El PRI exige resignación ante el
resultado electoral; Andrés Manuel López Obrador llama a rechazarlo.
Enrique Peña Nieto defiende un triunfo impoluto e irrevocable; AMLO
describe un cochinero que es necesario limpiar e invalidar. Algunos
hablan de "buen ganador" de la contienda; otros critican al "mal
perdedor" por no aceptar sus resultados. He allí dos visiones
polarizadas de un mismo País: quienes celebran la democracia que el País
ha alcanzado y quienes señalan sus múltiples imperfecciones. Quienes
apelan a la legalidad y quienes insisten en la legitimidad. Quienes
niegan la compra del voto y quienes enfrentan dificultades para
probarlo. Creando así un contexto en el cual el ciudadano tiene que
demostrar su lealtad a un bando u a otro, cuando ninguno de los dos se
lo merece.
El Movimiento Progresista denuncia. Exhibe. Recolecta. Arma listas de
irregularidades que presenta ante el Tribunal Federal Electoral. La
compra y la coacción del voto. El uso desmedido de recursos públicos por
parte de los gobernadores priistas. La complicidad de las televisoras.
Las estructuras paralelas de financiamiento. Las irregularidades aún no
esclarecidas de Monex y Soriana. Y es probable que todo ello haya
ocurrido en una u otra medida a lo largo del País. El problema reside en
que el PRD no lo puede probar; Andrés Manuel López Obrador no lo logra
comprobar. La evidencia que ha reunido hasta el momento no es lo
suficientemente contundente ni atañe exclusivamente al PRI. Los comicios
no fueron limpios pero la izquierda enfrenta dificultades para
evidenciarlo. Las elecciones no fueron impolutas pero el PRD también
contribuyó a ese resultado.
De allí las preguntas legítimas a Andrés Manuel: si no había equidad en
la contienda ¿por qué aceptó participar en ella? Si la parcialidad de
las televisoras afectó el proceso electoral, ¿por qué no salirse de él
con antelación? Si los resultados deben ser invalidados, ¿por qué
aceptarlos en el caso de los senadores y diputados electos por parte de
la izquierda? Si la elección no fue libre, ¿por qué denunciarla
selectivamente? Si el fraude fue tan monumental, ¿por qué no es posible
acreditarlo en las 638 cuartillas entregadas a la autoridad electoral?
La izquierda sabe confrontar pero le cuesta trabajo argumentar. Sabe
cómo presentar posiciones políticas pero no entiende cómo sustentar
argumentos jurídicos. Sabe alzar el puño pero no redactar con la mano.
Sabe suscitar pasiones pero no acreditar irrefutablemente por qué las
enciende.
Por su parte el PRI intenta desvirtuar el mensaje descreditando al
mensajero. Responde atacando a Andrés Manuel López Obrador sin atender
lo que sí necesita aclarar para poder gobernar. Responde apelando al
Estado de Derecho cuando se ha encargado –mediante la compra del voto– a
minarlo. El uso de 7,581 tarjetas de prepago Monex para financiar el
trabajo "ordinario" de su partido. El compromiso de 16 gobernadores a
entregar votos y el uso del presupuesto público a nivel estatal para
lograrlo. El descalificar como "indicios" a prácticas consuetudinarias y
sistemáticas. La acumulación de evidencia incómoda que contradice un
triunfo intachable. El PRI se escuda en una legalidad que ha pisoteado.
El PRI arropa bajo leyes que ha violado. El PRI celebra una democracia
que se ha dedicado a desvirtuar. Llama "ejemplar" a una elección que
está muy lejos de serlo.
Según Jesús, no es posible servir a dos amos al mismo tiempo. De allí
que cada uno llame a tomar partido: AMLO convocando a la resistencia; el
PRI llamando a la resignación; AMLO pidiendo la invalidez de la
elección: el PRI implorando a aceptarla. Y es cierto que la lealtad es
una cualidad noble, siempre y cuando no lleve a la ceguera y no excluya
la lealtad más alta a la decencia y a la verdad. Hoy ninguno de los dos
bandos tiene la calidad moral como para exigir la lealtad incondicional,
como para pedir un acto de fe, como para argumentar la inequidad
determinante o celebrar la victoria impoluta. Unos por no denunciar a
tiempo o hacerlo selectivamente, otros por violar las reglas de manera
impune. Unos por no documentar la inequidad, otros por negar que
existió.
Pero más allá de la actuación criticable de los partidos y quien los
encabeza, el conflicto actual revela un problema estructural. Un sistema
electoral que incentiva la trampa al no castigarla eficazmente. Un
sistema de fiscalización que detecta las irregularidades después de la
elección y no incide en sus resultados. Un sistema donde el clientelismo
es un instrumento al que todos los partidos recurren si de ganar la
elección se trata. Un sistema de calificación donde los magistrados
ungen al "ganador" sin saber si obtuvo el triunfo limpiamente. Un
sistema de castigos que no va más allá de una multa. Todas ellas,
condiciones que crean una democracia de baja calidad. Todas ellas,
condiciones donde cada quien hace lo que quiere y lo que puede. Todas
ellas, condiciones que validan lo escrito por Thomas Fuller: "Tomen
nota: la mayor parte de los hombres hace trampa sin escrúpulo, donde lo
puede hacer sin temor". |
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