REFLEXIONES LIBERTARIAS
¡PEÑA, RECLUTA UN TURGOT…CON GUILLOTINA!
Ricardo Valenzuela
Durante los últimos 200 años se ha
desarrollado un fenómeno de trascendencia inigualable; la constitución del
mundo occidental. En los laberintos de la historia habíamos ya conocido
culturas admirables como Babilonia, Persia, Egipto y la misma China. Sin embargo,
en el occidente del planeta se gestaron los planos y la construcción del mundo
moderno en el cual, en estos dos siglos, se han esculpido todas las avenidas
posibles del progreso de la humanidad.
El mandato divino de los Reyes era retado en
Inglaterra en una revolución que le diera vida al primer parlamento. Después,
los enfrentamientos ideológicos entre John Locke y Lord Fildmord alcanzarían
niveles legendarios cuando una vez más esgrimieran sus armas, el primero
portando sus ideas de una ley natural anterior al Estado que le daba vida a los
derechos naturales del hombre; el segundo insistiendo en el mandato divino de
la monarquía. Los enfrentamientos parirían la obra histórica de Locke; “Dos
Tratados de Gobierno”—y la república democrática moderna.
Sin embargo, hay un histórico personaje que
no se le ha dado la dimensión que merece en la construcción de este mundo
occidental. Hacia mediados del siglo XVIII numerosos pensadores expresaban esa
liberadora visión que en Francia se llegara a conocer como Laissez—Faire.
Robert Jacques Turgot la ponía en acción. Como Contralor general de su país—una
nación dominada por una monarquía absoluta—él daba gigantescos pasos hacia su
liberación. Hablaba de tolerancia religiosa, libertad de expresión, libertad
para comerciar, reducción drástica de los gastos del gobierno, rechazaba el
papel moneda y promovía el del patrón oro.
Turgot era un impresionante visionario.
Predijo la revolución de independencia de los EU 20 años antes de su inicio.
Advirtió a los americanos la aberración de la esclavitud y su incompatibilidad
con un sistema político constitucional. Los previno afirmando deberían de temer
más una guerra civil, que a sus enemigos en el extranjero. Declaraba que los EU
sería el paño de lágrimas del mundo convirtiéndose en el asilo de los
oprimidos. Advirtió a Luis XVI el que, a menos de que se abolieran gran parte
de los impuestos, gastos del gobierno y le diera libertad a sus súbditos,
habría una revolución que le podría costar la cabeza.
En 1761 Turgot fue nombrado administrador de
la provincia de Angomois. Los 500,000 habitantes de la región vivían en una
pobreza vergonzosa. Sin embargo, eran oprimidos con infinidad de impuestos los
cuales se ejecutaban en más de 1,600 aduanas establecidas en todo el país, controlando
el flujo de mercancías. Existía inclusive un impuesto sobre la sal, tarifas
feudales y diezmos para la iglesia. A los paupérrimos residentes de la zona, se
les permitía mantener sólo una quinta parte de lo que producían.
Tradicionalmente los oficiales del Rey
estimaban cada año lo que requerirían para financiar sus guerras, la
burocracia, los gastos del palacio de Versalles e imprevistos, y de esa forma
establecían la cantidad de impuestos necesarios a exprimir al pueblo que
trabajaba. Turgot a pesar de ello, reducía los impuestos de su zona en 200,000
livres. Luego aboliría el trabajo forzado, una especia de esclavitud mediante
lo cual los súbditos estaban obligados a trabajar en los requerimientos del
Rey, hasta 30 días el año sin paga.
En Mayo de 1774 Luis XVI, un joven de solo
19 años, sucedía en el trono a su abuelo Luis XV. Francia en esos momentos
portaba la burocracia más grande del mundo occidental y sus finanzas después de
la guerra de los siete años con Inglaterra, estaban comatosas. El palacio de
Versalles era la gran hemorragia. En su nómina contaba con 8 arquitectos, 50
músicos, 60 cazadores, 900 nobles con sus familias, secretarios, mensajeros,
médicos, capellanes y aproximadamente 10,000 soldados responsables de la
guardia. Cada semana se celebraban por lo menos tres banquetes, dos grandes
fiestas y tres obras de teatro.
Para hacer frente al grave problema, el
novel Rey nombraba a Turgot Contralor General de la nación. Con urgencia se
daba a recortar gastos, declaraba moratoria en impuestos, no permitió nuevos
endeudamientos, y estableció como política no evadir a los deudores vía
declaración de quiebra. Para estimular la economía, de inmediato se dio a
eliminar las restricciones en el comercio interior. Un ejemplo de tal barrabasada
era el comercio de granos en el cual, por decreto real, solo comerciantes con
la bendición del Rey podían participar produciendo así los monopolios y
oligopolios celestiales.
El nuevo Contralor se convertía en el hombre
más odiado por la realeza. Aun así le presentaba al Rey seis edictos para
liberar totalmente la economía. En ellos proponía abolir los monopolios,
declaraba la libertad para que cualquiera—incluyendo extranjeros—pudieran
participar en el comercio, abolía el trabajo forzado, despedía a los
funcionarios que no permitían el libre flujo de mercancías en puertos,
eliminaba un impopular impuesto sobre el ganado y otra serie de gravámenes.
Pero tal vez el edicto más revolucionario, fue el que liberaba el comercio del
vino. En las diferentes provincias productoras de vino, no les estaba permitido
venderlo fuera de su territorio.
El joven Rey ante las protestas de sus
hermanos y consejeros, aceptaba con valentía los edictos y en Febrero de 1776
los presentaba al Parlamento. Pero el legislativo real compuesto de nobles,
monopolistas, clérigos, abogados, se oponían ferozmente a tal ataque a sus
intereses. La propuesta de Turgot era rechazada y el monarca, presionado por
esa elite, lo cesaba. Pero este visionario al despedirse del Rey le sentenciaba:
“Recuerde su Majestad, fue debilidad lo que hizo rodar la cabeza del Rey de
Inglaterra Carlos I en las calles de Londres.”
Rechazadas las reformas, para 1788 los
gastos militares absorbían una tercera parte del presupuesto del país y la
mitad era requerida para pago de la deuda nacional. El desesperado Rey
convocaba a una Asamblea Nacional tratando de activar algunas de las propuestas
de Turgot, y confiscaba las propiedades de la iglesia. Pero como lo había
advertido el despedido funcionario, estallaba la revolución del caos y en Enero
de 1793, Luis XVI era llevado a la guillotina.
Antes de la revolución la Monarquía era el
gran enemigo de la libertad. Después el movimiento se convirtió sistema
totalitario de terror, y un Estado policíaco. La Revolución Francesa, al igual
que la mexicana, confundiría el concepto igualdad con expropiación y pillaje,
no igualdad ante la ley; libertad con ausencia de la ley; justicia con venganza
y, de la misma forma que a México, le servía al pueblo una larga herencia de de
penurias y una nueva dictadura aun más sangrienta; la de Napoleón.
“Aclaración del autor.” Cualquier semejanza
con México, es pura coincidencia y, como es obvio, en México, por desgracia, no
tenemos guillotina. Jacques Turgot se retiraba a la vida intelectual para
hacerse gran amigo de Adam Smith, quien afirmaba lo había inspirado en su obra.
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