El declive de Japón: Una crítica austriaca de la explicación de la Fed
El reciente escrito para la Fed de Athanasios Orphanides se ocupa de aspectos de la persistente crisis económica de Japón (su tesis básica: el Banco del Japón debería haber hecho más). Este escrito sirvió como recordatorio de las inadecuaciones y limitaciones del análisis ortodoxo al explicar el largo invierno económico de Japón. Por suerte, aunque no reconocido ni apreciado desde hace tiempo por la corriente principal, hay un buen marco para comprender el auge y declive nipón. Resulta que esa secuencia es un clásico ciclo económico predicho por la teoría austriacaEl análisis austriaco empieza con el auge. Se centra en esa “serie de errores”, como dijo Rothbard, en las que los negocios súbitamente empeoran de una manera radical y extendida. La teoría austriaca del ciclo económico se centra más en la naturaleza del auge de lo que lo hace en el declive y la depresión. Hay una buena razón para esta orientación. Como escribía Emerson, “Causa y efecto, medios y fines, semillas y frutos, no pueden separarse, pues el efecto ya florece en la causa, el fin preexiste en los medios, la fruta en la semilla”, así que igualmente el declive preexiste en el auge.
Los auges insostenibles empiezan con la creación de dinero y crédito no soportados por capital subyacente. Empieza con intervenciones en el mundo del dinero. En otros tiempos, era más fácil ver que la creación de dinero más allá de lo que permitían los metales preciosos era falso capital, pero en la economía actual sin anclajes y anegada en crédito, la distinción es teórica y mucho más difícil de detectar. Sin embargo este falso capital no crea riqueza. Pero su creación sí influye en los tipos de interés y en el patrón de producción distanciándolo de que habría sido en otro caso, de ahí la creación de inestabilidad y de una tensión subyacente.
La expansión monetaria no puede continuar indefinidamente o sin consecuencias. Así que el declive es el periodo en el que las fuerzas del mercado giran hacia donde habrían ido sin la niebla de la intervención monetaria que las llevó por mal camino. Esto requiere la liquidación de proyectos y negocios que ya no resultan rentables. Trabajadores y capital se recolocan en líneas más rentables.
Es un proceso doloroso, sin duda, pero inevitable y saludable. La economía no puede crecer de nuevo sobre una base sostenible firme hasta que se liquiden las antiguas malas inversiones. Cada auge o recuperación tiene sus propias características, pero la esencial es que el declive es curativo y necesario para devolver a la economía a su camino.
Sin embargo, la clave es que debe dejarse al mercado corregirse a sí mismo y esto requiere tiempo. Cualquier retraso o impedimento del necesario trabajo previo del declive solo promociona más circunstancias insostenibles y agrava la recesión. Como veremos a continuación, el Banco de Japón y el gobierno nipón hicieron de todo excepto dejar que el mercado se autocorrija.
Las raíces del auge en Japón
El mayor auge en la historia japonesa tiene sus raíces en la acomodaticia política monetaria seguida por el Banco de Japón (BDJ) a mediados de la década de 1980 tras el Acuerdo del Plaza. El BDJ buscaba contener la apreciación de yen, que daña su economía muy dependiente de la exportación. En lugar de permitir que las fuerzas del mercado reordenaran el patrón productivo en líneas más sostenibles, el BDJ empezó su agresiva campaña de rebaja del yen.Indiquemos entonces los perfiles de lo que ocurrió. El BDJ recortó su tipo de descuento del 5% al 2,5% entre enero de 1986 y febrero de 1987, una reducción del 50% en este tipo clave. El resultado fue un incendio, que hizo arder la bolsa. Desde enero de 1985 a su cumbre en diciembre de 1989 (basándose en los precios de los índices a fin de mes), el Nikkei casi se triplicó. Desde 1986 hasta 1990, las existencias de dinero de Japón crecieron a una media del 10,5% anual.
Preocupado por la burbuja, el BDJ invirtió el rumbo y empezó a ser más estricto. En 1989 y 1990, el BDJ aumentó su tipo de descuento cinco veces, hasta el 6,0%. La burbuja pinchó, al encontrar su alfiler. Desde un máximo de 40.000 en diciembre de 1989, el Nikkei se tambaleó hasta un mínimo (de nuevo basándose en los precios de los índices a fin de mes) de 7.831 en abril del año pasado: una caída del 80%.
Los funcionarios japoneses, como el viejo samurái, parecían intentar hacerse una especie de autoinmolación, un harakiri, destruyendo las finanzas públicas y aplastando su economía con repetidos esfuerzos por rescatarla. La letanía de paquetes de rescate probados resulta absurda.
