El Ser y la Nada
Luis González de Alba
Pero me produce arrobo místico leer que dos holandeses demostraron, hace ya 15 años, “el sutil jalón del vacío”, The Subtle Pull of Emptiness.
Y que ese éxito de algo predicho por ecuaciones nos lleve a revisar a
Demócrito, a Newton y a sumergirnos en la inesperada coreografía del
vacío que tanto aborreció Einstein. No es lo mismo nada que vacío. En el
vacío más vacío hay espacio. Pero estamos ante el esfumado de la línea
que alguna vez fue nítida entre el Ser y la Nada.
Hasta donde sé, no hay mito alguno sobre la creación del mundo que parta de una nada tan nada que no tenga ni siquiera espacio. En la mitología judeo-cristiana-musulmana, dice el Génesis: En el principio el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas… Luego hay aguas, si bien informes, y hay espacio que contiene a las aguas y donde flota el espíritu de Dios. La mitología griega, humanista y cálida, no parte tampoco de una nada, sino del Caos que deviene Cosmos, orden. No hay una divinidad creadora. A los humanos sencillamente nos resulta imposible imaginar la Nada: donde no exista ni siquiera espacio.
Debimos esperar a 1927 y 1929, cuando Georges Lemaître, astrónomo y sacerdote belga, y el astrónomo estadunidense Edwin Hubble, cuyo apellido se dio al gran telescopio espacial, descubrieran por separado la expansión del universo. Fue Lemaître quien intuyó que podría pasar la película al revés: si el universo se está expandiendo, fue alguna vez más denso y pequeño, más y más y más: hasta el momento en que no tenemos ni espacio ni tiempo. El nombre para eso, Big Bang, lo puso en son de burla el astrónomo inglés Fred Hoyle: ¡Ah, vaya, así que la Nada hizo pum… y aquí estamos! Hoyle proponía un estado estable: una continua creación de materia y su dispersión, como una fuente de la que salta agua y luego se derrama en las orillas.
Átomos y vacío: Materialismo perfecto
El más perfecto materialismo fue planteado por Demócrito, nacido en el 460 antes de Cristo. Ignoro el motivo de que siempre se olvide a Leucipo, quizá maestro de Demócrito, quizá nacido en Mileto, la ciudad famosa por Tales y hoy territorio ocupado por Turquía. El universo está formado por átomos y vacío: la última reducción. No hay más realidades. A-tomo, in-dividuo: no divisible.
¿Y Zeus, Cronos, Poseidón, Atenea? Como respondería Laplace a Napoleón, unos dos mil 500 años después: Son hipótesis que no hacen falta. El emperador había escuchado con atención cómo el sistema
Con el martirio de Hypatia —astrónoma, matemática y filósofa neoplatónica— a manos de una turba de cristianos cegados por la nueva fe y manipulados (como ahora se dice) por el obispo de Alejandría, Cirilo, hoy but of course San Cirilo, cayó el telón sobre la ciencia clásica. Era marzo de 415 después de Cristo.
Pasaron mil años, y Europa descubrió la ciencia y el arte grecolatinos. Y a Demócrito. A principios del siglo XIX, el concepto de átomo fue reintroducido en la química por el inglés John Dalton, cuya ceguera a los colores nos dio el término daltonismo. A finales de ese siglo aún se empleaba el término con reserva. La razón nos dice que todo se puede subdividir hasta el infinito, al menos en especulación cuando es muy pequeño. Pero que sea imposible, por una característica de la naturaleza, dividir un minúsculo fragmento de materia, por eso llamado átomo: in-divisible, va contra toda experiencia.
En 1897 Joseph John Thomson (sin p) llegó, “tras largas meditaciones” y muchos experimentos a la conclusión de que:
1. Los átomos no son indivisibles porque de ellos pueden arrancarse partículas cargadas de electricidad negativa.
2. Todas estas partículas son idénticas en cuanto a su masa y llevan igual carga de electricidad negativa, sea cual fuere la especie de átomos de que salgan, y son elementos constitutivos de todo átomo.
¿Error de Demócrito porque el átomo sí se divide? No. Error del siglo XIX al darle nombre de átomo a lo que estaba compuesto. El verdadero átomo es el electrón, luego Einstein propondría la partícula no divisible de luz.
Pero esa existencia de la materia no ocurría en el vacío, como en Demócrito. El vacío había empezado a comportarse como no tan vacío con el descubrimiento del campo eléctrico o magnético. Michael Faraday había encontrado que al transmitir electricidad por uno de dos cables cercanos, al abrir o cerrar la carga eléctrica un potencial se transmitía por el espacio entre los cables. Había descubierto el campo electromagnético, una forma del vacío que ya no lo era tanto: había materia, vacío y algo más.
