Autor: John T. Flynn
Demos primero nuestra definición del fascismo. En pocas palabras, es un sistema de organización social en el que el estado político es una dictadura apoyada por una élite política y en el que la sociedad económica en un capitalismo autárquico, cerrado y planificado, en el que el gobierno asume la responsabilidad de crear un poder adquisitivo adecuado mediante el instrumento de la deuda nacional y en el que el militarismo se adopta como un gran proyecto económico para crear empleo así como un gran proyecto romántico al servicio del estado imperialista.Desglosada, incluye estos dispositivos:
- Un gobierno cuyos poderes no estén restringidos.
- Un líder que sea un dictador, absoluto en poder, pero responsable ante el partido que es una élite selecta.
- Un sistema económico en el que la producción y distribución las realicen propietarios privados, pero de acuerdo con planes realizados por el estado directamente o bajo su supervisión inmediata.
- Estos planes incluyen el control de todos los instrumentos de producción y distribución mediante grandes oficinas públicas que tienen el poder de crear regulaciones o directivas con fuerza de ley.
- Incluyen asimismo la completa integración de finanzas públicas y privadas, bajo la cual se dirige y reglamenta la inversión por parte del gobierno, de forma que aunque la propiedad sea privada y la producción la realicen propietarios privados hay una especie de socialización de la inversión, de los aspectos financieros de la producción. Por este medio, el estado, que por leyes y regulaciones puede ejercitar un poderoso control sobre la industria, puede expandirse enormemente y completar ese control asumiendo el papel de banquero y socio.
- Incluyen asimismo el dispositivo de crear corrientes de poder adquisitivo por parte del gobierno federal tomando prestado y prestando como una institución permanente.
- Como consecuencia necesaria de todo esto, el militarismo se convierte en una parte inevitable del sistema, ya que proporciona los medios más sencillos para conseguir grandes cifras anualmente en el mercado laboral y para crear una tremenda industria para la producción de armas de defensa, industria que es apoyada completamente por el gobierno tomando prestado y prestando.
- El imperialismo se convierte en un elemento esencial de ese sistema donde sea posible, particularmente en los estados fuertes, ya que todo el sistema fascista, a pesar de sus promesas de abundancia, necesita grandes sacrificios financieros y personales, a los que no se puede inducir a la gente a realizar en beneficio de los objetivos normales de la vida civil y a los que se someterá solo cuando se presenten como una cruzada o aventura nacional sobre el modelo heroico que afecta profundamente a las fuentes del orgullo, el interés y los sentimientos chovinistas.
A la vista de todo esto podemos ver lo muy lejos que pueden llegar quienes busquen las raíces del fascismo husmeando entre esos grupos inútiles de chalados o deliberadamente subversivos que florecen débilmente bajo el liderazgo de diversos führers de pequeño calibre. Algunos de estos grupos son directamente antiestadounidenses, como los bundistas. Esa organización no tiene nada que ver y no puede tener nada que ver con la introducción de un nuevo sistema de sociedad en Estados Unidos. Su objetivo es ayudar a Hitler en la medida en que puedan en sus objetivos bélicos aquí. Era una organización enemiga, una increíblemente estúpida.
Luego hay varios grupos que son solo anticomunistas o anticomunistas y antisemitas, confundiendo dos cosas en una, como los “Christian Fronters”, que suman un centenar de donnadies. Hay otros que son un poco distintos de esos viejos movimientos excluyentes (los “Know Nothing”, la A.P.A., el Klan) dirigiendo su fuego contra algún grupo racial o religioso. Son cosas completamente malvadas, pero tienen poco o en muchos casos nada que ver con la introducción del fascismo en Estados Unidos. La mayoría de ellos no tiene más idea del contenido del fascismo que los caballeros que escriben libros sobre ellos.
Se supone que como el movimiento nazi en Alemania y el movimiento fascista en Italia empezaron con pequeños grupos de donnadies liderados por gente insignificante, el fascismo llegará aquí de la misma manera. Por supuesto, es posible que pueda aparecer así el gran fascismo estadounidense. No tenemos más que ver el florecimiento del movimiento Jamón y Huevos en California[1] y el movimiento Townsend en todas partes[2] par darse cuenta de las posibilidades de un poderoso movimiento organizado por líderes sin importancia.
Pero cuando llegue el fascismo no lo hará en forma de movimiento antiestadounidense o pro-hitleriano, practicando la deslealtad. Tampoco vendrá en forma de movimiento contra la guerra. Aparecerá más bien con los luminosos ropajes del patriotismo inflamado, tomará algunas formas y colores genuinamente indígenas y se extenderá solo porque sus líderes, que aún no son visibles, sabrán encontrara las grandes fuentes de la opinión y el deseo públicos y las corrientes de pensamiento que fluyan de ellas y sabrán cómo atraer a sus estandartes a líderes que puedan dirigir el apoyo de las minoría que controlan la vida pública estadounidense. El peligro no reside tanto en los pretendidos führers que puedan aparecer, sino en la presencia entre nosotros de ciertas corrientes de esperanza y deseo y opinión que discurren profundamente. La guerra contra el fascismo debe empezar ahí.
