Dinero y política, Acusación contra la Reserva Federal de Murray Rothbard
Fragmento titulado Dinero y Política del libro Acusación contra la Reserva Federal (FED) de Murray Rothbard.
Introducción: Dinero y Política
De lejos, la actividad más secreta y menos obligada arendir cuentas del gobierno federal no es, como cabría
esperar, la CIA, la DIA, o alguna otra agencia supersecreta de
inteligencia. La CIA y otras actividades de inteligencia están
bajo el control del Congreso. Están obligadas a rendir
cuentas; un comité del Congreso supervisa estas actividades,
controla sus presupuestos y es informada de sus
operaciones encubiertas. Es cierto que las audiencias y
actividades del comité están cerradas al público, pero al
menos los representantes populares en el Congreso
aseguran cierta obligación de rendir cuentas para estas
agencias secretas.
Sin embargo es poco sabido que hay una agencia federal
que supera a todas en secretismo por una milla. El Sistema
de la Reserva Federal no le rinde cuentas a nadie, no tiene
presupuesto, no está sujeta a ninguna auditoría y ningún
comité del Congreso sabe de, ni puede realmente supervisar,
sus operaciones. La Reserva Federal, que prácticamente
tiene el control absoluto del vital para la nación sistema
monetario, no está obligada a rendirle cuentas a nadie, y esta
extraña situación, aún suponiendo que fuese conocida, es
invariablemente festejada como una virtud.
Así, cuando la primera presidencia demócrata en más de
una década fue inagurada en 1993, el venerable e
inconformista presidente demócrata del Comité bancario del
parlamento, el tejano Henry B. González, presentó con
optimismo sus proyectos favoritos para abrir la Fed al
escrutinio público. Sus propuestas parecían suaves. No
reclamaba un control completo del presupuesto de la Fed. El
proyecto de ley de González requería completas auditorías
independientes de las operaciones de la Fed, grabar en cinta
de vídeo las reuniones del comité de actuación de la Fed y la
divulgación de informes detallados de esos encuentros en el
plazo de una semana, en lugar de permitir a la Fed, como
sucede ahora, emitir vagos resúmenes de sus decisiones seis
semanas después. Además, los presidentes de los doce
Bancos de la Reserva Federal serían elegidos por el
presidente de los Estados Unidos en lugar de, como lo son
ahora, por los bancos comerciales de las regiones
respectivas.
Era de esperar que el presidente de la Fed Alan
Greenspan se opusiera a cualquiera de esas propuestas.
Después de todo está en la naturaleza de los burócratas
resistir las sujeciones a su poder desbridado. Pareció más
sorprendente el rechazo del proyecto González del
presidente Clinton, cuyo poder hubiera sido después de todo
aumentado por la medida. Las reformas de González, declaró
el presidente, corren el riesgo de disminuir la confianza del
mercado en la Fed.
Aparentemente esta reacción presidencial, aún con ser
tradicional entre máximos mandatarios, resulta
desconcertante. Después de todo, ¿no depende una
democracia del derecho de la gente a saber lo que pasa en el
gobierno por el que deben votar ? ¿No fortalecerían la fe del
público norteamericano en sus autoridades monetarias la
transparencia total y el conocimiento? ¿Por qué habría el
conocimiento público de disminuir la confianza del mercado?
¿Por qué depende la confianza del mercado de asegurar
menos escrutinio público del que se acuerda para los
guardianes de secretos militares que podrían beneficiar a
enemigos extranjeros? ¿Qué está pasando aquí?
La respuesta habitual de la Fed y sus partisanos es que
cualquiera de las medidas tales, aún marginales, limitarían la
“independencia con respecto a la política” de la Fed, que es
invocada como una especie de absoluto por sí mismo
evidente. El sistema monetario es altamente importante, se
dice, y por tanto la Fed debe disfrutar de absoluta
independencia.
“Independencia con respecto a la política” suena bien, y
ha sido una muletilla de propuestas a favor de la
intervención burocrática y del poder desde la era
Progresista. El barrido de calles, el control de los puertos de
mar, la regulación de la industria, la provisión de seguridad
social. Estas y muchas otras de las funciones del gobierno
son consideradas demasiado importantes para estar sujetas a
las veleidades de los caprichos políticos. Pero una cosa es
decir que las actividades privadas o de mercado deben estar
libres del control del gobierno y otra distinta es ese
independiente con respecto a la política. Pues estamos
hablando de agencias y actividades gubernamentales, y
decir que el gobierno debe ser independiente con respecto a
la política conlleva implicaciones muy distintas. Ya que al
contrario que la industria privada en el mercado, el gobierno
no está obligado a rendir cuentas ni a unos accionistas ni a
los consumidores. El gobierno solo puede ser responsable
ante el pueblo y sus representantes durante su legislatura, y
si el gobierno se vuelve independiente con respecto a la
política sólo puede significar que una esfera del gobierno se
convierte en una oligarquía perpetuadora de sí misma,
responsable ante nadie y jamás sujeta a la facultad del
público de cambiar su personal o “echar a las manzanas
podridas”. Si ningún grupo ni persona, ya sean accionistas o
votantes, pueden quitar de en medio a una élite mandataria,
entonces tal élite se hace más apropiada para una dictadura
que para un país supuestamente democrático. Y sin embargo
es curioso cómo muchos autonombrados campeones de la
democracia, sea doméstica o local, se sulfuran por defender
el susodicho ideal de la total independencia de la Reserva
Federal.
