¿Hasta cuándo Andres Manuel?
Desde el principio de esta campaña
me pareció un juego sucio el planteado por Obrador.
Antonio Navalón
Enrique
Peña Nieto ya es presidente de México. La reunión final del Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación (TEPFJ) no ha tenido ninguna sorpresa.
Con
los elementos presentados, desde el punto de vista jurídico, por parte de la
Coalición de López Obrador, no
era posible declarar inválida la elección.
La
democracia en México tiene los mismos defectos que su sociedad. Cada seis años
jugamos a que en el año en que elegimos presidente somos un país más serio, más
legal, más justo y más limpio.
No
es cierto. México es el mismo polvorín en el año de la elección presidencial
que en cualquier otro.
En
México se puede comprar la voluntad en función de la brecha social y de las
necesidades de todo orden que tienen nuestros ciudadanos.
En
el país se es tramposo, indecente e inmoral durante un sexenio a otro con
independencia de que vayamos o no a elegir presidente.
Desde
el principio de esta campaña me pareció un juego sucio el planteado por
Obrador.
He
denunciado en estas páginas lo que significa ir emponzoñando la elección para
que si él no ganaba el proceso, éste fuera inútil e inválido.
A
los mexicanos les sobran delitos, crímenes y canallas.
Hay
demasiados hechos negativos como para –por segunda vez consecutiva– decir “si no soy yo el Presidente entonces
la elección es sucia, inmoral y está comprada”.
Ya
van saliendo a la luz los casos de la compra de votos por parte de la
Coalición. Por eso, quien
esté libre de culpa que lance la primera piedra.
Todos
los partidos políticos mexicanos
compran los votos y participan en el pozole de la ilegalidad.
En
el caso del recién proclamando presidente electo, espero que entienda, que todo
le puede pasar mientras no sean verdad las acusaciones que ha recibido.
Me
refiero al hecho de que sólo sea un producto mediático inventado pero que no
tiene más que ofrecer que falta de seriedad, de consistencia y nada en las
manos.
He
vivido momentos como éste en otros países. Estoy acostumbrado a que la historia
me sorprenda, incluso negativamente.
He
visto hombres que podían triunfar, que recibieron el encargo del poder desde la
ilusión y se les hizo bolas el engrudo hasta acabar siendo una tremenda
decepción: el caso de Barack Obama.
He
participado en otros casos, como con Adolfo Suárez en España, donde no le creí
cuando a días después de ser nombrado presidente, dijo: “asombraremos al
mundo”.
Efectivamente,
España asombró al mundo. No quiero decir que espero que Peña Nieto me asombre
pero sí digo tajantemente que no
tenemos derecho a hacerle a nuestros hijos lo que propone Obrador.
Por
segunda vez quiere desconocer un gobierno. Pero tampoco se atreve a lanzar la
consigna de que ninguno de los elegidos bajo sus siglas tome el poder y a
renunciar a los presupuestos para plantear el jaque mate definitivo al sistema.
Siempre
le he recriminado al político de Tabasco que él puede ser un líder moral, y que puede tener la razón
pero no tener el poder.
México
no puede seguir de fracaso en fracaso. La situación no aguanta más la quiebra
social que permite la compra de los votos no solamente a cargo de Peña Nieto
sino de todos los partidos.
Además
resulta que estamos en la contradicción fragante: voy a las elecciones pero
anuncio que si yo no gano habrán sido falsas.
Digo
que seguiré protestando de manera pacífica mientras le pego fuegos sin llamar
abiertamente a la subversión a todo lo que queda del ordenamiento jurídico
constitucional del país.
No
se puede alimentar de nuevo la idea de la descalificación moral. Pese a que
esté mal hecho, arruinado y casi pisoteado, lo poco que queda del estado de derecho mexicano, es lo
único que tenemos.
¿Hasta
cuándo Andrés Manuel, hasta cuándo?
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