10 septiembre, 2012

Los orígenes de la Fed

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[Freedom Under Siege (1987; 2007)]
La Reserva Federal carteliza el sector bancario, permitiendo a los bancos individuales inflar juntos, dándoles, a ellos a al gobierno, enormes beneficios, asegurándose de que nunca sean responsables de sus prácticas fraudulentas.
He aquí cómo nos endosaron este monstruo: A principios del siglo XX (durante la llamada Era Progresista), el gobierno de EEUU empezó un programa radical de intervención en la economía. Los expertos alabaron este por potenciar un nuevo “espíritu de cooperación” entre empresas y gobierno. En realidad, el nuevo sistema fue un precursor del socialismo y el fascismo.
La cooperación entre empresas y gobierno tomó diversas formas, todas las cuales conferían privilegios especiales a las empresas favorecidas, aislándolas de la competencia del libre mercado. Empresas individuales y sectores enteros cabildearon y sobornaron a los cargos públicos para conseguir leyes que les beneficiaran a costa del consumidor y toda la operativa se presentaba al público como medidas antimonopolio. Este proceso ilegítimo e inconstitucional se produjo una y otra vez y la intervención pública se convirtió en parte permanente de las manufacturas, los ferrocarriles, la agricultura y muchos otros sectores en Estados Unidos.

Fue la era en que el libre mercado de EEUU recibió un duro golpe y, para los amantes de la libertad, su efecto fue mucho peor que el del New Deal.
En el libre mercado, se conceden oportunidades a todos y privilegios a ninguno. Las leyes afectan a todos por igual, las empresas tratan de atender las necesidades de la gente y el consumidor es el rey. Pero en un sistema de intervención pública, las industrias ya no son responsables de las necesidades de la gente. Reciben privilegios y estatus especiales del estado. Se les garantizan beneficios, precios y ventas. Liberados de los dictados del pueblo, las empresas son libres de dedicarse a saquear a los consumidores.
Fueron los años de muchos males: el impuesto de la renta, “hacer al mundo seguro para la democracia a través de la Primera Guerra Mundial, la centralización a través de la elección directa de senadores, la presidencia imperial, la Ley Seca y el Sistema de Reserva Federal. Los académicos, como pasa siempre, proporcionaron la cobertura intelectual para estos delitos. Thornton Cooke, escribiendo en la progubernamental American Economic Review in 1911, explicaba por qué la banca necesitaba centralizarse: “La banca estadounidense ha hecho poco uso del principio de cooperación, aunque durante una generación ese principio ha sido el principal factor en la economía estadounidense”. Los ferrocarriles tienen sus “acuerdos de comunidad de intereses y las manufacturas “se han integrado”, así que ahora, decía, es el momento de consolidar la banca.
Cooke estaba defendiendo un cártel bancario obligado por el gobierno, similar al del sector ferroviario. El nuevo “espíritu colectivo” de la economía estadounidense lleva naturalmente a centralizar el dinero y el crédito para argumentar la cartelización bancaria:
Sin embargo, los bancos estadounidenses siguen siendo unidades independientes, casi aisladas. El efecto del aislamiento se ha intensificado por la falta de poder en cualquiera de las 2.300 unidades para emitir una nota de crédito. No es necesario repetir los argumentos que demuestran que nuestra divisa en billetes de banco es completamente inelástica. (…) No hay ningún banco del país, por muy pequeño que sea, que tenga seguridad de que cualquier corresponsal, por muy grande que sea, sea suficientemente poderoso como para salvarle si necesita que se le salve de un pánico general.
Los argumentos de Cooke eran los típicos, repetidos una y otra vez por los promotores de la Fed. Decían que el sistema actual era inadecuado, no seguía el ritmo de los tiempos, causaba aislamiento en los banqueros y, lo más importante, los bancos necesitaban fuertes garantías de inflación monetaria cuando se requerían, es decir, querían rescates y beneficios garantizados.
Acerca del entonces vigente Sistema Bancario Nacional (NBS, por sus siglas en inglés), Cooke estaba mintiendo. De hecho, no había existido un verdadero sistema monetario de patrón oro con banca casi libre desde dos décadas antes de la Guerra de Secesión. El NBS representaba realmente un punto intermedio entre la banca libre y la banca centralizada. Y sí tenía problemas, pero estos existían debido al gobierno.