El representante Barney Frank (demócrata,
Massachussets), un copatrocinador de la proposición
González, señala que si uno toma los principios de los que
habla la gente hoy en día, tales como reformar el gobierno y
hacerlo más transparente, la Fed lo vulnera más que cualquier
otra rama del gobierno. Entonces, ¿ sobre qué base debe
mantenerse el famoso “principio” de una Fed independiente?
Resulta instructivo examinar quiénes podrían ser los
defensores de este alegado principio y las tácticas que
utilizan. Presumiblemente una agencia política de la que la
Fed quiere ser especialmente independiente es el Tesoro de
los Estados Unidos. Y sin embargo Frank Newman,
Subsecretario de Finanza Doméstica del Tesoro del
presidente Clinton, al rechazar la reforma de González,
afirma: La Fed es independiente y ese es uno de los conceptos
subyacentes. Además, el NY Times añade un pequeño dato
revelador al anotar la reacción de la Fed a la propuesta
González: La Fed ya está trabajando entre bastidores para
organizar batallones de banqueros que ahuyenten a ahullidos
los esfuerzos por politizar el banco central. (New York Times,
12 de Octubre de 1993). Desde luego. ¿Pero por qué estarían
estos batallones de banqueros tan dispuestos a mobilizarse
por la causa del control absoluto de la Fed sobre el sistema
monetario y bancario? ¿Por qué estarían los banqueros tan
listos para defender a una agencia federal que les controla y
regula y que prácticamente determina las operaciones del
sistema bancario? ¿No deberían los bancos privados querer
algún tipo de revisión, de freno, a su amo y señor? ¿Cómo es
posible que una banca regulada y controlada esté tan
enamorada con el poder omnímodo de su propio
controlador estatal?
Consideremos cualquiera otra industria privada. ¿No
sería un pelín sospechoso si, digamos, la industria
aseguradora, pidiera un poder ininquirible para sus
reguladores estatales, o la industria de los camioneros el
poder total para la ICC, o las compañías farmacéuticas
estuviesen clamando a favor de la concesión de un poder
total y secreto para el departamento regulador de lo suyo
(Food and Drug administration)?
¿No deberíamos sospechar de la extrañamente
agradable relación entre los bancos y la Reserva Federal?
¿Qué está pasando aquí? Nuestra tarea en esta obra es abrir
la Fed al escrutinio que desafortunadamente no tiene en la
arena política.
El poder absoluto y la falta de obligación de dar cuentas
de la Fed son generalmente defendidas en base a un solo
argumento: que cualquier cambio debilitaría el así llamado
inflexible compromiso de la Reserva Federal de librar una al
parecer permanente “guerra contra la inflación” Éste es el
hocus pocus de la defensa de la Fed de su poder desmedido.
Las reformas de González, nos avisan los oficiales de la Fed,
podrían ser vistas por los mercados financieros como
debilitadoras de la capacidad de la Fed para combatir contra
la inflación (New York Times, 8 de Octubre de 1993). En
posterior testimonio en el Congreso, el presidente Alan
Greenspan desarrolló este punto. Los políticos y
posiblemente el público, están eternamente tentados a
expandir la provisión de dinero y por eso mismo a agravar la
inflación de precios. Así, para Greenspan:
La tentación es pisar el acelerador monetario o al menos
evitar el freno monetario hasta después de la elección
siguiente… ceder a dichas tentaciones muy probablemente le
dará una tendencia inflacionista a la economía y podría llevar
a inestabilidad, recesión y estancamiento económico.
La falta de obligación de dar cuentas de la Fed, añadía
Greenspan, es un precio pequeño a pagar por evitar dejar la
conducción de la política económica bajo la influencia cercana
de políticos sujetos a la presión del ciclo electoral de corto
plazo.