Solo hay otro fenómeno que haya aparecido que parezca contener algún peligro de infección. La guerra nos ha proporcionado aliados. Uno de ellos es Rusia. Y ya hemos visto cómo nuestra amistosa colaboración en el esfuerzo de guerra ha llevado a una buena cantidad de sinsentidos acerca del gobierno ruso. Deseamos creer que ya no es antirreligioso. Hay una notable mitigación de la severidad en la forma en que alabamos el comunismo y la tolerancia con la que hemos perdonado las purgas y brutalidades del régimen soviético.
Pero también tenemos aliados fascistas. Y no solo vemos con indulgencia sus políticas porque son nuestros aliados, sino asimismo porque en lugar de ser agresores son víctimas de fascistas mayores y más poderosos. Así, teníamos un régimen fascista en Austria bajo Dollfuss y luego bajo Schuschnigg. El dictador Dollfuss[3] fue perseguido por el dictador Hitler, pero era amigo íntimo y colaborador del dictador Mussolini. Tenía su propio historial de eliminaciones, notablemente ese terrible cañoneo de las casas de los trabajadores en Viena. Pero todo esto se perdonó y olvidó cuando lo mataron los asesinos de Hitler.
Igualmente, obviamos la estructura fascista de Schuschnigg[4] porque este era un hombre profundamente religioso y porque también fue secuestrado por el irreligioso Hitler. Pero Austria era un país fascista. No hay duda del hecho de que Schuschnigg era un hombre honrado, un verdadero patriota dispuesto a sacrificarse por Austria y que, además, era un hombre de naturaleza religiosa profunda y genuina. Todo lo cual nos advierte de nuevo que no debemos cometer el error de suponer que los distintos ingredientes del fascismo, tomados por separado, sean malos y que solo los hombres malos defienden este nuevo orden.
Lo mismo puede decirse de Portugal, donde el dictador, Salazar,[5] un sobre completamente sin las características personales ofensivas de Mussolini o Hitler: sin despotricar, hacer poses, ruido de sables, sin pompas. Por el contrario, es un esteta, llevando una vida de frugalidad, un católico devoto, su despacho adornado con un solo ornamento, el crucifijo de Cristo, a cuyos pies es un humilde adorador. El régimen fascista de Portugal es una curiosidad entre los órdenes fascistas de Europa, como llamarlo “corporativismo cristiano”. Es esto, modelado sobre la forma de gobierno del viejo gremio medieval tan admirada y seriamente reclamada en Gran Bretaña y Estados Unidos por algunos de sus más devotos socialistas y otros líderes, como Hobson y Cole. Sin embargo, el caso de Portugal es muy especial, moldeado por sus condiciones peculiares y salvado ahora por la guerra y la alianza de Portugal con Inglaterra.
Grecia se ajustaba más al patrón habitual de los países fascistas, pero como Grecia fue tan cruelmente atacada por Mussolini e hizo una defensa tan gloriosa y como es ahora nuestra aliada, no pensamos en ella como esencialmente perversa porque sea fascista. Metaxas,[6] guerrero y admirador del sistema militar alemán, montó su cañón en las calles de Atenas, liquidó el parlamento y la constitución, desterró a sus opositores, calificó de comunista a toda la oposición y se proclamó dictador. Acabó con la libertad de prensa, dijo a los editores que debían “seguirle como soldados en la batalla, nunca consultando, criticando o intercambiando opiniones con él”. Instituyó una despiadada reglamentación de las ideas en la escuela y dijo a los profesores universitarios: “No puedo permitiros a ninguno tener ideas diferentes de las del estado”.
Llegó al poder sin ningún programa. Hizo vagas promesas de buena vida, dijo a los griegos que él era “el primer campesino y el primer artesano” de Grecia, impuso todas las medidas sociales habituales, salarios mínimos, jornadas de ocho horas, pensiones, servicios médicos gratuitos, etc., acompañadas de las conocidas técnicas fascistas de la reglamentación. Y por supuesto gastó el dinero que tomó prestado e hizo del ejército el mayor proyecto, diciendo al pueblo que “algún día llegará su turno”.
Muchos de estos dictadores tuvieron sus purgas: por ejemplo, Kemal Pasha,[7] a quien ahora nos referimos con admiración como “ese gran hombre”, cuando sus antiguos compañeros parecían estar algo fuera de control, los hizo ahorcar por docenas y dio un gran baile en la noche en que fueron ejecutados.
Lo que quiero decir es que estamos en cierto modo haciendo por el fascismo lo que empezamos a hacer con los trusts a principios de la década de 1900. Empezamos a hablar de “trusts malos” y “trusts buenos”. Ahora hacemos lo mismo el reconocer una “fascismo malo” y un “fascismo bueno”. Un fascismo malo es un régimen fascista que está contra nosotros en la guerra. Un régimen fascista bueno es uno que está de nuestro lado. O por repetir lo que ya he dicho: un régimen fascista malo es uno que hace la guerra a sus vecinos y persigue a los judíos y un régimen fascista bueno es uno al que se echa encima algún otro fascismo más fuerte y no altera la actitud constante del país hacia judíos o cristianos. Y desde este principio hay muchos estadounidenses que han contrapuesto los magníficos logros de Mussolini y la mejor cara del régimen alemán.[8]
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