El principal responsable de la aprobación de la Ley Bancaria Nacional de 1863 fue el banquero de inversiones de Ohio, Jay Cooke, que consiguió un monopolio público de suscripción de deuda pública. Su éxito en el negocio de los bonos le hizo conseguir una enorme influencia en las administraciones republicanas durante la Guerra de Secesión y posteriormente, y especialmente con Salmon Chase, secretario del Tesoro, de Ohio, y el senador John Sherman, de Ohio. Juntos fueron capaces de impulsar en el Congreso y entre el público las Leyes Bancarias Nacionales, todas las cuales beneficiarían tremendamente a la banca. La banca de reserva fraccionaria se garantizaba por el gobierno con reservas del 15% y 25%. Se requería un impuesto anual del 10% sobre emisiones de billetes bancaros estatales, para obligar a los bancos estatales a entrar en el NBS. Se impuso el estatus de curso legal a los billetes del banco nacional.
Había ya bastante intervención pública en el sistema bancario. Los bancos no estaban “aislados” e independientes, como sugerían los defensores de la Ley de la Reserva Federal.
A causa de la insatisfacción general con el NBS, los movimientos de reforma bancaria empezaron a aparecer en la década de 1890. La mayoría de los relatos históricos tienden a concentrarse en movimiento políticos de reforma, como la postura de plata libre pro-inflación del populismo bryanita y los argumentos a favor de la proporción “correcta” oro/plata. Sin embargo el futuro no estaba en estos movimientos políticos. La reforma que seguiría era de mucho más alcance y más esencial.
La mayoría de estos ruidosos movimientos políticos había desaparecido y era rechazado por ambos partidos en 1914. Desde el principio del debate, la comunidad empresarial y bancaria que quería la cartelización se opuso al programa de los movimientos políticos sin equívocos. Los banqueros querían la reforma del sistema bancario, pero a su estilo, para sus propios fines.
Se presentaron muchas propuestas de reforma monetaria en el Congreso después del pánico monetario de 1893 generado por el NBS, todos ellos diseñados por elementos dentro de la comunidad bancaria. Había ignorancia respecto de las complejidades de la banca en prácticamente todos los demás sectores. Theodore Roosevelt era un ejemplo típico que, como muchos políticos, alardeaba de su ignorancia diciendo: “No pretendo hablar (…) sobre la cuestión financiera, porque no tengo claro qué decir”. Entre los primeros en reclamar un banco moderno totalmente centralizado estaba Lyman J. Gage, secretario del Tesoro del presidente McKinley y antiguo presidente de la Asociación de Banqueros Estadounidenses.
El movimiento de la banca centralizada empezó a crecer un año antes de Pánico de 1907 en Nueva York. Jacob H. Schiff, un banquero de inversiones, convenció a la Cámara de Comercio de Nueva York para que defendiera la reforma bancaria.
Se estableció un comité, liderado por los más poderosos banqueros comerciales y de inversiones de Nueva York, que concluyó que la solución consistía en establecer un banco central “similar al Banco de Alemania”. El presidente del consejo del Chase National Bank (ahora Chase Manhattan), A. Barton Hepburn, presentó posteriormente su plan. No defendía abiertamente un banco centralizado: reclamaba la creación de cámaras regionales de compensación que emitirían divisas garantizadas con bonos con distintos valores. Estos se garantizarían con un fondo común creado con impuestos sobre los billetes.
El Pánico de 1907 produjo una repentina pérdida de confianza en el sistema bancario y los banqueros aprovecharon el momento. Sin embargo no todos querían más centralización. El New York Times, en solitario, concluía que la intervención pública en la economía a todos los niveles era responsable de la pérdida de confianza. Se sofocó su oposición a un banco central. Por supuesto, hablaba contra los deseos del establishment de empresarios y banqueros poderosos.
El Times hizo una encuesta en el Congreso y descubrió que estaban o bien completamente confundidos, o tenían una comprensión limitada sobre asuntos monetarios o sus propuestas eran demasiado vagas como para caracterizarse. Pero el Times sí descubrió que había un consenso en que cualquier cambio debería ser bajo la premisa de una “íntima conexión entre l moneda y el comercio legítimo”. Querían “elasticidad”, la capacidad de inflar a voluntad. En este vacío aparecieron los banqueros influyentes.