En 1927 el edificio de la nueva física, la cuántica, tomó forma inesperada con el principio de incertidumbre de Heisenberg. Predecía que a escala de la longitud de Planck, tan minúscula que comparada con un átomo es como un árbol comparado con el universo, la incertidumbre debía producir un ir y venir de la Nada al Ser y del Ser a la Nada, siempre y cuando fuera por instantes tan breves que debían medirse también en escala de Planck. La Nada creaba, por efecto de la incertidumbre, pares de partículas virtuales que tomaban su existencia en préstamos a muy corto plazo, tan corto que no lo hay menor.
Esto es: aun al cero absoluto, el vacío debe de producir una coreografía de la Nada al Ser y del Ser a la Nada. Pero este hervidero de partículas virtuales llena todo el universo; así que, en conjunto, debería poderse encontrar con métodos experimentales. La Nada más absoluta debía mostrar un tirón medible.
Esta medición la llevaron a cabo dos científicos de la Philips en Holanda, Hendrik Casimir y Dirk Polder. Las fluctuaciones del perfecto vacío podían explicar una cierta atracción débil entre átomos neutros, que por ser neutros no debían tener ninguna. El primer paso fue una hipótesis: si consigo acercar dos superficies tanto que el espacio entre ellas no sea suficiente para la aparición de partículas virtuales, las partículas virtuales del exterior harán una presión infinitesimal, pero medible.
Se le llamó efecto Casimir-Polder, y a la energía que produce ese efecto, energía-de-punto-cero. Fue medido en 1993. Mediciones posteriores han comprobado esa energía del vacío.
El tejido del espacio-tiempo
Pero no era lo único: con todo y que la sensatez de Einstein lo llevara a rechazar estas predicciones de la cuántica y las viera como ejemplos de algún error de base que la hacía incompleta, su propia teoría de la relatividad, como curvatura del espacio, introducía una noción contraintuitiva: no puede estar curvo lo que está vacío. Y no sólo eso, sino que un objeto que gira, como la Tierra, arrastra el espacio-tiempo igual que hace una sopera pesada a un mantel si giramos la sopera sin levantarla: arrugas del mantel, arrugas del espacio-tiempo.
El pasado mes de julio, matemáticos de la Universidad de California en Davis sostuvieron en los Proceedings of the Royal Society A, que las matemáticas de las ondas de choque en un fluido perfecto (ideal) predicen el comportamiento de las curvaturas del espacio-tiempo descrito en la relatividad general.
Con el matemático Blake Temple al frente, el equipo detalla lo que ocurre cuando se encuentran ondas del espacio-tiempo… ¿Ondas de qué? Ondas gravitatorias en el tejido del espacio-tiempo, el tejido del vacío donde, la mínima fluctuación posible, la unidad de gravitación, es el gravitón: otra búsqueda en las fronteras de la cosmología y la física cuántica, hasta ahora irreconciliables en un modelo único semejante al que Maxwell encontró para la luz, la electricidad y el magnetismo.
¿Se puede rasgar el tejido del espacio-tiempo? Ya vimos que Lemaître y Hubble descubrieron la expansión del universo. De la velocidad de expansión y de la masa total en el universo dependía si esa expansión seguirá por siempre jamás o se detiene a causa de su propia gravitación, para regresar sobre sí mismo, como una piedra que cae.
Entonces tendríamos un Big Crunch, un gran apachurrón. Ya era angustioso el tema, como todos los Días Últimos en las religiones.
Pero aún faltaba lo peor: en los aún recientes años noventa, mediciones independientes de la velocidad a que se alejan las galaxias dieron una sorpresa: el universo se estaba acelerando. Con las cuatro fuerzas conocidas eso no era posible: la gravitación exige que la velocidad disminuya, a qué tasa depende de la masa total del universo. Pero nada explicaba que la velocidad estuviera aumentando. Como dijo un gran físico ante el descubrimiento del quark: ¿Y quién pidió esto?
Ya no hay duda: nos aceleramos. A esa quinta fuerza del universo, con efecto contrario a la gravitación, se la llama energía oscura, y constituye el 70% del contenido del universo. Ahora la pregunta es si como una tela que estiramos demasiado, el espacio-tiempo acabará por rasgarse. En ese desgarrón no habría ni espacio ni tiempo, sino una ine-fable Nada.
Cuando no hay ni siquiera nada, estamos ante la Nada. Y para eso debemos retroceder más de 13 mil millones de años, cuando el Big Bang creó no únicamente materia y energía, sino espacio y tiempo en indivisible unidad, el espacio-tiempo. Y así volvemos al Uno de Parménides, continuo, indivisible y en eterno presente.
Luis González de Alba. Escritor. Publicaciones recientes: Olga, El vino de los bravos y unos tequilas y Maravillas y misterios de la física cuántica.
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