La dura realidad
Diódoro Carrasco Altamirano
A medida que se acercan las fechas fatales (resolución por el Tribunal Electoral del “juicio madre” presentado por el Movimiento Progresista, instalación del Congreso, Informe del presidente Calderón, toma de protesta al nuevo mandatario), las aguas políticas y sociales parecen agitarse cada vez más.Es verdad que, como en todo interregno, el escenario parece dispuesto para que se produzcan toda suerte de fenómenos morbosos. Recuérdese que en 2006, con las movilizaciones de protesta de AMLO por los resultados electorales, convergían movimientos tan heterodoxos como el de la APPO en Oaxaca o el de Atenco en el Estado de México, que parecían tomar ventaja del cambio de gobierno. Hoy las cosas no parecen ser distintas.
No tanto por el lado de la protesta poselectoral, pues nadie espera seriamente que se produzcan los invocados estallidos sociales ante el fallo del TEPJF. El peligro real, me parece, viene por otro lado.
Es la inducida vorágine de violencia e inseguridad.
Es claro que este no fue el tema de las campañas, y ningún candidato se sintió obligado(a) a presentar una propuesta más o menos acabada sobre el asunto. Pero la realidad es terca y se impone, más allá del pensamiento mágico.
Asistimos a una verdadera, aunque dispersa, ofensiva del crimen organizado, cuyo propósito, más allá de los motivos concretos, parece ser el de hacer sentir su presencia y seguramente buscar influir en una estrategia distinta de combate al crimen organizado.
La supuesta o real emboscada de policías federales a personal de la embajada de EU en México no puede leerse al margen de la creación de un clima entrópico donde todos los gatos son pardos y en el que se diluyen las certezas que, fatigosamente, la administración había tratado de dejar asentadas, por ejemplo, que la Policía Federal era un cuerpo confiable y al margen de la contaminación.
Así, uno de los grandes retos del nuevo gobierno (y piedra de toque de su idoneidad) va a ser la manera de enfrentar este enorme problema. Una cosa parece quedar clara a estas alturas: no es con criterios estrechamente policiacos ni militares como se le puede enfrentar.
La responsabilidad de la seguridad pública debe diseñarse desde una lógica política y bajo la dirección de un equipo civil, con experiencia y conocimiento de los protocolos y la praxis, tanto de la seguridad pública como de la seguridad nacional.
El segundo gran reto a enfrentar, aunque en realidad es el de fondo, es el del crecimiento económico. No podemos seguir creciendo a un rango tan pobre como 1.7 por ciento anual en la última década.
Necesitamos crecer más para pensar en soluciones contundentes a problemas tan graves como la pobreza, la marginación, la inequidad, el desempleo y el deterioro de importantes sectores de la población, como los jóvenes.
Es cierto que no todo depende de lo que se haga internamente, pero es claro que incluso para estar mejor parados ante embates del exterior, se necesita poner en marcha reformas estructurales, que todos sabemos cuáles son: laboral, hacendaria, comunicaciones, energéticos, etcétera. Y sobre esta base, abrirle paso a una reforma social de gran calado que ponga en acto el piso común de igualdad de oportunidades para todo mexicano y mexicana.
No se trata de buscar imitaciones extralógicas, pero he aquí lo que se le pide a una nación que ha logrado dar saltos adelante con trabajo, disciplina, y ganas de progresar, como lo narra Carlos Marín en El Asalto a la Razón esta semana: castigo severo a políticos corruptos; quintuplicar la inversión en educación; reducir la carga tributaria y una reforma fiscal inmediata; reducción del salario y los gastos de los políticos; desburocratización inmediata; recuperación de la inversión pública eficiente detenida en los últimos años; fuerte inversión en el cambio de la cultura popular; invertir sin tardanza en ciencia y tecnología; reducir la edad laboral y penal a los 16 años.
Así, no parece que habrá luna de miel para Enrique Peña Nieto, y más vale que no la espere. Lo que sigue es la dura realidad, que no deja muchas opciones, y lo mejor es agarrar al toro por los cuernos.
Hay que hacer una gran labor de convencimiento, de persuasión, de alianzas legislativas, pero el disenso no debe parar el impulso, so pena de regresar al crecimiento mediocre, la acumulación de problemas que se vuelven irresolubles, la falta de preparación ante los imprevistos, y un largo etcétera.
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