En 1908 el Congreso aprobó una propuesta de ley similar al plan de Hepburn, llamada la Ley Aldrich-Vreeland. (El senador Nelson Aldrich [R-RI] era el yerno de John D. Rockefeller). Se establecía como una medida temporal para proporcionar liquidez durante emergencias. No se utilizó hasta después de que se estableciera la Reserva Federal seis años después, así que la medida fue relativamente insignificante. Pero sí contenía una cláusula que resultaría ser muy importante. Creaba una Comisión Monetaria Nacional para estudiar el Sistema Bancario Nacional y hacer recomendaciones para una futura reforma monetaria.
La Comisión Monetaria Nacional (NMC, por sus siglas en inglés) estaba compuesta por nueve senadores y nueve representantes. Encabezando la comisión, con el puesto de presidente, estaba Nelson Aldrich, el “hombre” de Rockefeller en el Senado. Como pasa en la mayoría de las comisiones del Congreso, mucho del trabajo los realizaron intelectuales y personajes poderosos fuera del Congreso que acudieron para ayudar con investigaciones y escritos. Entre ellos estaban Henry P. Davison, un socio de J.P. Morgan, y George M. Reynolds, presidente de la American Bankers Association.
También estuvieron asociados directa o indirectamente con la NMC los más conocidos defensores de la reforma centralizadora de la banca: O.M.W. Sprague, de Harvard, Edwin W. Kemmerer, de Princeton, M.L. Muhleman, James Laurence Laughlin, de la Universidad de Chicago, H. Parker Willis de la Universidad Washington & Lee, Thornton Cooke, William A. Scott y muchos otros.
La comisión redactó un enorme documento a favor de un banco central, que se suponía definitivo, aunque realmente era una aburrida historia monetaria bajo el Sistema Bancario Nacional. La función real del documento era servir como crítica irrebatible de la situación del momento. Hay los “Fines y Funciones del Sistema de Reserva Federal” de la propia Reserva Federal identifican a la investigación de la comisión como principal alegato histórico para el establecimiento de dicha Reserva Federal.
Se dio a la comisión un presupuesto ilimitado y un amplio poder investigador y los usaron en parte para viajar a Europa y observar sus sistemas de banca centralizada. Fue durante estos viajes cuando el senador Aldrich aprendió las complejidades de una banca centralizada y se convirtió en abierto defensor de la misma.
Los propios banqueros no estaban unidos en la naturaleza precisa de la reforma que querían. Y en 1909, como tema, la discusión de la reforma bancaria se limitaba a una pequeña parte de la comunidad bancaria. Los banqueros buscaron durante todo el año un plan unificado que pudieran apoyar y al terminar el año llegaron a la unificación. Sus comunicaciones normalmente se aireaban mediante la revista Banking Law.
Varios ingredientes aunaban todos los planes de reformas: banca centralizada, capacidad de inflar y centros bancarios regionales del tipo apoyado por la American Bankers Association. También era importante entre los banqueros evitar la apariencia de un sistema bancario controlado por Wall Street. Era un movimiento estratégico para evitar el fuerte sentimiento anti-Wall Street en los Estados Unidos de entonces. Durante 1910, el asunto habría permanecido en hibernación si no hubiera sido por la influencia de Paul M. Warburg, que desempeñó un papel esencial en el establecimiento de la Fed. Este emigró de Alemania y se convirtió en miembro de la conocida empresa bancaria Kuhn, Loeb and Co. Defensor desde hacía mucho tiempo de la banca centralizada, su trabajo entre bastidores impulsó a la NMC en dirección a la experiencia bancaria alemana.
Warburg argumentaba, como hacen los defensores actuales de la banca centralizada, que ciertos sectores de la economía se ven innecesariamente en apuros durante ciertas temporadas, pero no en otras. Por ejemplo, argumentaba, ciertos cultivos, como el trigo, se cosechan estacionalmente y comerciantes y compradores pasan apuros para conseguir efectivo suficiente como para comprar lo que podrían necesitar para suministrar el producto durante los siguientes meses. Así que los agricultores venden el trigo por debajo de los precios de mercado, vendiendo por debajo del coste, lo que acaba causando fluctuaciones cíclicas de precios dentro del mercado de productos esenciales. Estas fluctuaciones del mercado causan pérdidas en todos los sectores, fabricantes y vendedores, y generan un desincentivo para producir.
