Andres Velasco
Andrés Velasco was Chile’s finance minister from 2006 to 2010, earning praise for innovative policies that included a measure to save Chile’s copper windfall in a rainy-day fund. At the forefront o…Las raíces del malestar de Chile
SANTIAGO – Margaret Thatcher
profirió alguna vez el famoso comentario «la sociedad no existe». Hoy,
la gente de Chile está demostrando cuán equivocada estaba.
Durante
más de un año, los jóvenes chilenos han llevado la protesta a las
calles. Muchos observadores extranjeros se mostraron sorprendidos por
ello. ¿Por qué están tan enojados los ciudadanos de un exitoso país
emergente? ¿Qué inquieta a esos jóvenes?
El
movimiento de los estudiantes ha generado mucho debate en el país. Los
intelectuales de la izquierda tradicional, apuntando a la persistente
desigualdad del ingreso, han argumentado que los avances económicos
logrados en los 22 años desde el regreso de la democracia, han sido más
ilusorios que reales. Según esta perspectiva, el modelo chileno falló
ante sus ciudadanos y está «colapsando».
Los
defensores del actual gobierno chileno, y otros analistas de derecha,
enfatizan el crecimiento económico y el desempleo por debajo del 7%, y
sostienen que no existen razones profundas que justifiquen el
descontento. Según esta perspectiva, si el gobierno mantiene su curso y
la economía continúa creciendo, el malestar se disipará.
Datos de encuestas recientes y un estudio detallado
llevado a cabo por el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) sugiere que ambas visiones, simplistas e ideológicas
en exceso, están equivocadas.
En
las encuestas de opinión pública, los chilenos mayoritariamente se
declaran felices y dicen que viven mucho mejor que hace una década o una
generación. También afirman en abrumadora mayoría que la educación y el
trabajo son las formas de salir adelante en la vida. Y muchos
ciudadanos más pobres expresan creciente satisfacción con los sistemas
de salud y de pensiones a los que tienen acceso. Esto muy difícilmente
representa a un país cuyo modelo de desarrollo supuestamente está al
borde del «colapso».
Pero,
si bien los chilenos están contentos con sus vidas, no lo están con la
sociedad en la que viven. Los encuestados expresan un creciente malestar
con la desigualdad económica y la segregación social. Recelan de las
instituciones y las élites tradicionales. No confían en los políticos ni
en los partidos políticos, ni en los jueces o los líderes de la
industria, ni siquiera en los miembros del clero.
Muchos
padres chilenos envían a sus hijos a escuelas privadas, pero en las
encuestas y en las protestas también exigen mejores escuelas públicas,
valoradas por ser el lugar donde niños de diversos orígenes sociales
forjan valores comunes. Muchas personas valoran el mayor acceso a la
casa propia, pero lamentan la falta de espacios públicos –calles
seguras, parques y plazas, centros culturales y comunitarios– donde
puedan reunirse cara a cara con sus conciudadanos.
Aquí es donde la famosa afirmación de Thatcher se demuestra tremendamente equivocada: la sociedad existe,
y la calidad de las interacciones en esa sociedad tiene profunda
importancia para la satisfacción de la gente con la vida que lleva.
La
incertidumbre y el miedo son dos motivos por los cuales muchos chilenos
de clase media declaran su descontento con la sociedad. Llegar a la
clase media requiere décadas de trabajo duro, pero todo puede
desvanecerse como resultado de un accidente, la enfermedad de un
familiar, o la pérdida de un empleo. El sistema de seguridad social
chileno, nos dicen estos ciudadanos, no es suficientemente social, ni
proporciona los seguros necesarios.
La
otra clave del malestar, según el informe del PNUD, es la persistencia
de la discriminación y el maltrato. Demasiadas personas han sufrido el
maltrato por su sexo, raza, situación socioeconómica, discapacidad, e
incluso por su apariencia física. La discriminación en el mercado
laboral es generalizada. Los mejores empleos, sospechan muchos
ciudadanos de clase media, parecen estar reservados para personas con
ciertos apellidos, provenientes de ciertos barrios o ciertos colegios.
El
asunto, entonces, no es que la gente dude del tremendo avance de Chile
durante las última décadas. Tampoco que se oponga a un sistema que
promete una vida mejor para quienes desplieguen iniciativa, trabajen
duro y mejoren su educación. Al revés. Lo que a la gente le molesta es
que –debido a los prejuicios, la discriminación y el abuso– el sistema
no cumpla su promesa, incluso con quienes han estudiado por años y se
esfuerzan laboriosamente día tras día.
Esto
nos queda claro a quienes escuchamos lo que dicen las encuestas y la
calle en Chile. Los políticos chilenos tradicionales, sin embargo, no
parecen estar prestando mucha atención. Sus pugnas internas continúan
irritando a la población, y sus discursos tienen poco que ver con los
verdaderos problemas que enfrentan los ciudadanos. Para superar el
malestar de Chile, eso tendrá que cambiar.
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