Japón gastó 65,5 billones de yenes entre 1992 y 1995. En 1995 el BDJ hizo caer su tipo de descuento al 0,5%. En 1998, se anunciaron dos paquetes de gasto por 40,6 billones de yenes. En 1999, se produjo otro paquete de estímulo fiscal, esta vez por 18 billones de yenes. En 2000, otros 11 billones. Mucha de esta avalancha de dinero se dedicó a proyectos de obra pública o se inyectaron a través de empresario favorecidos políticamente. Las finanzas japonesas se debilitaron mientras crecía su deuda.
La monstruosa enfermedad sufrida por Japón fue enteramente obra suya. Y en coherencia con la teoría austriaca, este intervencionismo solo ha ralentizado la recuperación y obstaculizado el proceso autocorrectivo del mercado.
Hacer menos, no más
Después de leer todo esto, es bastante sorprendente encontrar economistas y otros que digan que Japón debería haber hecho más. ¿Hecho más? Orphanides cree que los bancos centrales deberían extender sus esfuerzos intervencionistas a entornos con muy bajos tipos de interés para entrar en títulos públicos de deuda a más largo plazo. En otras palabras, los bancos centrales no solo deberían fijar el extremo de la curva de rendimiento, sino que si falla eso, Orphanides cree que los bancos centrales pueden y deben intervenir más también en la propia curva.Esas prescripciones solo empeoran el problema, como se ha explicado. Los malos diagnósticos sobre Japón son tan malos como las prescripciones.
Hay muchos que creen que Japón está o estaba en una “trampa de liquidez”. La idea básica es que la “preferencia de liquidez” de la gente, o su demanda de efectivo, es tan alta que los tipos de interés no pueden bajar lo suficiente como para estimular la inversión. La crítica austriaca básica al concepto de trampa de liquidez es que invierte las causas. Los tipos de interés no dirigen la inversión.
Como apunta Murray Rothbard en su libro America’s Great Depression: “ahorro, inversión y tipo de interés son todos y cada uno determinados simultáneamente por las preferencias temporales individuales en el mercado. La preferencia de liquidez no tiene nada que ver con ello”. En otras palabras, las decisiones de los consumidores dirigen el tipo de interés y no al contrario.
Otros analistas se obsesionan con el “problema de la deflación”. La idea de que la deflación es el malo de la película olvida un hecho evidente: la oferta monetaria continúa aumentando. Por donde quiera que la mires, ya sea M-1, M-2 o “liquidez en sentido amplio”, todas han estado creciendo anualmente desde 1984, la primer fecha proporcionada por los datos del BDJ en su sitio web. El M-1 creció un 8,5% en 2001, un 27,6% en 2002 y un 8,2% en 2003. El M-2, un índice más amplio, creció un 2,8%, un 3,3% y un 1,7% en cada uno de esos años.
Está claro que no se ha producido una verdadera deflación (una disminución en la oferta monetaria). Los precios, medidos por los índices actualmente disponibles, han caído, pero eso no es una deflación, igual que nuestras pequeñas cifras de IPC miden una inflación baja. Pero aun así, la caída en el índice japonés de precios del consumo ha sido bastante moderada. De acuerdo con la Oficina Estadística de Japón, el IPC de Japón quedó en 98,1 a finales de 2003, una caída del 0,3% respecto del año anterior (siendo el año base 2000 = 100).
Parece desafiar al sentido común sugerir que el problema de Japón son las pequeñas disminuciones anuales en su IPC. Indudablemente, si un aumento moderado del 1-3% en los precios es aceptable para los economistas de la corriente principal, entonces una disminución de menos del 2% no debería suponer problemas serios. Los economistas de la corriente principal insisten en tratar la deflación de precios como si fuera alguna bestia maligna y la inflación algún maná de prosperidad.
El problema central del Japón no es una trampa de liquidez ni la deflación: el problema fundamental es un patrón de producción inapropiado y desajustado para atender las realidades del mercado.
En términos generales, los japoneses querían proteger a sus exportadores, a pesar del hecho de que el mercado había cambiado y se movía en su contra. Querían persistir en la creencia de que los buenos deudores del pasado seguían mereciendo crédito. La economía japonesa era como un vendedor que niega los que le dicen sus clientes. Pretendiendo no oírles, continúa igual con su negocio diario, lo que le hunda cada vez más en las pérdidas.
La locura de esa postura es evidente cuando bajamos a las acciones los individuos. El porqué no es así cuando pensamos colectivamente acerca de muchos de esos individuos es un misterio más allá del ámbito de este pequeño ensayo.
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