¿Resolvería el problema un dinero de emergencia? Como dice Warburg en su panfleto de 1907 “A Plan for a Modified Central Bank”, no lo haría porque durante una crisis “la huida de los depositantes la habrían llevado a cabo los tenedores de billetes, hasta el desastre de todo el sistema monetario”. La respuesta, dice, reside en organizar el sistema bancario estadounidense siguiendo el modelo europeo, en el que se centraliza el dinero como crédito y se emiten billetes de circulación frente a papel comercial sólido. Estos billetes atenderían la demanda adicional durante los cambios estacionales y la cantidad se contraería naturalmente al liquidarse las obligaciones.
Como explicaba Warburg:
La mayoría del papel tomado por los bancos estadounidenses aún consiste en simples pagarés, que se basna solo en el crédito del comerciante que lo crea y que se guardan hasta su vencimiento en el banco o empres que los descuenta. Si se descuentas, normalmente se pasan sin endoso y la posibilidad de vender cualquier pagaré depende de la suerte de encontrar otro banco dispuesto a dar crédito. La consecuencia es que mientras que en Europa los activos líquidos de los bancos consisten principalmente en letras de cambio, a corto y largo plazo, que constituyen así sus activos más rápidos, el capital del banco estadounidense invertido en pagarés comerciales está prácticamente inmovilizado.
Así que la propuesta era un banco central reforzado, cuyas participaciones serían propiedad la mitad del gobierno de EEUU y la otra mitad de los bancos nacionales y una base de capital de 50-100 millones de dólares (mil millones de dólares en términos reales). El banco sería un depositario para el Tesoro y también sería un banco de bancos. Sería capaz de emitir billetes de curso legal. Estos billetes harían circular el proceso de bancos intercambiándolos por papel comercial endosado por un banco miembro (limitando la cifra que podría circular en un momento concreto). El propio papel comercial podría asimismo servir como dinero, asegurado doble o triplemente por el endoso del banco. Lo haría con el propio banco individual emitiendo un billete que verificara la tenencia de dicho papel comercial. Esto acabó convirtiéndose en los cimientos del Sistema de la Reserva Federal.
A los banqueros, en aquel entonces más adecuadamente llamados bancarios, querían la capacidad de inflar juntos uniformemente. ¿Por qué inflar? De la misma forma que la falsificación beneficia al falsificador, inflar la oferta monetaria beneficia al banquero que está a cargo de la distribución del crédito.
Warburg prácticamente admitía que ese era su objetivo:
Necesitamos algún poder centralizado para protegernos frente a otros y protegernos de nosotros mismos, algún poder capaz de atender las necesidades legítimas del país y capaz al mismo tiempo de pisar el freno cuando el coche se mueve demasiado deprisa.
Bajo su sistema, nos asegura, las crisis bancarias se minimizarían, si es que se producían.
Cualquiera que puedan haber sido las causas que precipitaron la (…) crisis [el Pánico de 1907], es seguro que nunca se podrían haber producido las espantosas condiciones, que nos llenan de horror y pesar, si hubiéramos tenido y sistema moderno de banca y moneda.
Además argumentaba que Estados Unidos estaba muy por detrás y que comparado con los métodos bancarios “modernos”, el Sistema Bancario Nacional ponía a Estados Unidos “en el mismo punto que había alcanzado Europa en el tiempo de los Médicis y Asia, con toda probabilidad, en tiempos de Hammurabi”.
Warburg siempre insistía en que su plan no crearía un banco central, sino más bien una versión “modificada”. Pero su plan contenía los elementos considerados como parte de la centralización: todas las reservas estarían controladas por una autoridad central, aplicando medios públicos, es decir, coactivos.
El cuñado de Warburg se convirtió en el principal defensor del plan, Edwin R.A. Seligman, de la familia de banqueros de inversión J. & W. Seligman and Company. Seligman fue principalmente responsable de asegurar al público que el plan de Warburg no implicaba una centralización total de la banca y que su versión modificada no estaría controlada por Wall Street. (Una encuesta mostraba recientemente que un 59% de los banqueros querían un sistema que estuviera libre de “Wall Street o los intereses de cualquier monopolio”).
Durante el año 1910, la NMC fue haciendo públicas sus propuestas de reforma monetaria. Su plan mostraba un notable parecido con el de Warburg. Reclamaba un respaldo sustancial  a los billetes con papel comercial en lugar de con bonos públicos o privados y los bancos obtendrían dinero mediante la venta o redescuento de “billetes y letras utilizados para fines agrícolas, industriales o comerciales y sin incluir billetes o valores emitidos para fines de adquisición de acciones, bonos u otras inversiones”.
