosa ni la otra tienen el
doble de dudas. Y a las dudas se suman confusiones, incluso de
muchos liberales sobre liberalismo, y de muchos cristianos sobre
cristianismo. Las dudas y confusiones sobre puntos gruesos requieren
respuestas en concreto y a nivel básico; sobre tópicos más
sofisticados son las de los eruditos, y las respuestas son de otro
nivel. Y aparte las dudas y confusiones, hay muchas reservas y
objeciones, no menores en cantidad o calibre. Hay que responder
también, procurando anticiparlas. Por eso el propósito resulta algo
ambicioso. Y seguramente controversial.
Aquí lo tiene: juzgue Ud. por favor. No voy a caer en esa falsa
humildad de la tonta disculpa relativista “Estee… en fin, sorry, son
sólo mis opiniones...” ¡Por supuesto son mis opiniones! Y me lucen
verdaderas y fundadas, por eso las sostengo y expongo, hasta que se
me haga ver que no es así. ¿Y las contrarias? Pues me parecen
equivocadas, hasta tanto se me demuestre lo contrario.
Sí le digo, cordialmente, que muchas gracias desde ya por su compra,
y por su valioso tiempo y amable atención, y por la consideración
dispensadas; espero no defraudar sus expectativas. Y muchas gracias
por el apoyo que pueda Ud. prestar a la causa del liberalismo
clásico cristiano (LCC), si está de acuerdo, y si desea contribuir.
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