(New York Times, 14 de Octubre de 1993)
De modo que ahí está. En la mitología de la Fed y sus
defensores el público es una gran bestia, siempre sujeta a
cierta lujuria por inflar la oferta de dinero y por tanto por
someter la economía a la inflación y a sus funestas
consecuencias. Esos temidos y demasiado frecuentes
inconvenientes llamados “elecciones” subyugan a los
políticos a dichas tentaciones, especialmente en
instituciones políticas tales como la Cámara de
Representantes que se presentan ante el público cada dos
años y son pues particularmente sensibles a la voluntad
popular. La Reserva Federal, en cambio, guiada por expertos
económicos independientes de la avidez del pueblo por la
inflación, se mantiene firme y dispuesta para promover los
intereses públicos a plazo largo capitaneando las almenas en
una eterna lucha contra la Gorgona de la inflación. El
público, en definitiva, está desesperadamente necesitado del
control absoluto sobre el dinero por parte de la Reserva
Federal para ser salvado de sí mismo y de sus tentaciones y
lujurias. Cierto economista monetario, que pasó buena parte
de los años veinte y de los treinta del siglo XX montando
bancos centrales a lo largo y ancho del Tercer Mundo, era
llamado comúnmente el médico del dinero. En nuestra
presente edad terapéutica, quizás a Greenspan y a su
hermandad les gustaría ser considerados “terapeutas”
monetarios, generosos pero firmes expertos trabajadores a
los que investimos con el completo poder de salvarnos de
nosotros mismos.
Pero en esta administración de terapia, ¿dónde encajan
los banqueros privados? Muy evidente, según los
funcionarios de la Reserva Federal. La proposición de
González de que en lugar de los banqueros regionales fuese
el presidente quien nombrara a los presidentes regionales
de la Fed, lograría, según estos funcionarios, ponerle más
difícil a la Fed mantener baja la inflación. ¿Por qué? Porque el
camino seguro para minimizar la inflación es que los
banqueros privados nombren a los presidentes de los bancos.
Pero permitámonos considerar este acordado hecho a la
luz del mito antes expuesto acerca de la Reserva Federal.
Supuestamente tenemos el clamor del público a favor de la
inflación mientras la Reserva Federal, flanqueada por sus
aliados los banqueros de la nación, resueltamente le planta
cara a este miope clamor popular. ¿Pero cómo se supone que
el público se las va a arreglar para lograr dicha inflación?
¿Cómo puede el público crear, es decir “imprimir” más
dinero? Sería difícil, dado que sólo una institución social
tiene legalmente permitido imprimir dinero. Cualquiera que
intenta imprimir dinero está envuelto en el alto crimen de
falsificación de moneda, que el gobierno federal se toma muy
seriamente. Mientras que el gobierno puede tener una visión
benigna de todos los otros crímenes y agravios, incluyendo
el robo, el asalto y el asesinato, y puede preocuparse acerca
de la “juventud robada” del criminal y tratarle tiernamente,
Hay un grupo de criminales al que ningún gobierno jamás
mima: los falsificadores de moneda. El falsificador de
moneda es rastreado seriamente y eficientemente, y es
confinado por mucho tiempo, pues comete un crimen que el
gobierno se toma muy en serio. Está interfiriendo con la
renta pública: específicamente con el poder de monopolio
para imprimir dinero de la Reserva Federal.
“El dinero” en nuestra economía son trozos de papel
emitidos por la Reserva Federal, en los cuales está grabado
lo siguiente:
Este billete es moneda de curso legal para todas las
deudas, privadas y públicas.
Este billete de la Reserva Federal y ninguna otra cosa es
dinero, y todos los vendedores y acreedores tienen que
aceptar estos billetes, les guste o no.
De modo que si la crónica inflación por la que pasan los
americanos y en casi cualquier país está provocada por la
continua creación de dinero, y si en cada país su “banco
central” estatal (en los Estados Unidos la Reserva Federal) es
la sola fuente y creador monopolista de todo el dinero,
¿quién entonces es responsable de la desgracia de la
inflación? ¿Quién sino la misma institución que está
facultada en exclusiva para crear dinero, es decir la Fed (y el
Banco de Inglaterra y el Banco de Italia y otros bancos
centrales) misma?
En breve; incluso antes de examinar el problema en
detalle, ya debemos vislumbrar un parpadeo de la verdad;
que el fuego en batería de la propaganda de que la Fed
manda las murallas contra la amenaza de la inflación traída
por otros, no es sino un engañoso juego de conchas. La
culpable, por sí sola responsable de la inflación, la Reserva
Federal, está siempre envuelta en crear un revuelo acerca de
“la inflación”, de la cual prácticamente todos los otros en la
sociedad parecen ser responsables. Lo que estamos viendo
es el viejo ardid del ladrón que se pone a gritar ¡al ladrón,
deténganle!, mientras corre apuntando a otros hacia
adelante. Empezamos a ver por qué ha sido siempre
importante para la Fed y para otros bancos centrales,
investirse a sí mismos con un aura de solemnidad y misterio.
Ya que tal y como veremos más ampliamente, si el público
supiera lo que estaba pasando, si pudiera desgarrar la
cortina que cubre al inescrutable mago de Oz, pronto
descubriría que la Fed, lejos de ser la indispensable solución
a la inflación, es el corazón y la causa del problema. Lo que
necesitamos no es una Fed totalmente independiente y
poderosa. Lo que necesitamos es ninguna Fed en absoluto.
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