El nuevo banco, la Asociación de la Reserva Nacional (NRA, por sus siglas en inglés), iba a emitir billetes garantizados en la mitad por oro y una provisión técnica que permitiría a los bancos respaldar moneda con bonos públicos de EEUU a la par con la mitad de su valor. Esta provisión apenas percibida se convertiría más tarde en la base de las operaciones mercado abierto en el Sistema de la Reserva Federal.
La autoridad sobre el mantenimiento de la calidad de los billetes residiría completamente en la NRA. Sobre el asunto de la cantidad de billetes en circulación, la comisión adoptó de nuevo la opinión de Warburg: la demanda del mercado de dinero determinaría que mediante el redescuento de los bancos miembros de su papel comercial con la Asociación de la Reserva Nacional y emitiendo billetes a partir de ellos. El papel vencería y los billetes expirarían después de que la demanda volviera a la normalidad.
La comisión ofreció una crítica en 17 puntos (con alternativas) al sistema bancario entonces en vigor. Se quejaba, por ejemplo, de que el sistema en vigor “no tiene ninguna provisión para la concentración de reservas de efectivo de los bancos ni para su movilización cuando se necesite en momentos con problemas”. Lo que trataban de hacer aparecer como un problema era en realidad una ventaja, como sabemos ahora.
Rockefeller y Warburg desempeñaron un papel más importante en la redacción de la propuesta real de la comisión que proporcionar influencia intelectual pasiva. Justo antes de la publicación de las recomendaciones legislativas finales de la NMC, alguien relacionado con Aldrich (nadie sabe quién) propuso reunir a todos los principales grandes banqueros y defensores de la reforma bancaria en una reunión secreta y redactar una propuesta. La reunión supersecreta iba a realizarse en el Jekyll Island Club en Georgia. La prensa informó solo de que iban allí a cazar patos. Todos los participantes utilizaron nombres falsos y viajaron en un ferrocarril privado. Durante esa semana en el club de lujo, se redactó la propuesta que realizaría la comisión (que posteriormente se convertiría en la Ley de la Reserva Federal). Entre los participantes ocultos en la importante reunión de Jekyll Island estaban:
  • El senador Nelson W. Aldrich (yerno de Rockefeller)
  • Henry P. Davison (socio de Morgan)
  • Paul M. Warburg (Kuhn, Loeb & Co.)
  • Frank A. Vanderlip (VP del National City Bank, de Rockefeller)
  • Charles D. Norton (president del First National Bank of New York, de Morgan)
  • A. Piatt Andrew (economista de Harvard, ayudante de Aldrich en la Comisión Monetaria Nacional y experto bancario)
El resultado de esta reunión fue la propuesta de la comisión, el plan Aldrich, la base de la Ley de la Reserva Federal. El único desacuerdo entre los conferenciantes en Jekyll Island fue sobre el asunto de la centralización parcial o total. Todos querían una centralización total, pero algunos eran más astutos políticamente que otros y sabían que el Congreso nunca aprobaría un banco central totalmente controlado por los banqueros.
El senador Aldrich, que curiosamente no entendía por qué no podía presentarse abiertamente la centralización, se vio superado por el más astuto políticamente Warburg, que apoyó la versión de Morawetz de centros bancarios nacionales bajo la apariencia de descentralización. El consejo de directores del plan original de Aldrich iba a ser elegido solamente por banqueros, pero eso se cambió posteriormente bajo el espíritu de la descentralización para hacer que la mitad fueran nombrados por el presidente de Estados Unidos.
La propuesta se retrasó durante un año y finalmente se presentó ante el Congreso en enero de 1912 para que su apoyo pudiera consolidarse. Esto se hizo por medio de una conferencia en Atlantic City durante febrero de 1911 en la que los 22 mayores banqueros se reunieron para discutir el Plan Aldrich. Fue acogido calurosamente con la resolución escrita por Paul Warburg. Como dice Gabriel Kolko: “En realidad el plan estaba apoyado desde el principio. El propósito real de la conferencia explicar las ganancias a la comunidad bancaria acerca del control público dirigido por los banqueros hacia sus propios fines”.
