04 septiembre, 2012

Marx y la inevitabilidad

Autor:

[An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]
Karl Marx tenía un problema crucial. No le interesaba, como a los desdeñados socialistas “utópicos”, meramente exhortar a todos a adoptar la vía comunista a una sociedad perfecta. No proponía dejar el logro del comunismo a las imperfectas libres voluntades de la humanidad. Reclamaba una vía cierta e “inevitable”, una “ley de la historia” que demostraría la absoluta inevitabilidad de que la historia llegara a su gloria final en una sociedad comunista. Pero aquí estaba en una desventaja relativa con las diversas ramas cristianas del comunismo mesiánico: pues, por el contrario, aquí no había un Mesías inevitable que llegara y proclamara un Reino de Dios en la tierra. Sin embargo, como en el caso de los postmilenaristas, correspondía a la humanidad establecer el Reino, en lugar de al Mesías. Aun sin un Mesías, una vanguardia vigilante y creciente podría establecer el Reino y la vanguardia incluso podría ayudar en diversas versiones premilenaristas del milenarismo. Así que ese liderazgo de una vanguardia entregada estaba en buena medida de acuerdo con la tradición mesiánica.


Como apunta el Profesor Tucker, a Marx no le faltaba una teoría moral. Era definitivamente un moralista, pero uno bastante curioso. En su “visión mítica”, el “bien”, la “moral”, consistía en participar en el inevitable triunfo de la revolución proletaria, mientras que lo “malo”, o “inmoral”, es tratar de obstruirla.
La respuesta a la pregunta de qué debería hacerse se da en la propia visión mítica y puede resumirse en una sola palabra: “¡Participar!” (…) Así que Marx (…) dice que no se trata de hacer que exista algún sistema utópico o similar (es decir, de definir un objetivo social y trabajar voluntariamente por conseguirlo) sino sencillamente de “participar conscientemente en el proceso revolucionario histórico de la sociedad que está teniendo lugar ante nuestros propios ojos”.[1]
Así que ser moral significa ser “progresista”, estar a tono con el inevitable funcionamiento futuro de las leyes de la historia, mientras que se reserva la mayor de las condenas a quienes sean “reaccionarios”, se atrevan a obstruir, aun con éxito parcial, esa supuestamente predestinada sucesión de acontecimientos. Así que los marxistas son particularmente vehementes al denunciar momentos revolucionarios en los que el gobierno existente de “progresistas” es remplazado por “reaccionarios” y el reloj, milagrosamente, según la metáfora de la inevitabilidad historicista, “marcha hacia atrás”. Por ejemplo. La revolución de Franco contra la república española o la expulsión de Allende en Chile por Pinochet.
Pero si es verdaderamente inevitable cierto cambio, ¿por qué es tan importante que el medio humano eche una mano, para luchar poderosamente a su favor? Aquí entramos en el asunto crítico del tiempo. Aunque un cambio pueda ser inevitable, la intervención del hombre puede acelerar estos acontecimientos tan deseados. El hombre puede funcionar, en una de las metáforas obstétricas favoritas de Marx, como “partera” de la historia.[2] La intervención del hombre podría dar a lo inevitable un útil impulso.
Aun así, las analogías obstétricas de Marx son solo un flojo intento de evitar la contradicción entre la idea de la inevitabilidad y la acción para alcanzar lo inevitable. Pues según Marx, el tiempo y la naturaleza de los acontecimientos están determinados por la dialéctica material de la historia. El socialismo llega, escribía Marx en El Capital, por la “operación de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista”.  Como apunta von Mises, para Marx
Ideas, partidos políticos y acciones revolucionarias son meramente superestructurales: no pueden retrasar ni acelerar la marcha de la historia. El socialismo llegará cuando las condiciones materiales para su aparición hayan madurado en el útero [¡otra vez la obstetricia!] de la sociedad capitalista, ni antes ni después. Si Marx hubiera sido coherente, no se habría dedicado a la actividad política. Hubiera esperado tranquilamente al día en el que “sonara la toque de difuntos de la propiedad capitalista privada”.[3]
Marx podría no haber sido lógico y coherente, pero su actitud estaba totalmente dentro de la tradición milenarista. Como apunta el Profesor Tuveson:
Varias características de los movimientos comunistas históricos recuerdan agitaciones milenaristas. Por ejemplo, está el conocido fanatismo de los creyentes milenaristas. (…) La firme convicción de que una serie de acontecimientos que llevan a una redención universal está ordenada (o “determinada”) parecería llevar a la pasividad por parte de una persona. (…) Pero normalmente hay una cualificación tremendamente importante- Aunque se profetice la serie de acontecimientos, su tiempo puede retrasarse por el fracaso de la humanidad. Por tanto, retrasar la llegada de la redención es un gran pecado, contra los compañeros, contra la posteridad, contra el poder que ha ordenado los acontecimientos. Pero la participación celosa y sin reservas en las tareas históricamente determinadas, haciendo lo que los antiguos milenaristas llamarían “hacer la voluntad de Dios”, genera una admiración especial.  En la mayoría de los grupos milenaristas hay algo equivalente al “Partido Comunista”. En la propia Revelación están los ciento cuarenta y cuatro mil, “primicias para Dios y para el Cordero”, que no tienen maldad, pues están “sin mancha ante el trono de Dios” (Apocalipsis; 14, 4-5). Así que todo el proletariado, como todos los salvados, no tiene mancha condenatoria, pero el grupo especialmente distinguido (…) se elige de entre los elegidos.[4]
Pero seguía habiendo un problema: ¿de dónde viene la inevitabilidad en el esquema marxista? La prueba de que llegaría inevitable y “científicamente” su deseado ideal comunista ocuparía a Marx el resto de su vida. Indudablemente encontró el esquema de esa prueba en las misteriosas obras de la dialéctica hegeliana, que retorció para este fin.

No hay comentarios.: