San Felipe: Brutalidad militar
Asesinatos,
hostigamiento a familias enteras, falsas acusaciones, golpes y torturas
son cosa de todos los días para los habitantes de San Felipe, puerto de
Baja California que padece a los soldados de la II Región Militar. En
menos de un año los uniformados han ejecutado extrajudicialmente a dos
vecinos sin que hasta la fecha se les haya castigado. Ante los fallos de
la Suprema Corte de Justicia, en abono del acotamiento al fuero
militar, Proceso inicia
con este reportaje una serie de trabajos testimoniales sobre la
brutalidad que ejercen miembros del Ejército mexicano al amparo de la
guerra declarada por Felipe Calderón contra el narcotráfico.
Enclave
en el trasiego de drogas a Estados Unidos, este pequeño puerto de
alrededor de 17 mil habitantes ha sido escenario de numerosos agravios
de militares contra civiles.
En
el municipio de Mexicali y a orillas del Mar de Cortés, a 200
kilómetros de la frontera con Estados Unidos, San Felipe es un pueblo de
pescadores al que suelen llegar desde Sinaloa lanchas con cargamentos
de enervantes. Desde que el Ejército fue metido en la guerra contra el
narcotráfico, elementos de la II Región Militar resguardan la zona. Su
presencia se percibe en este pequeño puerto desde que se cruza el retén
construido como caseta de cobro en la carretera Mexicali-San Felipe.
Los
militares, sin identificación a la vista, revisan minuciosamente todos
los vehículos. No hay criterios ni protocolos claros en la revisión:
pueden tardar 10 minutos o hasta hora y media en hacerlo; o más si
alguien protesta, cuentan quienes frecuentan el tramo carretero.
–¿Cuál
es el motivo de la revisión? –pregunta Raúl Ramírez Baena, director de
la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste (CCDH) al soldado
que le ordena apagar el motor, y a él y a la reportera que bajen del
vehículo.
–Es una revisión de rutina con motivo de la Ley de Armas y Explosivos– responde el uniformado con el fusil al hombro.
–Los retenes son inconstitucionales y una ley secundaria no puede estar por encima de la Constitución– revira Ramírez Baena.
–Es una orden del presidente de la República –insiste el soldado.
–El presidente no puede estar por encima de la Constitución –le recuerda el defensor.
–Es
una orden del presidente y nosotros sólo obedecemos –alega el militar,
que no proporciona su nombre “por seguridad” y está determinado a no
dejar pasar al defensor y a la periodista sin revisar palmo a palmo el
vehículo en el que viajan.
Al
salir del puerto la revisión se repite en tanto que otro militar –quien
tampoco muestra nombre ni rango en el uniforme– anota las placas del
automóvil y le exige a Ramírez Baena que diga su nombre, a lo que éste
se niega.
En la indefensión
El
de San Felipe es uno de los 42 puestos de control que tiene el Ejército
en la II Región Militar, que comprende Baja California, Baja California
Sur y Sonora y que comanda el general de división Alfonso Duarte
Múgica, ascendido por Felipe Calderón el 19 de febrero de este año, pese
a que contra él hay decenas de denuncias penales por torturas cometidas
en instalaciones a su cargo (Proceso 1847).
Ex
titular de la Procuraduría de Derechos Humanos de Baja California
(PDH), Ramírez Baena dice a este semanario que “las violaciones a los
derechos humanos derivadas de la militarización –la otra cara de la
guerra contra el narcotráfico– empezaron en forma alarmante en 2009 en
Tijuana; a partir del segundo semestre de 2010 y más en 2011 los abusos
se desplazaron a Mexicali, Tecate, Ensenada e hicieron crisis en San
Felipe”.
De
esta situación tienen conocimiento la PDH, la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos (CNDH), la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para
los Derechos Humanos y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
así como organizaciones civiles nacionales e internacionales.
“Pero
el Ejército, y en particular Duarte, que tiene el control de la
seguridad pública de los tres estados de la II Región, es bien visto
mediáticamente; recientemente el general dio un informe de
aseguramientos importantes en Baja California a partir de 2007: 72 mil
millones de pesos, más de dos millones de kilos de mariguana, casi siete
mil kilos de cristal, 500 mil kilos de heroína; pero sin el compromiso
de respetar los derechos humanos”, afirma Ramírez Baena.
En
mayo pasado, recuerda, “de las 40 aplicaciones del Protocolo de
Estambul (procedimiento para determinar tortura física y psicológica)
que hizo la CNDH en todo el país, 20 fueron en Baja California”.
Los
bajacalifornianos están indefensos, sostiene Ramírez Baena, quien ha
confirmado que “si el C-4 –que atiende llamadas de emergencia– recibe
una denuncia por un allanamiento o por un cateo ilegal, por una
detención arbitraria en la que esté involucrada el Ejército o exista
haya presencia de vehículos militares u hombres encapuchados vestidos de
negro, tiene instrucciones de no intervenir”.
El
tema de los derechos humanos no le preocupa a Duarte. El 27 de julio
los medios locales reportaron que al salir de la reunión del Consejo
Estatal de Seguridad Pública en Mexicali, el general dio respuesta a
las cifras presentadas por la delegada de la CNDH en Tijuana, Gabriela
Navarro, quien dos días antes había informado que en 2011 su oficina
tuvo 117 quejas contra elementos castrenses y en los primeros siete
meses de 2012 llevaba 103.
“Son
ínfimas las quejas que se tienen en comparación con la cantidad de
operaciones, que son millones en estos cinco años, frente a 656 quejas
de derechos humanos y seis recomendaciones (de la CNDH)”, declaró
Duarte.
Los
pobladores de San Felipe se ven tensos. Las secuelas de la
militarización traducidas en historias de abusos, tortura y muerte, se
cuentan en voz baja. En la conferencia del 27 de julio con medios
locales, Duarte dijo que hay 36 quejas en la CNDH contra sus soldados
destacamentados en este puerto; muchas de ellas están relacionadas con
detenciones por supuesta posesión de droga.
Las
víctimas de abusos confían a la reportera que algunos adictos trabajan
para los militares a cambio de dosis o dinero: señalan domicilios donde
presuntamente venden enervantes. A ellos se les atribuyen las “llamadas
anónimas” que llevan a la tropa a catear casas ilegalmente.
Personas
que han sido torturadas en el cuartel para que se acusen de vender
drogas aseguran que mandos castrenses les ofrecieron protección si
aceptan trabajar para ellos.
“Si
trabajas conmigo y vendes mi droga, nada te va a faltar; vas a tener
carro, dinero y quitas del camino a quien quieras”, narra una fuente con
base en lo que le dijo un teniente. Esta persona, que pidió el
anonimato, fue detenida en su domicilio y entregada al Ministerio
Público federal “cargada” de cristal, pero fue puesta en libertad al
comprobarse su inocencia.
Ramírez
Baena apunta: “El Poder Judicial de la Federación ya advirtió el juego
del Ejército y desde 2011 las personas acusadas ilegalmente y torturadas
son liberadas después de estar en prisión unos tres meses. Lo
inconcebible es que el Ministerio Público federal, que conoce esta
situación, consigne a las personas inocentes”.
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