Seguía existiendo el estigma de que la propuesta era producto de Wall Street, los intereses de Rockefeller y el senador Aldrich. Para resolver el problema, Warburg y otros banqueros de Nueva York crearon la National Citizens’ League for the Promotion of a Sound Banking System. Sería un “movimiento popular” de cabildeo encabezado por el economista J. Laurence Laughlin, de la Universidad de Chicago. Su fin era “llevar a cabo una campaña de reforma monetaria sobre los principios generales del Plan Aldrich sin apoyar todos sus detalles”. Por supuesto no era un movimiento “popular”. Era un plan para hacerse ricos rápidamente, promovido los capitostes bancarios del país.
Por primera vez, durante el año 1911, revistas académicas, económicas y bancarias  estaban llenas de alabanzas al Plan Aldrich. En junio, William Scott, de la Universidad de Wisconsin, escribía que el Plan Aldrich resolvería los “defectos más esenciales de nuestro  sistema monetario, a saber: su falta de elasticidad, el uso antieconómico de las reservas bancarias, su conexión con el mercado bursátil y su control por Wall Street”. El plan “aumentaría enormemente la eficiencia de nuestras reservas bancarias” y eliminaría los “malos efectos de nuestro actual sistema de Tesoro independiente”.
Según Scott:
Las personas que sospechan que cualquier medida propuesta por el senador Aldrich debe necesariamente estar pensada para favorecer “los intereses” buscarán un truco en este plan. Sin embargo, tendrán considerables dificultades para encontrarlo.
Además:
Wall Street solo podría controlar la nueva institución controlando absolutamente una mayoría de los bancos que compren acciones en la nueva institución, e incluso así su control se vería atemperado por la influencia del gobierno federal (…) lo que será estupendo.
Así que el plan debería adoptarse porque “completaría y perfeccionaría nuestro actual sistema bancario nacional”.  Por tanto, está claro que los artículos contenían toda la información que la Liga, Rockefeller y Warburg consideraban más importante.
¿No es extraño que una revista académica no se concentrara principalmente en debatir las virtudes y defectos económicos de la Fed, sino en vendérsela al público?
En el mismo número, el economista de Harvard, O.M.W. Sprague, alineado de cerca con la comisión, calificaba al plan como un “medio equitativo de reforma bancaria” que refleja “el habilidoso trabajo de su experimentado autor”. Toda objeción concreta de temor que se haya expresado (…) se ha atendido correctamente”. El resto del artículo se dedicaba a discutir la ubicación de algunos bancos regionales en el oeste para asegurar que Wall Street no controlaría la nueva institución, reflejando de nuevo lo que Warburg y Aldrich veían como el principal obstáculo a la cartelización de los bancos: el temor público a Wall Street.
La respuesta de Thornton Cooke argumentaba el plan de la misma manera. Tenían encendidas alabanzas para el plan y aseguraba al lector que “Wall Street no puede ‘hacer dinero’ con las actividades de la Asociación”. El abnco solo proporcionará reserva suficiente de crédito para necesidades estacionales normales”, igual que argumentaba Aldrich. En mayo de ese año, la American Bankers Association aprobó el Plan Aldrich y apoyó una mayor cifra de título en disposición de redescuento.
Solo se produjo una división en la filas algo más adelante ese mismo año. La división no se refería a los objetivos de cartelización del sector bancario, por supuesto, sino de nuevo sobre la táctica política para hacerlo. El presidente de la Citizen’s League, J. Laurence Laughlin, era un realista político y sabía que el nombre de Aldrich tenía que desaparecer de la propuesta. H. Parker Willis, buen amigo y colaborador cercano, le había advertido acerca de esto anteriormente y ahora Laughlin estaba convencido. Incluso Warburg se alejó posteriormente en público del nombre de Aldrich, pero, por supuesto, esto no tenía nada que ver con los hechos.
El plan Aldrich se presentó al Congreso en enero de 1912, pero con Aldrich a punto de retirarse y los demócratas a punto de obtener una victoria ese mismo año, la propuesta nunca llegó a votarse y la reforma bancario quedó en una vía muerta durante un tiempo. Sin embargo, la Citizens League continuó funcionando como propagandista poderosa y a gran escala de la reforma bancaria, emitiendo panfletos y folletos en todo el país, especialmente en el sur y el oeste, formando a la gente en los males del Sistema Bancario nacional y los beneficios de la reforma bancaria centralizada y un cártel bancario conglomerado.
Los periódicos de la “reforma bancaria” de la liga se convirtieron en un libro con 23 capítulos que se ocupaban de todos los aspectos de dicha reforma bancaria, pero 11 fueron escritos por H. Parker Willis, un alumno de Laughlin, que recibió 1.000$ (más de 9.100$ en términos reales). Willis había enseñado en la Universidad Washington and Lee y dos de sus exalumnos recomendaron a Parker a su padre para que fuera su ayudante administrativo. Su padre era Carter Glass, de Virginia, miembro del Comité de Banca y Moneda de la Cámara. Willis aceptó. Glass necesitaba un ayudante por dos razones: primera, no tenía conocimiento técnico del negocio bancario, y segundo, se le había dado responsabilidad en considerar la reforma monetaria y trabajar contra los esfuerzos de Arsene P. Pujo en asignar el problema de la banca al Subcomité Pujo, que iba a realizar pronto audiencias sobre el “trust monetario”.
En junio de 1912, Will redactó una propuesta para Glass e informó de ello a Laughlin en una carta: “Después de hablar mucho con Mr. Glass, redacté una propuesta siguiendo las líneas de las que hablamos usted y yo y se la presenté”. El comité de Pujo iba a toda máquina en su investigación del supuesto abuso de poder que emanaba de Wall Street. Los resultados, aunque no eran concluyentes, iban a crear entre la gente un frenesí respecto de Wall Street.
Mediante alguna notable “manipulación”, la nueva legislación de Glass (la propuesta de la Fed) se promocionó como una propuesta contra Wall Street, a partir de una base establecida antes con la propuesta de Aldrich. El Comité Pujo nunca consiguió en control legislativo del Comité Glass, lo que seguía dejando a Glass (es decir, a Willis, Laughlin y en definitiva a Warburg) a cargo de la propuesta.
Una propuesta final creando la Reserva Federal se aprobó en diciembre de 1913 por una gran mayoría en la Cámara (el Plan Aldrich y la propuesta de Glass serán prácticamente idénticas). Como dice Kolko:
Todo el movimiento de reforma bancaria, en todas las etapas esenciales, estaba centralizado en las manos de unos pocos hombres que estuvieron durante años ligados entre sí, ideológica y personalmente (…) la principal función, inspiración y dirección de la medida era servir a la comunidad bancaria en general y a los grandes bancarios concretamente.
¿Quién fue el autor de la propuesta? Nadie lo sabe. La polémica apareció de inmediato pero nunca se aclaró.
H. Parker Willis denunció posteriormente la institución de la reserva Federal y sus políticas inflacionistas y fue extremadamente crítico justo antes de la Gran Depresión. Laughlin también atacó a la Fed en años posteriores, aunque, como Willis, no hasta el grado de repudiar su propio papel en su creación.
Hay una razón por la que tenemos hoy un Sistema de Reserva Federal y no tiene nada que ver con los que dice la publicación de la Fed. La Reserva Federal existe para dar un privilegio especial al sector bancario. Y se han beneficiado mucho de ello. ¿Pero a costa de qué? Los bancarios han diluido el valor del dólar de 1914 a alrededor de ocho centavos. Y su valor sigue encogiéndose.
Al expandir la reserva Federal la oferta monetaria, reduce el valor de todos los dólares existentes. Pero el proceso se produce desigualmente porque no todos los precios aumentan al mismo tiempo. El primero en conseguir el nuevo dinero puede gastarlo a su previo poder adquisitivo. Solo después de filtrarse en la economía el dinero aumenta los precios de los bienes.
¿Pero quién consigue primero el dinero? ¿Quién experimenta lo bueno de la inyección del crédito? Los banqueros y personas en el ajo, por supuesto. No lo habrían conseguido de ninguna otra manera.
Como ha demostrado Ludwig von Mises, la Reserva Federal es responsable del ciclo económico como hoy lo conocemos. Con las inyecciones de crédito, la Fed rebaja los tipos de interés haciendo que los empresarios inviertan en equipamiento de capital. Producen bienes que los consumidores no pueden permitirse y acaban descubriendo que sus planes no dan resultado. Este proceso se extiende por toda la economía y crea olas siempre crecientes de auges y declives. Una economía con un patrón oro no tendría ese problema. No hay justificación económica, constitucional o moral para dar un privilegio especial a los grandes banqueros sobre el resto de los empresarios o sectores. Deberían estar sujetos a la competencia en el libre mercado y a limitaciones legales contra el fraude, igual que todos los demás.

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