09 septiembre, 2012

Las raíces del malestar de Chile


Las raíces del malestar de Chile

SANTIAGO – Margaret Thatcher profirió alguna vez el famoso comentario «la sociedad no existe». Hoy, la gente de Chile está demostrando cuán equivocada estaba.
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Illustration by Pedro Molina
Durante más de un año, los jóvenes chilenos han llevado la protesta a las calles. Muchos observadores extranjeros se mostraron sorprendidos por ello. ¿Por qué están tan enojados los ciudadanos de un exitoso país emergente? ¿Qué inquieta a esos jóvenes?
El movimiento de los estudiantes ha generado mucho debate en el país. Los intelectuales de la izquierda tradicional, apuntando a la persistente desigualdad del ingreso, han argumentado que los avances económicos logrados en los 22 años desde el regreso de la democracia, han sido más ilusorios que reales. Según esta perspectiva, el modelo chileno falló ante sus ciudadanos y está «colapsando».

Los defensores del actual gobierno chileno, y otros analistas de derecha, enfatizan el crecimiento económico y el desempleo por debajo del 7%, y sostienen que no existen razones profundas que justifiquen el descontento. Según esta perspectiva, si el gobierno mantiene su curso y la economía continúa creciendo, el malestar se disipará.
Datos de encuestas recientes y un estudio detallado llevado a cabo por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sugiere que ambas visiones, simplistas  e ideológicas en exceso, están equivocadas.
En las encuestas de opinión pública, los chilenos mayoritariamente se declaran felices y dicen que viven mucho mejor que hace una década o una generación. También afirman en abrumadora mayoría que la educación y el trabajo son las formas de salir adelante en la vida. Y muchos ciudadanos más pobres expresan creciente satisfacción con los sistemas de salud y de pensiones a los que tienen acceso. Esto muy difícilmente representa a un país cuyo modelo de desarrollo supuestamente está al borde del «colapso».
Pero, si bien los chilenos están contentos con sus vidas, no lo están con la sociedad en la que viven. Los encuestados expresan un creciente malestar con la desigualdad económica y la segregación social. Recelan de las instituciones y las élites tradicionales. No confían en los políticos ni en los partidos políticos, ni en los jueces o los líderes de la industria, ni siquiera en los miembros del clero.
Muchos padres chilenos envían a sus hijos a escuelas privadas, pero en las encuestas y en las protestas también exigen mejores escuelas públicas, valoradas por ser el lugar donde niños de diversos orígenes sociales forjan valores comunes. Muchas personas valoran el mayor acceso a la casa propia, pero lamentan la falta de espacios públicos –calles seguras, parques y plazas, centros culturales y comunitarios– donde puedan reunirse cara a cara con sus conciudadanos.
Aquí es donde la famosa afirmación de Thatcher se demuestra tremendamente equivocada: la sociedad existe, y la calidad de las interacciones en esa sociedad tiene profunda importancia para la satisfacción de la gente con la vida que lleva.
La incertidumbre y el miedo son dos motivos por los cuales muchos chilenos de clase media declaran su descontento con la sociedad. Llegar a la clase media requiere décadas de trabajo duro, pero todo puede desvanecerse como resultado de un accidente, la enfermedad de un familiar, o la pérdida de un empleo. El sistema de seguridad social chileno, nos dicen estos ciudadanos, no es suficientemente social, ni proporciona los seguros necesarios.
La otra clave del malestar, según el informe del PNUD, es la persistencia de la discriminación y el maltrato. Demasiadas personas han sufrido el maltrato por su sexo, raza, situación socioeconómica, discapacidad, e incluso por su apariencia física. La discriminación en el mercado laboral es generalizada. Los mejores empleos, sospechan muchos ciudadanos de clase media, parecen estar reservados para personas con ciertos apellidos, provenientes de ciertos barrios o ciertos colegios.
El asunto, entonces, no es que la gente dude del tremendo avance de Chile durante las última décadas. Tampoco que se oponga a un sistema que promete una vida mejor para quienes desplieguen iniciativa, trabajen duro y mejoren su educación. Al revés. Lo que a la gente le molesta es que –debido a los prejuicios, la discriminación y el abuso– el sistema no cumpla su promesa, incluso con quienes han estudiado por años y se esfuerzan laboriosamente día tras día.
Esto nos queda claro a quienes escuchamos lo que dicen las encuestas y la calle en Chile. Los políticos chilenos tradicionales, sin embargo, no parecen estar prestando mucha atención. Sus pugnas internas continúan irritando a la población, y sus discursos tienen poco que ver con los verdaderos problemas que enfrentan los ciudadanos. Para superar el malestar de Chile, eso tendrá que cambiar.

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