Por fortuna el hombre blanco salva el día (neocolonialismo intelectual en Kony 2012)
La colonización territorial necesita antes un proceso de
colonización intelectual y, según parece por la desmedida reacción del
mundo, Kony 2012 ha cumplido con este requisito.
A estas alturas supongo que ya se ha hablado profusamente del documental Kony 2012
que durante casi toda la semana pasada sacudió las buenas conciencias,
mostrando la atroz realidad que vive en algunos países centroafricanos
la población infantil que se ve forzada a unirse a las fuerzas
sanguinarias de un grupo paramilitar.
Lo digo desde ahora: a mí no me importa
saber si esto sucede o no ni tampoco investigar las intenciones
manifiestas o secretas de los ángeles guardines que denunciaron a ese
Príncipe de las Tinieblas. Poco me interesa saber si lo suyo es un
negocio o, como se dijo en Pijama Surf hace unos días, si se trata de la reducción del activismo a la frivolidad más hipócrita.
Mucho más interesante para mí es pensar un poco en torno a la desmesurada reacción del mundo ante esta exitosa campaña de merchandising
social y casi caritativo. Millones y millones de personas siguieron con
cierta atención (tanta como se puede tener en Internet) el asunto y, lo
que es más curioso, no dudaron ni un instante en lanzar hondos gemidos
de pesar por el desdichado destino de esos inocentes niños, dispuestas a
hacer suyas sin el menor reparo las consignas y las peticiones para
resolver un problema que sucede a miles de kilómetros de distancia.
Si quise escribir esto hoy es sobre todo
para hacer hincapié en esa recepción poco o nada crítica que a veces
hacemos de este tipo de denuncias. No niego el asunto del maltrato
infantil, pero tampoco creo los métodos que se implementen para
erradicarlo sean solo por dicho objetivo aceptables en sí mismos y sin
objeciones. Incluso una lectura superficial y de pocas luces de Kony 2012
deja ver que, según sus realizadores, la solución a lo que sucede con
el Ejército de Resistencia del Señor se encuentra, en pocas palabras, en
la intervención directa de Estados Unidos en aquellos países africanos
que sufren esta amenaza. Y, hasta donde sé, la historia tiene varios
ejemplos, algunos bastante recientes, de que semejante medida deja las
cosas más o menos como estaban antes de la invasión pero con la sola
diferencia de un gobierno “democrático” más afín a los intereses del
gobierno y las elites estadounidenses que a los de su propia población
local.
Se trata, en suma, de la misma voluntad
colonial que justamente tiene al continente africano sumido en la
desgracia desde hace por lo menos dos siglos, cuando las potencias
europeas lo saquearon hasta saciarse sin dejar nada a cambio más que
muerte y caos. ¿Hay razones para pensar que esto puede ser diferente
doscientos años después?
Por otra parte, creer a pie juntillas en la lectura que se hace en Kony 2012
de la realidad infantil centroafricana y apoyar sin rechistar la causa
de Invisible Children es, de alguna manera, reproducir también desde
nuestra propia mente ese patrón cultural hegemónico que dicta que solo
el hombre blanco tiene la capacidad de resolver un problema, que los
demás (indígenas, negros, mujeres, todo individuo o grupo social que no
comulgue ni pertenezca a la modernidad europea-occidental) son impedidos
intelectuales carentes del entendimiento suficiente para tomar la
responsabilidad de sus propias acciones, con todo lo que esto implica.
Sin embargo, movimientos de resistencia contemporáneos demuestran que en
la oposición a dicho precepto paternalista y neocolonialista es donde
se encuentra una posibilidad efectiva de transitar hacia una realidad
más justa y más equitativa.
Esa es, me parece, mi principal crítica a
este asunto: el hecho de que una manipulación sentimental bastante
burda pueda ocultar con tamaña simpleza realidades potencialmente igual
de atroces que las que ya suceden en este miso momento.
Y lo siento, pero yo no me creo en el
deber moral ni de ningún tipo de ayudar a los niños ugandeses o
congoleños. La miseria del mundo también alcanza mi realidad inmediata.
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